miércoles, 30 de marzo de 2016

(IX) AGUSTÍN DE HIPONA: CREER PARA ENTENDER

1. ¿Quién es Agustín de Hipona?
Agustín es el primer gran filósofo cristiano cuyas doctrinas serán asumidas por la Iglesia.
Vive a finales del siglo IV y principios del V, una época en la que el cristianismo está todavía constituyéndose, en la que no hay todavía una doctrina «oficial», y por eso su propia obra será determinante para construir esa doctrina. (Se suele decir, a este respecto, que Agustín tuvo un papel destacado en su lucha contra las múltiples herejías surgidas entonces, pero solo la existencia de una doctrina oficial hace posible que las herejías adquieran la condición de tales. Las «herejías» contra las que Agustín dirige los mayores esfuerzos son el maniqueísmo, el donatismo y el pelagianismo).
Agustín de Hipona vive en la época final, en plena decadencia, del Imperio romano de Occidente. En su obra recoge temas clásicos de la filosofía griega y romana (la naturaleza de la realidad y la verdad, la felicidad) así como nuevos temas aparecidos con el cristianismo (la naturaleza de Dios, el mal y el pecado, el libre albedrío, la interioridad, la persona, la salvación), constituyendo una original síntesis de filosofía y cristianismo, de razón y fe, en la que esta determina los principios últimos.
Por vivir en esta época final del Imperio, por la naturaleza de sus preocupaciones, y el carácter de sus decisiones, se puede decir que Agustín es un filósofo de transición del mundo antiguo al medieval. Es el último de los antiguos y el primero de los medievales.
La Iglesia católica le reconoce como uno de los grandes Padres de la Iglesia, le ha aclamado como Doctor de la Iglesia (en 1295), y, ya en pleno siglo XX, le reconocerá, además, como santo.

