miércoles, 30 de marzo de 2016

(III) LOS SOFISTAS: MAESTROS DE VIRTUD

1. Introducción

La aparición y expansión de la sofística está directamente relacionada con los cambios políticos acontecidos en la Atenas del siglo V a. C.

En el año 508 a. C. Clístenes es elegido arconte y pone en marcha una serie de reformas en Atenas que transforman el antiguo régimen aristocrático en un régimen democrático.

La democracia pervivirá en Atenas, con algunos golpes de los oligarcas de por medio, hasta el año 322 a. C. Pervive, por lo tanto, a lo largo del siglo V y buena parte del siglo IV a. C.

El triunfo de la democracia significa que los ciudadanos comunes, y no solo los nobles, pueden participar en el gobierno de la polis. Aunque teniendo en cuenta que la condición de ciudadano estaba restringida a los varones, libres, nacidos en Atenas e hijos de nacido en Atenas.

En este nuevo contexto democrático aparecen en Atenas, procedentes de todo el mundo griego, una serie de personajes que enseñan a los jóvenes ambiciosos ciertas habilidades útiles para el triunfo político. Tales personajes serán conocidos como σοφιστής (sophistés = sofistas); palabra derivada de σοφóς (sophós = sabio), y que puede ser traducida como «el que ejerce de sabio». Un sofista es, para decirlo de una manera menos forzada, un «profesional del saber». De hecho los sofistas se presentan a sí mismos como «maestros de virtud».

Recordemos que virtud es la, no muy exacta, traducción del griego areté. Por areté se entendía el conjunto de cualidades, destrezas o potencialidades que hacen a un hombre mejor. Por lo que una traducción, acaso más adecuada, de areté podría ser la de excelencia.

Durante el régimen aristocrático los nobles terratenientes justificaban su derecho a gobernar en la posesión (innata, por nacimiento) de la areté, que los convertía en hombres mejores (aristocracia significa, literalmente, el gobierno de los mejores).

Cuando el régimen aristocrático da paso al democrático, se impone la idea de que la areté, la virtud, está al alcance de todo ciudadano, de que la virtud es algo enseñable, y no patrimonio exclusivo de la nobleza. Esta es la razón de que aparezcan entonces los «maestros de virtud».

Entre las cualidades que forman parte de la nueva areté democrática, y a cuya enseñanza se dedican los sofistas, está la retórica (el arte de hablar bien) y la erística (el arte de la disputa). Dos cualidades imprescindibles para obtener el triunfo político.

 

2. Su doctrina

Pero los sofistas no se limitan a enseñar retórica y erística; de ser así no habrían desempeñado papel alguno en la historia de la filosofía.

Los sofistas rompen radicalmente con el modo de pensar presocrático. Una ruptura que se produce en dos ámbitos:

En primer lugar niegan que tras el mundo múltiple y cambiante que se ofrece ante nosotros exista, o pueda demostrarse que exista, un arkhé (principio, origen, substrato). Es decir, abandonan la concepción presocrática de la verdad, entendida como alétheia, desvelamiento.

En segundo lugar diferencian entre «lo que es por physis» (lo natural) y aquello que se debe al nomos (normas, leyes) o ethos (costumbres). Lo natural (lo por physis) es necesario; las normas, leyes y costumbres, son convencionales; esto es, fruto del acuerdo o la imposición, y, por lo tanto, no necesarias.

Pero si no hay un arkhé tras los fenómenos, no hay en qué fundamentarlos, no hay cómo explicar lo múltiple y cambiante. La imposibilidad de dar un fundamento al conocimiento nos instala en el escepticismo. Nos quedamos en el camino de la opinión de Parménides. Y, ciertamente, los sofistas parten de que todo es opinable. Aunque, eso sí, hay unas opiniones mejores que otras: aquellas que logran imponerse; aquellas que, momentáneamente, triunfan. Por eso los sofistas enseñan cómo defender las propias opiniones y cómo destruir las del contrario.

Por otro lado, si las leyes, normas y costumbres son convencionales esto significa que dependen de la época, de los acuerdos, de quien tengan el poder, etc. Esto es, son relativas.

En definitiva, el modo de instalación de los sofistas en la realidad conduce al escepticismo y el relativismo. Escepticismo y relativismo que serán insatisfactorios para Sócrates y Platón, los grandes críticos del movimiento sofista.

Platón convertirá a los sofistas en unos charlatanes, que, usando argucias lingüísticas, enseñarían a imponer las propias opiniones sin ninguna consideración por la verdad ni la justicia. A la influencia platónica se debe en gran medida la mala imagen posterior de los sofistas, y que el propio término sofista sea empleado con sentido despectivo.

