miércoles, 30 de marzo de 2016

(VIII) FILOSOFÍA, RELIGIÓN Y CIENCIA EN EL MUNDO ROMANO

1. Contexto histórico general: la expansión romana
&1
Recordemos que, tras la muerte de Alejandro, en el 323 a. C., sus generales se repartieron el enorme imperio que había creado. De ese reparto surgieron los reinos helenísticos.
La admi­nis­tración de los nuevos rei­nos quedó en manos de griegos y macedonios, y el griego se convir­tió en la lengua culta de todo el Me­diterráneo Oriental. De esa mezcla de los griegos con los pueblos del Mediterráneo Oriental surgió la cultura helenística.
Pero, mientras tanto, en la península italiana se estaba fraguando un nuevo poder político destinado a jugar un papel decisivo en la construcción de Occidente: el poder romano, que acabaría absorbiendo a los propios reinos helenísticos.
&2
Según la tradición, Roma fue fundada en el 753 a. C. Por esa época la penín­sula ita­li­a­na estaba poblada por multitud de pueblos y etnias dis­tintas (etruscos, samnitas, griegos, cartagineses, etcétera).
Los etruscos estaban organizados en Ciu­dades‑Estado, y habían asumido algunos ras­gos culturales de los griegos; organización y ras­gos cul­turales que, junto con otros propios, trasmitieron a Roma cuando esta cayó bajo su zo­na de influencia.
La uni­dad política básica era la familia; esta incluía todos los descendientes, por línea paterna, del pater­fami­lias. El pater­fami­lias ejercía la patria po­testad -mediante la cual go­ber­na­ba sobre todos los miem­bros de la familia con un poder absoluto-, y la función sacerdotal. Los pater­familias más im­portantes, pertenecientes a la aristo­cra­cia, for­ma­ban un consejo, el Senado, que, junto con el rey, go­ber­naba la Ciudad.
A finales del siglo VI se pro­dujeron con­ti­nuas fricciones entre los reyes y el Se­nado. En el 509 a. C. los aristócratas abo­lieron la monarquía e instaura­ron la república. El poder quedó totalmente en manos de los pa­tri­cios (los descendientes de los senadores, patres, de la época anterior).
En los siglos posteriores la república romana expandirá su poder sobre la península italiana primero y sobre todo el entorno del Mediterráneo después.
Hacia el siglo I a. C. la república entra en crisis. Julio César es nombrado cónsul (en el 46 a. C.) y dictador a perpetuidad (en el 44 a. C.). Poco después fue asesinado por un grupo de con­jurados defensores de las antiguas leyes de la Repú­blica.
&3
Tras el asesinato de César, Octavio acabó acaparando todo el poder.
Octavio gobernó desde el 30 a. C. hasta el 14 d. C., instaurando un periodo de paz en todo el Medi­te­rrá­neo, y con él se inició la dinastía Julia‑Claudia. La república da paso al imperio, en el que los historiadores suelen diferenciar dos periodos: Alto Imperio (que abarcaría hasta el ascenso al poder de Diocleciano, finales del siglo III) y Bajo Imperio (que abarcaría desde el ascenso al poder de Diocleciano hasta el fin del Imperio romano de Occidente).
En esta época vivieron los grandes poe­tas latinos Lu­crecio, Virgilio, Ho­ra­cio y Ovidio. Bajo el reinado de Nerón (54 a 68), escriben parte de su obra Séneca, Lucano, Plinio el Viejo, Per­sio, Columela, Calpurnio Sículo, etcétera.
Bajo el reinado de Adriano (117-138) se produjo la co­di­ficación, por vez primera, del De­re­cho romano, con objeto de armonizar y simplificar las numerosas leyes, de­cretos y edictos.
Entre los siglos II y III se produce un crecimiento enor­me de las religiones mistéricas y de una nue­va secta religiosa aparecida a principios del siglo I de nuestra era, cuyos seguidores, cono­ci­dos como cris­tia­­nos, acabarán jugando un papel de­cisi­vo en la historia de Occidente.
Entre el 235 y el 268 se produce un periodo de anar­quía militar, en el que los emperadores se su­ce­den rápidamente unos a otros, y en el que los bár­baros penetran repetidas veces en los territorios del Imperio.
&4
Tras este periodo de anarquía se produce una reorganización del imperio, que se fija como momento de inicio del Bajo Imperio.
La aportación más no­ve­dosa en esta reorganización del imperio es la tetrarquía, instaurada por Diocleciano (que gobernó desde el 284 al 305). La tetrarquía consiste en que el gobierno se reparte entre dos Augustos, y dos Césares su­bor­dinados a los anteriores. Este régimen se mantuvo hasta Constantino (312-337), que trasladó la ca­pi­tal a Cons­tantinopla. Constantino se convirtió en un protector de la religión cristiana, que, para entonces, estaba muy extendida y fraccionada. Para evitar con­flictos entre las diversas interpretaciones de los Evan­gelios, Constantino convo­có el Concilio de Ni­cea (325), donde se pusieron las bases de lo que sería la doctrina oficial de la Igle­sia y se decidió qué escritos debían ser con­si­de­ra­dos sa­gra­dos y cuáles no.
En el 361 asciende al trono Juliano, quien proclamó un Edicto de tolerancia, por el que se per­mitía reabrir los tem­plos paganos, y tomó una serie de medidas para pro­pagar de nuevo el paga­nis­mo frente al cristianismo, al que despreciaba como una religión bárbara.
En el 379 subía al trono el hispano Teo­do­sio. Teodosio de­claró el cristianismo religión oficial y convocó el Concilio de Constanti­nopla (381). Pero, no obstante, se produjo un renacer del pa­ga­nismo y de la defensa del gusto clásico y de las tra­di­cio­nes propias de Roma. A su muer­te, acae­cida en el 395, dejó el gobierno de la par­te oriental del Imperio a su hijo mayor Arcadio, y el de la parte Oc­ci­dental a su hijo menor Hono­rio, con lo que se consagró definitivamente su divi­sión.
El último emperador de Occidente fue Rómulo Au­gús­tulo, que fue depuesto por Odoacro (an­tiguo jefe bárbaro), en el año 475, con lo que el Imperio romano de Occidente desaparece. Suele tomarse esta fecha para marcar el fin de la Edad Antigua y el ini­cio de la Edad Media.

2. Filosofía y religión
&1
Tras las conquistas de Alejandro, la antigua forma de organiza­ción política, en polis gober­nadas por una casta de hombres libres, y, en definitiva, la antigua forma griega de estar en el mundo, desa­pa­re­ce.
La desaparición del marco de referencia habitual produce una sensación de caída, de de­sa­rraigo, que se acentuará posteriormente con el sometimiento de pueblos e individuos al poder imperial de Roma. En este nuevo contexto se desarrollan las religiones mistéricas y salvíficas y las filosofías del remedio.
Las religiones mistéricas son cultos reser­vados, solo accesibles a iniciados a los que se prohibía contar el ritual en que participaban. La mayoría de ellas tenían una serie de características comunes: (1) La veneración a un dios que «muere» y «re­nace». (2) El ritual consiste en una identificación con el dios a tra­vés de la cual se trata de morir con él y «renacer» con él. (3) Este renacer es vivido como un rescate, una salvación.
Las religiones salvíficas son religiones cuyo objetivo es «rescatar» al individuo de una situación de «caída» para reintegrarlo a su auténtico ser. Estas religiones irán sustituyendo a los cultos tradicionales greco-romanos centrados en los dioses fa­mi­lia­res y de la ciu­dad. Muchas religiones mistéricas tenían también un carácter salvífico. Aunque la religión salvífica por excelencia será el cristianismo, una religión nacida a partir de la judía, que acabará convirtiéndose en la religión oficial del Imperio romano.
Las que podemos denominar filo­so­fías del remedio son sistemas filosóficos cuyo objetivo se centra en ayudar a los individuos a superar esa situación de caída o desarraigo que aparecen en el nuevo contexto, enseñando a los individuos cómo ser felices o cómo salvarse. Entre estas filosofías del remedio cabe destacar: las escuelas de moral y las filosofías de la salvación.
&2
Llamamos escuelas de moral a aquellas corrientes filosóficas del mundo antiguo centradas en enseñar a los individuos cómo ser felices. Tales escuelas o corrientes se originaron en el periodo helenístico, pero tuvieron una gran expansión en el seno del imperio romano, donde nos encontramos con notables filósofos epicúreos (Lucrecio), escépticos (Cicerón), o estoicos (Séneca, Epicteto, Marco Aurelio).
Denominaremos filosofías de la salvación o sistemas filosófico-religiosos, a aquellos sistemas filosóficos que introducen en sus enseñanzas elementos religiosos. Los más importantes de estos sistemas son los desarrollados por Filón de Alejandría, los neoplatónicos (entre los que destaca Plotino) y el cris­tianismo. Para todos ellos el objetivo es la salvación; es decir, el retorno del hom­bre desde el esta­do de caída en que se encuentra a su natu­ra­leza esencial. Estos sistemas filosóficos surgen ya en el seno del Imperio romano.
Finalmente será la religión cristiana la que se imponga de entre las religiones salvíficas, y será igualmente la filosofía cristiana la que determine la marcha posterior de la filosofía. Razón por la que dedicaremos una atención especial al origen y características del pensamiento religioso y filosófico cristiano, que se desarrollará a partir de dos fuentes, la religión judía y la filosofía griega.

