1. Caracteres generales
&1
La filosofía analítica constituye un
amplio movimiento filosófico, originado en Inglaterra
a partir de la obra de George Edward Moore y Bertrand Russell
(este último influido por los matemáticos, y a la vez lógicos, George Boole y Friedrich Ludwig G. Frege), que adquiere, además, un enorme auge
en EE.UU. y Austria.
Aunque
dentro de este movimiento se pueden distinguir varias corrientes, todas ellas
tienen en común los siguientes rasgos:
(1) Mantienen
una actitud empirista: la
experiencia ha de ser la fuente de todo nuestro conocimiento.
(2) Consideran
que la filosofía no es un saber con contenido propio sino que es una actividad.
(3) Esta
actividad filosófica se centrará casi exclusivamente en el análisis de problemas
de tipo lógico o lingüístico.
Precisamente
este tercer punto es el que permite distinguir dos subcorrientes diferenciadas
dentro del movimiento analítico (ya desde sus inicios):
(1)
Los que, a partir de Russell, tratan
de encontrar las expresiones lingüísticas mínimas (algo así como átomos
lingüísticos) para, a partir de ellas, construir un lenguaje perfecto
que, al margen de las ambigüedades del lenguaje común, pueda ser usado con
absoluta precisión en el tratamiento de problemas científicos. A esta
subcorriente filosófica se la ha denominado a veces filosofía del lenguaje
ideal.
(2)
Los que se dedican a descomponer el lenguaje común para eliminar las incorrecciones
de su funcionamiento sin recurrir a su conversión en lenguaje lógico (supuestamente
perfecto). A esta postura se la ha denominado filosofía del lenguaje corriente.
&2
Para la filosofía del lenguaje ideal el
análisis filosófico tiene como misión llevarnos a distinguir los problemas
reales de la ciencia de aquellos problemas (pseudoproblemas) que surgen debido
al mal empleo del lenguaje (casi todos los problemas de tipo filosófico).
El
lenguaje común incurre inevitablemente en este tipo de pseudoproblemas, por
lo que se hace necesario abandonarlo y sustituirlo por un lenguaje perfecto. Este lenguaje perfecto tiene que ser
desarrollado por los procedimientos de la lógica. Para la constitución de tal lenguaje perfecto será
necesario descomponer el lenguaje en sus elementos mínimos o simples (algo así
como «átomos lógicos»). Estos elementos
simples se han de corresponder con los hechos simples de la
realidad.
Ese
intento de construir un lenguaje perfecto no es una novedad que aparezca con la
filosofía analítica, sino una vieja aspiración de la filosofía (que se remonta
a Leibniz, en el siglo XVII, y Ramon Llull, en el siglo XIII), pero solo
a partir de principios del siglo XX tendrá algún resultado.
Dentro
de esta corriente analítica que hemos denominado «filosofía del lenguaje ideal»
pueden distinguirse, a su vez, dos subcorrientes:
(1) El
atomismo lógico, desarrollado
fundamentalmente por Russell y el primer Wittgenstein (centrado en la construcción
de un lenguaje perfecto tomando como base los «átomos lógicos»).
(2) El
positivismo lógico (también llamado
«neopositivismo», «neoempirismo» o «empirismo lógico»), que centra su
preocupación en despojar a la ciencia de todo vestigio metafísico y en analizar
el tipo de relaciones que se establecen entre el «lenguaje» y los «hechos». Los
representantes más destacados del positivismo lógico -Otto Neurath, Hans
Hahn, Moritz Schick, Rudolf Carnap-, pertenecen al grupo conocido como Círculo de Viena. También
siguieron en gran medida las tesis del círculo Carl Hempel y Willard Quine.
&3
La filosofía del lenguaje corriente,
desarrollada a partir de la obra de Moore, parte del lenguaje dado (la lengua natural de cada hablante).
Este ha de ser sometido a análisis pero no para sustituirlo por un lenguaje
lógico perfecto, sino para ver dónde se hace un mal uso de las reglas del lenguaje. Algunos autores
desarrollan la teoría de los juegos del lenguaje; esto es, dentro de
una misma lengua se pueden dar diversos usos del lenguaje, con sus reglas
propias cada uno. Y cada uno de estos usos sería un juego. La filosofía tendrá
por misión desentrañar (a través de un análisis) dónde se producen estos
malos usos del lenguaje. Con ello se cura de sí misma.
