1. Contexto
histórico general
&1
En los primeros siglos de la Alta Edad Media
sucedieron varios acontecimientos especialmente relevantes para la historia de
la humanidad: la caída definitiva del Imperio romano de Occidente, la aparición
de las primeras órdenes religiosas, la formación de la sociedad feudal y la
aparición y expansión del islam.
En el año 476 los bárbaros entran en Roma y
deponen al que sería el último emperador romano de Occidente, Rómulo
Augústulo. Se suele tomar esta fecha para señalar el fin del la Edad
Antigua y el inicio de la Edad Media, que los historiadores suelen
dividir en dos subperíodos: (1) La Alta Edad Media, que abarcaría hasta
mediados del siglo XI, cuando se inicia el despegue económico del mundo
cristiano Occidental. (2) La Baja Edad Media, cuyo final se suele fechar
en 1453, con la caída de Constantinopla en poder de los turcos, o en 1492,
con el descubrimiento de América.
De la destrucción del Imperio romano de Occidente
surgen varios
reinos -el Reino visigodo de Hispania,
el Reino lombardo de Italia, el Reino franco de la Galia, etcétera-,
controlados por los invasores germánicos.
Las ciudades se despueblan. Hay una vuelta
al campo, donde se genera una economía que gira en torno a la agricultura basada en el autoabastecimiento y que emplea una
tecnología muy rudimentaria.
Paulatinamente
se va gestando un sistema de organización social que sería conocido como sociedad
feudal, que alcanza su pleno desarrollo tras la liquidación del Imperio
carolingio, y cuyo rasgo más característico es la división tripartita de la
sociedad en estamentos con funciones claramente diferenciadas: la aristocracia guerrera, la Iglesia y los campesinos.
Otra
novedad es la aparición de las órdenes religiosas. En Occidente la primera
es la de los benedictinos, fundada
por Benito de Nursia (480‑557), que tuvo un papel muy destacado en la
conservación y trasmisión de la cultura antigua (dado que, aparte de los monjes,
nadie sabía leer ni escribir).
&2
Después
de caído el Imperio romano de Occidente, el emperador de Oriente era el único
con derecho a llevar el distintivo imperial. Por ello los emperadores de Oriente
mantuvieron una política tendente a la reunificación universal del mundo
cristiano bajo su mando. Justiniano I (527‑565) reconquistó gran parte
del Mediterráneo occidental, de modo que el norte de África, el sudeste
de España, Sicilia, Cerdeña, Córcega, y toda la península
italiana, quedaron bajo su gobierno.
Pero,
sobre el 640, parte de los territorios
orientales fueron conquistados por el emergente poder árabe‑islámico. Al mismo tiempo, casi toda Italia pasó a poder de los lombardos.
&3
Mientras
en la Europa Occidental se está fraguando la sociedad feudal y el Imperio romano de Oriente se transforma en el Imperio bizantino, en la península arábiga aparece una nueva
religión que tendrá un papel determinante en la historia: el islam.
El
islam surgió como una nueva religión monoteísta,
fundada por Abû I-Qâsim Muhammad (570‑632), más conocido en Occidente como Mahoma, a partir de su personal
interpretación de elementos judeo‑cristianos (sus seguidores asumen como propia
gran parte de la tradición bíblica), y de las tradiciones religiosas árabes.
Los
dogmas fundamentales del islam están recogidos en el Corán, su
libro sagrado. Algunos de tales dogmas son: (1) Existe un solo Dios, creador
del mundo, que se ha revelado a los hombres a través de los profetas (entre
ellos: Abraham, Moisés, Jesús, y Mahoma, el último profeta). (2) Existe
vida tras la muerte, en la cual los buenos recibirán recompensas y los malos
castigos. (3) Existen ángeles que
son los ministros de Dios. (4) Existen demonios
(o genios malignos). Etcétera.
Cuando
Mahoma comenzó a predicar la nueva fe en su ciudad natal, los comerciantes,
temiendo que pusiera en peligro sus negocios, planearon asesinarle, con lo
que tuvo que huir (el 15 de julio del 622 de la era cristiana, fecha que se toma
como punto de partida del calendario islámico), a la ciudad que luego sería
rebautizada como Medina (Medinat
el Nabi = ciudad del profeta).
En
Medina, Mahoma encontró apoyo en dos tribus que dominaban la ciudad y desde
ella inició una expansión religioso‑militar que le llevó a hacerse con el control
de la propia Medina, de La Meca, y de toda la región adyacente
conocida como Hiyaz.
Tras
la muerte de Mahoma, sus sucesores, denominados califas, continuaron la labor de expansión del islam. A Mahoma le
sucedió su suegro Abu Bark, a este le sucedió Omar ibn al‑Jattab
que inició la expansión imperial: Mesopotamia,
Siria, Palestina y Egipto
pasaron a poder del califato. Le sucedió Otmán ibn Affán, que tomó una serie de medidas impopulares
generando un periodo de conflictos en el naciente califato. Como consecuencia, Alí (yerno de Mahoma) y Aixa (viuda del profeta) crearon un
grupo de oposición que se hizo con el poder, proclamando califa a Alí.
Mwaviya,
primo de Otmán y gobernador de Siria, se negó a aceptar al nuevo califa. Poco
después se produjo un enfrentamiento entre Alí y Aixa, y, aunque los seguidores
de esta última fueron derrotados, Alí tuvo que dimitir y, en el 661, fue
asesinado. Tras la muerte de Alí, Mwaviya fue proclamado califa, y con él se
inicia la dinastía de los Omeyas.
Mwaviya
trasladó la capital a Damasco y convirtió el califato en un régimen monárquico
hereditario, nombrando heredero a su hijo Yazid. Bajo el gobierno de
este se produjo una grave división interna, que afectó profundamente al
islam: uno de los hijos de Alí (en quien muchos seguían viendo al sucesor
legal de Mahoma), se rebeló. Fue derrotado y muerto. Esto impulsó el origen
del movimiento chiíta, enemigo de los Omeyas y de sus seguidores sunnitas
(ortodoxos musulmanes).
Con
los Omeyas el Imperio se extendió, por oriente, hasta el Indo y el Turquestán,
siendo finalmente detenidos por los chinos. Por el occidente, conquistaron
el norte de África y, en el 711, invadieron el Reino visigodo de Hispania, que es rebautizado como al-Ándalus (del que quedaron
excluidos únicamente pequeños núcleos de cristianos resistentes en el norte),
siendo detenidos por Carlos Martel
en Poitiers.
