1. La
configuración del primer imperio global
En
el año 1479 se produce la Unión
dinástica de los reinos de Castilla y Aragón, que será conocida como Monarquía Hispánica, o Monarquía Católica. En 1492 los Reyes
Católicos conquistan Granada. Ese
mismo año se produce el descubrimiento, e inicio de la conquista, de América. En 1522 la expedición Magallanes-Elcano, al servicio de Carlos
I, completa la primera circunvalación de
la Tierra. En el transcurso de esta expedición, Magallanes toma posesión de las Islas Filipinas en nombre de la corona
española (posesión que se hará efectiva entre 1565 y 1571 con el primer
asentamiento español en Cebú y la fundación de Manila).
Paralelamente,
la política matrimonial de los Reyes Católicos los había llevado a casar a sus
hijas con los herederos de diversas monarquías europeas; lo que, entre otras
cosas, convertirá a su nieto Carlos I en heredero del Sacro Imperio Romano Germánico. Será también esta política
matrimonial la que lleve, en 1580, a la incorporación de Portugal, con sus territorios repartidos por varios continentes, a la
corona española. Todos estos eventos convirtieron a la Monarquía Hispánica en
un auténtico imperio global (de facto,
pues de nombre solo fue imperio durante el reinado de Carlos I), y en la
protagonista del devenir político de Europa, y aun del planeta, a lo largo de
los siglos XVI, XVII y buena parte del XVIII.
La
Monarquía Hispánica integraba diversos reinos y señoríos, con sus propias legislaciones
que los monarcas debían jurar. La unidad de esta nueva forma política (que,
frente a lo que se sostiene a veces, no era un imperio colonial, pues los diversos
territorios no eran colonias, y mucho menos colonias españolas o de España),
venía establecida en base a tres elementos: (1) El poder personal del monarca (el mismo rey, o reina, ejercía el poder
político supremo en cada uno de los territorios). (2) La unidad simbólica representada por la institución monárquica que regía sobre todo el extenso territorio.
(3) La unidad ideológica
representada por el catolicismo (la
religión «universal»).
La tremendamente compleja creación y gestión
de esta estructura política, de este imperio global, arrastrará problemas de
diverso tipo: políticos, militares, jurídicos, económicos, administrativos, ideológicos,
etc.
Uno de los problemas con los que se
tendrá que enfrentar la Monarquía Hispánica será, precisamente, el de la
ruptura de la unidad ideológica del mundo católico a consecuencia de la rebelión protestante (que tiene
motivaciones no solo religiosas sino también políticas, y que se salda con un
siglo de guerras en Europa y la división definitiva de la Iglesia de Occidente).
A esta rebelión protestante, conocida habitualmente como Reforma protestante (iniciada en 1517 por Lutero, y continuada por
Thomas Müntzer, Calvino, Zuinglio, Knox, etc.), le sigue la reforma interna del propio catolicismo,
conocida habitualmente como Contrarreforma.
(De hecho, la reforma de la Iglesia católica ya había comenzado en Castilla,
varias décadas antes, auspiciada por el Cardenal
Cisneros).
Otro de los problemas será el de la legitimidad de la propia conquista del
Nuevo Mundo; problema este, el de la legitimación de una conquista, que no se
había planteado anteriormente ningún poder imperial (y que constituye, por
ello, uno de los rasgos diferenciadores de esta nueva entidad política).
Además, la emergencia del Imperio
español coincide con el declinar del proyecto
cristiano-medieval y el nacimiento del proyecto
de la modernidad, con todos los cambios que eso supone (la constitución del
Estado moderno, la percepción del lugar del ser humano en el cosmos -vinculada
al despliegue del poder del hombre sobre el planeta-, el nacimiento de una
nueva concepción de la ciencia, la función de la religión y las relaciones
entre el poder político y el religioso, el inicio del capitalismo, etc.).
Sobre
estos problemas reflexionan y debaten las élites intelectuales de la Monarquía
Hispánica. Y Salamanca se convierte,
en buena medida, en la capital intelectual de ese imperio global (aunque con una
capitalidad compartida con Alcalá de Henares,
Coimbra, Valladolid, Évora, Madrid, México, Sevilla, Valencia, etc.).