Además
de Moore pueden ser encuadrados en esta corriente la segunda versión de la obra
de Ludwig Wittgenstein, Gilbert Ryle, Peter F. Strawson, John L. Austin, etc.
2. La filosofía del lenguaje ideal: el atomismo
lógico de Russell
&1
Bertrand
Arthur William Russell nació en Trellech
(Gales, Reino Unido) en 1872, descendiente de una familia noble inglesa (es tercer
conde de Russell). Estudió en el Trinity
College de Cambridge, donde
fue profesor hasta 1916 en que fue expulsado por manifestarse en contra del
servicio militar obligatorio. Más tarde fue condenado a seis meses de cárcel por
la defensa de sus tesis pacifistas. En 1938 se fue a vivir a EE.UU. donde impartió clases en el City college de Nueva York, del que también fue despedido
por motivos ideológicos. En 1940 fue readmitido en su antigua cátedra del Trinity
College. En 1950 recibió el Premio
Nobel de Literatura. Murió, en Gales,
en 1970, a los 97 años de edad.
Entre
sus obras destacan: (1) Una exposición crítica de la filosofía de Leibniz:
de 1900. (2) Principios de matemáticas: de 1903. (3) Sobre la
denotación: de 1905. (4) Principia Mathematica: de 1910, escrito en
colaboración con el también matemático y filósofo Alfred N. Whitehead. (5) En
1914 publica Nuestro conocimiento del mundo externo y El método
científico en filosofía. (6) En 1918, Misticismo y lógica y Los
caminos de la libertad. (7) En 1927, El análisis de la materia y Por
qué no soy cristiano. (8) Investigación sobre el significado y la verdad:
de 1940. (9) El conocimiento humano: su ámbito y límites: de 1948.
&2
Russell
recibió una formación filosófica de tipo idealista,
en concreto fue educado en el idealismo de Bradley.
Más tarde, la influencia de Moore le llevó a defender tesis realistas. Veamos los puntos centrales
de este debate:
Francis Herbert Bradley
(Claphan, 1846-Oxford, 1924) defendía un sistema metafísico con muchos elementos
en común con el hegeliano. Así, sostenía que las cosas son lo que son en un sistema de relaciones. Estas relaciones
constituyen, por lo tanto, un elemento esencial de las cosas, forman parte de
su ser, de su naturaleza. Es decir, son «relaciones internas» a las cosas.
Entre este tipo de relaciones está la que mantienen las cosas con una
conciencia (tesis idealista). Además, por estar todas las cosas en
relación interna unas con otras,
constituyen una unidad (tesis monista), y esta unidad es lo absoluto.
George Edward Moore
(Londres, 1873-Cambrige, 1958), critica la teoría de las relaciones internas.
Según Moore las relaciones en que entran las cosas no afectan para nada a la
naturaleza de estas, que permanece independiente de tales relaciones. Una
misma cosa puede entrar en unas relaciones en un momento y en otras en otro y
permanecer siendo la misma cosa. Esta tesis es la básica en el realismo
contemporáneo: las cosas tienen una realidad
«en sí» al margen de sus relaciones, incluidas las relaciones con respecto
a la conciencia que las conoce.
A
esto hay que añadir el interés de Moore por el análisis de las expresiones del
lenguaje común, que lo convierten
en el iniciador de una de las corrientes analíticas conocida como «filosofía
del lenguaje común».
&3
La
lógica monista de Bradley sostiene que conocer una cosa es conocer la totalidad de las relaciones en las que
entra, en definitiva conocer lo absoluto
(de modo similar a lo que había sostenido Hegel).
Por
contra, Russell, al asumir la crítica de Moore al idealismo y sus tesis de que
las relaciones son externas a las cosas, sostiene que estas (las cosas)
deben ser conocidas por sí mismas, con independencia de las demás. El
conocimiento lo es, por lo tanto, de cosas particulares, de individuos.
El
problema es decidir qué cosas son particulares, independientes. Es decir, percibimos
multitud de cosas, pero la mayoría de las veces estas están compuestas a su
vez de otras, etcétera. Se trata de buscar cuáles son los particulares últimos de que se compone la experiencia.