La organización política el Imperio quedó así: al
frente del Imperio estaba el califa;
cada provincia estaba al mando del vali (gobernador);
al frente del ejército estaba el emir.
En
el 750, Abu‑Abbas, un descendiente de Mahoma por línea masculina y de
los reyes persas por la femenina, asesinó a todos los miembros de la familia de
los Omeyas (excepto a Abderramán que huyó a al- Ándalus), y se hizo con el poder, fundando una nueva dinastía:
la de los Abbasíes.
Trasladó la capital a Bagdad. Con
la nueva dinastía, el poder árabe comienza a ser sustituido por el persa y se imprime un aire orientalizante
al Imperio.
Entre
el 750 y el 850, se produce un extraordinario auge del comercio, del arte, y
de la cultura en general. El momento de máximo esplendor de la dinastía abasí
se alcanza bajo el gobierno del califa Harun al‑Recite (el que aparece
en los cuentos de Las mil y una noches). Con al‑Mamúm (813‑833)
se crea la Casa de la Sabiduría,
que, entre otras cosas, propicia la introducción en el mundo islámico,
y a su través en el Occidente europeo, de la numeración y métodos de cálculo de los hindúes (sustituyendo a la numeración romana, mucho menos
eficaz).
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En
el 755 Abderramán I llega a al‑Ándalus huyendo de las matanzas
abasíes y consigue imponer su autoridad. En el 756 funda el Emirato independiente de Córdoba rompiendo
con el poder abasí y el Imperio.
Abderramán
III logra
pacificar el territorio andalusí y, en el 929, asume el rango de califa, con lo que se convierte en
jefe religioso, además de político. A partir de entonces el Califato de Córdoba inicia un periodo
de desarrollo comercial y cultural sin parangón en ningún reino cristiano
de la época, que llega, casi, a competir con el de la propia Bagdad.
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En
el 768 Carlomagno, hijo de Pipino el Breve y nieto de Carlos Martel, es coronado rey de los francos. Poco tiempo después
incorporará el reino de los lombardos,
Frisia y Pomerania, y mantendrá el control sobre otra serie de territorios.
Carlomagno era un ejemplo de monarca cristiano de la época, y los territorios
que ocupaba iban siendo, al mismo tiempo, cristianizados.
En
el 800, hallándose en el trono de Constantinopla
una mujer, Irene, los cristianos de Occidente, con el papa León III al frente, consideraron que el
trono Imperial estaba vacante y nombraron a Carlomagno emperador.
Bajo el gobierno de Carlomagno se desarrolló una especie de minirenacimiento:
el Renacimiento carolingio. Pero a su muerte el Imperio se divide.
Entre
los siglos IX y primer a mitad del X el mundo cristiano occidental fue sometido
a constantes saqueos por parte de los normandos, magiares y sarracenos (lo que
se conoce como las segundas invasiones).
En Alemania (la parte oriental del
antiguo Imperio fundado por Carlomagno), la dinastía carolingia fue
sustituida por la de los Otones. En
el 962, Otón I fue coronado emperador por el papa Juan XII, por
lo que de nuevo resurgió el Imperio cristiano de Occidente, esta vez como Sacro
Imperio Romano‑Germánico.
2. Contexto
filosófico
Con
el triunfo de las religiones monoteístas
sobre el antiguo mundo pagano greco‑latino, la filosofía queda subordinada a la teología. El proceder propio de la filosofía, que opera a través
de la ratio, la razón, y el
proceder propio del hombre religioso, a través de la fe, se enfrentan unas veces, o establecen raros acuerdos en los
que la razón se subordina a la fe, y por ello la filosofía a la teología, en
otras.
En el orbe cristiano occidental las Sagradas
Escrituras son el punto de arranque para cualquier ulterior interpretación
filosófica o teológica.
Pensemos
que la época de la fundación y lucha del cristianismo por sobrevivir queda
lejana, y que ahora la palabra de Dios más que del ejemplo depende de la Escritura. Donde antes había unos
hombres luchando en un mundo hostil con su ejemplo (su disposición al
sacrificio, su vivir cotidiano) hay, ahora, una tradición histórica, a lo largo
de la cual se ha decidido qué libros son y cuáles no son, sagrados, cómo deben
entenderse determinados elementos fundamentales, cómo deben traducirse (al
latín) determinadas expresiones, etcétera. Sin forzar demasiado las cosas, podríamos
decir que el Logos, que se había hecho carne, se hace ahora tradición
y Escritura.
El
filósofo que marca de modo más notorio la orientación filosófica durante toda
la Alta Edad Media es Agustín de Hipona. Otro filósofo que va a tener
gran influencia y cuyas doctrinas se moverán en los límites de la ortodoxia es
el conocido como Pseudo‑Dionisio o Dionisio el Areopagita.
Hemos
de tener en cuenta, también, que gran parte de los textos de los filósofos griegos
no son conocidos. De Platón se
conoce el Timeo. De Aristóteles
la Lógica, a través de una versión de Porfirio (un neoplatónico del siglo III) y Boecio (470‑525).
Entre los siglos IV y VI fueron traducidas al siríaco muchas obras de autores griegos
(sobre todo de Platón, Aristóteles, Porfirio, el Pseudo‑Dionisio
y Alejandro de Afrodisia).
Sobre
el 640 Siria es ocupada por los musulmanes y muchas de estas obras son
traducidas al árabe. Poco después,
Alejandría y otros centros
culturales del helenismo caerán bajo
el poder del Imperio islámico, con
lo que serán los pensadores musulmanes quienes recojan el legado de la cultura
helénica y quienes transmitan a Occidente muchos conocimientos filosóficos
o matemáticos del mundo antiguo.
A
través de los filósofos musulmanes y judíos de España, Aristóteles será redescubierto por los cristianos
occidentales, hasta que, finalmente, la interpretación cristiano-aristotélica
se impondrá en toda la Baja Edad Media en el orbe de influencia romana.