2. Vida y obras
&1
Aurelio Agustín nació en Tagaste, en la provincia romana de Numidia (actual Argelia), en noviembre del 354, siendo emperador Constancio.
Su padre, Patricio, era un funcionario del imperio, de simpatías religiosas pa­ga­nas, y su madre, Mónica (que será posteriormente canonizada como santa Mónica), una ferviente cris­tiana.
El emperador  Constantino el Grande había favorecido el cristianismo, legalizándolo y convocando el Concilio de Nicea. Su hijo Constancio favoreció la versión arriana del cristianismo.
En el 355 varios grupos de bárbaros (francos, alamanes y sajones) invaden la Galia. Juliano, primo de Constancio, es nombrado césar y enviado para hacerles frente. Consigue derrotar a los alamanes en Argentorato (actual Estrasburgo). A esa siguen otra serie de victorias, que aumentan extraordinariamente su prestigio.
Al parecer, este mismo año fallece Donato Magno, un obispo de Cartago que dio nombre al movimiento donatista. El donatismo es una secta cristiana originaria del norte de África, que niega la potestad para administrar los sacramentos a aquellos sacerdotes que, en algún momento -por ejemplo, para evitar las persecuciones-, hubieran traicionado la fe cristiana.
En el 361 Constancio enferma y muere, dejando como heredero a Juliano. Tras su acceso al trono, este favorece el paganismo frente al cristianismo, al que desprecia por considerarla una religión bárbara. Por esa razón será conocido como Juliano el Apóstata.
Este mismo año Agustín comienza sus estudios elementales en Tagaste.
En el 363 Juliano es asesinado mientras se enfrentaba a los persas en Ctesifonte. Le sucede Joviano, un oficial cristiano, pero tolerante con los paganos, que propicia una paz deshonrosa con los persas (a consecuencia de la cual, estos se apropian de numerosos territorios orientales del Imperio).
A los pocos meses Joviano fallece y le sustituye Valentiniano I, también conocido como Valentiniano el Grande, que se reparte el gobierno del Imperio con su hermano Valente (quedando Valentiniano al frente de la parte occidental del imperio). Valentiniano era cristiano pero permitió una libertad religiosa total.
Durante su reinado tuvo que hacer frente a numerosas incursiones de los bárbaros (burugundios, sajones, alamanes, godos, pictos, escotos, etcétera) a lo largo de las fronteras del Imperio.
&2
Entretanto, en torno al 365, Agustín se instala en Madaura, para estudiar gramática. Se interesa por la literatura griega clásica y el teatro.
En el 370 fallece su padre. Ese mismo año Agustín se traslada a Cartago, para estudiar retórica. Cartago es una ciudad cosmopolita cuyas posibilidades (incluidas las posibilidades de placer) le atrapan.
A los dieciocho años tiene un hijo, Adeodato, con una mujer cuyo nombre desconocemos y con la que convive diez años. En el 373 lee el Hortensio, una obra de Cicerón que se ha perdido, que le hizo interesarse por la filosofía. Ese mismo año se adhirió a las doctrinas de los maniqueos.
En el 374 Agustín regresa a Tagaste, donde enseña gramática y literatura. Un año más tarde funda una escuela de retórica en Cartago. Escribe De pulchro et apto (De lo bello y conveniente), obra de contenido estético que se ha perdido.
Entre el 372 y el 375, Firmo, al frente de tribus bereberes del norte de África, y apoyado por los donatistas, se rebela contra el poder romano. Valentiniano envía a Teodosio para acabar con la rebelión.
En noviembre del 375 fallece Valentiniano I, y le suceden sus hijos Graciano y Valentiniano II, los cuales se reparten el gobierno de la parte occidental del Imperio romano. Graciano tomó una serie de medidas para favorecer el cristianismo, que llegó a ser, por primera vez, la religión mayoritaria del Imperio.
En el 378 Valente, que estaba al frente de la parte oriental del imperio, fallece, en la batalla de Adrianópolis, en la que es derrotado por los godos. A instancias de de Graciano, Flavio Teodosio es nombrado co-augusto, en sustitución de Valente.
En torno al año 379 Prisciliano de Ávila, un obispo hispano, probablemente originario de la Gallaecia, se da a conocer como predicador. Prisciliano defiende un modelo de vida ascético y crítico con la alianza de la Iglesia y el poder temporal. También condena la esclavitud, atribuye un papel más importante del que era habitual a la mujer en la Iglesia, y -esto no está claro- niega la concepción trinitaria de Dios. Por estas y otras razones Prisciliano atraerá a numerosos seguidores -y se creará, también, muchos enemigos-.
En el 379 Teodosio se corona emperador de Oriente. Poco después, en el 380, proclama al cristianismo como religión oficial del Imperio. En el 381 convoca el Concilio de Constanti­nopla, en que se defiende la concepción trinitaria de Dios, lo que supone el rechazo definitivo de las tesis arrianas (que ya habían sido rechazadas en el Concilio de Nicea).
En el 383 Graciano es asesinado, y su gobierno usurpado por Magno Máximo.
Ese mismo año Agustín se traslada a Roma, donde establece una escuela de retórica. Para entonces las doctrinas maniqueas habían comenzado a parecerle insatisfactorias.
En 384 Agustín se traslada a Milán, donde obtiene un puesto de profesor municipal de retórica. En Milán conoce al obispo de la ciu­dad, Ambrosio, y asiste a sus predicaciones, centradas en una interpretación ale­­górica de la Biblia. Por esta época vuelve a interesarse por Cicerón; su adhesión al maniqueísmo es sustituida por una actitud próxima al escepticismo. Desoye los intentos de su madre de casarle y se separa de la madre de Adeodato, yéndose a vivir con otra mujer.
&3
En el 385, a instancias de Magno Máximo, Prisciliano es acusado de herejía y ejecutado. No obstante, el priscilianismo, como movimiento religioso, pervivirá tras su muerte.
Parece ser que por esta época Agustín lee las Enneadas de Plotino y algunos otros escritos platónicos o neoplatónicos. Esta incursión en el neoplatonismo le hizo comprender que el mal podía ser explicado sin atribuirle un carácter sustancial (tal como hacían los maniqueos): el mal es, simplemente, ausencia de bien. También parece que el neoplatonismo le convenció de la existencia de realidades no materiales. Ambas cosas le llevaron a adoptar una actitud más receptiva hacia la tesis cristianas.
