1. El idealismo alemán
Es
frecuente emplear el término «idealista» como contrapuesto a «materialista» o
como contrapuesto a «realista». Si lo empleamos en este segundo sentido solemos
calificar de idealista a todo sistema filosófico que sostenga que el ser
de las cosas se establece en la conciencia; de modo que no conocemos de modo
inmediato las cosas tal como son «en sí», sino a través lo construido en la conciencia. En este sentido el padre del
idealismo es Descartes, e idealistas
son por igual racionalistas
(Descartes, Spinoza, Leibniz, Malebranche), empiristas (Locke, Berkeley, Hume), y Kant (idealismo trascendental). Idealismo viene a ser sinónimo de
subjetivismo (o, más propiamente, de subjetualismo).
El idealismo alemán será, dentro de este movimiento, una corriente
peculiar que se desarrolla en Alemania hacia finales del siglo XVIII y durante
gran parte del XIX, y cuyos máximos representantes son Johann Gottlieb Fichte,
Friedrich Wilhelm Joseph Schelling y Georg
Wilhelm Friedrich Hegel. Se caracteriza por radicalizar los
presupuestos del idealismo, eliminando progresivamente de Fichte a Hegel,
toda referencia a algo «en
sí» que permaneciese al margen de la conciencia.
Al idealismo en su versión hegeliana se le suele
calificar de idealismo absoluto, en tanto concibe a todo lo real como
sujeto, como espíritu. De este modo el idealismo (o subjetualismo) llega
a su culminación: el proceso que se había
iniciado con Descartes se cierra con Hegel, pues, en el momento que se concibe
a la totalidad de lo real como sujeto, ya se han explorado las posibilidades
del idealismo al límite (la escisión, de origen cartesiano, entre «sujeto» y «cosa
en sí» desaparece, absorbido lo en sí por el sujeto).
El idealismo alemán es, pues, un momento más del desarrollo
de la filosofía moderna, dentro de la cual se puede definir por su posición
frente a las tesis de la ilustración y, en concreto, frente a las tesis kantianas.
Frente a la ilustración en general, el idealismo alemán comparte con el romanticismo
las siguientes tesis:
(1) Defienden el nacionalismo y las tradiciones
populares (aparece ahora la noción de volkgeist, espíritu del
pueblo, o espíritu nacional).
(2) Defienden una concepción histórica de la razón.
Para las corrientes racionalistas y empiristas modernas la historia es lo
opuesto a la ciencia, pura acumulación de hechos; es más, la historia les remite
a la tradición escolástica de la que, en general, reniegan a la búsqueda de
un nuevo fundamento del saber. El ejemplo más claro de esta posición es el de
Descartes, quien pretende haber conseguido un fundamento del saber sin admitir
presupuestos previos de ningún tipo. Para el idealismo alemán, por el contrario,
la razón se despliega en la historia.
(3) Defienden el sentimiento religioso ‑que nace,
según Schleiermacher (1768-1834), del sentimiento de infinitud‑,
y una visión orgánica del mundo (frente a la concepción mecánica propia del
racionalismo y la ilustración).
Frente a las tesis
kantianas, el idealismo alemán se
afirma en las siguientes posiciones:
(1) Rechazan la noción de «cosa en sí», por considerarla autocontradictoria. Efectivamente,
en Kant es la propia razón la que se pone límites en su capacidad de conocer,
la que determina lo que es «objeto de la experiencia» y «cosa en sí». Pero al
ser la razón la que pone estos límites, lo «en sí» pasa a ser algo determinado
por la propia razón.
(2) Como consecuencia de su rechazo de la «cosa en sí»
surge una nueva concepción de la razón: la razón infinita. Kant
distinguía entre razón finita humana e infinita divina. La finitud de la
razón humana radicaba en que el contenido del conocimiento le tenía que
ser dado. Pero, una vez eliminada la «cosa en sí», no queda nada al margen del
pensamiento. La razón se vuelve absoluta (a esta razón infinita o absoluta,
también le llaman «yo», «idea», «espíritu»).
(3) Rechazan el carácter analítico‑inductivo de la filosofía kantiana. En Kant, la fundamentación
del conocimiento y de la moral va, de lo dado, a sus condiciones de
posibilidad. Es decir, Kant parte de los doce tipos de juicios y a partir de ahí, por un proceso analítico inductivo, llega a las condiciones que los hacen posibles:
las doce categorías del entendimiento.
Parte del hecho de que la moral se da
y por el mismo método llega a las condiciones de posibilidad de la moral: libertad, inmortalidad del alma, y existencia
de Dios. Por el contrario, los idealistas alemanes consideran que los
hechos, lo dado, es contingente, y
que la filosofía tiene que ser un saber acerca de lo necesario; por
ello, para estos, el proceso tiene que ser inverso, tiene que ir del fundamento (de los principios) a los hechos (la filosofía tiene que tener,
pues, carácter deductivo). El fundamento tiene que ser lo absoluto, pues solo lo absoluto es
necesario, lo finito es siempre contingente; además, de lo absoluto puede
salir lo finito, pero no al revés.
(4) De los puntos 2 y 3, podemos deducir que la
filosofía ha de tener como tema propio lo absoluto y su relación con lo finito. A partir de
ahí, los problemas centrales que se les van a plantear a los idealistas serán
explicar: (a) Cómo podemos captar lo absoluto, cómo se da. (b) Cómo se
relacionan lo absoluto y lo finito. De las distintas explicaciones que den a
estos dos problemas surgirán los distintos sistemas idealistas.
(5) Si el fundamento del saber radica en lo absoluto,
la ciencia por excelencia ya no serán las matemáticas (como en el
racionalismo), ni la física (como en el empirismo), ni ambas a dúo (como para
Kant), sino aquel saber que tiene por tema lo absoluto: la filosofía
(y en concreto la metafísica).
(6) Hacer de lo absoluto el fundamento del saber y el
tema propio de la filosofía les lleva a una revalorización de la religión
(en tanto también la religión tiene por tema lo absoluto), y de aquellas filosofías
cuyo contenido es lo absoluto (la obra de Spinoza, Nicolás de Cusa, Böhme,
etcétera).
No obstante, hay aspectos de la filosofía kantiana
que asumen, y que les sirven incluso como puntos de partida. Así, asumen:
(1) La noción de libertad (que aparece en la
tercera antinomia y en la Crítica de la Razón Práctica).
(2)
La búsqueda de lo incondicionado por parte de
la razón (recordemos la Dialéctica trascendental, donde la razón, a
la búsqueda de un fundamento absoluto, encuadra la totalidad de la experiencia
bajo las «Ideas» de mundo, alma y Dios, escapándose con ello a los límites del entendimiento).
