1. ¿Quién es Agustín de Hipona?
Agustín es el primer gran filósofo
cristiano cuyas doctrinas serán asumidas por la Iglesia.
Vive a finales del siglo IV y principios del V, una época en la que el
cristianismo está todavía constituyéndose, en la que no hay todavía una
doctrina «oficial», y por eso su propia obra será determinante para construir
esa doctrina. (Se suele decir, a este respecto, que Agustín tuvo un papel
destacado en su lucha contra las múltiples herejías
surgidas entonces, pero solo la existencia de una doctrina oficial hace posible
que las herejías adquieran la condición de tales. Las «herejías» contra las que
Agustín dirige los mayores esfuerzos son el maniqueísmo, el donatismo
y el pelagianismo).
Agustín de Hipona vive en la época final, en plena decadencia, del
Imperio romano de Occidente. En su obra recoge temas clásicos de la filosofía griega y romana (la naturaleza de la realidad y la verdad, la felicidad) así
como nuevos temas aparecidos con el cristianismo
(la naturaleza de Dios, el mal y el pecado, el libre albedrío, la interioridad,
la persona, la salvación), constituyendo una original síntesis de filosofía y cristianismo, de razón y
fe, en la que esta determina los
principios últimos.
Por vivir en esta época final del Imperio, por la naturaleza de sus
preocupaciones, y el carácter de sus decisiones, se puede decir que Agustín es
un filósofo de transición del mundo antiguo al medieval. Es el último de los
antiguos y el primero de los medievales.
La Iglesia católica le reconoce como uno de los grandes Padres de la Iglesia, le ha aclamado
como Doctor de la Iglesia (en 1295),
y, ya en pleno siglo XX, le reconocerá, además, como santo.
2. Vida y obras
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Aurelio Agustín nació en Tagaste, en la provincia romana de Numidia (actual Argelia), en noviembre del 354, siendo emperador Constancio.
Su padre, Patricio, era un
funcionario del imperio, de simpatías religiosas paganas, y su madre, Mónica (que será posteriormente canonizada
como santa Mónica), una ferviente cristiana.
El emperador Constantino el
Grande había favorecido el cristianismo,
legalizándolo y convocando el Concilio
de Nicea. Su hijo Constancio favoreció la versión arriana del cristianismo.
En el 355 varios grupos de bárbaros
(francos, alamanes y sajones) invaden la Galia.
Juliano, primo de Constancio, es
nombrado césar y enviado para hacerles frente. Consigue derrotar a los alamanes en Argentorato (actual Estrasburgo). A esa siguen otra serie de
victorias, que aumentan extraordinariamente su prestigio.
Al parecer, este mismo año fallece Donato Magno, un obispo de Cartago que dio nombre al movimiento donatista. El donatismo es una secta
cristiana originaria del norte de África, que niega la potestad para
administrar los sacramentos a aquellos sacerdotes que, en algún momento -por
ejemplo, para evitar las persecuciones-, hubieran traicionado la fe cristiana.
En el 361 Constancio enferma y muere, dejando como heredero a Juliano. Tras su acceso al trono, este favorece
el paganismo frente al cristianismo,
al que desprecia por considerarla una religión bárbara. Por esa razón será
conocido como Juliano el Apóstata.
Este mismo año Agustín comienza sus estudios elementales en Tagaste.
En el 363 Juliano es
asesinado mientras se enfrentaba a los persas
en Ctesifonte. Le sucede Joviano, un oficial cristiano, pero
tolerante con los paganos, que propicia una paz deshonrosa con los persas (a
consecuencia de la cual, estos se apropian de numerosos territorios orientales
del Imperio).
A los pocos meses Joviano fallece y le sustituye Valentiniano I, también conocido como Valentiniano el Grande, que
se reparte el gobierno del Imperio con su hermano Valente (quedando Valentiniano al frente de la parte occidental del
imperio). Valentiniano era cristiano
pero permitió una libertad religiosa total.
Durante su reinado tuvo que hacer frente a numerosas incursiones de
los bárbaros (burugundios, sajones,
alamanes, godos, pictos, escotos, etcétera) a lo largo de las fronteras del
Imperio.
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Entretanto, en torno al 365, Agustín se instala en Madaura, para estudiar gramática. Se interesa por la literatura griega clásica y el teatro.