La relectura del Nuevo Testamento y de las Epístolas de san Pablo, los sermones san Ambrosio, y el encuentro con otros predicadores cristianos, unidos a la persistente influencia de su madre, provocó en Agustín un intenso conflicto intelectual, y moral, que se solventó, en el 386, con su conversión al cristianismo.
Con la excusa de una afección pulmonar Agustín dejó su trabajo como profesor y se recluyó durante un año, junto con su hijo y otros familiares y amigos, para dedicarse a la reflexión, en un intento de comprender el mensaje cristiano. Como consecuencia de estas reflexiones escribe Contra los Académicos, Sobre la vida feliz y Sobre el orden.
De vuelta a Milán redacta Sobre la inmortalidad del alma y Soliloquios. En el 387 es bautizado por Ambrosio, en Milán.
Este mismo año su madre fallece en Ostia (puerto de Roma) donde esperaban un barco que les trasladaría a Tagaste. Agustín aplaza su viaje y, mientras aguarda en Roma, escribe Sobre el libre albedrío, Sobre la cantidad del alma y Sobre las costumbres de la Iglesia católica y sobre las costumbres de los maniqueos.
&4
En el 387 Máximo trata de invadir Italia (gobernada por Valentiniano II). Teodosio interviene apoyando a Valentiniano y Máximo es derrotado. Valentiniano II es repuesto al frente de la parte Occidental del Imperio, pero Teodosio le impone al general Arbogastes como tutor-protector.
En el 388 Agustín vuelve a Tagaste, donde funda una comunidad monástica. Al año siguiente muere su hijo Adeodato, que tenía entonces dieciséis años.
Entre el 388 y el 391 escribe, Sobre el Génesis, contra maniqueos, Sobre la verdadera religión, y Sobre la música.
En 391, Valerio, el obispo de Hipona, le ordena sacerdote. Agustín se establece en esa ciudad y funda un monasterio. Escribe Sobre las dos almas contra maniqueos, Sobre la fe y el credo, Salmos contra Donato, Contra Adimanto discípulo de Mani, Sobre el sermón de la montaña, Sobre la mentira, Sobre la continencia, etcétera.
El 15 de mayo del 392 Valentiniano II aparece ahorcado. Algunos, entre otros Ambrosio, el obispo de Milán, lanzaron la sospecha de que Valentiniano había sido asesinado, posiblemente por Arbogastes, pero Teodosio rehusó tomar cartas en el asunto.
Arbogastes apoyó a Eugenio, como sucesor de Valentiniano. Eugenio sustituyó a funcionarios próximos a Teodosio por otros que le eran más fieles, y, pese a ser cristiano, puso en marcha algunas medidas que favorecían el culto pagano. Estas decisiones le llevaron al enfrentamiento con Ambrosio, el influyente obispo de Milán, y con el propio Teodosio. Este enfrentamiento se resolvió, finalmente, con la batalla de Frígido, en 394, en la que Eugenio y Arbogastes fueron derrotados.
Teodosio asume el gobierno de la parte occidental del Imperio Romano, de modo que este vuelve a aquedar unificado, momentáneamente, y por última vez.
En el 395 muere Teodosio el Grande, dejando el gobierno de la par­te Oriental del Imperio a su hijo mayor Arcadio, y el de la parte Oc­ci­dental a su hijo menor Hono­rio, con lo que se consagró definitivamente su divi­sión. Mientras, Alarico se proclama rey de los visigodos.
&5
En el 396 Agustín sucede a Valerio como obispo de Hipona. Comienza La doctrina cristiana, que no concluirá hasta el 426.
En el 397 escribe Las confesiones, una de sus obras más importantes, con ella Agustín inaugura un nuevo género literario filosófico-autobiográfico. También, por esta época, escribe Sobre diversas cuestiones a Simpliciano, comienza el Sobre la doctrina cristiana, y Anotaciones al libro de Job.
En el 398 escribe Sobre el Génesis contra los maniqueos.
En el año 400 comienza el Sobre la Trinidad, otra de sus obras más importantes, de contenido filosófico y teológico, que concluirá en el 417. Al año siguiente comienza Comentarios literales al Génesis (que constará de doce libros).
Entre el 400 y el 401 escribe dos obras contra los donatistas: Contra la carta de Parmediano, y Sobre el bautismo contra los donatistas.
En el 402 y 403 se producen varias incursiones de los visigodos en Italia. Esto lleva al emperador Honorio, que había establecido su residencia en Milán, a trasladarla a Rávena, una ciudad más segura.
En el 405 Eusebio Jerónimo, al que la Iglesia reconocerá como santo, completa la traducción de la Biblia al latín, esta edición será conocida como la Vulgata (de vulgata editio = edición para el pueblo).
En el 406 diversos pueblos bárbaros (vándalos, alanos, suevos y burugundios) se establecen en la Galia.
En el 408 muere Arcadio y le sucede su hijo Teodosio II al frente del Imperio romano de Oriente. En el 409 varios grupos de bárbaros (suevos, vándalos y alanos) entran en Hispania. En el 410 los vándalos, con Alarico al frente, saquean Roma, lo que causa una tremenda conmoción en el mundo civilizado de entonces.
En el 412 nace Proclo, que será filósofo neoplatónico, y el último gran representante de pensamiento pagano.
Entre el 412 y el 418 Agustín escribe varios tratados con el objetivo de combatir el pelagianismo: El espíritu y la letra, Sobre las hazañas de Pelagio y La gracia de Cristo y el pecado original. Entre el 413 y el 427 escribe La ciudad de Dios, otra de sus obras fundamentales.
Pelagio es acusado de herejía ante el papa Inocencio I, este fallece y su sucesor, Zósimo, le absuelve. Disconforme con esta resolución, Agustín convoca un sínodo (asamblea de autoridades religiosas) en Cartago, en el 418, en el que se rechazan las tesis pelagianas. En el 419 escribe Contra Gaudencio obispo de los donatistas
En el 418 se funda el Reino visigodo de Tolosa, que controla parte de la Galia y de Hispania.
En el 421 Constancio III es nombrado coemperador del Imperio romano de Occidente, muriendo siete meses más tarde.
En el 423 muere el emperador Honorio. Con el apoyo de Castino, patricio romano y general de Honorio, Joannes es instalado en el trono de modo fraudulento. Teodosio II que regía el Imperio de Oriente, no acepta este nombramiento, y, tras invadir Italia y capturar a Joannes, coloca, en el 425, a Valentiniano III, hijo de Constancio III, al frente del Imperio romano de Occidente.
Entre el 426 y el 427 Agustín escribe las Retractaciones, donde reexamina algunos de sus planteamientos anteriores.
En el 429 los vándalos, al mando de Genserico, se hacen con el control de buena parte de los territorios romanos del norte de África y ponen sitio a Hipona. Mientras la ciudad está siendo sitiada muere Agustín, en el 430. Poco después Hipona será tomada e incendiada.