Hoy, sin embargo, estamos en condiciones de hacer una valoración distinta, y más positiva, de sus aportaciones. Así, ayudaron a desterrar las excrecencias mitológicas que todavía quedaban en el pensamiento presocrático. Prepararon el camino para una nueva manera de enfrentarse con la realidad, frente a un modelo presocrático que estaba agotando sus posibilidades. Finalmente, con la enseñanza de habilidades erísticas y retóricas, pusieron en manos del pueblo una herramienta poderosa para defender sus intereses y autoeducarse en el ejercicio de la razón. En este sentido cumplieron también un papel al servicio de la democracia (de eso que entonces se denominó democracia, que no es nuestra democracia).

Entre los sofistas destacan: Protágoras de Abdera, Gorgias de Leontinos, Hipias de Élide, Pródico de Ceos, Trasímaco de Calcedonia, y Critias.

 

3. Protágoras

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      Fue el primer pensador al que podemos calificar de sofista. Era de Ab­dera (polis si­tuada en la costa norte del mar Egeo). Vivió entre el 485 y el 411 a. C. apro­ximadamente. Du­ran­te cuarenta años viajó por casi todo el mundo helénico, con varias es­tancias en Atenas don­de hizo amistad con Pericles. Es­cribió numerosas obras de las que se conservan apenas unos fragmentos; entre ellas: Argumentos demoledores (que aparece ci­ta­da a veces con el tí­tu­lo de Sobre la verdad o sobre el ser); Sobre los dioses (donde se muestra co­mo agnóstico, motivo por el cual fue acusado de impiedad y desterrado ‑aunque, como en el caso de Ana­xá­­goras, puede que los auténticos móviles de la acusación fueran de tipo po­lítico-) y Anti­lo­gias (donde enseña a defender argumentos contrapuestos).

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      Es autor de una de las frases más polémicas de la historia de la filo­so­fía: «El hom­bre es la medida de todas las cosas; de las que son, en tanto que son; de las que no son, en tan­to no son». Esta frase es interpretada, a veces, en sentido subjetivista, como si el hombre fue­se el fundamento del ser de las co­sas. Aunque quizá sea más correcto decir que, para Protágoras, ser es  aparecer: el ser del hombre consiste en que las cosas le parezcan, y el ser de las cosas consiste en aparecer ante el hombre. Los dos polos de esto que aparece son: el «hombre», por un lado, y las «cosas», por otro; y la realidad de las cosas y de los hombres no es sino relación. Con otras palabras: el hom­bre sólo es algo en tanto que pien­sa (cosas), siente (cosas), percibe (cosas); y las cosas, son algo en tanto aparecen como dulces, frías, blan­cas, pro­pie­dades que no tienen en sí mismas, sino en rela­ción a los hombres.

      También sostuvo Protágoras que acerca de los dioses no se puede saber ni que son, ni que no son (esta tesis es acorde con su concepción de la verdad ‑que por otra parte, es co­mún a los sofistas‑, según la cual las cosas son como aparecen, y no podemos asegurar nada acerca de aquello ‑por ejemplo: los dioses- que trans­ciende lo que aparece).

 

4. Gorgias

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      Natural de Leontinos (Sicilia). Vivió entre el 490 y el 390 apro­xima­da­mente. Pa­rece que es­cribió una obra titulada Sobre el no ser o sobre la naturaleza, y se con­servan dos de sus dis­cur­sos: Elogio de Helena y Defensa de Palamedes. Los griegos lo consideraban el fundador de la tradición retórica. Lo cierto es que Gor­gias defendió como nadie el poder de la palabra (así al menos, parece confirmarlo el fragmento de Elogio de Helena, que reproducimos).

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La doctrina de Gorgias se basa en tres puntos capitales: (1) Que nada es. (2) Si algo fue­ra se­ría incognoscible. (3) Si algo fuera cognoscible sería incomunicable. Ello es así porque nin­guna cosa tiene las propiedades del ser de Parménides. La concepción del ser es la mis­ma, pero ahora se habla des­de el mundo aparente de la doxa, desde el mun­do de las cosas, des­de la multiplicidad, y el ser es negado. Vea­mos la demostración de estas tesis:

(1) Nada es (es decir, frente a Parménides sostiene que no se da el «ser»): en efecto, lo que es: o, a) es «no-ser»; o b) es «ser»; o, c) es una mezcla de «ser y no‑ser».

Veamos como ninguno de los tres casos «es»:

(a) Del «no‑ser» ya está dicho que no es. En efecto, si el no‑ser, fuese, sería y no sería al mismo tiem­po, lo cual es absurdo. Luego el no‑ser no es.

(b) Con respecto al «ser»: o es ingenerado, o es generado.

Supongamos que es «ingenerado»: entonces no tiene un origen, pero lo que no tiene un origen es infinito. Su­cede que lo que es infinito no puede estar en ningún lugar. (No pue­de estar en otra cosa porque entonces ésta lo delimitaría, y con ello ya no sería infinito; y no puede estar en sí mismo porque entonces llegaríamos al absurdo de que el continente y el contenido son lo mismo y no son lo mismo: es decir, serían lo mismo por­que hablamos de un infinito contenido en sí mismo, pero al diferenciar continente de contenido habría que suponer un espacio que contiene diferente de una  materia que es contenida.) Y lo que no está en ningún lugar no es.