Podemos
seguir denominando con el nombre de metafísica
a la ciencia que trata de lo que las cosas «son». El problema que estamos
planteando es, por lo tanto, un problema de tipo metafísico. No obstante, para
Russell, la metafísica está en dependencia de la lógica, pues pretende llegar a estos particulares últimos por un
análisis lógico. Este análisis se desarrolla así:
Antes
de nada hay que depurar el lenguaje común para evitar las ambigüedades e imprecisiones;
lo que debe llevarnos a construir un lenguaje
perfecto (con lo que se evitarían muchos de los problemas de tipo filosófico:
los universales, las sustancias, etc., se generan como consecuencia de la
imperfección del lenguaje natural). Un lenguaje perfecto será un lenguaje con estructura lógica. Pero será una lógica
de tipo matemático (distinta de la
lógica aristotélica y, aunque no tanto, de la estoica).
Un
lenguaje perfecto deberá tener las siguientes características:
(1) No
podrá emplear términos ambiguos.
(2) Cada
palabra deberá corresponder a un único elemento simple.
(3) Cada
oración simple describirá un hecho simple.
(4) Solo
podrá admitir oraciones que sean verdaderas o falsas (lo que hemos dado en llamar
proposiciones).
(5) La
verdad o falsedad de las proposiciones complejas dependerá de la verdad o falsedad
de las simples que las compongan.
Los
hechos simples, también denominados por Russell hechos atómicos, son los
componentes más simples de la realidad. Se pueden reducir a dos tipos: (1) La
posesión de una propiedad por un
particular (ejemplo: «Esto es duro»). (2) Una relación entre particulares (ejemplo: «Esto es más grande que
aquello»). Los particulares son las entidades más simples, son
cosas tales como datos sensibles
(colores, olores, texturas), recuerdos, estados psicológicos, etc. Los
particulares son individuales (de ahí el nombre) e independientes, lógicamente,
entre sí (por lo que Russell defiende una tesis pluralista frente al monismo
idealista).
Hay
que tener en cuenta que el análisis que estamos haciendo es lógico y no físico;
entidades que desde el punto de vista de la física no pueden ser consideradas
particulares sí pueden serlo desde el punto de vista de la lógica.
Esta
concepción del lenguaje perfecto implica, al menos, dos cosas de suma importancia:
(1) Se está dando por supuesto que la estructura lógica del lenguaje y la
estructura de la realidad es la misma (isomorfismo).
(2) Se defiende una teoría referencialista
del significado (es decir, el significado de los términos son los
objetos a que se «refieren»).
Si
la estructura lógica del lenguaje y de la realidad son iguales quiere decir que
al analizar el lenguaje estamos analizando la realidad: la lógica conduce a la metafísica.
&4
Russell
distingue entre nombrar y describir. Describir es mencionar las propiedades o relaciones de algo. Nombramos algo cuando lo conocemos
directamente.
De
ahí que lo que comúnmente se llaman nombres propios: Alejandro, Tomás, etc.,
no lo son en el sentido lógico que le da Russell, pues nos permiten
nombrarlos sin tenerlos delante. Los nombres propios son en realidad
descripciones encubiertas. Es decir, «Aristóteles» es una descripción, al
igual que lo es «El preceptor de Alejandro Magno».
Los
únicos nombres que funcionan como tales, en un sentido lógico, son términos
como «esto», «eso», «aquello».
Así,
pues, los elementos simples a los que podemos llegar tras el análisis son los particulares,
propiedades y relaciones, que están representados en el lenguaje
por nombres lógicos (que nombran a
los particulares) y adjetivos, verbos y adverbios (que describen a las propiedades y relaciones). No obstante,
las propiedades no se dan al margen de los particulares, ni las relaciones,
esto quiere decir que lo único que se da de modo independiente son los
hechos simples (atómicos).
La realidad es una multitud de hechos atómicos.
Los hechos atómicos se expresan, como hemos
indicado, por proposiciones atómicas.
Las proposiciones atómicas se pueden unir entre sí usando partículas lingüísticas
(llamadas conectores, que son: «o»,
«y», «no», «o ...o», «si ... entonces», «si y solo
sí ... entonces»), dando lugar a proposiciones
moleculares. Ahora bien, los
conectores no tienen referente alguno en la realidad, y por lo tanto en la
realidad no hay hechos moleculares, solo atómicos. ¿Cómo podemos saber
entonces si las proposiciones moleculares tienen algún sentido? Pues
descomponiéndolas en las simples. La verdad o falsedad de las proposiciones moleculares
depende de la verdad o falsedad de las simples y de los valores de verdad
atribuidos a los conectores. (Así, la proposición molecular «Esto es alto y
aquello es duro», es verdadera únicamente si las dos proposiciones atómicas
que la componen son verdaderas).