Hemos
de señalar, no obstante, que los conocimientos que tuvieron musulmanes y cristianos, a lo largo de toda la Edad Media, de Aristóteles y
otros pensadores griegos, fue muy confuso. Así, atribuían a Aristóteles una Teología
(que era en realidad un resumen de las Enneadas, obra de Plotino)
de autor desconocido, y el Liber de causis (que era un resumen de una
obra de Proclo).
3.
El Pseudo-Dionisio
Hacia finales del siglo V
alguien escribió una serie de textos, consistentes en una interpretación
cristiana de la filosofía de Proclo,
y los publicó con el nombre de Dionisio Areopagita. Se da la
circunstancia de que Dionisio Areopagita fue un personaje histórico, convertido
al cristianismo por Pablo de Tarso, fue más tarde el primer obispo de Roma. Al
atribuir tales obras a un personaje que fue discípulo directo de san Pablo adquirieron una enorme
autoridad sobre los pensadores cristianos. En el Renacimiento, tras un
minucioso análisis filológico, se descubrió que tales obras no pudieron ser
escritas antes de fines del siglo V, por lo que el misterioso autor pasó a ser
conocido como el Pseudo‑Dionisio.
Las
obras de este autor, escritas originalmente en griego, que se conservan son: De
la jerarquía celeste, De la jerarquía eclesiástica, De los nombres divinos,
De la teología mística, y una serie de cartas.
Siguiendo
la concepción neoplatónica, el
Pseudo-Dionisio considera que el mundo es una emanación de Dios (no es
creado porque no hay voluntad por parte de Dios de crearlo, sino que procede
de Dios de modo necesario, por lo mismo que Dios es).
Sin
embargo Dios no se identifica con el mundo
(al modo panteísta). La diferencia entre Dios y el mundo reside en que el mundo es la manifestación de Dios,
quien, como tal, no posee presencia alguna, determinación alguna. Precisamente
porque Dios no posee presencia, determinación, alguna, es incognoscible. Esto
no quiere decir que no lo conozcamos por una incapacidad nuestra, sino que Dios
es «de suyo» incognoscible, dado que en Él no hay nada que conocer, está más
allá de todo, más allá del ser, por lo que ni siquiera se puede decir de Él que
es (y por lo tanto Dios es, en cierto modo, «nada»).
Dado
que en Dios no hay nada que conocer, cualquier conocimiento afirmativo es
siempre un conocimiento de segundo orden, frente al conocimiento negativo de
Dios. Tal conocimiento negativo consiste en decir lo que Dios no es: esta es la
forma de operar de la teología negativa (de la cual Dionisio es el más
destacado representante cristiano) que es la que está a la base de todo misticismo.
Los
textos de Dionisio fueron, después de los de Agustín, los que ejercieron un mayor
influjo en el pensamiento cristiano de la Alta Edad Media (influencia que se
deja notar especialmente en la angelología
y el misticismo).
4. Boecio
Anicio Manlio Severino Boecio nació en Roma, en torno al año
480. Ocupó un cargo relevante en la corte de Teodorico el Grande. Tras caer en desgracia fue encarcelado y, en
el 525, decapitado.
Se propuso traducir al latín las obras de Platón y Aristóteles, y
comentarlas, con el objetivo de demostrar que coincidían en lo fundamental.
Pero de este proyecto solo logró traducir el Organon, así como el comentar las Categorías y Sobre la
interpretación. También escribió algunas obras de lógica. Pero su obra más célebre es La consolación de la filosofía, compuesta mientras estaba
encarcelado.
5. Isidoro de Sevilla
Isidoro nació en torno al 570. Su
familia procedía de Cartagena, de
donde huyó tras la conquista bizantina, estableciéndose en Sevilla. En el 599 fue nombrado arzobispo de esta ciudad,
permaneciendo en el cargo hasta el año 636, en que falleció. Fue canonizado por
la Iglesia católica.
Entre
sus obras destacan: Chronica majora (La crónica grande), De natura rerum (Sobre la
naturaleza de las cosas), De ordine
creaturarum (El orden de la creación),
Sententia (Sentencias). Pero su obra más célebre son sus veinte libros de Etimologías, una especie de enciclopedia, donde pretende recoger
todo el conocimiento del pasado. Gracias a esta obra se consiguió salvar, en
buena medida, la ciencia antigua.
6.
Juan Escoto Erígena: las divisiones de la naturaleza
Escoto Erígena nació sobre el 810 en Irlanda. Fue profesor en la escuela
palatina de París en tiempos de Carlos II el Calvo (nieto de Carlomagno).
Realizó comentarios y una nueva traducción al latín (ya habían sido traducidas
antes) de las obras del Pseudo‑Dionisio,
del que toma lo esencial de su doctrina. Murió sobre el 877.
Lo
fundamental de la obra de Escoto está recogido en De las divisiones de la
naturaleza. En este escrito comienza definiendo naturaleza como
la totalidad de lo que es y de lo que no es. Esa totalidad de lo que es y lo
que no es se da de cuatro formas (cuatro divisiones):
(1)
La primera es la naturaleza que crea y no es creada: con esta expresión se refiere a Dios en tanto que es principio
de todo. Dios es trascendente a todo, está más allá incluso del ser (por ello
en cierto modo no es nada). Pues bien, en el momento que Dios es, ya ha producido algo. El «es» del
«Dios es» implica, ya, algo que no había antes: el ser. Por lo que, con el
hecho de «ser», Dios ya ha creado.
(2)
La segunda es la naturaleza que es creada y crea: en cuanto Dios «es», podemos decir que, de algún modo, se ha
salido de sí (se ha salido de lo que era Dios en sí mismo, ya que, como tal,
estaba incluso más allá del ser), se ha vuelto consciente de sí. Por eso al
ser Dios, ya es Logos, Verbo, es decir, el lugar de las «ideas». Las «ideas»
son los modelos en base a los cuales se crea todo (por eso las designa como la
naturaleza «que es creada» y «crea»). Ahora bien, las «ideas» son el ser de
todo lo demás, por ello en las «ideas» está todo (si a todo lo demás, a las
cosas, le quitamos su ser, que radica en las «ideas» ‑recordemos a Platón‑,
no queda nada).
(3)
La tercera es la naturaleza que es creada y no crea: con esta expresión se refiere a la
totalidad de las cosas del mundo, que son la manifestación de Dios.