En el 370 fallece su padre. Ese mismo año Agustín se traslada a Cartago, para estudiar retórica. Cartago es una ciudad
cosmopolita cuyas posibilidades (incluidas las posibilidades de placer) le
atrapan.
A los dieciocho años tiene un hijo, Adeodato, con una mujer cuyo nombre desconocemos y con la que convive
diez años. En el 373 lee el Hortensio,
una obra de Cicerón que se ha
perdido, que le hizo interesarse por la filosofía.
Ese mismo año se adhirió a las doctrinas de los maniqueos.
En el 374 Agustín regresa a Tagaste,
donde enseña gramática y literatura. Un año más tarde funda una
escuela de retórica en Cartago. Escribe De pulchro et apto (De lo
bello y conveniente), obra de contenido estético que se ha perdido.
Entre el 372 y el 375, Firmo,
al frente de tribus bereberes del
norte de África, y apoyado por los donatistas,
se rebela contra el poder romano. Valentiniano envía a Teodosio para acabar con la rebelión.
En noviembre del 375 fallece Valentiniano I, y le suceden sus hijos Graciano y Valentiniano II, los cuales se reparten el gobierno de la parte occidental del Imperio romano.
Graciano tomó una serie de medidas para favorecer el cristianismo, que llegó a
ser, por primera vez, la religión mayoritaria del Imperio.
En el 378 Valente, que
estaba al frente de la parte oriental del imperio, fallece, en la batalla de Adrianópolis, en la que es derrotado
por los godos. A instancias de de Graciano, Flavio Teodosio es nombrado
co-augusto, en sustitución de Valente.
En torno al año 379 Prisciliano
de Ávila, un obispo hispano, probablemente originario de la Gallaecia, se
da a conocer como predicador. Prisciliano defiende un modelo de vida ascético y crítico con la alianza de la
Iglesia y el poder temporal. También condena la esclavitud, atribuye un papel
más importante del que era habitual a la mujer en la Iglesia, y -esto no está
claro- niega la concepción trinitaria de Dios. Por estas y otras razones
Prisciliano atraerá a numerosos seguidores -y se creará, también, muchos
enemigos-.
En
el 379 Teodosio se corona emperador de
Oriente. Poco después, en el 380, proclama al cristianismo como religión
oficial del Imperio. En el 381 convoca el Concilio de Constantinopla,
en que se defiende la concepción trinitaria
de Dios, lo que supone el rechazo definitivo de las tesis arrianas (que ya
habían sido rechazadas en el Concilio de Nicea).
En el 383 Graciano es
asesinado, y su gobierno usurpado por Magno
Máximo.
Ese mismo año Agustín se traslada a Roma, donde establece una escuela de retórica. Para entonces las doctrinas
maniqueas habían comenzado a parecerle insatisfactorias.
En 384 Agustín se traslada a Milán,
donde obtiene un puesto de profesor municipal de retórica. En Milán conoce al
obispo de la ciudad, Ambrosio,
y asiste a sus predicaciones, centradas en una interpretación alegórica de la
Biblia. Por esta época vuelve a
interesarse por Cicerón; su adhesión
al maniqueísmo es sustituida por una actitud próxima al escepticismo. Desoye
los intentos de su madre de casarle y se separa de la madre de Adeodato,
yéndose a vivir con otra mujer.
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En el 385, a instancias de Magno Máximo, Prisciliano es acusado de herejía
y ejecutado. No obstante, el priscilianismo,
como movimiento religioso, pervivirá tras su muerte.
Parece ser que por esta época Agustín lee las Enneadas de Plotino y
algunos otros escritos platónicos o neoplatónicos. Esta incursión en el
neoplatonismo le hizo comprender que el mal
podía ser explicado sin atribuirle un carácter sustancial (tal como hacían los
maniqueos): el mal es, simplemente, ausencia
de bien. También parece que el neoplatonismo le convenció de la existencia
de realidades no materiales. Ambas cosas le llevaron a adoptar una actitud más
receptiva hacia la tesis cristianas.
La relectura del Nuevo
Testamento y de las Epístolas de
san Pablo, los sermones san Ambrosio, y el encuentro con otros predicadores
cristianos, unidos a la persistente influencia de su madre, provocó en Agustín un
intenso conflicto intelectual, y moral, que se solventó, en el 386, con su conversión al cristianismo.