3. La filosofía del lenguaje ideal: el
atomismo lógico del Tractatus
(Wittgenstein I)
&1
Ludwig
Wittgenstein nació en
Viena, en 1889. A
partir de 1906 estudia ingeniería en el Technische Hoschule de Berlín. En 1908 viaja a Inglaterra para ampliar sus estudios.
Se interesa por los problemas de la fundamentación de las matemáticas y la lógica. En 1912 conoce a Frege,
quien le recomienda estudiar con Russell
en Cambrige. En 1914 se alista
como voluntario en el ejército de Austria. En medio de la guerra escribe su
obra fundamental, el Tractatus Logico-Philosophicus. Después de la guerra
ejerció como maestro de escuela en un pueblecito de Austria. En 1929 volvió a Cambridge,
y en 1939 sucedió en la cátedra a Moore.
Murió, en Cambridge, en 1951.
Póstumamente
se publicaron otros escritos suyos con los títulos de Investigaciones filosóficas
(1953), Notas sobre los fundamentos de la matemáticas (1956) y los Cuadernos
azul y marrón (1958). En estas obras, especialmente en las Investigaciones,
adopta planteamientos nuevos acerca del lenguaje con respecto a los
sostenidos en el Tractatus. De ahí que se hable de Wittgenstein I y
Wittgenstein II, o del Wittgenstein del Tractatus y del Wittgenstein de
las Investigaciones.
&2
La
lógica del lenguaje: el
Wittgenstein del Tractatus sigue básicamente el programa del atomismo lógico de Russell al que perfecciona.
Así: (1) Concibe la filosofía como la suma de lógica y metafísica. (2)
Defiende el isomorfismo lenguaje-mundo.
(3) Defiende una teoría referencialista
del significado. (4) Sostiene que los hechos
atómicos se componen de elementos simples.
El
supuesto básico del Tractatus es que el lenguaje tiene una estructura lógica. Otro supuesto
básico es que el mundo también tiene una estructura lógica. La estructura lógica es, pues, lo que
tienen en común lenguaje y mundo. Sobre estos supuestos desarrolla
Wittgenstein su teoría figurativa del sentido. Según esta, una proposición
es una «figura» (Bild) de una parcela del mundo (de un hecho atómico).
Es decir, es una especie de copia, dibujo, mapa o representación de la
realidad. Y una proposición puede figurar un hecho (atómico) porque, como
hemos visto, lenguaje y mundo tienen algo en común. A esto que tienen en común
le llama Wittgenstein la forma (o
estructura) lógica.
Ciertamente,
para que una proposición figure un hecho concreto y no sea ella misma ese hecho
concreto, tendrá que tener también algo que la distinga del hecho al que
figura; proposiciones y hechos figurados han de estar constituidos por distintos materiales, por llamarle
de alguna manera. A modo de ejemplo, una fotografía «figura» un hecho si hay
algo en común entre esa fotografía y el hecho en cuestión, pero, obviamente,
en tanto la fotografía no es el hecho mismo, tendrá que distinguirse de él en
algo -entre otras cosas la fotografía es bidimensional-.
En
esta forma común entre las proposiciones y los hechos atómicos radica, para
Wittgenstein, el isomorfismo
lenguaje/mundo.
Ahora
bien, para que pueda haber identidad de «estructura» entre las proposiciones y
los hechos atómicos, ambos tienen que tener, obviamente, una estructura. Es
decir, una articulación de varios elementos. En el caso del lenguaje, los
elementos articulados dentro de la proposición son los nombres. En el
caso del mundo, los elementos articulados dentro del hecho son los objetos o cosas. Por eso Wittgenstein a los hechos atómicos les llama
también «estados de cosas»
(Sachverhalt). Para que una proposición figure un hecho cada nombre de
la proposición tiene que tener como correlato un objeto en el hecho, es decir,
cada nombre refiere (denota, significa) un objeto. En esta relación nombre-objeto
radica, para Wittgenstein, la teoría referencialista del significado.