3. El problema de las relaciones fe-razón en Agustín
Cuan­do Agustín se refiere al papel de la fe y al de la razón lo hace teniendo en cuenta su expe­rien­cia personal. Recordemos que Agustín comenzó adhiriéndose a diversas doctrinas filo­só­fi­cas o pseudo-filosóficas -maniqueísmo, escepticismo- que le dejaron insatisfecho. La búsqueda acaba en el mo­men­to de su conversión al cristianismo.
Atendiendo a esta experiencia personal, podemos resumir su postura respecto a las relaciones fe-razón en tres puntos:
(1) En un primer momento la razón impulsa al hombre a buscar la verdad.
(2) En un segundo momento el hombre descubre que solo la fe puede encontrar esa verdad que busca.
(3) Finalmente, una vez encontrada la verdad, la razón puede ayudar a entender esa verdad. A partir de entonces la razón se subordina a la fe (como lo estará, en todo el pen­sa­miento cristiano medieval posterior, la filo­sofía a la teología).
Agustín resume su propia postura con la frase «Creo para entender, entiendo para creer». A partir de esa colaboración de la fe y la razón Agustín desarrolla el primer gran sistema filosófico cristiano cuyos puntos esenciales son los siguientes:

4. La verdad y el conocimiento interior
La razón lleva al hombre a buscar la verdad. Pero ¿existe la verdad?
Frente a los escépticos que niegan que niegan la posibilidad de fundamentar el conocimiento, que niegan, por lo tanto, que la verdad exista, san Agustín cree encontrar un conocimiento seguro e indudable: que existo como conciencia pensante. Pues, puedo dudar de todo, puedo estar equivocado en todo, pero, precisamente, si me equivoco es que soy algo («si enim fallor sum»).
A partir de esa primera verdad indudable Agustín continúa su proceso de reflexión.
Lo primero que encuentro ante mí es el mundo físico, sensible, que capto a través de los sentidos. Este mundo es puro devenir, está permanentemente cambiando.
Ahora bien, Agustín sostiene, al igual que lo había hecho Platón, que el conocimiento verdadero solo puede ser conocimiento de lo inmutable, de lo eterno.
Pues bien, si lo inmutable, lo eterno, no se ha­lla en lo sensible (esto es, en lo «exterior», en las co­sas) habremos de buscarlo en el «inte­rior», en el alma.
Pero el alma tam­bién es mudable, cambiante. En el alma descubrimos, en primer lugar, las sensacio­nes, que son re­pre­sentaciones de los objetos externos, y tan mudables como ellos. Pero si continuamos con el proceso de interiorización des­cu­bri­mos que, además de las sen­sa­cio­nes, hay reglas inmutables, eternas, en base a las cuales juzgamos acerca de las sensaciones y de las cosas.
Entre estas reglas están las verdades matemáticas (los ángulos de un triángulo suman 180º) o las normas morales (es preferible el bien al mal). Estas reglas eternas son el equivalente en Agustín de las «ideas» platónicas.
Pero ¿de dónde proceden estas reglas eternas? No pueden proceder del mundo exterior, que es cambiante, tampoco de mis estados internos, que también son cambiantes. Ahora bien, la fe me ha llevado al conocimiento de Dios. La unión de fe y razón me permite explicarlo: si tales reglas eternas no pueden proceder del exterior, ni de mi alma, solo pueden proceder de Dios. Constituyen la mente de Dios.
Al conocimiento de esas reglas eternas le llamará Agustín cien­cia. Al conocimiento de Dios, que es la verdad última de la que de­pen­den todas las demás, le llama Agus­tín sabi­duría (a la que solo se puede acceder con ayuda de la fe).
Otro problema a solucionar es el de cómo des­cubrimos estas reglas eternas en nues­tro interior. Agustín dice que el alma conoce las «ideas» (o re­glas eternas) por iluminación divina. La iluminación consiste en una acción llevada cabo por Dios sobre los hombres, y que permite a estos la captación de lo inteligible en sí mismo. Es un proceso similar al que rea­liza la luz con las cosas; pues sin ella, estas no podrían ser vistas. La iluminación es un proceso paralelo al de la creación. Así, en tanto Dios crea el mundo le da ser a todas las cosas, y en tanto ilumina a los hom­bres hace que estos puedan ver las verdades (que es aquello en que reside el ser de las cosas, su esencia).