Con la excusa de una afección pulmonar Agustín dejó su trabajo como
profesor y se recluyó durante un año, junto con su hijo y otros familiares y
amigos, para dedicarse a la reflexión, en un intento de comprender el mensaje
cristiano. Como consecuencia de estas reflexiones escribe Contra los Académicos, Sobre
la vida feliz y Sobre el orden.
De vuelta a Milán redacta Sobre
la inmortalidad del alma y Soliloquios.
En el 387 es bautizado por Ambrosio, en Milán.
Este mismo año su madre fallece en Ostia (puerto de Roma) donde esperaban un barco que les trasladaría
a Tagaste. Agustín aplaza su viaje y, mientras aguarda en Roma, escribe Sobre el libre
albedrío, Sobre la cantidad del alma
y Sobre las costumbres de la Iglesia
católica y sobre las costumbres de los maniqueos.
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En el 387 Máximo trata de
invadir Italia (gobernada por Valentiniano II). Teodosio interviene
apoyando a Valentiniano y Máximo es derrotado. Valentiniano II es repuesto al
frente de la parte Occidental del Imperio, pero Teodosio le impone al general Arbogastes como tutor-protector.
En el 388 Agustín vuelve a Tagaste, donde funda una comunidad monástica. Al año siguiente muere
su hijo Adeodato, que tenía entonces
dieciséis años.
Entre el 388 y el 391 escribe, Sobre
el Génesis, contra maniqueos, Sobre
la verdadera religión, y Sobre la
música.
En 391, Valerio, el obispo
de Hipona, le ordena sacerdote.
Agustín se establece en esa ciudad y funda un monasterio. Escribe Sobre las dos almas contra maniqueos, Sobre la fe y el credo, Salmos contra Donato, Contra Adimanto discípulo de Mani, Sobre el sermón de la montaña, Sobre la mentira, Sobre la continencia, etcétera.
El 15 de mayo del 392 Valentiniano
II aparece ahorcado. Algunos, entre otros Ambrosio, el obispo de Milán, lanzaron la sospecha de que
Valentiniano había sido asesinado, posiblemente por Arbogastes, pero Teodosio
rehusó tomar cartas en el asunto.
Arbogastes apoyó a Eugenio,
como sucesor de Valentiniano. Eugenio sustituyó a funcionarios próximos a
Teodosio por otros que le eran más fieles, y, pese a ser cristiano, puso en
marcha algunas medidas que favorecían el culto pagano. Estas decisiones le
llevaron al enfrentamiento con Ambrosio,
el influyente obispo de Milán, y con el propio Teodosio. Este enfrentamiento se resolvió, finalmente, con la batalla de Frígido, en 394, en la que Eugenio y Arbogastes fueron derrotados.
Teodosio asume el gobierno de la parte occidental del Imperio Romano, de
modo que este vuelve a aquedar unificado, momentáneamente, y por última vez.
En el 395 muere Teodosio el
Grande, dejando el gobierno de la parte Oriental del Imperio
a su hijo mayor Arcadio, y el de la parte Occidental a su hijo menor
Honorio, con lo que se consagró definitivamente su división. Mientras, Alarico se proclama rey de los visigodos.
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En
el 396 Agustín sucede a Valerio como obispo
de Hipona. Comienza La doctrina
cristiana, que no concluirá hasta el 426.
En
el 397 escribe Las confesiones, una
de sus obras más importantes, con ella Agustín inaugura un nuevo género
literario filosófico-autobiográfico.
También, por esta época, escribe Sobre
diversas cuestiones a Simpliciano, comienza el Sobre la doctrina cristiana, y Anotaciones
al libro de Job.
En
el 398 escribe Sobre el Génesis contra
los maniqueos.
En
el año 400 comienza el Sobre la Trinidad,
otra de sus obras más importantes, de contenido filosófico y teológico,
que concluirá en el 417. Al año siguiente comienza Comentarios literales al Génesis (que constará de doce libros).
Entre
el 400 y el 401 escribe dos obras contra los donatistas: Contra la carta de Parmediano, y Sobre el bautismo contra los donatistas.
En
el 402 y 403 se producen varias incursiones de los visigodos en Italia. Esto lleva al emperador Honorio, que había establecido
su residencia en Milán, a
trasladarla a Rávena, una ciudad más
segura.