(4)
La cuarta es la naturaleza que ni es creada ni crea: con esto se refiere a Dios en sí, al
que todo vuelve. Dios es concebido a la manera neoplatónica, como lo Uno que es
trascendente a todo, que está más allá de todo, incluso del ser (por lo que se
puede decir que, en cierto modo, Dios no es). De Dios procede todo y a Él
retorna todo. Todo lo que podemos conocer de Dios, así concebido, será a través
de la teología negativa (diciendo lo que no es). No obstante, Dios se
hace presente, se manifiesta, incluso de cara a sí mismo, a través de los
procesos 1, 2, y 3.
Cada
una de estas divisiones no se refiere a una parte de la naturaleza, sino que
cada división abarca la totalidad pero en un momento de su desarrollo. (Ahora
bien, con la palabra «momento» aquí empleada hemos de tener cuidado, ya que
no se trata de que esto sea un proceso que se desarrolla en el tiempo, de modo
que «primero» esté Dios en sí, luego, dentro de «x» tiempo, surja el ser, etcétera.,
sino que todo el proceso es intemporal, se ha dado desde siempre.)
Como
cada uno de estos momentos es una manifestación (teofanía) de Dios, se dice,
a veces, que la doctrina de Escoto es un panteísmo.
Pero en el Erígena no es así, dado que Dios en sí mismo no es, solo es
en tanto se «sale de sí» y se manifiesta, eso sí, como mundo.
Toda
la obra de Juan Escoto es un intento de interpretar las Escrituras desde la
filosofía. Aunque para muchos cristianos Escoto se hace sospechoso de
apartarse del dogma (hasta el punto de que en el 1225 el papa Honorio III ordenó que se quemase De
las divisiones de la naturaleza), él, sin embargo, no pretende sino interpretar
las Escrituras. Asume el dogma cristiano pero cree que su sentido tiene que
ser buscado por la filosofía, en definitiva por la razón.
7.
Alfarabí: esencia y existencia
Alfarabí nació en Fãrãb, en Tranxosiana, cerca del mar de
Aral, hacia el 873, y murió en el 950, en Damasco.
Escribió: La Inteligencia y lo inteligible, El alma, la unidad y lo uno,
y Concordancia entre Platón y Aristóteles.
Elaboró
un sistema filosófico‑teológico a partir de elementos aristotélicos y neoplatónicos.
Emplea la argumentación de Aristóteles (el movimiento es paso de potencia a
acto; todo lo que se mueve es movido por algo en acto; es imposible una cadena
causal infinita; luego, es necesario un primer motor que sea acto puro) para
demostrar la existencia de Dios. Hecho esto concibe a Dios como lo Uno
neoplatónico. De lo Uno emana la Inteligencia (Nous de
Plotino), y el Alma del Mundo. De esta procede el Cosmos.
Pero
la importancia filosófica de Alfarabí descansa sobre todo en ser el primer pensador
que formula explícitamente la idea de que el mundo es contingente, es
decir, que podría no existir. Y esto, entendido de otra manera, significa que
hay una distinción entre esencia y existencia. Es decir, no todo lo que es
concebido de determinada manera, existe. Se pueden determinar perfectamente
las características (esencia) de
un elemento «x» sin que necesariamente tal elemento exista. Una vez en posesión del concepto de una cosa, para llegar
a su existencia, esta tendrá que sernos dada a través de una percepción
directa (a través de los sentidos),
o indirecta (a través de una demostración).
Los
filósofos griegos tendían, en general, a considerar que el mundo existe necesariamente. Esto no ha de
entenderse como que todas las «cosas» existen desde siempre, pero sí que
aquello en que reside el ser de las cosas (su esencia), es necesario (y por lo
tanto eterno). Así, para Platón,
las «ideas» son necesarias, y no tiene sentido, dentro de su filosofía,
preguntarse por qué, o cómo, han llegado a existir las «ideas» (antes bien, son
ellas las que explican todo lo demás), y por tanto no tiene sentido distinguir
entre esencia y existencia. Igualmente, en Aristóteles, las formas sustanciales (que son la esencia de las
cosas) tienen carácter «necesario». El neoplatonismo
distingue entre el Uno‑Dios y el mundo, pero el mundo emana «necesariamente» de
lo Uno. Tampoco, por lo tanto, tiene sentido plantearse el problema de unas
esencias, que sin embargo no existiesen.
Con
la concepción judeo‑cristiana (y
posteriormente islámica) de la
creación, se produce un cambio fundamental. Ahora se parte de que el mundo ha
sido creado voluntariamente (de modo
libre, no necesario) por Dios, y por
lo tanto, el mundo podría no existir. Por ello, en el concepto de creación ya
estaba implícita la idea de que el mundo es «contingente»; o, lo que es lo mismo,
que en su esencia no está el que tenga que existir. Pero aunque tal idea ya
estaba implícita en la concepción judeo‑cristiano‑islámica de la creación, el
mérito de Alfarabí radica en ser el primero que la hace explícita.
8.
Avicena: ser necesario y ser posible
Avicena (ibn Sina) nació en Bokhara en Persia, en el año 980. Fue médico
y un profundo conocedor de multitud de disciplinas: literatura ‑árabe‑, lógica,
geometría, jurisprudencia, física,
teología. Buena parte de estas
disciplinas las estudió por su cuenta. Murió en Hamadan, en 1037.
Su
principal obra es el As‑sifa, traducida al castellano (por Juan Hispano, en la Escuela de Traductores de
Toledo), y posteriormente al latín con el título de Sufficientiae,
ejerciendo una gran influencia en muchos pensadores cristianos, entre ellos Tomás de Aquino.
Avicena
parte de la distinción, planteada por Alfarabí,
entre esencia y existencia. A partir de esta idea distingue dos maneras de
entender el ser:
(1) Ser
necesario: lo poseen aquel tipo de seres que existen necesariamente, es decir,
que no pueden no existir. Esto significa que en su esencia está el que tengan
que existir; o, mejor aún, su esencia consiste exclusivamente en existir.
Este tipo de «ser» solo lo posee Dios.
(2) Ser
posible: lo poseen aquel tipo de seres que son contingentes, es decir, que
pueden no existir. Es el propio de las criaturas, los seres que no son Dios.