De
lo dicho se desprende una distinción importante: los nombres no tienen sentido
por sí solos, los nombres solo tienen significado.
Las proposiciones no tienen significado, solo sentido.
La
forma lógica es lo que hace que una proposición tenga sentido. Si lo «figurado»
(representado) en la proposición existe en la realidad, esa proposición es,
además, verdadera. Pero para que una proposición tenga sentido no es
necesario que figure (represente) un estado de cosas existente, basta que figure
un estado de cosas posible (es decir, basta que tenga una forma lógica).
Wittgenstein,
al igual que Russell, distingue entre proposiciones
atómicas y moleculares. La
verdad de las proposiciones atómicas depende, como hemos visto, de que tengan
un correlato en el mundo; es decir, de que figuren un hecho atómico existente.
La verdad de las moléculas no depende, sin embargo, de que tengan como correlato
un hecho (Wittgenstein llama hecho, sin más -Tatsache-, a un conjunto de
estados de cosas, es decir, a un hecho complejo), sino de la verdad de las
atómicas que la componen y del tipo de conexión entre estas. La razón de por
qué la verdad de las proposiciones moleculares no depende de hechos (complejos)
se debe a que mientras las proposiciones moleculares se forman uniendo las atómicas
mediante conectores, en el mundo no hay, sin embargo, conectores que unan a los
estados de cosas (explicación similar a la de Russell).
&3
El mundo
es el conjunto de todos los hechos. Un hecho es, a su vez, un conjunto
de estados de cosas (de hechos atómicos), conjunto que puede, en el
límite, tener un solo elemento o infinitos. Ahora bien, la relación entre
varios estados de cosas que dan lugar a un hecho es meramente accidental, los
estados de cosas son lógicamente independientes entre sí.
Ya
hemos dicho que una proposición puede figurar (pintar, representar) un estado
de cosas porque ambos tienen la misma estructura: la forma lógica. Pues bien,
para que haya una estructura tiene que haber una articulación de elementos.
Los elementos articulados en los estados de cosas son los objetos. Los objetos son elementos simples, esto
quiere decir que el análisis lógico no puede descomponerlos en otra cosa (atomismo lógico). Los objetos
constituyen la sustancia del mundo. Lo que Wittgenstein entiende por
objetos es, pues, lo mismo que Russell entendía por «particulares»; pero
discrepa de Russell al considerar que las relaciones solo pueden ser
«figuradas», y que las propiedades son el resultado de relaciones entre
objetos.
Wittgenstein
distingue además entre realidad y mundo. Llama realidad al conjunto
de todos los mundos posibles (existentes o inexistentes). Un mundo es posible
cuando puede ser figurado por una proposición con sentido. Y para que una
proposición tenga sentido tiene que tener una forma lógica. Tanto los mundos
posibles como las proposiciones con sentido se dan, por lo tanto, dentro de
lo que Wittgenstein llama el espacio lógico. Fuera de este espacio
lógico no es posible imaginarnos ningún mundo, ni construir una proposición
con sentido. (El espacio lógico es un a priori, una condición de posibilidad
del lenguaje y del mundo).
&4
Una
proposición tiene, desde el punto de vista semántico (es decir, desde el punto
de vista de las relaciones del lenguaje con el mundo), dos funciones: decir y mostrar.
Decir es
figurar (representar) el mundo. Ello es posible, volvemos a recordar, porque
entre lenguaje y mundo hay algo en común: la forma lógica. Sin embargo, las
proposiciones no pueden figurar su propia forma lógica. Para ello deberían
estar fuera de la lógica, lo cual es imposible porque lo que se sale del espacio
lógico carece de sentido. (A modo de ejemplo: una fotografía representa un
hecho del mundo, pero es imposible fotografiar lo que tienen en común la
fotografía y el hecho).
La
pregunta que se impone ahora es, ¿cómo sabemos, entonces, que las proposiciones
tienen una forma lógica? La respuesta de Wittgenstein es: porque la muestran
(la expresan, la exhiben).
Con
otras palabras: no puede haber una metalógica, ni una fundamentación de la
lógica, porque la lógica precisamente, es el fundamento de todo discurso con
sentido. La forma lógica simplemente se nos da, se nos impone. Las proposiciones
sobre la lógica carecen de sentido, no son verdaderas proposiciones.