En
el 405 Eusebio Jerónimo, al que la
Iglesia reconocerá como santo, completa la traducción de la Biblia al latín, esta edición será conocida como la Vulgata (de vulgata editio
= edición para el pueblo).
En
el 406 diversos pueblos bárbaros (vándalos,
alanos, suevos y burugundios) se
establecen en la Galia.
En
el 408 muere Arcadio y le sucede su hijo Teodosio
II al frente del Imperio romano de Oriente. En el 409 varios grupos de
bárbaros (suevos, vándalos y alanos) entran en Hispania.
En el 410 los vándalos, con Alarico al frente, saquean Roma, lo que causa una tremenda
conmoción en el mundo civilizado de entonces.
En el 412 nace Proclo, que
será filósofo neoplatónico, y el último gran representante de pensamiento
pagano.
Entre el 412 y el 418 Agustín escribe varios tratados con el objetivo
de combatir el pelagianismo: El espíritu y la letra, Sobre las hazañas de Pelagio y La gracia de Cristo y el pecado original.
Entre el 413 y el 427 escribe La ciudad
de Dios, otra de sus obras fundamentales.
Pelagio es acusado de herejía ante el papa Inocencio I, este fallece y
su sucesor, Zósimo, le absuelve. Disconforme
con esta resolución, Agustín convoca
un sínodo (asamblea de autoridades
religiosas) en Cartago, en el 418, en el que se rechazan las tesis pelagianas.
En el 419 escribe Contra Gaudencio obispo
de los donatistas
En el 418 se funda el Reino
visigodo de Tolosa, que controla parte de la Galia y de Hispania.
En el 421 Constancio III es
nombrado coemperador del Imperio romano de Occidente, muriendo siete meses más
tarde.
En el 423 muere el emperador Honorio. Con el apoyo de Castino, patricio romano y general de
Honorio, Joannes es instalado en el
trono de modo fraudulento. Teodosio II
que regía el Imperio de Oriente, no acepta este nombramiento, y, tras invadir
Italia y capturar a Joannes, coloca, en el 425, a Valentiniano III, hijo de Constancio III, al frente del Imperio romano
de Occidente.
Entre el 426 y el 427 Agustín escribe las Retractaciones, donde reexamina algunos de sus planteamientos
anteriores.
En el 429 los vándalos, al mando de Genserico, se hacen con el control de buena parte de los
territorios romanos del norte de África y ponen sitio a Hipona. Mientras la ciudad está siendo sitiada muere Agustín, en el 430. Poco después Hipona
será tomada e incendiada.
3. El problema de las relaciones fe-razón en Agustín
Cuando Agustín se refiere
al papel de la fe y al de la razón lo hace teniendo en cuenta su experiencia
personal. Recordemos que Agustín comenzó adhiriéndose a diversas doctrinas filosóficas
o pseudo-filosóficas -maniqueísmo, escepticismo- que le dejaron insatisfecho.
La búsqueda acaba en el momento de su conversión
al cristianismo.
Atendiendo a esta
experiencia personal, podemos resumir su postura
respecto a las relaciones fe-razón en tres puntos:
(1) En un primer momento la razón
impulsa al hombre a buscar la verdad.
(2) En un segundo momento el hombre descubre que solo la fe puede encontrar esa verdad que busca.
(3) Finalmente, una vez encontrada la verdad, la razón puede ayudar a entender esa verdad. A partir de
entonces la razón se subordina a la fe (como lo estará, en todo el pensamiento
cristiano medieval posterior, la filosofía a la teología).
Agustín resume su propia postura con la
frase «Creo para entender, entiendo para creer». A partir de esa colaboración
de la fe y la razón Agustín desarrolla el primer gran sistema filosófico
cristiano cuyos puntos esenciales son los siguientes:
4. La verdad y el conocimiento interior
La razón lleva al hombre a buscar la verdad. Pero ¿existe la verdad?
Frente a los escépticos que
niegan que niegan la posibilidad de fundamentar el conocimiento, que niegan,
por lo tanto, que la verdad exista, san Agustín cree encontrar un conocimiento
seguro e indudable: que existo como conciencia pensante. Pues, puedo dudar de
todo, puedo estar equivocado en todo, pero, precisamente, si me equivoco es que
soy algo («si enim fallor sum»).