2. ¿Quién es Hegel?
Hegel es un filósofo alemán que pretende llevar a
filosofía a su cumplimiento, de modo que si la filosofía es amor al saber, este
se habría finalmente alcanzado.
Para que la filosofía culmine su aspiración, y pase de
ser amor por el saber a auténtico saber, tendrá que atenerse a dos condiciones:
(1) Tiene que tratar de lo necesario,
pues solo lo necesario es objeto de la ciencia. (2) Tiene que tratar de lo Absoluto, no puede ser un saber parcial
(un saber parcial no es auténtico saber, no es saber pleno, no es todavía
sabiduría).
Para alcanzar su objetivo Hegel construye el que quizá
sea el más completo y complejo sistema de pensamiento que se haya elaborado.
(Que para hacerlo deje volar la razón por su cuenta abandonando la conexión con
lo real es algo a discutir, y que lo real pueda establecerse al margen de este
discurso racional también).
3. Algunos datos biográficos
Georg
Wilhelm Friedrich Hegel nació en Stuttgart
en 1770, pertenecía a una familia burguesa protestante. Estudió teología y filosofía en Tubinga.
Allí se hizo amigo íntimo de Schelling
y Hölderlin. En 1793 se emplea como
preceptor en Berna y posteriormente
en Frankfurt. En 1801 se traslada a
Jena, donde dirige junto a
Schelling, la Revista crítica de filosofía. En 1808 es nombrado director
y profesor de filosofía del Gimnasio de
Nuremberg. En 1816 es contratado por la Universidad de Heidelberg, y al año siguiente por la de Berlín donde dio cursos de enorme éxito
que lo convirtieron en el filósofo más importante de Alemania (y de la
época). Murió, de una epidemia de cólera, en Berlín, en noviembre de 1831.
Obras
más importantes:
(1) Entre
1795 y 1800 escribe una serie de «obras juveniles», que no serán publicadas hasta
muy posteriormente, entre las que cabe destacar: Religión racional y
cristianismo, Vida de Jesús, La positividad de la religión cristiana y El
espíritu del cristianismo y su destino.
(2) Diferencia
entre los sistemas de Fichte y Schelling: de 1801.
(3) La
fenomenología del espíritu: para muchos historiadores su obra principal. En
ella expone el desarrollo de las diversas figuras de conciencia desde la
más simple (a la que llama «certeza sensible» o «sensación»), hasta la más
compleja: la «conciencia filosófica» (saber absoluto). Publicada en 1807.
(4) Ciencia
de la lógica: es otra de sus obras fundamentales. Se publica en dos partes
que aparecen en 1812 y 1816.
(5) Enciclopedia
de las ciencias filosóficas en compendio: en ella hace un desarrollo resumido
de su sistema. De 1817.
(6) Principios
de la filosofía del derecho: de 1821.
(7) Póstumamente
fueron publicadas: Lecciones sobre la filosofía de la religión, Lecciones sobre
la historia de la filosofía, Lecciones sobre estética, y Lecciones sobre
filosofía de la historia.
4. Antecedentes del pensamiento hegeliano
&1
Kant
&2
Johan Gottieb Fichte (Ramenau
1762-Berlín 1814) considera que el sistema del saber ha de ser deducido y en su
totalidad, pero esto solo es posible si se parte de lo absoluto. Se comienza entonces por el principio absoluto para ir
a lo dado. Veamos el proceso:
(1) Todo
lo que el conocimiento pone a priori se desarrolla a partir de un solo
principio: la posición absoluta del yo. La posición absoluta del yo significa
que no hay un «darse». Para Kant el entendimiento pone algo a priori que
solo sirve en tanto se aplica a lo dado, al material empírico (para Kant esto
tiene que ser así porque concibe a la razón humana como finita). Pero para el
idealismo alemán, eliminada la «cosa en sí», no hay nada fuera de la
conciencia que no provenga de ella misma. Se parte, pues, de lo absoluto, yo,
o conciencia. El yo se pone a sí mismo; es decir, se afirma en un acto de
absoluta libertad. Esta autoposición del yo se demuestra a partir del
principio de identidad (A = A). La autoposición del yo es la tesis
absoluta de que se parte.
(2) Pero
al autoponerse el yo como yo, pone lo otro como lo otro. Lo otro que el yo es
el no‑yo. Es decir, al ponerse el yo
se determina como algo (como yo), y eso significa delimitarse frente a lo
que no es yo. Esto se demuestra a partir del principio de no contradicción (A
es lo otro que no‑A). La posición de lo otro es la antítesis (de la posición
del yo).
(3) Hay
un tercer momento de síntesis entre los dos precedentes. Se realiza así:
al poner el yo como yo y lo otro como otro estos dos momentos se oponen, pero
al oponerse el uno al otro se delimitan, y de algún modo se refieren el uno al
otro. Hay por lo tanto una com‑posición.
El
yo es pura acción, su esencia es la libertad, cuya primera manifestación
es autoponerse. Por lo tanto, en Fichte se invierte la actitud kantiana.
Para Kant lo primero es el conocimiento, y solo a partir de poner límites al
conocimiento se fundamenta la libertad, y como consecuencia la acción moral.
Para Fichte lo primero es la libertad, y por lo tanto la acción, y a partir
de ella hay que explicar cómo es posible el conocimiento. El conocimiento
es la limitación del yo por el no‑yo, y alcanza su máxima expresión cuando el
yo comprende que es él mismo el que produce el no‑yo (el objeto). La moral
es la acción del yo sobre el no‑yo, acción en la cual el no yo es reducido al
yo, pero esa reducción nunca se completa (porque entonces dejaría de haber
acción), es un proceso infinito.
&3
Friedrich
Wilhelm Joseph Schelling (Leonberg -Wuttemberg-, 1775- Baz Ragaz -Suiza-,
1854) parte también de lo absoluto como fundamento, pero ahora lo absoluto es
concebido como un todo indiferenciado (Schelling piensa, frente a Fichte,
que si hablamos de lo absoluto, no podemos andar diferenciando entre yo y
no‑yo), que se capta en una intuición estética.
Privilegia, pues, la actitud estético‑contemplativa (la propia del artista).
5.
La concepción hegeliana de lo absoluto
&1
Al
igual que Spinoza, Fichte y Schelling, Hegel parte de que el tema de la filosofía es lo absoluto. Y ello por varias razones:
(1) Como
demuestra el argumento ontológico de
Anselmo de Canterbury, lo absoluto, y solo lo absoluto, es necesario.