Wittgenstein las llama pseudoproposiciones. Pero todo el Tractatus
es un libro sobre lógica. Luego las propias proposiciones del Tractatus son
pseudoproposiciones. ¿Para qué molestarse, entonces en escribirlo? Por una
razón: el Tractatus sirve para descubrir al falta de sentido de este
tipo de proposiciones. Una vez descubierto esto, el propio Tractatus ya
ha cumplido su cometido y puede ser desechado (con una metáfora del propio
Wittgenstein: funciona como una escalera que debe ser tirada después de haber
subido).
Lo
que vale para el discurso acerca de la lógica también vale para la metafísica, la ética, la estética y la
mística. Sus proposiciones
«muestran» pero no «dicen». Wittgenstein
nos dice que «[...] todas las proposiciones tienen el mismo valor» [Tractatus,
& 6.4.]. Es decir, todas figuran estados de cosas, los cuales como hemos
dicho son independientes entre sí y no guardan ninguna preeminencia de
unos sobre otros. Las proposiciones éticas pretenden describir valores,
pero en el mundo no hay valores, solo hechos. (Por ejemplo, la proposición «Es malo robar», no
representa ningún estado de cosas). Esto no quiere decir, sin embargo, que la
ética no importe. Obviamente, no es lo mismo un mundo en el que sigamos normas
morales que uno en el que no las cumplamos. Es decir, el que consideremos malo
robar, y por ello no robemos, cambia los hechos del mundo. La ética es por lo
tanto una condición de posibilidad del mundo, en lenguaje de Wittgenstein: «es
trascendental». E igualmente la estética.
Problema
aparte es el de las proposiciones
filosóficas. La filosofía «[...] consta de lógica y metafísica, la
primera es su base». Lo que podemos decir acerca de la filosofía es lo que ya
se dijo acerca del Tractatus. Su objetivo es esclarecer el pensamiento
poniendo límites al lenguaje. Establecer cuándo una proposición tiene
sentido y cuándo es solo una pseudoproposición. Ello se descubre
estableciendo un análisis lógico del lenguaje. Wittgenstein critica muchas de las
proposiciones de la filosofía tradicional por ser carentes de sentido.
Hay
que decir además que las proposiciones de la lógica y de las matemáticas son tautologías. Es decir, sean lo que
sean los hechos simbolizados por sus signos la proposición siempre es
verdadera. Por lo tanto, no «dicen» nada acerca de ningún hecho concreto. Así
la proposición matemática «5 + 5 = 10», será siempre verdadera, tanto si
sustituimos los signos («5» y «10») por patatas, zanahorias o individuos con
un lunar en la barbilla. No obstante son condiciones de posibilidad del mundo.
Las
únicas proposiciones que «dicen» algo acerca del mundo son las proposiciones de
las ciencias naturales, cuya verdad
o falsedad indica si existen o no los estados de cosas que figuran.
4. La filosofía del lenguaje ideal: el neopositivismo
&1
El
nombre de esta corriente se debe a la concepción de la filosofía que heredan
de Comte: en especial su rechazo de
la metafísica, su empeño en que solo han de tenerse en cuenta los hechos y las
relaciones entre hechos, y su defensa de principios empiristas.
No
obstante hay otra serie de filósofos que tienen una influencia notable en el
neopositivismo:
(1) De
Hume asumen los neopositivistas la división entre proposiciones que
tratan de relaciones entre ideas, que son siempre verdaderas, y
proposiciones que tratan de los hechos, cuya verdad se obtiene de la experiencia.
(2) Del
empiriocriticismo, en concreto de Mach
(1838-1916), asumen su teoría de las sensaciones
según la cual el mundo es reducido a un complejo de sensaciones con una organización
que se mantiene constante en el espacio y en el tiempo.
(3) De
Russell y el primer Wittgenstein (el Wittgenstein del Tractatus)
asumen su pretensión de construir un lenguaje
perfecto (lenguaje lógico).
Tras
lo dicho podemos caracterizar al neopositivismo por los siguientes rasgos:
(1) Conciben
a la filosofía como una actividad cuya
función básica consiste en analizar, a nivel sintáctico y semántico, el
lenguaje empleado por las ciencias, así como sus métodos.
(2) Pretenden
lograr la unidad en las ciencias, en
cuanto a contenido, a lenguaje y a métodos.