3. El judaísmo
&1
Entre el año 2000 y el 1250 a. C., numerosas tribus pro­ce­dentes de la península arábiga, y que hablaban una variante antigua del hebrero, invadieron, en varias oleadas, los cuernos de la llamada media luna fértil. Es pro­ba­ble que, a partir de la agrupación de varias de estas tri­bus, para hacer incur­siones en territorios vecinos más ricos, surgiera lo que sería conocido his­tó­ri­ca­men­te como el pueblo de Israel.
Hacia finales del siglo X, Israel se divi­de en dos Estados, y una parte adopta el nom­bre de Judá, razón por la que la religión predominante, que hasta entonces mante­nían en común todos ‑o la ma­yo­ría‑ de los habitantes del antiguo territorio de Israel, será conocida posterior­mente como judaísmo. La tra­­di­ción religiosa is­rae­lita contaba con una serie de libros sagrados de los que sur­gi­ría final­mente la Biblia.
&2
Entre el 597 y el 587 a. C. Na­bu­codonosor II invade Jerusalén en varias ocasiones llevándose a muchos judíos a Babilonia y convirtiendo, finalmente, a Judá en una pro­vincia caldea, al frente de la cual puso a un ju­dío llamado Godolías. Poco tiem­po después Godo­lías fue asesinado y muchos judíos, te­merosos de la venganza de Nabucodonosor, huye­ron a Egipto.
En el 546 a. C. Ciro, al fren­te de los persas, conquista el Asia Menor y per­mite re­gresar a Jerusalén a los judíos que lo de­seen. Muchos lo hacen llevándose consigo tra­di­cio­nes apren­didas en Babilonia que añadirán a sus libros sagrados (el mito de Adán y Eva, la cos­tum­bre de di­vi­dir el tiempo de siete en siete días, la le­yen­da del diluvio universal, etc.). Entretanto el arameo (que usaba el alfabeto fonético fenicio) se había ido imponiendo como la lengua de uso co­rrien­te en­tre los judíos, en detrimento del hebreo (que se convirtió en una lengua de uso casi ex­clu­siva­mente religioso).
&3
Siglos más tarde, Alejandro conquistará Egip­to y todo el Occidente de Asia, apoderándose tam­bién de Judá.
Muerto Alejandro y fragmentado su imperio, el territorio de Judá va a quedar en poder de Tolomeo que, por razones de estrategia polí­tica, estimula a los judíos a emigrar a Egipto donde llegaron a formar una colo­nia numerosa.
Estos judíos se helenizaron pronto. Con el tiempo olvida­ron com­ple­ta­men­te el hebreo e incluso el arameo, lenguas que sustituyeron por el griego, y se vieron obli­gados a tra­ducir los textos sagrados para poder entenderlos. La primera ver­sión alejandrina de la Biblia fue co­no­cida como la versión de los Setenta.
Ahora bien, la len­gua no es inocente. Términos como logos, physis, misterion, no se pueden tra­ducir sin que esto com­plique lo traducido en una de­terminada concepción del mundo; por lo que esta traducción de la Biblia significó, al mismo tiem­po, su «helenización».
Con todo, el judaísmo no era una religión monolítica. Así, en los siglos previos al inicio de nuestra era, nos en­con­tramos con una serie de sectas diferenciadas, entre las que destacan los saduceos, los fariseos y los esenios. Estos últimos habitaban en pe­que­ñas comunida­des a lo largo del Mar Muerto, donde te­nían las pro­piedades en común y llevaban una vida ascética. Mantenían creen­cias extrañas al res­to de los ju­díos, algunas de las cuales (dualismo alma‑cuerpo, el alma es inmortal) podrían proceder de influen­cias pi­ta­góricas.

4. Filón de Alejandría
Filón nació en Alejandría, sobre el año 15 a. C. Fue un rico rabino judío adicto al Imperio. Murió sobre el 41 d. C. Sus obras más importantes son tres conjuntos de tratados cono­ci­dos por: Explicación de la ley, Ale­go­ría de las leyes y Cuestiones, que son comentarios del Pen­ta­teuco.
Filón intenta conciliar el Antiguo Testamento con las tesis de los filósofos griegos, y, espe­cial­men­te, con las tesis platónicas; para ello interpreta alegóricamente sus doctrinas adap­tán­do­las a los conceptos de la filosofía.
El resultado de esta reinterpretación filosófica del Antiguo Testamento se puede resumir así:
Dios es absolutamente trascendente, está más allá de todo lo conocido por el hombre, está más allá de cualquier deter­mi­na­ción (cualquier deter­mi­na­ción que lo con­virtie­se en «algo», en «esto» o «aquello», sería mera idolatría). Solo podemos saber de Él que «es», pero no «lo qué es».
Ahora bien, si Dios está más allá de todo lo cognoscible ¿cómo es que hablamos de Él?, ¿cómo podemos saber siquiera que Él es? Según Filón, esto se debe a que podemos ras­trear sus huellas en el mundo. Así, vien­do que en el mundo todo movimiento se produce por una causa podemos postular (como hiciera Aris­tó­teles) que hay una primera causa de todo movimiento.
Las palabras del Gé­nesis según las cuales Dios creó el mundo en siete días, han de ser interpretadas de modo alegórico. Según Filón la creación no se refiere a la crea­ción del mundo sensible, sino del mundo inte­li­gible mismo. El mundo inteligible, las «ideas», estarían en el Logos, que es la palabra, el pensamiento, de Dios.
El Logos, es también Dios, e incognoscible como Él. Pero sí se pueden conocer las po­ten­cias de Dios. Ha­bría una serie de potencias que comenza­rían por la potencia creadora, por la cual Dios crea todo, luego le seguiría la potencia regia, por la cual Dios lo gobierna todo, después la bondad divina, por la cual Dios or­dena hacer lo que se debe, y finalmente la potencia que prohíbe hacer lo que no se debe.
Otro elemento esencial en este orden jerárquico son los ángeles (= «mensajeros»). Puesto que Dios es absolutamente incognoscible, se ma­ni­festaría a través de «men­saje­ros». A veces Filón parece emplear la expresión ángeles como sinónimo de potencias, otras veces ambos tér­minos pa­recen significar lo mismo que «ideas».
El fin del hombre es la unión con Dios. El hombre no es exactamente un ele­men­to del mun­do sensible, sino que es una representa­ción de toda la realidad. El nous del hom­bre es semejante al logos di­vino, igual que su cuerpo es de la misma naturaleza que el cos­mos. Pero así como el logos divino es un logos creador ‑es agente de la creación‑, el nous del hombre existe solo por relación a Dios ‑es paciente‑ (re­cor­demos la doble na­tu­ra­leza del nous en Aristóteles). El hombre por lo tanto tiene su ser en este estar abo­cado a Dios, para lo cual tiene que renunciar a sí mismo (liberarse del pecado, que consiste en creer que el hom­bre es algo en sí mismo, que siente por sí mismo, o que piensa por sí mis­mo). Cuando el hombre con­si­gue liberarse de esta afirmación de sí mismo, y está fuera de sí (éxtasis), con­sigue una cierta visión de Dios.

