martes, 29 de marzo de 2016

-FILOSOFÍA Y EDUCACIÓN-


La filosofía no es un conjunto de recetas simples para solventar problemas complejos.
Ni un conjunto de procedimientos de adiestramiento con el objetivo de hacer alumnos críticos, sea eso lo que sea.
La filosofía no desaparece porque estorbe al poder. Con frecuencia la filosofía ha sido un extraordinario modo de legitimación del poder.
La filosofía no es un catecismo laico para militantes de oenegés.
La filosofía es el puro y simple ejercicio del pensamiento, sin fin, sin objetivo, sin control de producción. (Pues, si el fin estuviese dado, decidir los medios sería un mero proceso lógico-mecánico.)
Y en este ejercicio no puede olvidar lo ya pensado. Recogido en un canon de textos elaborados en los últimos veinticinco siglos por los que algunos denominan, ahora, cadáveres filosóficos.
Que la filosofía no tenga un fin, un objetivo, tampoco quiere decir que su ejercicio no tenga consecuencias, que serán las que tengan que ser.
Lo que cabe preguntarse es si la filosofía tiene cabida en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
Pero acaso es ahí donde más cabida tiene, ahí donde emerge el distanciamiento.
Cuando un niño descubre que morirá.
Cuando un adolescente descubre que la vida no tiene sentido. No lo tiene, y eso es lo humano.
Cuando descubre que si los problemas inmediatos, y no tan inmediatos, estuvieran solucionados entonces seguiría intacto el problema.
El simple problema de ser (ni me atrevo a decir: de ser hombre).



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