(2) Solo
el conocimiento de lo absoluto es auténtico
saber. Por dos razones: (a) Es un saber que, por tratar de lo absoluto, no
deja nada fuera. (b) Es un saber de lo necesario.
(3) Solo
a partir de lo absoluto puede explicarse -esto es, demostrarse, deducirse-,
todo lo demás.
(4) Kant
demostró que el mundo fenoménico es una construcción del sujeto (que organiza
la experiencia a partir de las intuiciones de espacio, tiempo y las categorías),
aunque deja fuera la realidad en sí. Pero la categoría de «cosa en sí» es
elaborada por el sujeto. Luego, no hay nada fuera de un sujeto cognoscente que
lo abarca todo.
Ahora
bien, Hegel critica las concepciones de lo absoluto de Spinoza, Fichte y Schelling.
Fichte
antepone lo absoluto a lo finito. Pero un absoluto que deja algo
fuera, que se presenta como diferente de otra cosa, no es absoluto, pues queda limitado
por eso que deja fuera. Y por lo tanto es, él mismo, finito. Lo absoluto, para
serlo, debe llevar todo dentro de sí, incluido lo finito.
Además
lo absoluto tiene que ser conocido racionalmente,
a través de conceptos, que es el
modo de operar de la filosofía. Por eso considera insuficiente la pretensión de
Schelling de que se pueda conocer lo absoluto en una intuición estética.
Finalmente,
frente a Spinoza, sostiene que lo absoluto no puede ser pensado como una sustancia, como una cosa. Porque una
cosa es algo inerte. A partir de un absoluto pensado como cosa no se podría
explicar el dinamismo y la creatividad de la naturaleza y de la historia
humana. Por el contrario, Hegel
considera que lo absoluto debe ser pensado como Espíritu, pues el Espíritu se caracteriza por el dinamismo y la
libertad.
&2
Según
Hegel, también la religión y el arte tienen como tema lo absoluto.
Desde
la perspectiva religiosa el judaísmo fue la primera religión que alcanzó a expresar
este absoluto, pues es la primera religión que concibe a Dios como absoluto.
Ahora bien, al absoluto de la religión judía le pasa lo mismo que al absoluto
de Fichte, que deja fuera de sí a lo finito.
En
efecto, el Dios judío, el Dios que aparece en el Antiguo Testamento, es
un Dios alejado del mundo, cuya relación con el mundo (lo finito) se da bajo
la forma de mandatos y castigos. Solo el cristianismo alcanza a expresar el
auténtico absoluto, ya que en el cristianismo Dios es pensado como Padre (absoluto
diferenciado de lo finito, del mundo), como Hijo (Dios encarnado en lo finito,
hecho material sensible, naturaleza, mundo), y como Espíritu Santo
(reconciliación de lo absoluto y lo finito), en el cual la relación entre lo
infinito y lo finito se da bajo la forma del amor.
El
arte también tiene como objeto lo absoluto. Pero ni el arte ni la religión son
los modos más plenos y adecuados de expresar lo absoluto. Pues el arte necesita
del material sensible para expresarse. Y la religión necesita de imágenes
sensibles (un Padre, un Hijo) para tal expresión. Pero lo sensible es
inadecuado para expresar lo absoluto. Solo el concepto puede expresarlo correctamente. Por ello, solo la
filosofía puede expresar correctamente lo absoluto.
&3
Ahora
bien, para Hegel el concepto no se limita a ser una representación mental de algo universal,
como en la escolástica, ni una idea
innata, como en Descartes. El concepto (el pensamiento, la razón, que para
Hegel son lo mismo), tiene un carácter dinámico, como la realidad misma que
pretende describir. Este dinamismo hace que todo lo finito perezca, muera, no
perdure, se transforme, hasta alcanzar lo absoluto. Pues solo lo absoluto es
necesario.
Dado
que la realidad avanza hacia lo absoluto, el concepto, que describe esa realidad,
también cambia y avanza, hasta nombrar lo absoluto. Pero hay más, el absoluto
no puede dejar nada fuera, por lo que el concepto (el pensamiento), no podrá
ser algo distinto de ese todo. De ahí que acaben identificándose concepto y
objeto, pensamiento y realidad, en lo absoluto. A ese concepto que nombra lo
absoluto, y que es lo absoluto, le llama Hegel Idea. En esa identificación reside la verdad.
Pues en el momento en que pensamiento y realidad se identifican el
pensamiento es definitivamente verdadero.
Recordemos
que la verdad es entendida en la
filosofía moderna (y también en la escolástica y en la lógica estoica, e
incluso en Aristóteles) como adecuación
del entendimiento a la cosa.
Hegel
llevará esta noción de verdad a sus últimas consecuencias: mientras el entendimiento
y la cosa sean distintos entre sí la adecuación no será plena; solo habrá
adecuación total cuando entendimiento y cosa (el sujeto que conoce y el objeto
conocido) sean lo mismo.
Pues
bien, mientras nos mantengamos en lo finito no se producirá esta plena adecuación.
Mientras nos mantengamos en lo finito tendremos, como en Fichte, la conciencia
por un lado y la naturaleza por el otro. Solo cuando la conciencia es absoluta,
es al mismo tiempo la naturaleza, y por ello ambas (conciencia y naturaleza,
sujeto y objeto, el que conoce y lo conocido, el yo y el no‑yo) serán lo
mismo, su adecuación será total.
Por
la misma razón lo absoluto ha de expresarse en un sistema. El saber, la
verdad, nunca puede ser de lo parcial. Una proposición nunca es verdadera,
porque nombra algo parcial, que, como tal, está condenado a desvanecerse (en
lenguaje hegeliano, es algo abstracto). Solo es verdadero el sistema
completo de las proposiciones en que se da el saber absoluto. De ahí que la
filosofía de Hegel se desarrolle en un sistema.
Como
consecuencia de esta concepción de la verdad se deduce también que la ciencia
por excelencia será la metafísica (o la filosofía, si consideramos que
la filosofía es, ante todo metafísica), pues solo la metafísica tiene por
objeto de estudio a lo absoluto.
&4
Al
proceso, racional, que sigue la realidad y el conocimiento hasta alcanzar lo
absoluto, le llama Hegel dialéctica. Este proceso es dinámico, por eso
Hegel define la dialéctica como «la razón puesta en movimiento».
Recordemos
que ya Platón hizo un uso explícito de la dialéctica. Para Platón la dialéctica
no era un simple método, sino la forma suprema del saber, la cual, a través de
paulatinas síntesis de lo diverso, nos lleva de las «ideas» inferiores a la «Idea
de Bien», para, a continuación, partiendo de la Idea de Bien, descender hasta
la «idea» que queríamos conocer.