Ahora
bien, hemos de tener en cuenta que Avicena concibe la creación al modo neoplatónico: del Dios‑Uno procede,
por emanación, la Primera Inteligencia, que se distingue de Dios en
que su existencia le es dada por Aquél, y en que es múltiple (al contrario de
Dios, que es simple). Y es múltiple porque en ella se puede distinguir la
esencia de la existencia (en Dios no, porque ya hemos dicho que su esencia consiste
en existir).
A
partir de esta Primera Inteligencia todavía surgirán otras nueve en grado
descendente, cada cual con un mayor grado de multiplicidad. La última, la Décima
Inteligencia, tiene dos funciones básicas: (1) Lleva en sí las formas
(concebidas al modo aristotélico) y las pone en la materia, surgiendo
así la multitud de seres sensibles. (2) Hace de entendimiento agente
(recordemos, una vez más, a Aristóteles) en el hombre.
Pues
bien, dado que Avicena concibe la creación al modo neoplatónico, como emanación, esta será un proceso
necesario, que no depende de la «voluntad» de Dios. Dios no es libre de crear
o no crear, sino que lo hace por necesidad de su propio ser. Y esto nos lleva
a otra consideración: dado que Dios existe necesariamente, y que crea necesariamente,
lo creado también será necesario. No obstante, antes hemos dicho que solo Dios
es necesario, y que los demás seres son solo posibles. Debemos, por lo tanto,
precisar cuál es la diferencia entre posible y necesario en Avicena: necesario
es aquello que tiene la existencia por sí mismo, y posible es aquello
que es necesario en virtud de una causa.
9. Salomón
ibn Gabirol y el hilemorfismo universal
Salomón ibn Gabirol,
también conocido como Avicebrón, nació en Málaga, aproximadamente sobre el 1021. Con él entró en España la
especulación oriental judía, de orientación neoplatónica.
Escribió
una obra que, traducida al castellano por Juan Hispano, y de ahí al latín
por Domingo Gundisalvo, con el título de Fons vitae (La fuente de
la vida), ejerció una enorme influencia sobre la filosofía escolástica
cristiana. Murió sobre el 1069.
Lo
fundamental de su doctrina es la teoría del hilemorfismo universal.
Tal doctrina sostiene lo siguiente: todos los seres creados son un compuesto
de materia y forma (incluidos los seres espirituales compuestos de «materia
espiritual» y forma). Toda la materia puede ser reducida a un tipo único de
materia: la materia universal. Igualmente toda forma puede ser
reducida a una única forma: la forma universal.
Esta
materia y esta forma universales solo pueden darse separadas en la mente
de Dios, quien, en virtud de la Voluntad (¿una hipóstasis divina?),
genera el mundo uniendo materia y forma. En cada ser hay una multitud de
formas que se superponen y que determinan el lugar que le corresponde en la jerarquía
del cosmos. Así, toda criatura corporal tiene la forma «corporeidad»; si es
una planta tiene la forma que determina la corporeidad, más la forma que determina
la vida vegetativa; si es una animal, la forma que determina la corporeidad,
más la que determina la vida vegetativa, más la que determina la vida
sensitiva; etcétera. En la cumbre jerárquica de las criaturas está el Alma
del mundo, que procede de la
Voluntad pero ya no es Dios sino un compuesto de materia y forma.
10. Anselmo
de Canterbury:
el
argumento ontológico
Anselmo nació en Aosta (Piamonte) en 1033. Fue abad de Bec (Normandía) y luego
arzobispo de Canterbury. Tomó
parte en la querella de las investiduras
(disputa mantenida entre el papa y
el emperador en torno a quien tenía autoridad para nombrar cargos
eclesiásticos) en favor del papa.
Sus
obras más importantes son: Soliloquio (Monologium), Coloquio (Proslogium);
una serie de cuatro diálogos titulados respectivamente: De la verdad, Del
libre arbitrio, De la caída del diablo, y Del gramático. Escribió
además: ¿Por qué Dios se hizo hombre?, el Liber de fide Trinitatis,
Meditaciones, De la coincidencia de la presciencia, la predestinación y la
gracia de Dios con la libertad humana, etcétera. Murió en 1109.
La
importancia de Anselmo radica fundamentalmente en ser el primer cristiano
que intenta dar una prueba de la existencia
de Dios sin recurrir a la fe ni a las Escrituras. Esta prueba se conoció
posteriormente como argumento ontológico. En ella pretende no tomar como
premisa ningún dato de fe, pero sí toma de la fe la noción de Dios, entendida
como «el ser mayor que puede pensarse», noción que se halla presente en el
entendimiento (dada, según Anselmo, por la fe). Dicha prueba se formula
así:
Pensamos
a Dios como el ser mayor que puede pensarse (mayor quiere decir aquí, más perfecto).
El que niega a Dios, así entendido, lo que está negando es que Dios exista;
pues, como mera idea ya está en su pensamiento (de lo contrario no lo podría
negar).
Pero
si Dios es lo mayor que puede pensarse, Dios tiene que existir, de lo
contrario podríamos pensar algo mayor. Algo con los atributos del Dios pensado
pero que además existiese. Y, por la definición que hemos hecho de Él, eso
sería Dios.
Ya
en vida de Anselmo, un monje llamado Gaunilón negó validez a la prueba,
ya que ‑según Gaunilón‑ no se puede demostrar que Dios exista basándose en el
significado de la palabra «Dios»; porque, de ser así ‑argumenta Gaunilón‑, si
definimos «Isla Perdida» como la
mayor que cabe imaginar, de esa definición se deduciría que dicha isla existe.
Anselmo
contraargumenta diciendo que tal noción solo puede aplicarse al ser infinito,
pues cualquier ser finito (por ejemplo, la «Isla Perdida») es, por la propia
noción de finito, algo de lo que pueden pensarse cosas mayores.
(Efectivamente, solo la noción de «el ser mayor que pueda pensarse» implica
necesariamente que la existencia esté entre sus atributos; cualquier ser que
no responda a esa noción, cualquier ser finito, no implica la existencia).
Digamos
que el problema está en si, al establecer la noción de Dios que hemos dado («el
ser mayor que puede pensarse»), estamos solamente profiriendo unas palabras o
es una noción que está en la mente (esse in intellectu). Con un ejemplo
distinto lo entenderemos mejor: se trata de decidir si la noción de «Dios» guarda
con la de «el ser mayor que puede pensarse» la misma relación en nuestra mente,
que la de «triángulo» con la de «superficie cerrada por tres líneas». Anselmo
piensa que sí, y que tal noción está en nuestra mente (in intellectu)
dada por la fe; por lo que, una vez en posesión de la noción de Dios, quien
niega su existencia es un insensato que se autocontradice.