5. Las escuelas de moral en el mundo romano
Las escuelas de moral, surgidas en el periodo helenístico, se expandieron por el mundo romano donde tuvieron algunos destacados representantes. Entre estos cabe señalar a Cicerón, y Sexto Empírico, entre los escépticos; Lucrecio, entre los epicúreos; y Séneca, Epicteto y Marco Aurelio, entre los estoicos.
&1
Marco Tulio Cicerón nació en Arpino, en el Lacio (actual provincia italiana de Frosinone), en el año 106 a. C., y murió en Formia (en la actual provincia italiana de Latina), en el año 43 a. C.
Fue un notable orador y estudioso del arte de la retórica, al que dedicó varios escritos entre los que cabe mencionar De la invención retórica, y Sobre el orador.
Como filósofo no es un pensador muy original pero tuvo un papel importante en la adaptación de la terminología filosófica al latín. Se le suele vincular al escepticismo, aunque también puede ser considerado un filósofo eclético (pues, sobre todo en sus propuestas morales, recoge influencias filosóficas diversas).
Entre sus obras filosóficas cabe mencionar La república, Las leyes, De la naturaleza de los dioses.
&2
Tito Lucrecio Caro (99-55 a. C.)

&3
Lucio Anneo Séneca nació en Córduba, en la provincia de la Bética, en la Hispania romana (actual Córdoba en España), en el año 4 a. C.
Tras una accidentada vida en Roma y Egipto, será nombrado preceptor de Nerón. Cuando este accede al poder imperial le nombrará ministro, desarrollando, junto a Sexto Afranio Burro, un auténtico gobierno en la sombra. Con el tiempo, sin embargo, fue perdiendo influencia sobre el emperador y tuvo que soportar varias conjuras en su contra. En el 65 d. C. es involucrado en una conspiración para asesinar Nerón, quien le condena a morir cortándose las venas.
Escribió numerosas obras que podemos clasificar en distingos géneros. Escritos morales: Consolación a Marcia, Consolación a Helvia, Consolación a Polibio, De la ira, de la serenidad del alma, De la brevedad de la vida, De la firmeza del sabio, De la clemencia, De la felicidad, De los beneficios, De la vida retirada, De la providencia. Filosofía natural: Cuestiones naturales (siete libros). Cartas: Cartas a Lucilio (un total de 124 cartas). Tragedias: Hércules furioso, Las troyanas, Medea, Hipólito, Fedra, Edipo, Agamenón, Tiestes, Hércules en Eta, Las fenicias, Octavia. Sátiras: Calabacificación del divino Claudio.
&4
Epicteto (55-135)
&5
Marco Aurelio Antonino Augusto (121-180)
&6
Sexto Empírico (en torno al 160-en torno al 210)