Hegel
parte de la concepción fichteana de la dialéctica, según la cual se trataría de
un proceso que consta de los siguientes momentos:
(1) Tesis:
es un conocimiento del que partimos, o bien un estado de cosas.
(2) Antítesis:
lo que no es conocimiento de lo absoluto no es conocimiento verdadero. Lo que
no es la realidad absoluta no es la auténtica realidad. Por ello ese conocimiento
debe ser negado, superado. Esa realidad debe ser negada, debe perecer, debe
transformarse. Pues solo lo absoluto es necesario. Este momento también es
conocido como el momento de la negación.
(3) Síntesis:
la negación del conocimiento anterior debe llevarnos a una fase nueva de
conocimiento, a una forma superior de conocimiento. La transformación de la
realidad debe llevar a una realidad nueva. La síntesis viene a ser una nueva
tesis. Si esta nueva tesis no es conocimiento de lo absoluto, instauración de
la realidad absoluta, el proceso vuelve a repetirse hasta alcanzar lo absoluto.
El
conocimiento tiene siempre la estructura relacional sujeto‑objeto (para que
haya conocimiento tiene que haber un sujeto que conoce y un objeto que es
conocido), de tal modo que cada uno de estos momentos niega al otro (es
objeto lo que no es sujeto y es sujeto lo que no es objeto). El conocimiento
implica siempre (al menos en principio) esta relación.
Pues
bien, la dialéctica tiende a reducirlos el uno al otro (recordemos que la
dialéctica tiene como uno de sus momentos las síntesis de contrarios).
Reducción que será finalmente la del objeto al sujeto, pues solo este (el
sujeto) tiene capacidad dinámica para suprimir, superar y conservar
(Hegel emplea para decir todo esto la expresión alemana aufheben que Ortega
ha traducido por «absorber») al otro. Esta reducción será finalmente la
reducción del ser al pensamiento. Esta reducción de todo lo objetivo a
subjetivo es lo que convierte al sistema de Hegel en un idealismo absoluto
(no solo se fundamenta el saber y el ser de la realidad en el sujeto, sino que,
al final, todo es sujeto). El sistema hegeliano representa, pues, la cumbre
del subjetivismo (o subjetualismo, para ser más exactos) filosófico que había
comenzado en la modernidad con Descartes.
&5
Tenemos
entonces que la realidad se despliega hasta alcanzar lo absoluto, y que la
razón (el concepto, la Idea) se despliega hasta conocer/ser lo absoluto, donde
se fusionan realidad y razón.
De
aquí podemos deducir que:
(1) La
razón (que es infinita, absoluta y creadora) tiene carácter histórico, es la meta de la historia.
En la historia se opera la síntesis entre «necesidad» y «libertad», entre «moralidad»
y «naturaleza», entre lo «finito» y lo «infinito». Vimos como Kant, para resolver
las contradicciones que se le planteaban a la razón, escindía el mundo entre
lo fenoménico (= teórico = falto de libertad), y lo nouménico (= práctico =
reino de la libertad). Para Hegel, por el contrario, estas contradicciones se
resuelven en la historia).
(2) Dado
que razón y realidad se desarrollan juntos «Todo lo racional es real y todo lo
real es racional».
(3)
La filosofía no puede decir cómo debe ser el mundo, pues el mundo es como
tiene que ser, en tanto es un proceso racional, y por ello necesario. La
filosofía debe limitarse a comprenderlo. (El «debe ser» y el «ser» coinciden
en cada momento del proceso).
&6
En
el desarrollo hacia lo absoluto, el espíritu sufre un proceso continuo de alienación. Hegel emplea esta noción
con el significado usual de «extrañamiento». Está alienado aquello que se
halla «fuera de sí». Puesto que, para Hegel, lo que está «en sí» (lo que es
real), es siempre el espíritu, habrá alienación cada vez que el espíritu deje
de ser espíritu. Hegel emplea la expresión en varias ocasiones a lo largo de
la Fenomenología (así, en la dialéctica del amo y del esclavo,
cuando el esclavo trabaja crea cosas que son extrañas a él mismo, tema que
retomará Marx; y también en el segundo momento del espíritu objetivo,
donde dice que el espíritu se halla alienado en la cultura); y del sistema (el
espíritu está alienado cuando se hace naturaleza).
En
líneas generales aplica este término al segundo momento de la dialéctica (la
alienación es siempre el momento de la negatividad). Pero la alienación
misma no es algo negativo (es decir, no es malo que haya alienación) ya que
para Hegel es un momento necesario del proceso.
6.
La fenomenología del espíritu
&1
Según
el propio Hegel, la Fenomenología del espíritu es una introducción al
sistema de la filosofía. Ello se debe a que la filosofía tiene por objeto lo infinito o absoluto; pero este infinito no se puede alcanzar de golpe, por
medio de una intuición mística o intelectual (como sostenía Schelling), sino a
lo largo de un proceso que la conciencia humana ha tenido que recorrer
históricamente. Este proceso que el espíritu humano ha recorrido históricamente,
tiene que volver a recorrerlo cada conciencia individual. Este libro, la Fenomenología
del espíritu, tiene, entonces, la función de mostrar a sus lectores el camino
que han de recorrer individualmente, y que la humanidad ya ha recorrido
colectivamente, para situarse en el saber absoluto, en el terreno de la
cientificidad, y poder penetrar en su sistema.
La Fenomenología
comienza con la figura de conciencia más simple («certeza sensible») y
se desarrolla hasta la «conciencia filosófica». (Aclaremos que una «figura de
conciencia» es una determinada forma de relacionarse la conciencia con su
objeto). Veamos una brevísima exposición de este desarrollo:
&2
El primer momento de este
proceso hacia lo absoluto es el Espíritu subjetivo, que trata
del sujeto individual y su relación con el objeto (que puede ser el propio
sujeto) a conocer. Su evolución pasa por tres fases sucesivas: conciencia, autoconciencia y razón.
(1) Conciencia. En esta fase la
conciencia se relaciona con algo que tiene frente a ella. Es saber de otro. En
ella distingue a su vez tres fases: (a) Sensación: la conciencia
aprehende lo que tiene ante sí como un «esto» («"esto" blanco»,
«"esto" rojo», «"esto" aquí», «"esto" ahora».) (b)
Percepción: la conciencia aprehende lo que tiene ante sí como «cosa».
La cosa es el substrato de las cualidades (aquello en lo que van la rojez, la
blancura, aquello que es aquí, o ahora). Tiene un sentido similar al de sustancia
en Aristóteles. (c) Entendimiento: la conciencia aprehende lo que
tiene ante sí como relaciones entre las cosas. A estas relaciones las
denomina Hegel «fuerzas».