A partir de esa primera verdad
indudable Agustín continúa su proceso de reflexión.
Lo primero que encuentro ante mí es el mundo físico, sensible, que capto a través de los sentidos. Este mundo es puro devenir, está permanentemente
cambiando.
Ahora bien, Agustín sostiene, al igual que lo había hecho Platón, que
el conocimiento verdadero solo puede
ser conocimiento de lo inmutable, de
lo eterno.
Pues bien, si lo inmutable, lo eterno, no se halla en lo sensible
(esto es, en lo «exterior», en las cosas) habremos de buscarlo en el «interior»,
en el alma.
Pero el alma también es mudable, cambiante. En el alma descubrimos,
en primer lugar, las sensaciones,
que son representaciones de los objetos externos, y tan mudables como ellos.
Pero si continuamos con el proceso de interiorización descubrimos que,
además de las sensaciones, hay reglas inmutables, eternas, en base a las
cuales juzgamos acerca de las sensaciones y de las cosas.
Entre estas reglas están las verdades
matemáticas (los ángulos de un triángulo suman 180º) o las normas morales (es preferible el bien
al mal). Estas reglas eternas son el equivalente en Agustín de las «ideas» platónicas.
Pero ¿de dónde proceden estas reglas eternas? No pueden proceder del
mundo exterior, que es cambiante, tampoco de mis estados internos, que también
son cambiantes. Ahora bien, la fe me ha llevado al conocimiento de Dios. La
unión de fe y razón me permite explicarlo: si tales reglas eternas no pueden
proceder del exterior, ni de mi alma, solo pueden proceder de Dios. Constituyen
la mente de Dios.
Al conocimiento de esas reglas eternas le llamará Agustín ciencia.
Al conocimiento de Dios, que es la verdad última de la que dependen todas las
demás, le llama Agustín sabiduría (a la que solo se puede acceder con
ayuda de la fe).
Otro problema a solucionar es el de cómo descubrimos estas reglas
eternas en nuestro interior. Agustín dice que el alma conoce las «ideas» (o reglas
eternas) por iluminación divina. La iluminación consiste en una acción
llevada cabo por Dios sobre los hombres, y que permite a estos la captación de
lo inteligible en sí mismo. Es un proceso similar al que realiza la luz con
las cosas; pues sin ella, estas no podrían ser vistas. La iluminación es un
proceso paralelo al de la creación. Así, en tanto Dios crea el mundo le da ser
a todas las cosas, y en tanto ilumina a los hombres hace que estos puedan ver
las verdades (que es aquello en que reside el ser de las cosas, su esencia).
5. La noción de Dios: el Dios creador
En Agustín no existe una demostración
de la existencia de Dios propiamente dicha (es decir, una demostración puramente
racional, como las que encontraremos posteriormente en Tomás de Aquino). Eso
se debe a que, como ya hemos explicado, Agustín no establece claros límites
entre razón y fe.
Lo que sí hace Agustín es dedicar numerosos escritos a desentrañar qué es Dios, a hacerlo comprensible, es
decir, cuál es su esencia, aquello que le caracteriza. En algunos escritos
caracteriza a Dios valiéndose de la concepción neoplatónica de lo Uno. Así,
Dios sería trascendente al mundo, indeterminable, incomprensible, etc.
Pero, no obstante, establece claras diferencias con el neoplatonismo (e
incluso con la concepción de Dios de los padres griegos). Así:
(1) Frente al neoplatonismo, sostiene que Dios crea el mundo, y
no lo emana. Esta creación se lleva a cabo tomando las «ideas» (que están en su
mente) como modelos, por lo que estas son la causa ejemplar de las cosas.
(2) Dios no crea a las «ideas», ni al Logos, sino al mundo
sensible, por lo que este no es concebido como pura negación (puro no‑ser),
tal como hacían los neoplatónicos y algunos padres griegos.
(3) Al ser lo sensible creado por Dios tiene una naturaleza positiva,
un ser; aunque, eso sí, existe un abismo entre el ser del mundo sensible y el
ser de Dios.
(4) La naturaleza trinitaria
de Dios la explica Agustín siguiendo la tradición de los padres latinos: Dios
es tres personas en una sola sustancia.