6. El cristianismo: religión y filosofía
&1
En tiempos del emperador Octavio apareció entre los judíos una nueva secta que sos­tenía que el Me­sías espera­do por los judíos ya había llega­do: se trataba de un galileo de origen judío lla­mado Josué (Je­sús en la versión griega).
No hay da­tos his­tóricos rigurosos acerca del personaje así de­no­mi­nado, ni acerca de sus enseñan­zas originales, como tampoco acerca de qué veían en él sus pri­meros se­gui­do­res, que fueron de­no­mi­nados cris­tia­nos (= me­siá­ni­cos).
En cualquier caso, en el proceso de elaboración e interpretación del mensaje de Jesús, hasta que este acabó convertido en el cristianismo desarrollado históricamente, intervinieron varios factores, entre los que podemos destacar: la influencia de los esenios, de las religiones mistéricas, y de Filón de Alejandría; la reinterpretación de la vida y el mensaje de Jesús llevada a cabo por Pablo de Tarso; los Evangelios; las aportaciones de los gnósticos; y los esfuerzos de interpretación llevados a cabo por los Padres de la Iglesia.
&2
Hay una serie de coincidencias que hacen sospechar que los esenios pudieron tener algo que ver con el surgimiento del cristianismo. Cier­tos elemen­tos de la doctrina cristiana se en­cuen­tran en los textos esenios, así como ciertas coin­ciden­cias geográficas:  vivían en el mismo territorio en el que, según los Evangelios, predicaba Juan Bau­tista, y donde, también según los Evangelios, fue bau­ti­zado Jesús, y donde permaneció «cuarenta días y cuarenta noches».
Igualmente, podemos encontrar cierta similitud entre las religiones mistéricas y algunos aspectos del cristianismo (sea por influencia de aquellas sobre este, o sea porque respon­den a necesidades simi­lares): la idea de un dios que muere y re­nace; la identificación ‑comu­nión‑ de sus fieles con el dios, etcétera.
La doctrina de Filón de Alejandría podría ex­pli­car algunos pasajes del Evangelio según san Juan, tales como la identificación de Jesús, el Cristo, con el Logos, concebi­do como un inter­me­dia­rio entre Dios y los hombres.
Pero sin duda, el personaje más decisivo en la elaboración y expansión inicial del cristianismo fue Pablo de Tarso.
Pablo era un judío que seguía la línea de interpreta­ción farisea y que, en principio, fue un ene­migo encarni­zado de la nueva secta judía de los me­siánicos. Con­vertido, más tarde, a la nueva fe, se le ha achacado a él la interpretación mística de la vida de Jesús.
Sea como fuere, sabemos que Pablo im­primió una orientación a la nueva secta que ge­ne­ró un fuerte rechazo entre los judíos, incluso entre muchos de los ya cristianos; por lo que el pri­mi­tivo cristianismo se dividió en dos bandos: por un lado, los partidarios de la apertura a los gentiles, que sos­tenían que los conversos no judíos no te­nían por qué aceptar la ley judía (eliminando, por ejem­plo, la circuncisión) liderados por Pablo; por otro, los que defendían la obligatoriedad de la ley para todos los conversos, liderados por Santiago (un personaje del que se habla en la Biblia como «her­mano» de Je­sús).
En el Concilio de Jerusalén, del año 48 d. C., las tesis de Pablo se impusieron a las de San­tia­go. Esto hizo que la secta de los cris­tia­nos acelerase su distanciamiento con el resto de las sectas ju­días hasta cons­tituir una nueva religión.
En las diversas Epístolas escritas por Pablo, apa­recen una serie de conceptos que se con­ver­ti­rán en elementos claves del cristianismo. Entre estos: la doc­trina del pecado original; el concepto de gra­cia; la idea de la redención a través de la fe; la incidencia en la separación entre la vida según la car­ne (este término había sido puesto en cir­cula­ción por los epicú­reos para de­no­mi­nar al cuerpo inerte), y la vida según el es­pí­ritu; la concepción de la Iglesia como cuerpo de Cristo; la doctrina cristia­na del amor, enten­dido como caridad (agape); etcétera.
Posteriormente a las Epístolas fueron redac­ta­dos los Evangelios: escritos en los que Jesús mis­mo apa­rece como personaje central, cuya vida, obras y muerte pretende narrarse.
Los tres pri­me­ros evan­ge­lios, redactados como muy pronto sobre el 60/70 d.C., pasaron a ser conocidos como Evan­ge­lios si­nóp­ticos. A principios del siglo II (aunque no hay datos seguros) fue escrito un cuarto evangelio, el Evan­gelio según san Juan (en el que se ma­ni­fies­tan claras influencias helenizan­tes); al que siguen otros nu­me­rosos a lo largo de varios siglos, re­dac­tados en unos términos cada vez más filosófico-hele­nís­ticos, y a los que se suele dar la denominación genérica de  Evan­gelios apócrifos.
A partir del siglo IV d. C., las Epís­tolas, los cuatro primeros evangelios ‑los sinóp­ti­cos y el Evangelio según san Juan‑, junto con otros es­cri­tos, fueron agrupados bajo el nombre de Nuevo Tes­tamento, quedando establecidos como «ca­non».
&3
Se conoce con la expresión general de literatura patrística, a los escritos cris­tianos de los pri­meros siglos que ayudaron a la elaboración de la doctrina, y cuya obra ha sido asumida por la Iglesia. La dis­tinción entre Padres de la Iglesia y escritores cristianos que no lo son es, sin em­bar­go, dificultosa, pues al­gunos de los autores que jugaron un pa­pel destacado en la ela­bo­ra­ción de la doctrina de los primeros tiem­pos fueron, pos­te­rior­men­te, calificados de he­rejes.
La patrística tendrá por misión elaborar una terminología religiosa precisa y uni­fica­da, y acabar con las disputas entre las sectas. En este empeño sostiene que: (1) Dios es Uno, Bueno, Es­pí­ritu, y Creador del mundo a partir de la nada. (2) La creación se interpreta con ayuda de doctrinas neo­pla­tóni­cas: Dios crea tomando como modelo las «ideas» que residen en Él mismo. (3) El hombre es concebido según el dua­lis­mo, de procedencia órfico‑pitagórica, alma-cuerpo. (4) El alma es inmortal, aunque no posee pre­exis­ten­cia alguna, ni se reencarna. Su origen se explica por la creación directa de Dios: crea­cionismo, o por la ge­ne­ración pa­ter­na: generacionismo, traducianismo. (5) El hombre posee libre albedrío (capacidad de elegir) por lo que puede ser culpabilizado de su propia caída.
&4
Se pueden distinguir tres etapas en la actuación de dichos Padres de la Iglesia:
(1) Hasta el año 200, son conocidos como los padres apologetas. Se caracterizan por la defensa del cris­­­tia­nismo contra el paganismo y la gnosis; defensa llevada a cabo en es­cri­tos breves (apologías). Tienen escasa rele­vancia filosófica. Cabe mencionar a:
Justino. Hace el primer intento de aproximar la fe (cristiana) a la filo­sofía (razón), a par­tir de la consideración de que Jesús es el Logos mismo.
Taciano el asirio. Sostiene: (a) Que a Dios se le conoce por sus obras. (b) Que de Dios na­ce el Logos o Demiurgo, y de este ¿ema­na? el mundo material. Acabó uniéndose a la sec­ta gnóstica de Valentín.
Ireneo. Sos­tie­ne: (a) Que hay un solo Dios. (b) Que Dios creó el mun­do li­bremente y no por necesidad. (c) Que lo creó a partir de la nada y no a par­tir de una materia preexistente. (d) Que el al­ma es inmortal por voluntad de Dios (no por su na­tu­raleza), y en ella reside el enten­di­mien­to y el libre albedrío (el pecado no anula la libertad del hombre, solo la dis­mi­nuye).
Cle­men­te de Alejandría. Sostiene: (a) Que la filosofía griega y el Antiguo Testamento son preparaciones para el cristianismo. (b) Que Dios está incluso más allá de la unidad misma (posible influencia de Filón y las doctrinas herméticas), por lo que no  puede haber un conocimiento positivo de Dios, pero podemos conocerlo a través de su Hijo o Logos, que es consustancial con Él.
Tertuliano. Se adhirió a una versión del cristianismo (que fue condenada como he­rejía por la línea triunfante) denominada montanismo, y más tarde fundó su propia secta. Sostiene: (a) Que a Dios se le conoce a partir de sus obras, y que es perfecto puesto que es increado. (b) Que todo, incluido Dios y el alma, es cuerpo, ya que el espíritu es cuerpo (con­­cep­ción to­mada, se­­guramente, de los estoicos). (c) Que el alma de los hijos se genera a partir de la de sus padres, doc­trina que se conoce como traducianismo.
(2) Del 200 al 450: esta etapa, conocida como patrística media, es la que real­men­te está cen­trada en la elaboración de la doctrina. Destaca sobre todos ellos Agustín de Hipona, que ejercerá una in­fluen­cia sin dis­cusión hasta el siglo XII.
Otro represen­tan­te señalado de la patrística media es Orígenes (185-284), quien se acerca a posturas gnósticas en algunos aspectos. Así, sostiene que en las es­cri­tu­ras hay un triple significado: el somático (de soma = cuerpo, es decir, el literal), el psí­qui­co, y el espi­ri­tual. El significado literal es más propio de la fe, y los otros del cono­ci­mien­to, pero Orígenes subordina la fe al conoci­miento. Sostiene igualmente que por encima del Evangelio histórico, hay un evangelio eterno, que solo una minoría de hom­bres puede co­no­cer.
(3) Del 450 en adelante (abarca hasta Beda el Venerable ‑735‑ para la Iglesia latina; y hasta Juan Da­mas­­­ceno ‑754‑ para la Iglesia griega): se caracteriza por ser un periodo de ree­la­boración y sistematización de la doctrina.
&5
Podemos hacer una distinción en la patrística media atendiendo a la lengua de expresión de los Padres. Te­nemos así a los «Padres griegos», por un lado, y a los «Padres latinos» por otro.
Un ejemplo de la importancia que tiene la distinta lengua usada por los padres es el siguiente: el cris­tia­nis­mo primitivo entendió con frecuencia que Jesús es Dios, y que el Espíritu Santo enviado por Dios a los hom­bres también es Dios. Tenemos, entonces, que, en una religión monoteísta por principio, parecen encontrarse tres dioses, o tres versiones distintas de Dios: Dios Padre, Dios Hijo (Jesús), y Dios Espíritu Santo.
La explicación de esta paradoja fue uno de los problemas con que tuvieron que enfrentarse los pensadores cristianos. Una solución fue la de los arrianos, según la cual solo el Dios-Padre sería Dios, y Jesús sería un ser creado por Dios. Pero, finalmente, se impuso la concepción trinitaria desarrollada por algunos padres griegos, quienes, tomando un término puesto en circulación por los neoplatónicos (el de hipóstasis), definieron el carácter trinitario de Dios como «una sola ousía tres hipóstasis». La traducción más apropiada de esta expresión es «una sola "esen­cia" tres "sustancias"».
Sin embargo, cuando los textos griegos comenzaron a traducirse al latín esto planteó un nuevo problema. Re­sulta que la traducción usual del término ousía al latín fue la de substantia. Pero por hipóstasis se entiende aque­llo que es por sí mismo, o sea, también la sustancia. Con lo cual la traducción latina de «una sola ousía tres hipóstasis» se convertía en «una sola "sustancia" tres "sustancias"». Ante el sinsentido de esta ex­presión se la acabó traduciendo como «una sola "sustancia" tres personas».
&6
El encuentro entre la filosofía y el cristianismo se produce por tres vías prin­cipales:
(1) Cuando muchos términos pro­ce­den­tes de sistemas filosóficos hele­nís­ticos (logos, physis, psikhé, soma, sarx, etcétera) son ver­tidos a los textos religiosos cristianos. Eso sucede tras la primera traducción de los textos bíblicos al griego (Biblia de los Setenta), o en el Evangelio según san Juan (escrito directamente en griego).
(2) Cuando los pensadores cristianos se ven obligados a enfrentarse con las doctrinas de los filósofos paganos. Y aquí las actitudes de los pensadores cris­tia­nos fue­­ron di­ver­sas. Algunos rechazaron la filosofía (por ejemplo, Tertuliano), mien­tras otros (por ejem­plo, Just­ino) trataron de reinterpretarla en clave cris­tia­na.
(3) Cuando la diversidad de interpretaciones cristianas amenaza con romper la unidad religiosa. En este caso el cristianismo echó mano de la filosofía para pre­ci­sar su propia terminología y man­tener la unidad de la doc­trina.
Y en el momento en que se produce el encuentro consciente entre filo­so­fía y cris­tia­nis­mo surge el pro­blema de las relaciones fe‑razón. Ello se debe a que la fi­lo­sofía es una búsqueda del conocimiento llevada a cabo por el hombre des­de sí mismo (siguiendo la razón), y el cris­tianismo parte de que sus verdades fundamentales vienen dadas por la fe (concedida como gracia divina). En ese caso habría que deslindar qué corresponde a la fe y qué a la razón, tarea que ha constituido una parte importante de la reflexión filosófica cristiana.