5. La noción de Dios: el Dios creador
En Agustín no existe una demostración de la existencia de Dios pro­pia­mente dicha (es decir, una demostración pu­ra­men­te racional, como las que en­con­traremos posteriormente en Tomás de Aquino). Eso se debe a que, como ya hemos ex­pli­cado, Agus­tín no establece claros límites entre razón y fe.
Lo que sí hace Agustín es dedicar numerosos es­critos a de­sen­trañar qué es Dios, a hacerlo comprensible, es decir, cuál es su esencia, aquello que le caracteriza. En algunos es­critos caracteriza a Dios valiéndose de la con­cepción neoplatónica de lo Uno. Así, Dios se­ría trascenden­te al mun­do, inde­terminable, incom­prensible, etc. Pero, no obstante, es­ta­ble­ce claras diferencias con el neoplatonismo (e incluso con la con­cepción de Dios de los pa­dres griegos). Así:
(1) Frente al neoplatonismo, sostiene que Dios crea el mundo, y no lo emana. Esta creación se lleva a cabo tomando las «ideas» (que están en su mente) como mo­de­los, por lo que estas son la causa ejemplar de las cosas.
(2) Dios no crea a las «ideas», ni al Logos, sino al mundo sensible, por lo que este no es con­cebido como pu­ra negación (puro no‑ser), tal como hacían los neoplatónicos y algunos pa­dres griegos.
(3) Al ser lo sensible creado por Dios tiene una naturaleza positiva, un ser; aunque, eso sí, existe un abis­mo entre el ser del mundo sensible y el ser de Dios.
(4) La naturaleza trinitaria de Dios la explica Agustín siguiendo la tradición de los padres lati­nos: Dios es tres personas en una sola sustancia.