Esta
serie de pasos sucesivos se realizan con trabajo y dolor de la conciencia con
lo que esta acaba por descubrirse a sí misma y se convierte en autoconciencia.
(2) Autoconciencia (la dialéctica del amo y
del esclavo y la conciencia infeliz). La autoconciencia consiste en un
saber acerca de sí por parte del sujeto, en el intento de conocerse a sí mismo.
Pero este intento del sujeto de conocerse a sí mismo produce una escisión
dentro de la propia conciencia, ya que, para conocerse, la conciencia necesita
convertirse en «conciencia que conoce» y «conciencia conocida». Pero, en tanto
lo propiamente conciencia (lo propiamente sujeto, espíritu) es lo dinámico,
la conciencia real es la que conoce. Por lo que este intento de la conciencia
de conocerse a sí misma parece condenado al fracaso (no puede conocer su
propio acto de conocer). Pero al encontrarse con las otras autoconciencias
(las descubre como tales cuando ellas no se dejan tratar como cosas), descubre
que a través de ellas se puede conocer como conciencia, por lo que exige «reconocimiento». Pero las otras
autoconciencias exigen a su vez ser reconocidas, por lo que se entabla una
lucha, que va a ser a muerte porque está en juego su propio reconocimiento como
individuo.
Individualmente
esta lucha es común a todas las conciencias. Pero desde un punto de vista de la
evolución del espíritu (es decir, de la historia de la humanidad) la lucha de
las autoconciencias se ha producido en el mundo antiguo greco-romano, porque
a partir de la lucha de conciencias en el mundo grecorromano va a evolucionar
la conciencia humana. Veamos el proceso:
En
esta lucha, los que se someten, prefiriendo el sometimiento a la muerte, se convierten
en «esclavos», mientras que los que
luchan hasta la muerte acaban prevaleciendo como «amos» (o mueren, claro). Con esto comienza lo que Hegel denomina dialéctica
del amo y del esclavo. El amo triunfante exige reconocimiento del
esclavo. Pero aquí surge una contradicción: el amo al someter al esclavo, lo
convierte en cosa, con lo que le niega su cualidad de autoconciencia por la
cual quería ser reconocido, por lo tanto se revela que su triunfo ha sido, en
cierta forma, en vano. A partir de entonces, por el lado de los amos la conciencia
no evoluciona.
Sucede,
por otro lado, que el amo hace trabajar al esclavo para él, con lo cual las relaciones
a la larga se invierten. Veamos como:
El
esclavo trabaja. El amo disfruta de la cosa trabajada por el esclavo. Pero
disfrutar de una cosa es pasar a depender de ella, mientras que trabajarla es
hacerla depender de uno. Con ello el amo se degrada, mientras que el esclavo, al enfrentarse a la cosa para
trabajarla, acaba redescubriendo que es sujeto (es decir, que es algo dinámico,
que es una conciencia). Con ello acaba siendo superior al amo (desde el punto
de vista de la evolución del espíritu) y comienza el proceso de su
autoliberación. Pero la autoliberación del esclavo deberá pasar todavía por
numerosas luchas y desgarramientos interiores. Las tres primeras etapas de
esta liberación son descritas por Hegel a través, nuevamente, de tres
«figuras» históricas:
(a) El estoicismo.
El estoico trata de escapar a su esclavitud aceptando sus cadenas y
refugiándose en una ilusoria libertad
interior. Pero esta libertad queda continuamente desmentida por el choque
permanente con el mundo (en el que
el esclavo sigue siendo esclavo y tratado como tal). El paso siguiente será
entonces negar el mundo.
(b) El escepticismo.
El escéptico al sostener que tan demostrable es una tesis como su contraria,
convierte al mundo en algo irreal, niega el mundo. Pero la realidad contradice
continuamente esta situación, por lo que esta negación se lleva a cabo solo en
el pensamiento. Se produce, entonces, la máxima escisión entre la conciencia
y la realidad. Por lo que la liberación de la conciencia esclava busca otras
salidas:
(c) El cristianismo.
Lo insostenible de la postura escéptica conduce en el cristianismo a una nueva
escapatoria: la distinción terrenal amo‑esclavo queda anulada porque todos
son siervos de un mismo señor, Dios. «Ante Dios todos somos iguales». La
«lucha» carece de todo interés porque el único reconocimiento válido es, ahora,
el divino; y, como consecuencia, el mundo sensible, terrestre, no tiene
ningún valor.
La
dialéctica del amo y del esclavo se traslada ahora al interior de la conciencia
humana. A esta situación de la conciencia la llama Hegel, la conciencia
infeliz: la infelicidad consiste en la escisión radical entre «conciencia finita» humana y la «conciencia infinita» divina: ante lo
infinito que es Dios, toda la vida humana (todo lo finito) no vale nada, de ahí
que este mundo sea visto como un «valle de lágrimas» donde todos venimos a
sufrir (este proceso es típico de la Edad Media). La superación de esta
escisión comenzará en el Renacimiento y se consumará en la revolución francesa
y la ilustración, con el advenimiento de otra figura de conciencia: la razón.
(3) Razón. Para huir de la
infelicidad la conciencia acaba identificándose ella misma con Dios. De ese
modo reconoce en sí a la conciencia absoluta, que no necesita ir más allá de sí
misma. La razón (que lo penetra todo: «todo lo real es racional y todo lo racional
real») es esta conciencia absoluta en donde se sintetizan las dos anteriores
formas de conciencia. En ella se superan los dualismos anteriores (el «yo» y
la «cosa», por un lado; el «yo» y los «otros», por otro). Pero la razón aún
debe salir al mundo para demostrarse que efectivamente ella es toda la
realidad. Primero se busca en la naturaleza, tal como hizo el naturalismo
del Renacimiento, a tal efecto, la razón establece leyes que trata de ver confirmadas
en la experiencia. Pero una ley siempre podrá ser refutada por los hechos. Si
no puede ser establecida como necesaria una ley, se la emplea como hipótesis
(así Galileo), que es un híbrido entre la necesidad y los hechos; pero esta
depende, aún, de una experiencia externa sensible. La razón en su búsqueda de
sí misma en el mundo, se vuelve entonces hacia el interior de la mente humana
individual, esto es lo que hacen los psicólogos empíricos (recordemos a
Locke y a Hume), pero sigue determinada por el mundo externo (costumbres,
modos de pensar, religión, etc.) y el psicólogo empírico no puede conectar esto
externo y lo interno.