7. Gnósticos, maniqueos, arria­nos y pelagia­nos
Son movimientos religiosos o filosófico‑religiosos fuertemente influidos por el mensaje bíblico. Algunos de ellos son de hecho inter­pre­taciones del men­saje evangélico que tuvieron una gran incidencia en el movimiento cris­tia­no de los primeros siglos y que fue­ron, finalmen­te, consideradas heréticas por el sector cristiano triun­fante.
&1
Los gnósticos son denominados así por­que pre­ten­dían tener el conocimiento de verdades últimas (gnosis significa «conoci­miento»). El gnosticismo abar­ca una se­rie de doctrinas diversas caracteriza­das por mezclar con­cepciones cristianas con especulacio­nes tomadas de las filosofías helenísticas y ele­men­tos de otras religiones orien­tales.
Tenían en común con el cristianismo y las religiones mis­té­ricas el que se pre­sen­ta­ban como una doctrina de salvación. Pero, como buenos helenos, con­sideraban que la salvación viene por la vía del conocimiento. Fueron combatidos por la línea posteriormente triunfante de la Iglesia, que no los consideraba cristianos.
Entre los gnósticos más importantes se encuentran Marción (85‑160), Basílides (120‑161), y Valentín (muer­to en el 161).
Los gnósticos interpretan el mensaje bíblico de la siguiente manera:
(1) Parten de que el Dios que aparece en el Antiguo Testamento no es el auténtico Dios (el Dios des­cono­ci­do), sino una especie de Demiurgo, un dios de segundo rango que crea el mundo sensible a partir de algo que ya había y que se escapa a su control. Por ello este Dios-Demiurgo se ve obligado a imponer prohibiciones y cas­ti­gos en un intento de reorientar su creación. La Revelación se produce con el cris­tianismo, y a través de ella puede el hombre conocer al auténtico Dios, que es el prin­ci­pio de todo. Este Dios crea el mundo suprasensible poblado por seres que denominan eo­nes. La totalidad de los eones constituye la plétora.
(2) El conocimiento de los eones y de Dios mismo no está al alcance de todo el mundo, sino que quien co­noce, los espirituales, se coloca en un plano superior de realidad, y para él ya no rigen las leyes de la Igle­sia -de ahí que no obedecieran lo preceptos de los obis­pos-. Con frecuencia, los gnósticos prescindían de toda jerar­quización religiosa.
(3) Al Dios principio de todo lo concebían, con frecuencia, con caracteres femeninos, o fe­me­ni­no/masculinos.
(4) El Demiurgo, el Dios que aparece en el Antiguo Testamento, está fuera de la plé­tora. Ha perdido el co­nocimiento del mundo suprasensible, aunque lo recuerda vagamente, lo que le permite hacer el mundo sen­sible a imagen del inteligible (aunque, dado que tiene que em­plear un material no inteligible, hace un mun­do que le sale mal).
El olvido por parte del De­miurgo del mundo inteligible le hace creerse que es el úni­co Dios. Entonces uno de los eo­nes, Cristo, «se hace carne» para traer al propio mundo sensible el men­saje del mun­do inte­ligible, para Revelar, esto es, mostrar en el mundo sensible a la auténtica divinidad.
(5) La salvación consiste en realizar el proceso inverso al de la creación, yendo desde este mundo sen­sible a Dios, a través de toda la jerarquía de eones.
&2
El maniqueísmo fue fundado por Mani (216‑276), que elabora una reli­gión sincrética con ele­men­tos tomados del mazdeísmo, el judaísmo, el cristianismo, e in­clu­so el budismo.
Según Mani, existen dos sustancias o raíces eternas: la Luz (también llamada Bien, o Dios), y la Oscu­ri­dad (también llamada Mal, o Materia). En un principio estas dos sus­tan­cias estaban separadas, pero ambas ten­dían a la expansión por lo que acabaron coli­sio­nan­do. El choque de estas dos raíces dio origen al tiempo y al mundo, en los que ambas se en­tre­mezclan. Los hombres han de luchar, por el triunfo del Bien, que no sig­nifica la ani­qui­lación del Mal sino la separación de los dos principios (de modo que el Mal quede con­fi­nado nue­vamente al lugar que le es propio). Esta lucha por el desprendi­miento paulatino del Mal es lo que cons­tituye la historia y el progreso humano.
&3
El arrianismo se debe a Arrio (256‑336) el más importante «he­re­je» del cris­tia­nis­mo an­ti­guo. De sus obras solo se conservan dos cartas, y fragmentos de un poema: la Thalía.
Arrio considera que el Logos, es decir, Jesús, no es Dios, sino un ser creado, como los demás. Como consecuencia tam­po­co es eterno. Esta tesis tuvo nume­rosí­si­mos se­guidores, hasta el punto que se convirtió en la dominante en todo oriente, provocando con ello una fuer­te di­visión en la cristiandad. Para al­can­zar un acuerdo entre los arrianos y los defensores de la divinidad de Jesús, el empe­rador Constantino convoca el Concilio de Nicea (325), en el cual el arrianismo es con­de­nado y sus tesis declaradas heréticas. Pese a todo, el arrianismo no desapareció y durante va­rios siglos (hasta el siglo VII) cuenta con numerosos seguidores.
&4
El pelagianismo fue desarrollado por Pelagio (360‑425), monje británico con­tem­po­rá­neo de Agustín de Hipona con el que mantuvo una agria polémica.
Pelagio cri­ti­ca la doctrina de la pre­des­ti­na­ción de Agustín por con­si­de­rar que va contra el libre arbitrio. Frente a la pre­destinación sos­tie­ne que el hombre nace sin pecado (el pecado de Adán es solo suyo). Solo se llega a estar en pe­cado porque el individuo lo cometa libre­men­te.
De esta concepción del pecado se de­ri­van las siguientes con­si­de­ra­cio­nes: (1) La muerte y la concupiscencia son procesos naturales, y no con­se­cuen­cia del pe­ca­do. (2) El bautismo no es necesario. (3) No es necesaria nin­guna gracia sobrenatural para salvarse, la gracia está, por decirlo así, difu­mi­na­da en la crea­ción. (4) Tampoco se pre­cisa de la Iglesia para la salvación. (5) Para salvarse úni­ca­mente se necesita de la Ley y los Evan­gelios.