Supongamos que es «generado»: entonces habrá que suponer que el ser ha nacido del ser o del no‑ser. Si ha nacido del «ser», entonces lo que es ya era (y, por lo tanto, no ha na­cido), con lo que volvemos al pun­to anterior. Que haya nacido del «no‑ser» es un ab­sur­do (de la nada nada sale).

Además hay otro problema: El ser ha de ser «uno» o «múltiple». Si es «uno», sea lo que sea, para ser algo ha de tener una magnitud, pero lo que tiene magnitud es divisible, y lo que es divisible está compuesto de partes, con lo que ya no es «uno». Pero si no es «uno» tam­poco puede ser «múltiple» ya que lo múltiple es una suma de varios «uno(s)».

(c) Con respecto a la mezcla de «ser y no‑ser»: en este caso, o se identifica el no-ser con el ser, o se los mantiene separados. Si se los identifica (es decir, si se hace igual el ser al no‑ser), entonces, puesto que ya se ha dicho que el no‑ser no es, tampoco lo sería el ser. Si no se los identifica, entonces, no estarían mez­cla­dos, sino que se darían por se­pa­ra­do, y ya hemos visto separadamente en 1 y 2 que ni el no‑ser ni el ser, son.

(2) Si algo fuera, sería incognoscible: si lo pensado (por el hecho de ser pen­sa­do) es (es algo, un ente), todo lo pensado tendría que ser algo (un ente), pero es obvio que no es así; puedo pensar (ima­ginar, re­pre­sen­tar­me) un hombre que vuela, y no por ello se dan tal tipo de entes. Efectiva­mente también pode­mos pensar lo que es, pero esto sólo de­mues­tra que no hay ninguna relación entre lo pensado y lo que es  (de lo que es tanto pue­do pen­sarlo como no pensarlo, e, igualmente, de lo que no‑es).

(3) Si algo fuera cognoscible, sería incomunicable: aun su­po­niendo que algo fuera, y fuera cognoscible, sería incomunicable. La co­mu­ni­ca­ción se establece con pa­la­bras (u otro tipo de signos), pero éstas nunca son la cosa. La cosa es audible, visible, etc. La palabras pueden ser audibles pero no, evi­den­temente, la cosa a comunicar.

 

5. Los sofistas en la historia del pensamiento

Los sofistas tuvieron ‑y tienen to­da­­vía‑ grandes defensores y detrac­tores. Para las primeros, fueron los apo­logetas de una con­ciencia hele­nís­tica (en sus viajes defendían la necesidad de la unión de los griegos, en base a una lengua común y ciertas afi­nidades culturales, frente a los bárbaros); ela­boraron una nueva forma de entender la cultura total­men­te desvinculada de la mi­tología y de los valores aristocratizantes; desa­rro­­lla­ron la conciencia demo­crática (lo que no quiere decir que todos fuesen de­fen­so­res del sistema democrático); y, lo que es más, algunos de ellos (sobre todo Pro­tá­go­ras) rea­lizaron es­fuer­zos serios por esta­­ble­cer una nueva fundamentación del saber y de la verdad. Para sus detrac­to­res, fue­ron unos charlatanes que, emple­ando métodos de­ma­gógicos, corrompían los usos sociales de las polis, y con­vir­tie­ron el saber en mera retórica con la que cautivaban a los jóve­nes ha­ciendo pasar su charlatanería por auténtico saber. En este segundo grupo se situa­ron Só­crates y Platón, que desarro­llaron su pen­samiento en oposición a los sofistas  (pero a la vez, como vere­mos, de­pen­dien­tes de ellos).

 

Bibliografía

-AA.VV.: Sofistas. Testimonios y fragmentos. Editorial Gredos, S. A. Madrid, 1996.

-Abbagnano, Nicola: Historia de la filosofía. SARPE, S. A. Barcelona, 1988.

-Belaval, Yvon (comp.): Historia de la filosofía. Siglo XXI. Madrid, 1983.

-Calvo Martínez, Tomás: De los sofistas a Platón: política y pensamiento. Cincel. Madrid, 1989,

-Copleston, Frederick: Historia de la filosofía. Ariel. Barcelona, 1989.

-Escohotado, Antonio: De physis a polis. Anagrama. Barcelona, 1975.

-Ferrater Mora, José: Diccionario de filosofía. Alianza Editorial, S. A. Madrid, 1988.

-Martínez Marzoa, Felipe: Historia de la filosofía. Istmo. Madrid, 1980.

-Protágoras y Gorgias: Fragmentos y testimonios. Ediciones Orbis, S. A. Barcelona, 1984.

 

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