Por
fin, después de múltiples tentativas, la razón se reconoce encarnada en el Estado,
que es el reino de la eticidad (forma social de la moralidad), donde se produce
la reconciliación del individuo y los otros, de lo particular y lo universal (del yo y el nosotros). En la
eticidad se identifican el ser y el deber ser, por lo que es superior a la
simple moralidad.
&3
El segundo momento en
este proceso hacia lo absoluto lo constituye el Espíritu objetivo. Es
el espíritu realizado fuera de sí mismo, en el mundo. La primera fase del proceso
es ahora la eticidad. Esta
se da en el armonioso desarrollo del hombre dentro del Estado griego (la polis
o ciudad‑Estado). La relación de este individuo en, y con, la sociedad, es
armónica, pero el individuo no se vive como persona (solo en tanto que familia
y Estado), ni todos los individuos son siquiera ciudadanos (los esclavos no
lo son). En la fase siguiente (el imperio romano), el Estado reconoce la individualidad
del ciudadano, dándole el estatus jurídico de persona (derecho
romano), pero sin embargo la armonía social se rompe. El Estado es inmenso y
gobernado por personajes desconocidos, los dioses son diversos para cada
población y los ciudadanos no viven los problemas del imperio como propios.
Esta separación adopta nuevas formulaciones en la ilustración, donde se
produce una antítesis fe‑cultura. La nueva armonización vendrá ahora de la
mano de la moralidad.
&4
El tercer momento en el
proceso hacia lo absoluto es el Espíritu absoluto. El
espíritu, que se había vuelto objetivo, se reencuentra ahora definitivamente
consigo mismo. Este reencuentro se produce a través de un proceso que culmina manifestándose como arte, religión, y filosofía.
Cada una de ellas tiene por objeto (por contenido) el espíritu absoluto,
pero difieren en la forma de acceder a él.
(1) Arte. El arte manifiesta lo
absoluto de modo sensible (ya que necesita
del material sensible ‑sonidos, colores, piedra, etc.‑). La idea de lo
absoluto es intuida (algo similar a lo que postulaba Schelling). Por
necesitar del concurso de lo sensible (lo sensible siempre es finito), el arte
no es la forma más adecuada de acceder a lo absoluto.
(2) Religión. La religión que consigue
expresar lo absoluto es la «religión revelada», el cristianismo; ya que solo la
manifestación cristiana de Dios, es concepción de lo absoluto en sentido
hegeliano, es decir, un absoluto que lleva embebido lo finito (representado
por Jesús, el Cristo), a su vez reconciliados (el Espíritu Santo). En la religión,
lo absoluto es representado. No
necesita del material sensible pero sí de la imagen sensible (un Dios «padre»,
un «hijo», etc.), por lo que su forma no es todavía la más apropiada para
manifestar lo absoluto.
(3) Filosofía. Finalmente llegamos a la
manifestación plena de lo absoluto, este ha de ser concebido, manifestado en el
concepto y eso es lo que hace la filosofía.
7. El sistema (esquema general)
&1
Lo desarrolla resumido en la Enciclopedia de las ciencias
filosóficas, y otras partes separadas en la Lógica y la
Filosofía del derecho. Consta fundamentalmente de tres partes: lógica, filosofía de la naturaleza y filosofía
del espíritu.
En la filosofía del espíritu vuelve a incluir gran parte de lo ya
desarrollado en la Fenomenología del espíritu; aunque, ahora, a
diferencia con la Fenomenología del espíritu no usa «figuras de
conciencia» para explicar el desarrollo, sino «categorías» o «conceptos»).
La fenomenología es la narración de un proceso histórico, es decir,
parte de hechos hallados, no es deductiva, por eso recurre a imágenes,
figuras sensibles, para expresarse. El sistema es absolutamente
deductivo, expresa el proceder necesario de la Idea, por ello se expresa
mediante conceptos.
&2
Lógica. La lógica trata de la «Idea en sí misma» (la Idea que aún no se
conoce, que aún no se sabe). Hegel también la define como «la mente de Dios
antes de crear el mundo». La creación sería el salirse de sí de la Idea, que la
convierte en naturaleza. En la filosofía del espíritu mostrará como la
Idea se reencuentra sabiéndose. A lo largo de todo el proceso la Idea gana dos
cosas: (1) Llegar a saberse. (2) Integrar en sí la finitud (naturaleza), con
lo que el infinito expresado en la Idea se convierte en un «buen» infinito.
Hay que tener en cuenta además que la lógica de Hegel es una lógica
dialéctica. Frente a la lógica formal anterior (y también frente a la
lógica trascendental kantiana), la lógica de Hegel pretende apresar el «movimiento
del concepto» por las diversas fases hasta llegar a ser Idea. Puesto que la
Idea es una reconciliación de pensamiento y ser, la lógica de Hegel es, al
mismo tiempo, una ontología (ciencia
del ser), lo que es lo mismo que decir que la lógica de Hegel pretende dar no solo
una forma para el pensamiento sino también un contenido.
Veamos con un ejemplo como opera la lógica dialéctica:
Partimos del «ser», que es
el más general y el más vacío de los conceptos. Si intentamos apresar (decidir que es) el «ser» nos encontramos que no se aplica a nada
concreto. Decir «ser» es por lo tanto lo mismo que decir «nada». Intentar pensar lo que es el «ser» nos ha llevado a la
«nada». Tenemos que «ser» y «nada» (a este nivel) vienen a significar lo
mismo, lo que nos permite pasar de uno a otro. Este paso del uno al otro es el
«devenir». Con lo que ya tenemos
otra categoría, la de «devenir». Y así, sucesivamente.
En la lógica entran todo tipo de categorías que nos permitan
aprehender la génesis necesaria de la realidad, tales como las de: «ser»,
«nada», «devenir», «cualidad», «cantidad», «medida», «existencia», «esencia»,
«relación», «vida», ...
«Idea». (Recordemos, para contrastar, la enumeración de las categorías que hacen Aristóteles y
Kant).
&3
Filosofía de la naturaleza. La naturaleza se caracteriza por ser exterioridad, por ser para otro. Es
una salida de sí mismo del espíritu (de la Idea), que aún no se ha reencontrado.
En este sentido también se puede decir que el espíritu está enajenado en la naturaleza. Se desarrolla a través de tres momentos: mecánica,
física y física orgánica.
(1) Mecánica. Trata de la exterioridad (que es lo propio de la naturaleza): (a) En
su abstracción (espacio y tiempo). (b) En su aislamiento (materia y
movimiento). (c) En su ritmo de movimiento conjunto (mecánica absoluta) cuyo
máximo desarrollo se alcanza en la gravitación.
(2) Física. Pasa de la
individualidad universal (los elementos de la materia) a la individualidad
particular (esto es, las propiedades de la materia: calor, sonido, cohesión...).