8. Plotino y el neoplatonismo
&1
El neoplatonismo es una corriente platónica tardía que mezcla elementos de la filosofía de Platón (fun­da­men­talmente, aunque también recogen cosas de Aristóteles y los es­toi­cos), con elementos de carácter reli­gio­so (por ejemplo: la filosofía se presenta como «sal­va­ción», las hénadas de Proclo se identifican con dioses, etcétera). Es la última corriente filosófica grie­ga antes del triunfo definitivo del cristianismo, al que combaten por considerarlo una for­ma de barbarie.
Se suele considerar a Amonio Sacas (175‑242) como el fundador del neo­platonismo, cuyo máximo representante sería Plotino. Otros neoplató­nicos importantes se­rían Porfirio (234‑305), Jámblico (275‑330), y Proclo (410-484).
&2
Plotino es el más importante representante del neoplatonismo, y en realidad su auténtico fun­da­dor. Nació en algún lugar de Egipto en el 205, y fue discípulo de Amonio Sacas.
Vivió durante un periodo de caos y anarquía militar en el Imperio, con incursiones continuas de los bárbaros, y un malestar creciente de los súb­ditos, con el crecimiento consiguiente de las religiones salvíficas (mitraísmo, cristianismo, gnosticismo, etcétera).
En el 242 acompañó al emperador Gordiano en su expedición contra los persas, con el objeto de cono­cer la filo­so­fía persa (el mazdeísmo: la religión de Zarathustra) Después se instaló en Roma donde fun­dó una es­cuela de filosofía. Murió en el 270.
Su discípulo Porfirio organizó la publicación de sus escritos agrupándolos en seis grupos de nueve libros cada uno, por lo que fueron conocidos como Enéadas. La primera enéada agru­pa los escritos de ética; la se­gunda y la tercera, los de cosmología; la cuarta, los que tra­tan del alma; la quinta, los que tratan de la Inte­li­gencia; y la sexta los que tratan del Uno.
&3
Plotino no pretendía elaborar un sistema filosófico propio, sino, simplemen­te, interpretar la filosofía de Pla­tón. Pero al hacerlo, mezcla nociones platónicas y aristotélicas, e intro­du­ce en ella elementos novedosos, lo que da origen a un sistema filosófico relativamente ori­gi­nal.
Para Plotino lo primero es lo que llama «Uno», o «Bien» (la «idea de bien» platónica). Lo Uno no puede ser concebido de ninguna manera, ya que no es nada determinado, está más allá de toda determinación (igual que la «idea de bien» platónica). Por ser lo Uno lo primero no se puede decir de él ni siquiera que «es», porque con ello se lo haría participar del ser, y ya no sería lo primero. Lo Uno está, por lo tanto, incluso, más allá del ser. Solo puede decirse de lo Uno que es simple, sin multiplicidad alguna (de ahí el nombre).
De lo Uno procede todo, por emanación. Emanación es un concepto nuevo para explicar la génesis de las cosas, que hay que distinguir del concepto judeo‑cristiano de creación.
Las diferencias fundamentales entre el con­cepto de emanación y el de creación son: (1) La creación es libre, mientras que la emanación es un proceso necesario. (2) La ema­na­ción deja al Uno inalterado, mientras que la creación exige un acto de voluntad divina y, por lo tanto, un cambio de su esencia.
Lo Uno es la absoluta plenitud, la extrema perfección. Esta plenitud hace que, por decirlo así, se desborde, con lo que surge algo que ya no es el Uno. Lo que no es el Uno, lo otro que el Uno, es la multiplicidad, de ahí que del Uno solo pueda surgir algo múltiple.
 No obs­tante esto múltiple será lo más parecido posible al Uno. De ahí que lo surgido del Uno sea la Inteligencia (Nous), que es la unidad de una multiplicidad. En efecto, en el Nous (al igual que en el Logos de Filón) están las «ideas» (concebidas al modo platónico), y el Nous es la unidad de esas «ideas», pero en tanto las «ideas» son múltiples el Nous ya no es unidad per­fecta. Por otro lado, lo que tiene de unidad el Nous lo recibe del Uno, ya que el Nous «es» contemplando el Uno.
De la Inteligencia emana el Alma del Mundo que es un puente intermedio entre el mundo inte­li­gi­ble y el sen­sible. Esta conoce las «ideas» del Nous, pero no al Uno. Por ello se en­cuen­tra ale­jada de la unidad. No obstante, es, como el Uno y el Nous, una entidad inteligible. De ella pro­ceden las formas de los seres sensibles (for­mas que le son propias en tanto con­tem­pla las «ideas» del Nous) y gobierna el mundo corpóreo.
En tanto el Alma del mundo con­tem­pla el Nous se identifica con él, es el Nous, pero, en tanto no es el Nous da origen al mun­do sen­sible, el mundo de la absoluta multiplicidad.
Uno, Nous y Alma del Mundo constituyen la realidad inteligible, lo que los neo­pla­tónicos llaman hipóstasis (concepto similar al de sustancia, lo que es por sí mismo, lo que subsiste por sí). El Nous, y el Alma del Mundo proceden del Uno, pero esto no quiere decir que surjan en un momento del tiempo. Uno, Nous y Alma del Mundo son eter­nos, la ema­nación se produce desde toda la eternidad, y desde toda la eternidad se pro­du­ce al mis­mo tiempo el proceso inverso, ya que el Alma del Mundo es contemplando el Nous, y el Nous es contemplando el Uno.
&4
Allí donde el poder de emanación del Uno se acaba surge la materia, que es la an­tí­tesis del Uno. La ma­te­­ria que es pura «privación», multiplicidad caótica, puro no‑ser (y, por lo tanto, es el mal), aunque acom­pa­ña­da de las formas, que pone en ella el Alma del mun­do, constituye todos los seres corporales.
El poder de ema­­na­ción del Uno (y esto es una forma metafórica de hablar) se agota cuando todo el campo de la realidad está cu­­bier­to. Y esto sucede cuando tenemos desde la supra-realidad del Uno hasta el no‑ser de la ma­te­ria.
Con otros términos, se puede explicar la emanación como un proceso que va de lo más sim­ple y pleno (de la uni­ci­dad), a lo más diverso (a la multiplicidad caótica de la materia).
&5
Recordemos que tanto Platón como Aristóteles distinguían tres almas en el hombre (o tres partes dis­tintas en el alma). Plotino re­cu­rre a nociones aristotélicas para explicar la doctrina platónica del alma: distingue entre un alma vegetativa, sensitiva, y además nous. En tanto el alma hu­mana piensa es nous. Pero el nous es pensamiento de cualquier «idea», de cualquier de­ter­mi­nación, y, por ello, él mis­mo no es nada determinado. En tanto el nous no es nada de­ter­minado (es decir, en tanto piensa cualquier determinación y por lo tanto está más allá de cual­quier determina­ción con­cre­ta) se identifica con el Uno.
Por todo esto el hombre es un ser privilegiado, es una representación en miniatura del cos­mos, un mi­cro­cos­mos, pues posee un alma vegetativa (en común con todo lo vivo), un alma sensitiva (en común con todos los animales) y además nous, que le permite elevarse por encima de toda determinación hasta la con­tem­pla­ción del Uno. En este retorno al Uno con­siste la «salva­ción» (que se diferencia, como vemos, de la con­cep­ción cristiana de la sal­vación en que no es el Dios, en este caso el Uno, el que salva, sino que es el propio hom­­bre, porque está así en su propia naturaleza, el que, volviéndose a lo Uno, se salva).
El retorno es entendido como una purificación, entendida ahora como una eliminación pro­gresiva de todas las diferencias, de todas las determinacio­nes, colocando al hombre en un estado de «éxtasis» (lite­ral­mente: «estar fuera», se entiende, de todo), de «unión mís­ti­ca» con lo Uno. A alcanzar este estado ayudan la música, el amor y la filosofía, pero lo esen­cial es un proceso de interiorización.