6. El problema del mal
La razón ayudará, una vez más, a hacer comprensible la verdad
encontrada por la fe. El problema que se plantea ahora es ¿cómo puede Dios, que
es infinitamente sabio, bueno y poderoso, haber creado el mal?
El problema del origen del mal llevó a san Agustín en su juventud a
adherirse a las tesis maniqueas según las cuales hay dos principios que
rigen el cosmos: un principio del bien
y un principio del mal (ambos
principios tendrían una naturaleza positiva, es decir, serían reales,
sustanciales).
Pero más tarde la lectura de Plotino
le permitió a Agustín hacer compatible el mal con la existencia de Dios.
Plotino le descubre a Agustín que el mal no es nada sustancial, es puro no-ser,
ausencia de bien.
El mal no sería, por lo tanto, creado por Dios, pues no tiene realidad
positiva, es solo ausencia de bien.
No obstante, aunque el mal sea mera ausencia de bien, algo negativo,
tal cosa ha tenido que ser permitida por Dios. Y efectivamente Dios ha
permitido el mal para crear un bien mayor. Dios ha querido crear al hombre como
un ser libre. Pero esto ha hecho posible que el hombre haya elegido el mal.
Dicho esto, Agustín diferencia entre:
(1) El mal moral (es decir, el pecado), que es fruto de una
«mala voluntad», de una perversión del querer, consistente en anteponer lo
sensible a Dios (es decir, en anteponer los grados inferiores de ser a los
grados superiores).
(2) El mal físico (es decir, el dolor, las enfermedades
y la muerte), que es una consecuencia del mal moral (el mal físico aparece con
el pecado original).
7. El problema de la libertad
Tenemos, pues, que el hombre está en el mal porque ha pecado (pecado
que consiste en anteponer lo sensible a Dios, y que se hace extensible a
todos los hombres a partir del pecado original de Adán).
Ahora bien, para que el hombre haya pecado, para que pueda ser culpable,
tiene que haber sido libre (de lo
contrario no tendría sentido considerarlo culpable de sus acciones). Una vez
caído en el pecado el hombre no puede salvarse por sí mismo, necesita de la fe
(que vuelve la orientación del hombre a Dios). Pero la fe es concedida por
Dios, es una gracia (un don gratuito divino), que Dios concede a quien
quiere en virtud de designios que solo Él conoce.
Esta concepción del pecado
original y de la gracia motivó
otra larga disputa entre diversas facciones cristianas. El problema que se
debatía era el siguiente: si el pecado original se trasmite a todos los hombres
de modo inexorable, y si Dios decide de antemano a quienes les será dada la
gracia y a quienes no, parece que la conclusión lógica es que los hombres no
son libres de salvarse o condenarse (hagan lo que hagan no tiene importancia
porque el pecado y la salvación no depende para nada de ellos). Esta fue la
conclusión a que llegó Orígenes. Por el contrario, los pelagianos consideraban que el hombre es radicalmente
libre, por lo que no puede estar condicionado por el pecado original (que sería
cosa exclusiva de Adán) ni por la gracia que Dios conceda de una forma
caprichosa.
Agustín intentó encontrar una solución racional a este problema,
aunque su explicación no parece muy satisfactoria. Agustín combatió las tesis
de lo pelagianos pero intentando al mismo tiempo defender la libertad humana.
Esto le lleva a defender las siguientes tesis:
(1) Dios sabe desde la eternidad quienes serán condenados, pero estos
continúan siendo libres de salvarse. Agustín se lo explica así: Dios ofrece la
posibilidad de la salvación a los hombres, pero estos, libremente, la rechazan.
(2) Distingue entre libre arbitrio y libertad. El libre arbitrio es la capacidad
de elegir del hombre, capacidad que le puede llevar a elegir el mal o el bien.
Ahora bien, como el hombre es un ser caído, que está en el mal, usa su libre
arbitrio para el mal. La gracia permite al hombre elegir el bien, y a esta
capacidad de elegir que se orienta al bien le llama Agustín libertad.
(3) El problema de cómo pueda explicarse el pecado original (según el
cual en Adán hemos pecado todos los hombres) lo resuelve Agustín recurriendo
al traducianismo (el alma se genera a partir del alma de los padres).