(3) Física orgánica. Dentro de esta última distingue: (a) La naturaleza geológica. (b) La
naturaleza vegetal. (c) El organismo animal: en esta última fase se ponen los
cimientos para el surgimiento de la vida humana en cuyas primeras
manifestaciones el espíritu comienza a reencontrarse.
&4
Filosofía del espíritu. La aparición del hombre dentro de la naturaleza inaugura el reino del
espíritu en el cual la Idea acabará
reencontrándose a sí misma. Se divide a su vez en espíritu
subjetivo, espíritu objetivo y espíritu absoluto.
(1) Espíritu subjetivo. Consta a su vez de tres momentos en su desarrollo: alma,
conciencia y espíritu.
La primera manifestación del espíritu subjetivo se produce bajo lo que
Hegel denomina alma, para cuyo estudio reserva a la antropología. Por alma entiende Hegel algo
distinto de la conciencia. El alma es un momento anterior al desarrollo de la
conciencia. Está constituida por aquello que en el hombre no es estrictamente
natural, pero que está determinado por lo natural. Así la melancolía, la
tristeza, etc., que son manifestaciones no físicas de lo humano pero que están
determinadas por condiciones naturales tales como el clima, los cambios de
estación, la hora del día, etc.
La segunda manifestación del espíritu subjetivo es la conciencia
y el estudio de su desarrollo coincide con el estudio del espíritu subjetivo
que ya hemos visto en la fenomenología.
La tercera manifestación del espíritu subjetivo la llama Hegel espíritu
(Geist) a secas, que es tema de estudio de la psicología. De esta parte, especialmente engorrosa, solo nos interesa
aclarar que Hegel distingue tres momentos: (a) Espíritu teórico. (b) Espíritu
práctico. (c) Espíritu libre,
que resulta de la síntesis de los anteriores.
Con el advenimiento del espíritu libre, de la voluntad libre, esta
querrá realizarse en el mundo, querrá objetivarse, dando origen a una nueva
fase del desarrollo del espíritu: el espíritu
objetivo.
(2) Espíritu objetivo (cuyo desarrollo coincide con la filosofía del derecho hegeliana). El intento de la libertad de objetivarse en el mundo dará origen a las
costumbres e instituciones jurídicas y sociales. La libertad (el espíritu
libre) crea la historia humana, la cultura humana, que es una especie de supernaturaleza.
Este intento de la libertad de objetivarse pasa a su vez por tres
momentos: el derecho abstracto, la moralidad y la eticidad. El segundo momento, el de la moralidad, coincide con la
ética kantiana, pero Hegel cree que esta debe ser superada. El espíritu no
puede quedarse sin más en este estadio.
Veamos ahora como, según Hegel, aparecen en escena estos tres momentos
constitutivos del espíritu objetivo:
(a) El derecho abstracto. Trata de la persona en abstracto. El derecho regula las relaciones
entre personas y de estas con sus propiedades.
Habíamos concluido la parte dedicada al espíritu subjetivo con la
aparición del espíritu libre, del espíritu que se sabe libre. A esto, a una
conciencia que es/se sabe libre, y por lo tanto responsable, es a lo que llamamos
una persona. El concepto de persona va vinculado a la noción de interioridad, de libertad interior.
Esta noción de interioridad no existe en el mundo griego, y aparece con toda
su fuerza en el cristianismo. Pero la primera forma de objetivación del
concepto de persona (es decir, de realización en el mundo, en lo exterior,
del concepto de persona) aparece en el derecho romano. El derecho romano
recoge el concepto de persona de un modo abstracto: como persona jurídica. El concepto de
persona aparece recogido en el derecho vinculado a la noción de propiedad
y a la noción de contrato.
Pues bien, el de propiedad y el de contrato son dos momentos fundamentales
en el desarrollo del espíritu objetivo que se despliegan del siguiente modo:
El primer intento del espíritu libre por objetivarse en el mundo
consiste en la apropiación de
las cosas; el espíritu intenta darse un campo externo de libertad apropiándose
de las cosas materiales. Pero en este nivel el concepto de propiedad es todavía
un concepto abstracto: se trata de un sentido general de propiedad por el que
el individuo está en disposición de apropiarse cualquier cosa. Pero
del mismo modo que el individuo libre está en disposición de apropiarse
cualquier cosa también está en disposición de renunciar a apropiarse determinadas
cosas. De aquí nace el concepto de contrato,
mediante el cual dos o más individuos acuerdan reconocer una serie de
propiedades como siendo de uno o siendo de otro. El concepto abstracto de propiedad
pasa a ser concreto.
Esta relación que los individuos establecen en el contrato posibilita
la unión de voluntades, y permite establecer lazos de igualdad entre los
individuos. Hegel, pues, coincide con los teóricos del liberalismo en encontrar una relación íntima entre el derecho a la
propiedad y la igualdad entre los hombres. Aunque, a diferencia de los liberales,
Hegel cree que este es solo un momento que debe ser superado.
Pero sigamos
la marcha del espíritu. El reconocimiento de la
persona, es decir, del sujeto libre y responsable como algo exterior
entraña varios conflictos:
En primer lugar la libertad
aparece aquí como exterior, y por lo
tanto como una concepción inapropiada de la libertad. Por aparecer como
exterior al sujeto, existe siempre la posibilidad de que este se niegue a
cumplir la ley. En esto reside la injusticia, el delito, en el choque de la
voluntad «particular» de la conciencia libre con la ley («universal») establecida
en el derecho. El delito solo puede ser superado mediante el castigo, y la finalidad de este no
es reformar al delincuente, ni apartarlo de la comunidad, sino justamente
hacerle que vuelva a la universalidad de la ley. Hegel dice, más aún, que el
criminal debe desear (desea) ser castigado, pues solo así se restaura su
condición de persona (sometido al derecho, a la ley, que es donde se establece
el concepto de persona).
Pero el castigo es externo, y no es condición suficiente para superar
la contradicción entre la voluntad particular que delinque (o puede ocasionalmente
hacerlo) y la voluntad universal de la ley. La superación de esta
contradicción solo puede darse cuando el individuo particular conforma su
voluntad libre a la ley universal, cuando interiormente da su consentimiento
a la ley universal. Y esto es el fundamento de la moralidad, que Hegel piensa, como hemos visto, al modo kantiano
(como sometimiento de la voluntad del individuo, desde sí mismo, a la ley
universal).
(b) La moralidad. La moralidad es entendida por Hegel, como ya dijimos, al modo kantiano.