9. Proclo
Proclo nació en Constantinopla, en el año 410. Fue el último gran representante de la filosofía neoplatónica. (Y el último gran representante de la filosofía «pagana», previo al triunfo definitivo del cristianismo). Su obra principal es Elementos de teología. Murió, en Atenas, en el año 484.
Siguiendo la tradición de su escuela explica la constitución de todo a partir de lo Uno, del cual surge por un proceso (emanado) el Ser, de este la Vida, de esta el Nous y del Nous el Alma (las denominadas hipóstasis).
La originalidad de Proclo consiste en que además de una diferencia «vertical» entre las hipóstasis distingue una diferencia «horizontal». La razón de ser de esta doble diferenciación es dar solución a un problema que ya se le planteaba a Platón.
El problema surge cuando se trata de explicar la relación entre las «ideas» y las cosas del mundo físico. Platón sostiene que las cosas «son» en tanto participan (methexis) de las «ideas». Pero entonces,  o bien cada «idea» esta entera en cada cosa (la «idea de hombre» en cada hombre), o bien que hay un trozo de la «idea» en cada cosa (un trozo de la «idea de hombre» en cada hombre).
Si sucede lo primero no hay forma de explicar cómo cada «idea», siendo una, sea a la vez muchas. Si sucede lo segundo no hay forma de explicar cómo cada «idea» siendo simple se pueda descomponer en partes.
La solución dada por Platón en el Parménides es la de negar cualquier relación entre el mundo de las «ideas» y el de las cosas. Pero el problema persiste, porque las pro­pias «ideas» participan unas de otras. Así, todas las «ideas» participan de la  «idea de bien» (o «uno», o «belleza»), y se vuelve a plantear el problema de cómo pueda estar la «idea de bien», que es una, participada de multitud de «ideas».
La solución de Proclo es la siguiente: en lugar de una relación a dos (entre lo su­pe­rior participado y lo inferior participante), establece una relación a tres, entre: (1) Lo su­perior absoluta­men­te tras­cen­den­te, y por lo tanto imparticipado. (2) Lo superior in­manente o participa­do. (3) Lo inferior par­ticipante.
Allí donde algo es causa ne­cesaria de algo, es­tablece un elemento intermedio que es la causa y lo causado. Así, por ejemplo, tenemos que lo Uno (a veces identificado con el Bien) es simple, abso­lu­tamente inde­ter­minado y por lo tanto incognoscible, está más allá de todo, incluso del ser. Sin embargo de lo Uno surge todo, toda la diversidad. ¿Cómo es esto posible? Si lo Uno ge­nerara directamente el Ser lo Uno ya no sería Uno, se podrían distinguir en él partes ya que sería Uno y Ser. Pues bien, aplicando el esquema triádico que hemos visto, Proclo so­lu­cio­na el problema así:
(1) Por un lado está lo Uno imparticipado, que es trascendente a todo.
(2) Pero este Uno es principio de las hénadas (palabra que quiere decir «unidades»), las cua­les son Uno, porque la unidad es el principio que las constituye, su esencia consiste en ser unidades, pero son participadas, y, por serlo, al mismo tiempo son Uno, pero a la vez son lo causado por lo Uno.
(3) El tercer momento del proceso lo constituye el Ser que participa de lo Uno a través de las hénadas.