6. El problema del mal
La razón ayudará, una vez más, a hacer comprensible la verdad encontrada por la fe. El problema que se plantea ahora es ¿cómo puede Dios, que es infinitamente sabio, bueno y poderoso, haber creado el mal?
El problema del origen del mal llevó a san Agustín en su juventud a adherirse a las tesis maniqueas según las cuales hay dos principios que rigen el cosmos: un principio del bien y un prin­cipio del mal (ambos principios tendrían una naturaleza positiva, es decir, serían rea­les, sustanciales).
Pero más tarde la lectura de Plotino le permitió a Agustín hacer compatible el mal con la existencia de Dios. Plotino le descubre a Agustín que el mal no es nada sustancial, es puro no-ser, ausencia de bien.
El mal no sería, por lo tanto, creado por Dios, pues no tiene realidad positiva, es solo ausencia de bien.
No obstante, aunque el mal sea mera ausencia de bien, algo negativo, tal cosa ha tenido que ser permitida por Dios. Y efectivamente Dios ha permitido el mal para crear un bien mayor. Dios ha querido crear al hombre como un ser libre. Pero esto ha hecho posible que el hombre haya elegido el mal.
Dicho esto, Agustín diferencia entre:
(1) El mal moral (es decir, el pecado), que es fruto de una «mala vo­luntad», de una perversión del querer, consistente en anteponer lo sensible a Dios (es decir, en ante­poner los grados inferiores de ser a los grados superiores).
(2) El mal fí­sico (es decir, el dolor, las enfer­me­da­des y la muerte), que es una consecuencia del mal mo­ral (el mal físico aparece con el pecado original).

7. El problema de la libertad
Tenemos, pues, que el hombre está en el mal por­que ha pe­cado (pecado que consiste en anteponer lo sensible a Dios, y que se hace exten­si­ble a todos los hombres a partir del pecado original de Adán).
Ahora bien, para que el hom­bre haya pecado, para que pueda ser cul­pable, tiene que haber sido libre (de lo contrario no ten­dría sentido considerarlo cul­pa­ble de sus acciones). Una vez caído en el pecado el hombre no puede salvarse por sí mis­mo, necesita de la fe (que vuelve la orientación del hombre a Dios). Pero la fe es concedida por Dios, es una gracia (un don gratuito divino), que Dios concede a quien quiere en virtud de designios que solo Él conoce.
Esta concepción del pecado original y de la gracia motivó otra larga disputa entre di­ver­sas facciones cris­tia­nas. El problema que se debatía era el siguiente: si el pecado original se trasmite a todos los hombres de modo inexorable, y si Dios decide de antemano a quie­nes les será dada la gracia y a quienes no, parece que la conclusión lógica es que los hom­bres no son libres de salvarse o condenarse (hagan lo que hagan no tiene im­portancia por­que el pecado y la salvación no depende para nada de ellos). Esta fue la conclusión a que lle­gó Orígenes. Por el contrario, los pelagianos consideraban que el hombre es radi­cal­mente libre, por lo que no puede estar condicionado por el pecado original (que sería cosa exclusiva de Adán) ni por la gracia que Dios conceda de una forma caprichosa.
Agustín intentó encontrar una solución racional a este problema, aunque su explicación no parece muy satisfactoria. Agustín combatió las tesis de lo pelagianos pero intentando al mismo tiempo defender la libertad humana. Esto le lleva a defender las siguientes tesis:
(1) Dios sabe desde la eter­nidad quienes serán condenados, pero estos continúan siendo libres de salvarse. Agustín se lo explica así: Dios ofrece la posibilidad de la salvación a los hombres, pero estos, libremente, la rechazan.
(2) Distingue entre libre arbitrio y libertad. El libre arbitrio es la ca­pa­ci­dad de elegir del hombre, capacidad que le puede llevar a elegir el mal o el bien. Ahora bien, como el hombre es un ser caído, que está en el mal, usa su libre arbitrio para el mal. La gracia permite al hombre elegir el bien, y a esta capacidad de elegir que se orienta al bien le llama Agustín libertad.
(3) El problema de cómo pueda explicarse el pecado original (según el cual en Adán he­mos pecado todos los hombres) lo resuelve Agustín recurriendo al traducianismo (el alma se genera a partir del alma de los padres). Aun­que tampoco descarta las tesis crea­cio­nistas (cada alma es creada directamente por Dios).