Aunque tampoco descarta las tesis creacionistas
(cada alma es creada directamente por Dios).
8. El papel del amor y la virtud
Ya hemos visto la importancia que tiene el amor en la filosofía platónica. Pero Platón privilegia una
determinada concepción del amor: el eros. Con el cristianismo pasa a primer plano, ya desde Pablo de Tarso, otra concepción del
amor: el amor entendido como caridad. La caridad consiste en amar a
Dios y a los hombres en función de Dios. Es decir, consiste en una disposición
de la voluntad que lleva a dispensar el amor según la jerarquía de ser. La caridad,
consiste por lo tanto, en una disposición de la voluntad inversa a la que lleva
al pecado (que consiste, como ya quedó dicho, en dispensar nuestro amor en
primer lugar a lo sensible; el amor a lo sensible es lo que denomina
Agustín concupiscencia).
Aquí se produce un cambio en la concepción de la virtud con
respecto a la que predominaba en el mundo griego y helenístico, donde la
virtud aparecía con frecuencia vinculada al conocimiento. Ahora, con Agustín,
la virtud aparece vinculada a la voluntad,
pues por virtud entiende, precisamente, la disposición de la voluntad que
lleva al amor entendido como caridad.
9. La interpretación de la historia:
la ciudad terrena y la ciudad de Dios
Agustín de Hipona es el primer pensador que intenta explicar el
sentido de la historia.
Para los griegos, como para la mayoría de los pueblos antiguos, el
mundo es eterno y la historia es cíclica. Con el cristianismo al mismo
tiempo que surge la idea de la creación del mundo desde la nada, surge también
una concepción lineal de la
historia. Según esta, la historia es el escenario
de la salvación y tiene un comienzo (la creación), una serie de momentos
privilegiados (el pecado de Adán, el antiguo pacto, la venida de Jesús), y un
final (el juicio final).
Para este análisis del sentido de la historia Agustín parte de un
punto de vista moral: la historia es la búsqueda de la felicidad, que se halla en Dios.
A partir de aquí la humanidad se divide en dos grupos de hombres:
(1) «Aquellos que se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios»
(que constituyen lo que llama la ciudad terrenal).
(2) «Aquellos que aman a Dios hasta el desprecio de sí mismos», que
constituyen la ciudad de Dios. La historia es una lucha de estas dos
ciudades que acabará con el triunfo final de la ciudad de Dios, que será
también, el final de la historia.
Posteriormente algunos intérpretes han identificado a la Ciudad de
Dios con la Iglesia, y a la Ciudad terrenal con el Estado, pero no parece ser
esa la intención de Agustín.
La filosofía de san Agustín
marcó de un modo decisivo las líneas filosóficas y teológicas dentro de las que
se moverá el mundo cristiano occidental de la Alta Edad Media, y a él se debe,
en buena medida, la existencia misma de una filosofía cristiana.
Esa influencia será
compartida, a partir del siglo XIII, con el otro gran filósofo medieval, Tomás
de Aquino.
Ya en el siglo XX será
reivindicado por el existencialismo y algunas otras corrientes filosóficas de
trasfondo no necesariamente religioso.
Bibliografía
-Abbagnano, Nicola: Historia
de la filosofía. SARPE, S. A. Barcelona, 1988.
-Copleston, Frederick: Historia de la filosofía. Ariel. Barcelona, 1989.
-Fontana, Josep y Ucelay Da Cal, Enrique: Historia Universal Planeta. Editorial Planeta,
S. A. Barcelona, 1993.
-García-Junceda, José Antonio: La cultura cristiana y san Agustín. Editorial Cincel, S. A. Madrid,
1987.
-Gilson,
Etienne: La filosofía en la Edad Media. Editorial Gredos, S. A. Madrid,
1989.
-Giovanni,
Reale, y Antiseri, Dario: Historia del
pensamiento filosófico y científico. Vol. I: Antigüedad y Edad Media.
Editorial Herder, S. A. Barcelona, 1988.
-San Agustín: Confesiones.
Alianza Editorial, S. A. Madrid, 1990.
-San Agustín: La Ciudad de Dios.
http://www.augustinus.it/spagnolo/cdd/index2.htm
-San Agustín: Soliloquios.
http://www.augustinus.it/spagnolo/soliloqui/index2.htm
- https://es.wikipedia.org
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