10. La ciencia en el mundo romano
&1
La ciencia tuvo un extraordinario desarrollo en el periodo helenístico, especialmente en Alejandría, en cuyo Museo y Biblioteca, se gestó buena parte de la ciencia antigua. Pero en el 145 a. C., y debido a conflictos de tipo político, el rey egipcio Ptolomeo Physkon obligó a los científicos griegos a abandonar Alejandría.
En el 47 a. C. la Biblioteca es incendiada, y buena parte de sus 700.000 escritos (rollos) se pierde, lo que supuso el segundo golpe para la ciencia alejandrina.
En el 30 a. C. Octaviano conquistó Egipto, el último reino helenístico independiente que quedaba, que pasó a convertirse en una provincia romana.
Los romanos era un pueblo práctico, poco interesado por la especulación intelectual o el saber puramente contemplativo. De ahí que destacasen como ingenieros y arquitectos. No obstante, bajo el poder romano se desarrolló la obra de algunos científicos importantes. Entre estos: Asclepíades, Estrabón, Pomponio Mela, Cayo Plinio, conocido como Plinio el Viejo, Claudio Ptolomeo y Galeno.
&2
Asclepíades de Bitinia nació en Prusa, Bitinia (actual Bursa, en Turquía), en torno al 124/9 a. C.
Se instaló en Roma donde se dio a conocer primero como retórico y luego como médico e investigador de la medicina, razón por la que ha sido ampliamente reconocido en la posteridad. Fue amigo y médico personal de Cicerón. Murió en el 40 a. C.
Asclepíades rechazó la teoría de los cuatro humores de Hipócrates. Influido por la filosofía de Epicuro sostuvo que la enfermedad es producida por átomos que atraviesan los poros y penetran en el cuerpo. Por esta razón se le ha considerado un precursor de la teoría microbiana.
Sus remedios consistían en tratar de recuperar la armonía del cuerpo, rota por la invasión de los átomos ajenos, mediante masajes, baños, dietas, etc.
&3
Estrabón (64/63 a. C.- 19/24 d. C.) (A desarrollar)
&4
Pomponio Mela nació en Tingentera, actual Algeciras, en la provincia de Cádiz, aunque se desconoce la fecha de su nacimiento. Su obra principal es De Chorographia, también conocida como De situ orbis (Sobre los lugares del orbe), que consta de tres volúmenes. Falleció en torno al año 45. (A desarrollar)
&5
Cayo Plinio, conocido como Plinio el Viejo (23-79) (A desarrollar)
&6
Claudio Ptolomeo nació en la Ptolemaida Hermia (Alto Egipto) hacia el año 100 d. C. Trabajó, al parecer, en la Biblioteca de Alejandría, donde desarrolla buena parte de su obra. Fue un astrólogo, astrónomo, matemático y geógrafo. Murió en torno al año 170, probablemente en Alejandría.
Entre sus obras destacan: (1) Una colección de libros conocida con el nombre  árabe de Almagesto (El gran tratado). Traducida al latín en el siglo XII, tendrá una enorme influencia en la cosmología medieval de la Europa cristiano-occidental, como la venía teniendo en la cosmología árabe. (2) Geografía, que consta de tres partes repartidas en ocho libros. Esta obra, traducida al latín en el siglo XV, será uno de los libros de referencia del pensamiento humanista. (3) Óptica, un tratado matemático sobre las propiedades de la luz. (4) Harmónicos, un tratado de teoría musical, en el que, siguiendo la tradición que viene de los pitagóricos y Platón, sostiene que la música tiene una base matemática, y que los cuerpos celestes, regidos por un orden geométrico, producen armonías musicales en sus movimientos. (5) Tetrabiblon (Cuatro libros), puede ser considerado un complemento del Almagesto. En esta obra desarrolla su concepción de la astrología, que él considera una ciencia natural.
***
En la primera parte de la Geografía Ptolomeo expone el método para establecer las coordenadas que han de permitir localizar un determinado punto geográfico sobre la esfera terrestre. Estas coordenadas están constituidas por las líneas que señalan la latitud y la longitud y que surgen de la proyección de las esferas celestes sobre la esfera terrestre, que quedaría, así, geométricamente representada. En esta representación Ptolomeo diferencia entre la cartografía del mundo (a lo que denomina geografía), de la cartografía de una determinada región (a lo que denomina corografía). Acompañando a los mapas va una descripción de los lugares, en la que se indican sus características geográficas, históricas, etnográficas, etc.
Un problema que se plantea es cómo medir las distancias longitudinales, pues hacerlo sobre el terreno es tarea difícil y poco precisa. La latitud se puede medir con respecto a un punto fijo: el polo norte celeste. Pero las distancias longitudinales se encuentran con que el sistema celeste gira sobre la Tierra y no encontramos ese punto fijo de referencia. Ptolomeo cree que se puede solucionar este problema con la observación de los eclipses lunares. Así, dos individuos situados en dos puntos distantes de la Tierra, anotarían la hora en que se produciría tal eclipse. La diferencia horaria entre uno y otro permitiría calcular la distancia entre ambos puntos.
La segunda parte de su Geografía es un catálogo de lugares el mundo conocido (la ecúmene). La tercera constaría de una colección de descripciones geográficas y mapas (que se han perdido). En ella aparecen errores notables como consecuencia de que parte de un tamaño de la Tierra inferior al real (en contra de los cálculos de Eratóstenes que había establecido unas dimensiones terrestres muy aproximadas a las que ahora conocemos). Estos cálculos erróneos pudieron ser los que, en el siglo XV, convencieron a Colón de que se podía llegar a la India desde la península ibérica.
***
En el Almagesto modifica el sistema geocéntrico de Aristóteles, siguiendo los desarrollos de Hiparco. El nuevo sis­tema rompía con el de Aristóteles en varios puntos: (1) La Tierra no ocupa el centro exacto del universo, sino que se encuentra ligeramente desplazada con respecto a ese centro (pese a lo cual se sigue lla­mando geocéntrico a este sistema). (2) Los planetas no giran directamente en torno a la Tierra. 
Hay que aclarar que Ptolomeo no pretendía que su sistema diese una explicación real de la constitución del cosmos, sino que simplemente pretendía ser un método de cálculo y «salvar las apariencias» (es decir, ajustar los fenómenos observados a la explicación teórica). Veamos cómo funciona:
Partimos de una serie de órbitas ligeramente excéntricas (es decir, cuyo centro está desplazado con respecto a la Tierra), llamadas deferentes. La razón de que estas órbitas tengan que ser excéntricas es explicar por qué el Sol parece más grande y por qué los planetas brillan más en unas épocas que en otras.
Los planetas se mueven en torno a un punto de las deferentes, constituyendo otras órbitas más pequeñas llamadas epiciclos. A su vez los planetas con sus epiciclos se mueven con la deferente. La razón de introducir los epiciclos es explicar los movimientos retrógrados (es decir, no directos) que se observan en los planetas.
Quedaba todavía por explicar porqué los movimientos que se observan de los planetas no son uniformes (contra lo que sostenía en general el pensamiento griego). Para ello la cosmología ptolemaica se vio obligada a introducir una nueva corrección en el sistema: los ecuantes. Consistía en suponer que los planetas se mueven uniforme­mente en torno a un punto excéntrico con respecto al centro de la deferente. Con ello se explicaba que desde la Tierra los movimientos no resultasen uniformes.
El sistema aristotélico necesitaba cincuenta y cuatro esferas para explicar los movimientos del cosmos. Este sistema se vio obligado a ampliarlas a ochenta.
&7
Galeno nació en Pérgamo, en torno al 130 d. C. Estudió en Pérgamo, Corinto y Alejandría. Fue médico de gladiadores en su ciudad natal. Posteriormente asistirá a los cursos del platónico Albino, en Esmirna. En el 168 el emperador Marco Aurelio le reclama en Roma, donde permanecerá como médico de palacio hasta la muerte del emperador. Murió en torno al año 210.
Galeno elaboró un saber enciclopédico a partir de las aportaciones de otros médicos y filósofos antiguos (en especial de las aportaciones anatómicas de los médicos del Museo de Alejandría, de Aristóteles toma la doctrina de los elementos, su doctrina del alma y muchas aportaciones de sus estudios anatómicos, de Platón y los platónicos su doctrina del alma y cierta tendencia mística, de Hipócrates la doctrina de los humores) así como de los conocimientos obtenidos a través de la sección y vivisección de animales que practicó personalmente.
Este saber aparece recogido en un número ingente de obras, aunque muchos de sus escritos se han perdido. Entre las más importantes de las que se conservan están: Procedimientos anatómicos, Utilidad de las partes, Las facultades naturales, El método terapéutico, Comentarios a Hipócrates, y, la más conocida de todas, Arte médica.
***
Haciendo una peculiar síntesis entre la concepción tripartita del alma platónica y los tres tipos de alma aristotélicos con la teoría de los humores hipocrática, Galeno sostiene que en el cuerpo existen tres tipos de espíritus, que son ciertos tipos de materia o fluidos sutiles que hacen funcionar los órganos.
Estos tres tipos de espíritus o fluidos serían los siguientes:
(1) Los espíritus naturales o vegetales, que corresponden al alma concupiscible y tienen su origen en el hígado. Son los responsables de las funciones o virtudes vinculadas al abdomen, y que son el crecimiento, la nutrición y la reproducción, y todas las virtudes y funciones que estás llevan implícitas (digestión, función retentiva, expulsiva, etc.). Incluye también funciones o virtudes de tipo psicológico, como el deseo, el gozo, etc.
(2) Los espíritus vitales, que corresponden al alma irascible y tienen su origen en el tórax (corazón y pulmones). Son responsables de virtudes o funciones vitales como la respiración o el latido del corazón y de las funciones que estás llevan implícitas (como la función atractiva de los pulmones sobre el aire, la expulsiva, etc.). Y funciones, virtudes o fuerzas de tipo psicológico, como la ira, el temor, etc.
(3) Los espíritus animales, que corresponden al alma racional y tienen su origen en el cerebro, desplazándose al resto del cuerpo por el interior de los nervios. Son los responsables de las virtudes, fuerzas o potencias sensitivas, motoras, de la imaginación, la memoria y el razonamiento.
Tras la digestión (primera digestión) los alimentos purificados por esta (de los que se han separado las heces fecales) irán al hígado, donde se producen los cuatro humores (de procedencia hipocrática): la sangre, la bilis amarilla, la bilis negra y la flema. El equilibrio entre estos humores es fundamental para mantener la salud. Cuando este equilibrio se resiente es necesario restaurarlo mediante la alimentación y el ejercicio, aunque pueden ser necesarias también las purgas y sangrías.
El predominio de uno u otro de estos humores da origen también a los distintos temperamentos, que Galeno reduce a cuatro básicos:
(1) Predominio de la sangre: da origen a un temperamento sanguíneo, caracterizado porque sus portadores son individuos alegres, sociables, optimistas, volubles y movidos por la búsqueda del placer inmediato. Su elemento es el aire.
(2) Predominio de la flema: da origen a un temperamento flemático, caracterizado porque sus portadores son individuos serenos, tranquilos, perseverantes y racionales.  Son también fríos y tímidos. Su elemento es el agua.
(3) Predominio de la bilis amarilla: da origen a un temperamento colérico. Los individuos que poseen este tipo de temperamento son enérgicos, activos, independientes, con confianza en sí mismos y que defienden con pasión sus opiniones. Pueden ser también conflictivos. Su elemento es el fuego.
(4) Predominio de la bilis negra: da origen a un temperamento melancólico. Los individuos en los que predomina este temperamento son sensibles, introvertidos, perfeccionistas, de humor variable y con tendencia a la tristeza. Su elemento es la tierra.

11. El derecho en el mundo romano
(A desarrollar)

Bibliografía
-Abbagnano, Nicola: Historia de la filosofía. SARPE, S. A. Barcelona, 1988.
-Asimov, Isaac: La tierra de Canaán. Alianza Editorial, S. A. Madrid, 1982.
-Copleston, Frederick: Historia de la filosofía. Ariel. Barcelona, 1989.
-Cordoñer, Carmen y Fernández-Corte, Carlos: Roma y su imperio. Grupo Anaya, S. A. Madrid, 1991.
-Fontana, Josep y Ucelay Da Cal, Enrique: Historia Universal Planeta. 2/La antigüedad clásica. Editorial Planeta, S. A. Barcelona, 1993.
-Giovanni, Reale, y Antiseri, Dario: Historia del pensamiento filosófico y científico. Vol. I: Antigüedad y Edad Media. Editorial Herder, S. A. Barcelona, 1988.
-http://historiadelamedicina.org
-Martínez Marzoa, Felipe: Historia de la filosofía. Istmo. Madrid, 1980.
-Mosterín, Jesús: Historia de la filosofía. 5. El pensamiento clásico tardío. Alianza Editorial, S. A. Madrid, l985.
-www.wikipedia.org.

Los derechos de autor de esta entrada pertenecen a D. Alejandro Bugarín Lago.
Es lícito emplear sus contenidos con fines didácticos, pero no comerciales.



No hay comentarios:

Publicar un comentario