11. Avempace
Ibn Bayyah, conocido en el mundo
cristiano occidental como Avempace,
nació en Zaragoza, que entonces era
la capital de la Taifa de Saraqusta, en torno al año 1080. Fue nombrado visir
por los almorávides. Tras la conquista cristiana emigra al sur, viviendo algún
tiempo en Sevilla y en Granada, pasando posteriormente a África. Murió en Fez, en 1138.
Además
de ser uno de los filósofos más importante de al-Ándalus, destacó como
astrónomo, matemático, médico, botánico y político. Escribió numerosas obras,
la mayoría perdidas, entre las que destacan los comentarios a Aristóteles. Su principal obra original
es el Régimen del solitario, donde
pretende enseñar a los hombres a identificarse con el entendimiento en acto.
Su
tratamiento de la obra aristotélica tendrá una gran influencia en el mundo andalusí,
especialmente en Averroes y Maimónides.
12. Pedro
Abelardo y el problema de los universales
&1
Un
problema central en las discusiones de los pensadores medievales es el de la
naturaleza de los universales. Más
concretamente, la cuestión que se debate es la de si los universales tienen realidad extramental o no (si, por
ejemplo, «hombre» tiene alguna realidad en sí, al margen de los hombres
concretos, o no).
El
primero en plantearse este problema fue el neoplatónico Porfirio, en su Introducción
a la lógica aristotélica. De él lo toma Boecio, que es quien lo
introduce en el pensamiento medieval. Su posición al respecto, que pretendía
ser reflejo fiel de la de Aristóteles, es la siguiente: el universal es algo
real, que se encuentra enteramente en cada individuo, y es de naturaleza
incorpórea. No se da separado de los individuos, pero podemos considerarlo por
separado en el pensamiento.
Posteriormente
a Boecio, las posiciones con respecto a la realidad de los universales se
dividieron en dos grandes tendencias a las que se ha dado en llamar realismo
y nominalismo. (Hemos de tener en cuenta que solo se discute la realidad
de los universales pertenecientes al mundo natural. La realidad de los universales trascendentes, es decir,
las «ideas», que los pensadores
cristianos medievales sitúan en la mente de Dios, no se cuestiona hasta Ockham).
(1)
Posturas realistas: son
las que sostienen que el universal tiene realidad
extramental. Esta es la postura de Boecio,
y es sostenida por otros pensadores bajomedievales entre los que destaca Guillermo
de Champeaux (1070‑1121).
(2)
Posturas nominalistas:
sostienen que el universal no es más que un nombre (nomem, de donde «nominalismo»). Esta postura se debe
a Roscelino de Compiégne (1050‑1120) quien sostuvo que el universal no
es más que mero flactus vocis (sonido de la voz). Pero los
representantes más conocidos de esta postura son Pedro Abelardo, en el
siglo XII, y Guillermo de Ockham, en el XIV.
&2
Pedro Abelardo nació en Nantes, en 1079. Las noticias que
tenemos de él lo describen como un hombre extraordinario en todos los
aspectos. Enseñó en París (hay quien
dice que al influjo de su enseñanza se debe la fundación de la Universidad
de París y el prestigio que adquirió en la Baja Edad Media).
Entre
sus obras destacan: Dialéctica, Sic et non (es decir, Si y no,
donde se expone el método de las cuestiones, que será el método escolástico
por excelencia), Tratado acerca de la unidad y trinidad de Dios, Introducción
a la teología, y Teología cristiana. Murió, después de una vida
muy accidentada, en 1142.
Abelardo
sostiene que si la esencia es algo
real en sí misma, es decir, si es «una cosa», que se puede considerar aparte
de las cosas individuales, no se explica como tal esencia pueda ser una y
al mismo tiempo múltiple. Esto es, si la esencia «caballo» es algo real, es
una cosa en sí misma, no se explica cómo, al mismo tiempo, pueda estar repartida
en multitud de caballos individuales. (Recordemos que problemas similares
ya se le planteaban a Platón, cuando
intentaba explicar la relación entre las esencias y las cosas físicas.)
Hecha
esta objeción Abelardo caracteriza así los universales:
(1)
El universal no tiene más realidad que la mental.
(2)
El universal no es siquiera un nombre, ya que un nombre está compuesto de una
parte corporal (el sonido o los signos escritos), y por lo tanto es algo
individual. El universal es algo del nombre, una parte de él, a saber, el «sentido», que, como tal, es incorpóreo.
Es precisamente el sentido el que designa las cosas (individuales). Este
sentido se conservaría aun en el caso de que desapareciese la cosa
designada. Es decir, en el supuesto de que no hubiese caballos el sentido del
término «caballo» seguiría teniendo validez (tal como lo tiene, para nosotros,
la expresión «dinosaurio»).
13. Pedro Lombardo
Nació
en Lumello, cerca de Novara, en Italia, en torno al año 1100. En el 1136 se estableció en París, donde trabó relación con Hugo de San Víctor y Pedro Abelardo. Fue maestro en la Escuela catedralicia de Notre-Dame, donde ganó fama como teólogo.
En 1159 fue nombrado obispo de
París, donde falleció, en 1160.
Escribió
los Cuatro Libros de Sentencias, que
se convertiría en uno de los textos más comentados en la Universidades
medievales.
14. Domingo Gundisalvo
También
conocido como Dominicus Gundissalinus
y Domingo González. Existen pocas
noticias sobre su vida. Nació, probablemente en Segovia, a principios del siglo
XII y falleció hacia finales del mismo siglo. Fue arcediano de la localidad segoviana de Cuéllar y desarrolló su obra (como traductor y filósofo) en Toledo.