(3) Distinguen
entre problemas y pseudoproblemas.
&2
Un
tema que no queda nada claro ni en la obra de Russell ni en el Tractatus,
es el de cuáles son los elementos simples que componen los hechos del mundo.
Es decir, cuál es el significado de los nombres de las proposiciones.
Wittgenstein
en el Tractatus se había limitado a decir que una proposición es verdadera
si representa un estado de cosas. Algunos neopositivistas interpretan las declaraciones
del Tractatus al respecto, de la siguiente manera: una proposición
tiene significado cuando puede ser verificada. Y una proposición puede
ser verificada cuando podemos
indicar qué circunstancias nos permitirían descubrir si es verdadera o no.
Así, la proposición «Este bolígrafo no escribe» tiene significado porque puedo
indicar qué circunstancias nos permiten descubrir si es verdadera (por ejemplo:
presionando ligeramente la punta sobre un papel blanco y dejándola
deslizar). Sin embargo, la proposición «Dios es uno» no tiene significado
porque no puedo indicar qué circunstancias me permitirían comprobar si es
verdadera o falsa. A este criterio para descubrir las proposiciones con significado
se le conoce como principio de verificación.
Sometidas
a este principio de verificación resulta que la mayoría de las proposiciones de
la metafísica no tienen significado. A modo de ejemplo: ¿Cómo podría ser verificada
la proposición hegeliana «El ser puro y la nada son uno y lo mismo»?
(Debemos
aclarar que de lo que se trata es de que una proposición «pueda» ser verificada,
para que signifique algo. No de que sea verificada de hecho).
5. La filosofía del lenguaje corriente: Wittgenstein
II: las Investigaciones filosóficas
&1
El atomismo lógico, tanto el desarrollado
por Russell como el desarrollado por Wittgenstein en el Tractatus, defendía
una teoría isomórfica del sentido y
una teoría referencialista del
significado: el sentido de una proposición vendría dado por su estructura o
forma lógica. Esta estructura o forma lógica es lo que permitiría describir (según Russell) o figurar (según Wittgenstein) los
hechos o estados de cosas. El significado
vendría dado por la capacidad de los nombres de referirse a los elementos simples constitutivos de los hechos o
estados de cosas.
Pues
bien, en las Investigaciones filosóficas Wittgenstein va a abandonar
ambas teorías. En primer lugar no podemos entender el significado como una relación
de un nombre a un elemento simple. ¿Por qué? Porque los términos «simple» y
«complejo» son relativos. Así, un vendedor de ultramarinos puede usar los
nombres «pan», «chorizo», etc., significando determinados elementos que, en
su contexto habitual, puede considerar simples. El panadero que fabrica el
pan estará, sin embargo, predispuesto a considerar elementos simples la harina,
la levadura, el agua, etc. El químico que analiza el agua la considerará, sin
embargo, un elemento complejo. El significado de los nombres no viene dado,
por lo tanto, porque se refieran a elementos (considerados en sí mismos
simples) sino por el uso que se hace
de ellos.
&2
Pero,
a la vez, el uso que se haga de un nombre depende del contexto lingüístico en
que aparezca. Es decir, no hay un lenguaje único, constituido por la suma de
todas las proposiciones con sentido (tal como se sostenía en el Tractatus),
sino multitud de lenguajes, o, en términos de Wittgenstein, de juegos de lenguaje.
En el ejemplo anterior, el lenguaje propio del tendero con sus nombres y sus
usos constituiría un juego de lenguaje, el del panadero otro, el del químico
otro, etc., sin descartar que el químico pueda usar los nombres dentro de un
juego de lenguaje cuando está en su trabajo, y dentro de otro cuando va a comprar
a la tienda.
La
tarea de la filosofía la concibe ahora Wittgenstein como el análisis de las reglas
propias de cada juego de lenguaje, con el objeto de ver cuándo se hace un mal
uso de estas.
Bibliografía
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Ediciones Orbis, S. A. Barcelona, 1983.
-Russel,
Bertrand: Los problemas de la filosofía.
Editorial Labor, S. A. Barcelona, 1991.
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Ludwig: Los cuadernos azul y marrón.
Editorial Tecnos, S. A. Madrid, 1989.
-Wittgenstein,
Ludwig: Tractatus Logico-Philosophicus.
Alianza Editorial, S. A. Madrid, 1985.
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