Ahora bien, aunque la moralidad es un momento necesario en el devenir del
espíritu no es suficiente por sí misma. Entre las críticas que Hegel hace al
concepto kantiano de la moralidad están: (i) No admite la distinción tajante
establecida por Kant entre «deber ser» y «ser». (ii) Si la entendemos al modo
kantiano la moralidad se queda en algo meramente formal, en una moral de intenciones.
Pero el espíritu quiere actuar sobre el mundo, la libertad quiere darse su contenido
objetivo. Por lo tanto la objetivación, el contenido, es inseparable de la
ética, por lo que debe ser algo a lo que apunte la moralidad (en términos de
Hegel, la verdad de la moralidad se encuentra en la eticidad).
El momento de la moralidad debe ser superado. Esta debe realizarse en
el mundo. Esta realización de la moral en el mundo resulta de una síntesis de
los dos momentos anteriores (derecho abstracto y moralidad) que da origen a
un tercer momento: la eticidad.
(c) La eticidad. En la eticidad se sintetizan lo externo del derecho
y lo interno de la moral; es la moralidad convertida en naturaleza. Pasa
igualmente por una serie de fases:
(i)
La familia. De la fase de la moralidad abstracta pasamos
a la fase de la moralidad concreta. La primera manifestación de esta reside
en la familia: en la familia la conciencia, el individuo, se halla sumergida en
la totalidad que constituye la propia familia. Esta inmersión del individuo en
la totalidad familiar se produce en forma de amor. Sin embargo en el
seno de la familia siguen existiendo personas individuales que no encuentran su
total realización en la familia: así, los hijos, orientados fuera de la
familia a la constitución de otras familias, hacia la elaboración de sus
planes de vida, etc. Por ello, la familia no puede constituir un fin absoluto
en sí misma. El segundo momento de la eticidad será la sociedad civil.
(ii) La sociedad civil. El elemento que estructura a la sociedad civil no es el amor sino la satisfacción de las necesidades. Para
la satisfacción de estas necesidades se establece la división del trabajo.
Esta división del trabajo dará finalmente origen a tres estamentos básicos: (a) El de los campesinos. (b) El de los industriales
y comerciantes.
(c) El de los servidores del
Estado (funcionarios). En la sociedad civil los individuos se relacionan
entre sí como particulares, pero los
individuos han de participar en la sociedad civil, y a través de ella en el
Estado, como miembros de algún estamento,
de lo contrario su participación será inefectiva.
(iii) El Estado. El Estado engloba los dos momentos anteriores. En la familia los individuos
se viven como miembros de una totalidad, en la sociedad civil como particulares
que acceden al interés universal a través de los estamentos. El Estado
constituye una totalidad autosuficiente, en la que por lo tanto, se conservan
el momento de pertenencia a la totalidad (como en la familia) y los intereses
particulares de los individuos (como en la sociedad civil).
El Estado es el fin último del espíritu objetivo (y en cierta forma el
fin último del espíritu, pues aunque Hegel habla de otros tres momentos -arte,
religión y filosofía-, en el devenir del espíritu, estos no pueden darse si no
es en el Estado). Por esta razón Hegel habla del Estado en términos que lo
equiparan a Dios. Así dice del Estado que «es el camino de Dios en el mundo», o
«la Idea de la divinidad existente en la Tierra». Pero esta concepción del Estado
no le lleva a anular la libertad individual, al modo de los Estados
totalitarios. Antes bien, considera que la libertad del individuo solo se
puede hacer efectiva en el Estado (porque recoge en sí todos los momentos
anteriores).
El Estado es el producto final de la razón, no del consenso de los
individuos ni del poder arbitrario, y Hegel considera que el modelo de Estado
ha de ser una monarquía constitucional,
por considerarlo la forma más racional de Estado, y en la que aparecen
recogidos lo universal, lo particular y la unión de ambos bajo la forma de
libertad.
La relación de unos Estados con otros dará origen a la historia
universal, que por ser el momento último del espíritu objetivo recoge en
sí todos los anteriores.
(3)
Espíritu absoluto. Coincide, en lo esencial, con lo desarrollado en la Fenomenología,
que se desenvuelve a través de los tres momentos de arte, religión, filosofía.
8. Hegel en la historia del pensamiento
La
influencia de Hegel se deja sentir, de un modo inmediato, en la filosofía
alemana, y, de modo no tan inmediato, en buena parte de la filosofía occidental
hasta nuestros días.
Recién
fallecido, sus numerosos seguidores alemanes serán clasificados por David Strauss
en dos grandes grupos bajo la denominación de derecha hegeliana e izquierda
hegeliana.
Los
primeros (entre los que se encuentran Karl
Rosenkranz, Johann Eduard Erdmann,
Karl Ludwig Michelet y Kuno Fischer) forzarían aquellas
interpretaciones de la obra de Hegel que les permitiesen dar un fundamento a la
religión cristiana y el Estado prusiano. Los segundos (entre los que se
encontrarían el propio David Strauss,
Eduard Gans, Arnold Ruge, Moses Hess,
Bruno Bauer y Max Stirner) buscarían en Hegel instrumentos para la crítica del
mismo Estado (anclado en el Antiguo régimen) y el cristianismo.
Posteriormente,
la filosofía de Hegel tendrá un influencia importante en la obra de Ludwig Feuerbach y Karl Marx (adscritos en un primer momento a la izquierda hegeliana,
pero de la que se separarán críticamente). Y, en cierto modo, contra Hegel piensan
Schopenhauer, Kierkegaard, Comte, o
los propios Feuerbach y Marx.
Ya
en el siglo XX, en Inglaterra tendrá como seguidores destacados a John Mac Taggart y Francis Herbert Bradley.
En
Francia, inspirará la obra del filósofo de origen ruso Alexandre Kojève, y tendrá una considerable influencia en la de Jean Wahl y la de Jean Hyppolite.
En
Italia, Hegel tuvo destacados seguidores como Benedetto Croce, y en su obra se inspirará la de Giovanni Gentile.
En
España, ha contado con estudiosos y seguidores como Ramón Valls Plana y Félix
Duque.
Con
Hegel triunfa la concepción histórica
de la razón. Su análisis de la naturaleza del Estado transfigura el papel que a este le habían atribuido
destacados pensadores modernos como Hobbes o Locke.
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-Mure, G.R.G.: La filosofía de Hegel. Cátedra,
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-Valls Plana, Ramón: Del Yo al Nosotros.
Lectura de la "Fenomenología del Espíritu" de Hegel. Laia,
Barcelona, 1979.
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-Zubiri, Xavier: «Hegel y el problema metafísico». En Naturaleza, Historia, Dios. Alianza Editorial, S. A. Madrid, 1987.
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Lago.
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