Como
traductor vertió al latín obras de: (1) Alejandro de Afrodisia (De intellectu et intellecto). (2) Al-Farabi
(De intellectu et intellecto, Fontes
quaestionum, Liber exercitationis ad viam felicitatis, Exposición del Libro V
de los Elementa de Euclides). (3) Al-Kindi (De intellectu). (4) Avicena (De
anima seu sextus naturallium, De convenientia et differentia subjectorum, Lógica,
De universalibus, Liber de philosofhia prima, Liber primus naturalium, tractatus
primus, Liber primus naturalium, tractatus secundus, Prologus discipuli et capitula,
De viribus cordis). (5) Al-Gazali (Logica,
Metaphysica). (6) Salomón ibn-Gabirol (Fons
vitae). (7) Isaac Israeli (Liber de
definitionibus). (8) El pseudo al-Farabi (De ortu scientiarum). (9) El pseudo al-Kindi (Liber introductorius in artem logicae). (10) El pseudo Avicena (Liber caeli et mundi).
Como
filósofo escribió: (1) De divisione
philosophiae (Sobre las divisiones de
la filosofía). (2) De scientiis (Sobre la ciencia). (3) De anima (Sobre el alma). (4) De unitate
et uno (Sobre la unidad y el uno).
(5) De Processione mundi (Sobre la procesión del mundo).
15. Juan de Salisbury
Nació
en Salisbury, en torno al 1115.
Siendo joven emigró a Francia, y se
instaló en París, donde tuvo como
maestros a Pedro Abelardo y Gilberto de la Porrée, entre otros. En
1176 fue elegido obispo de Chartres,
donde murió, en 1180.
16.
Averroes
&1
Averroes (ibn Rusd) es la figura
más importante e influyente de todo el pensamiento árabe. Nació en Córdoba en 1126. En principio contó
con el favor de la corte, pero más tarde se hizo sospechoso de herejía, por lo que fue confinado en Lucena, y posteriormente desterrado
a Marruecos donde murió en el 1198.
Debido a sus numerosos comentarios a la obra de Aristóteles fue conocido
como El Comentador.
Sus
obras fueron mandadas destruir, pero se conservaron en versiones hebreas.
Las más importantes son: La destrucción de la destrucción (que es
una crítica a una obra de Algazel, otro filósofo árabe, titulada La
destrucción de la filosofía), La felicidad del alma, y La
sustancia del orbe.
&2
Su
doctrina no pretende ser sino una exposición de la de Aristóteles, en quien veía al más sabio de los hombres. Tal defensa
de la filosofía de Aristóteles le lleva a sostener las siguientes tesis:
(1)
Mantiene, siguiendo a Aristóteles, que el alma es mortal, aunque cree que una parte de ella, el entendimiento agente (que Averroes identifica, siguiendo a
Avicena, con el último motor inmóvil), es eterna y común para todos los hombres.
(2)
La materia primera es coeterna con
Dios, no es por lo tanto creada. Sobre ella opera el último Motor inmóvil (el entendimiento
agente, la última Inteligencia).
(3)
Dios solo conoce las formas universales,
pero no a los individuos sensibles, por cuya suerte se desinteresa.
Tales
tesis no son asumibles por la ortodoxia musulmana (tampoco lo serán por la cristiana),
de ahí su condena (y la de sus seguidores cristianos por parte de las autoridades
de esta religión). Averroes, no obstante, era un fiel musulmán y no creía que
su doctrina estuviese en contradicción con la fe islámica. El que las verdades
de la filosofía (aristotélica) y de la fe no coincidiesen literalmente se lo
explicaba así: hay tres diversos tipos de hombres atendiendo al grado de su
desarrollo espiritual:
(1)
Los filósofos:
representan el grado de conocimiento más alto, aquel que se basa en la
demostración, es decir, en la filosofía.
(2)
Los teólogos: representan
el segundo grado de conocimiento, que opera a través de argumentos probables
pero no necesarios (lo que Aristóteles entendía por dialéctica).
(3)
El común del vulgo:
representa el grado de conocimiento más bajo, el que es dado por la fe,
que opera a través de la imaginación
y los sentimientos.
Pues
bien, resulta que el Corán es un libro que pretende hablar a todo el
mundo, cualquiera que sea su nivel de desarrollo espiritual. Es por eso que,
dependiendo del grado de elevación espiritual, se podrán hacer de él distintos
tipos de lecturas. Eso no quiere decir que la filosofía y la fe estén en
contradicción, sino que se expresan con distintos lenguajes.
Averroes
tuvo numerosos e importantes seguidores en el mundo cristiano, a los que se
conoce como averroístas latinos,
entre los que destacan Siger de Brabante
y Boecio de Dacia.
Siguiendo
a Averroes, los averroístas latinos pretendían explicar de modo fiel la doctrina
de Aristóteles. Y admitían que a
veces la doctrina de Aristóteles no coincidía con las Escrituras. Aunque ellos
sostenían que la verdad es la recogida en las Escrituras, sin embargo se les
acabaría acusando, con cierta base, de defender la existencia de una doble verdad (la de la fe y la razón).
&3
Pese
a la pretensión de Averroes de no exponer sino la filosofía de Aristóteles,
introduce en su explicación elementos de procedencia neoplatónica. Averroes sostiene que hay varios motores
inmóviles (siguiendo en esto a Avicena y otros filósofos árabes). Cada
esfera celeste es un Motor Inmóvil, de modo que cada cuerpo celeste se mueve
por deseo de su esfera. Pero además Averroes sostiene que todos los motores
son en cierto modo uno, todos están en dependencia de un Primer Motor Inmóvil.
¿Cómo
es posible compaginar que cada Motor sea inmóvil (y que por lo tanto no sea causado
por ningún otro), pero que, al mismo tiempo, esté en dependencia de otro?
Aquí es donde introduce Averroes concepciones neoplatónicas para explicarlo:
cada motor es producido (o emanado) eternamente por su inmediato superior. De
modo que todos son emanados a partir de un Primer Motor. Cada Motor es una Inteligencia
(o entendimiento, cosa que también sostenía Aristóteles con respecto al
Primer Motor Inmóvil), que, según Averroes, se conoce a sí misma (no conoce
otra cosa fuera de ella, sino no sería un motor inmóvil), pero (y aquí vuelve
a introducir concepciones neoplatónicas) conociéndose a sí misma conoce su
procedencia de la Inteligencia superior, con lo que, en cierto modo «es» la
Inteligencia superior. Eso es lo que explica que, siendo una multitud de
motores inmóviles, sean, a la vez, uno.
La
última de la Inteligencias, es la correspondiente a la esfera de la Luna,
que es identificada con el entendimiento agente, que es uno para
todos los hombres.