8. El papel del amor y la virtud
Ya hemos visto la importancia que tiene el amor en la filo­so­fía platónica. Pero Platón privilegia una determinada concepción del amor: el eros. Con el cris­tia­nismo pasa a primer plano, ya desde Pablo de Tarso, otra concepción del amor: el amor entendido como caridad. La cari­dad consiste en amar a Dios y a los hombres en función de Dios. Es de­cir, consiste en una dis­posición de la voluntad que lleva a dispensar el amor según la jerarquía de ser. La ca­ri­dad, consiste por lo tanto, en una disposición de la voluntad inversa a la que lleva al pe­ca­do (que con­sis­te, como ya quedó dicho, en dispensar nuestro amor en primer lugar a lo sen­sible; el amor a lo sen­­si­ble es lo que denomina Agustín concupis­cencia).
Aquí se produce un cambio en la concepción de la virtud con respecto a la que pre­do­mi­naba en el mundo grie­go y helenístico, donde la virtud aparecía con frecuencia vinculada al conocimiento. Ahora, con Agustín, la virtud aparece vinculada a la vo­lun­tad, pues por virtud entiende, precisa­mente, la dis­po­si­ción de la voluntad que lleva al amor en­­tendido como caridad.

9. La interpretación de la historia:
la ciudad terrena y la ciudad de Dios
Agustín de Hipona es el primer pensador que intenta ex­plicar el sentido de la historia.
Para los griegos, como para la mayoría de los pueblos antiguos, el mundo es eterno y la historia es cíclica. Con el cristianismo al mis­mo tiempo que surge la idea de la creación del mun­do desde la nada, surge también una con­cepción lineal de la historia. Según esta, la historia es el es­ce­na­rio de la salvación y tiene un comienzo (la creación), una serie de momentos privilegiados (el pecado de Adán, el antiguo pacto, la venida de Jesús), y un final (el juicio final).
Para este análisis del sentido de la historia Agustín parte de un punto de vista moral: la historia es la bús­queda de la felicidad, que se halla en Dios. A partir de aquí la huma­ni­dad se divide en dos grupos de hom­bres:
(1) «Aquellos que se aman a sí mismos hasta el des­precio de Dios» (que constituyen lo que llama la ciudad terrenal).
(2) «Aquellos que aman a Dios hasta el desprecio de sí mismos», que constituyen la ciudad de Dios. La his­to­ria es una lucha de estas dos ciudades que acabará con el triunfo final de la ciudad de Dios, que será también, el final de la historia.
Posteriormente algunos intérpretes han identificado a la Ciudad de Dios con la Iglesia, y a la Ciudad te­rrenal con el Estado, pero no parece ser esa la intención de Agustín.

10. Agustín en la historia del pensamiento
La filosofía de san Agustín marcó de un modo decisivo las líneas filosóficas y teológicas dentro de las que se moverá el mundo cristiano occidental de la Alta Edad Media, y a él se debe, en buena medida, la existencia misma de una filosofía cristiana.
Esa influencia será compartida, a partir del siglo XIII, con el otro gran filósofo medieval, Tomás de Aquino.
Ya en el siglo XX será reivindicado por el existencialismo y algunas otras corrientes filosóficas de trasfondo no necesariamente religioso.

Bibliografía
-Abbagnano, Nicola: Historia de la filosofía. SARPE, S. A. Barcelona, 1988.
-Copleston, Frederick: Historia de la filosofía. Ariel. Barcelona, 1989.
-Fontana, Josep y Ucelay Da Cal, Enrique: Historia Universal Planeta. Editorial Planeta, S. A. Barcelona, 1993.
-García-Junceda, José Antonio: La cultura cristiana y san Agustín. Editorial Cincel, S. A. Madrid, 1987.
-Gilson, Etienne: La filosofía en la Edad Media. Editorial Gredos, S. A. Madrid, 1989.
-Giovanni, Reale, y Antiseri, Dario: Historia del pensamiento filosófico y científico. Vol. I: Antigüedad y Edad Media. Editorial Herder, S. A. Barcelona, 1988.
-San Agustín: Confesiones. Alianza Editorial, S. A. Madrid, 1990.
-San Agustín: La Ciudad de Dios.
http://www.augustinus.it/spagnolo/cdd/index2.htm
-San Agustín: Soliloquios. http://www.augustinus.it/spagnolo/soliloqui/index2.htm
- https://es.wikipedia.org

Los derechos de autor de esta entrada pertenecen a D. Alejandro Bugarín Lago.
Es lícito emplear sus contenidos con fines didácticos, pero no comerciales.


No hay comentarios:

Publicar un comentario