17.
Maimónides
Maimónides (Moisés ben Maimón) es
un judío, nacido en Córdoba en 1135.
Se convirtió al islam, pero debido al ambiente de desconfianza hacia los
filósofos que reinaba por entonces en la España de los almohades se vio obligado
a huir a Fez y luego a El Cairo. Fue nombrado médico de la
corte de Saladino, en la que se ganó una reputación de hombre sabio.
Murió en 1204. Su obra más importante es Guía de perplejos.
Maimónides
intenta casar la doctrina del Antiguo Testamento con la filosofía, especialmente
con la de Aristóteles.
Tal
intento le conduce a mantener las siguientes aseveraciones:
(1)
Cuando lo narrado en el Antiguo Testamento contradice de modo obvio a la
razón, debemos suponer que tales narraciones tienen un sentido alegórico.
(2)
Cuando la posición del Antiguo Testamento con respecto a un tema es
clara, debemos asumirla. Y Maimónides está convencido de que ese tipo de
verdades que aparecen de un modo claro y rotundo en el Antiguo Testamento
no son nunca contradictorias con la razón. Así, en torno a la disputa de si el
mundo es eterno o creado en el tiempo, el Antiguo Testamento sostiene
que el mundo es creado en el tiempo,
mientras que Aristóteles y sus seguidores sostienen que es eterno. Maimónides cree sin embargo que
tal contradicción entre la Biblia y la filosofía no existe, ya que la
razón no puede demostrar de modo inequívoco ni una cosa ni otra: lo que si
puede hacer la razón es demostrar que no hay ninguna contradicción racional
en el hecho de que el mundo sea creado en el tiempo, por lo que no tenemos
ninguna razón para no creer al Antiguo Testamento.
(3)
Con respecto al tema de la inmortalidad
del alma su posición es la siguiente: el entendimiento paciente
es individual, pertenece a cada hombre particular y muere con el cuerpo. El entendimiento
agente es una Inteligencia separada, la Décima Inteligencia, que procede de la esfera de la Luna, y es
la causa de que el entendimiento paciente pase de potencia para conocer, a
conocer en acto. Pues bien, ese conocimiento adquirido por el entendimiento
paciente, no muere, y retorna tras la muerte al entendimiento agente. Eso le
lleva a una conclusión que recuerda ciertas posiciones gnósticas y
neoplatónicas: en tanto el hombre se haga sabio (haga de su entendimiento
paciente, acto), se volverá inmortal. El saber salva.
18. Roberto Grosseteste
Nació
en Stradbroke, en el condado de Suffolk, Inglaterra, en torno al año 1175. Enseñó en Oxford. Fue nombra archidiácono de Leicester, en 1229, y obispo de Lincoln, en 1235. Murió, en esta última ciudad, en 1253.
Entre
sus obras cabe mencionar: De unica forma
omnium, De Intellligentiis, De statu causarum, De potentia et actu, De
veritate, De veritate propositionis,
De sciencia Dei, De ordine emanandi causatorum a Deo y De libero arbitrio.
Desarrolla
del método de la resolución y composición, el método de la eliminación y
una curiosa teoría de la luz.
El método
de la resolución y composición es una reformulación del método de análisis
y síntesis que empleaban los geómetras helenísticos. Por resolución entiende
un proceso por el que se descompone lo dado en partes simples, que luego
son agrupadas en virtud de sus semejanzas, obteniendo así los principios o
causas de las cosas. Una vez hecho esto se lleva a cabo el proceso inverso mediante
la composición, que nos permite ver como las cosas particulares se constituyen
a partir de los principios.
El método
de la eliminación es como un complemento del anterior. Siempre que haya
dudas para elegir entre varias hipótesis se deben tener en cuenta dos principios:
(1) Principio de uniformidad: la naturaleza tiende a comportarse
siempre de la misma forma. (2) Principio de economía: la naturaleza
tiende a operar del modo más simple.
Sus
consideraciones acerca de la naturaleza
de la luz le llevan a una interesante conclusión: (1) La luz es la «forma
primera» que, unida a la «materia primera», constituye todos los cuerpos. (2)
La naturaleza de la luz puede ser descrita en términos geométricos. (3) Por
lo tanto, lo esencial de la física puede ser reducido a geometría.
19. Alexander Hales
Conocido
en el ámbito hispano como Alejandro de Hales. Nació en Gloucestershire, en
torno al 1180. En torno al 1231 ingresó en la Orden franciscana. Fue profesor
de la Faculta de Teología, de París. Falleció en 1245.
20. Alberto Magno
Nació
en Lauinguen, en Baviera, en torno al 1193. Ingresó en
la Orden de Predicadores (dominicos), en 1223. Enseñó teología en Colonia y
París, donde tuvo a Tomás de Aquino como discípulo. Murió en Colonia, en 1280.
21. San Buenaventura
Juan de
Fidanza conocido como san
Buenaventura, nació en la Toscana, Italia, en 1214.
Bibliografía
-Abbagnano, Nicola: Historia
de la filosofía. SARPE, S. A. Barcelona, 1988.
-Copleston, Frederick: Historia de la filosofía. Ariel. Barcelona, 1989.
-Cruz Hernández, Miguel: Historia del pensamiento en el mundo islámico. Alianza Editorial,
S. A. Madrid, 1981.
-Fontana, J. y Ucelay Da Cal, E.: Historia Universal Planeta. Editorial Planeta, S. A. Barcelona,
1993.
-Gilson, Etienne: La filosofía en la Edad
Media. Gredos, Madrid 1989.
-Martínez Marzoa, Felipe: Historia de la filosofía. Istmo. Madrid, 1980.
-Ramón Guerrero, Rafael: El pensamiento
filosófico árabe. Editorial Cincel,
S. A. Madrid, 1985.
-Reale, Giovanni, y Antiseri, Dario: Historia del pensamiento filosófico y científico. Editorial Herder,
S. A. Barcelona, 1988.
Valdeón, Julio: La
Alta Edad Media. Grupo Anaya, S. A. Madrid, 1988.
-Varela, M. I., y Llaneza, A.: La expansión del islam. Grupo Anaya, S. A. Madrid, 1989.
-VV. AA.: Historia
de la filosofía. Del mundo romano al Islam medieval. Siglo XXI de España
Editores, S. A. Madrid, 1990.
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