Entre
los filósofos, teólogos y humanistas que configuran esa élite intelectual del
imperio, y cuyas aportaciones se dejan sentir en diversas disciplinas, destacan:
Elio Antonio de Nebrija, Francisco de Vitoria, Fernán Pérez de Oliva, Bartolomé de Las Casas, Juan Ginés de Sepúlveda, Gómez Pereira, Domingo de Soto, Martín de
Azpilcueta, Bernardino de Sahagún,
Melchor Cano, Fernando Vázquez de Menchaca, Tomás
de Mercado, Diego de
Covarrubias,
Bartolomé de Medina, Luis de León, Domingo Báñez, Juan Huarte
de San Juan, Luis de Molina, Juan de Mariana, Gabriel Vázquez, Antonio
Rubio, Francisco Suárez, Pedro de Valencia, Baltasar Gracián y Miguel de Molinos.
Sin olvidar que el
pensamiento circula también por otros cauces, fuera de las escuelas y universidades,
y adopta otras formas literarias de expresión, que son especialmente ricas en
el espacio y tiempo al que nos estamos refiriendo. Cabe mencionar a este
respecto la obra de Fernando de Rojas,
Garcilaso de la Vega, Teresa de
Jesús, Juan de la Cruz, Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, Lope de Vega, Francisco de
Quevedo, Calderón de la Barca, Juana Inés de la Cruz; y la de los ya citados
Luis de León y Baltasar Gracián.
2.
Francisco de Vitoria
&1
No
se conoce con seguridad ni el lugar ni la fecha de su nacimiento, aunque la
mayoría de sus biógrafos actuales consideran que debió nacer en Burgos, de donde era su madre (su padre
era natural de Vitoria), en torno al año 1483.
En
1504 ingresó en el convento de San Pablo,
perteneciente a la Orden de Predicadores
(también conocidos como dominicos), donde estudia gramática, lógica, filosofía y teología.
Debido
a sus destacadas cualidades intelectuales, sus superiores decidieron enviarlo a
París para completar sus estudios.
Llega a esta ciudad en torno al 1508, e ingresa en el convento de Saint Jacques, el más importante Estudio General de los
dominicos, que estaba adscrito a la Universidad. Allí estudia artes y teología, y se familiariza con los tres grandes movimientos
intelectuales del momento: el nominalismo,
que tenía como destacado representante en la universidad parisina al economista
y teólogo escocés John Mair; el tomismo, que conoce a fondo a través de
otro de sus profesores, el teólogo belga Pedro
Crockart; y el humanismo, cuyo
más destacado representante, en ese momento, es Erasmo de Rotterdam.
En
1513 su orden le nombra profesor de teología
de las Escuelas Mayores.
En
1523 se le envía de vuelta a España para ejercer como profesor de teología en el Colegio
de San Gregorio, en Valladolid. Tres
años más tarde gana la cátedra de prima
de Teología, en la Universidad de
Salamanca, desde donde ejerció una notable influencia en el mundo
intelectual de la Monarquía Hispánica. Allí tuvo como alumnos a Azpilcueta, Juan
Martínez Guijarro (el que sería conocido como Cardenal Silíceo), Domingo de
Soto, Melchor Cano, Alonso de Veracruz, Diego de Covarrubias, Martín Pérez de
Ayala, etc., que jugarían un destacado papel en el pensamiento teológico,
jurídico y económico de las décadas posteriores.
En
1545 fue propuesto por Carlos I para asistir al Concilio de Trento, pero, encontrándose enfermo y de edad avanzada,
declinó la oferta. Murió, en Salamanca,
en el 1546. Su sabiduría, la preeminencia que le otorgaba al conocimiento
práctico -ético, político, económico- sobre el teórico-contemplativo, su
enseñanza directa y su resistencia a publicar sus obras, le valió el
calificativo de «Sócrates cristiano», con el que fue conocido.
Los
escritos que conservamos de Vitoria son de dos tipos:
(1)
Las lecturas: son lecciones que
impartía en sus clases y que se conservan porque fueron recogidas por sus
alumnos. Se trata de comentarios de algunos apartados de la Suma Teológica, de Tomás de Aquino, centrados
en cuestiones de tipo moral: la ley, las virtudes, etc. (Publicadas bajo el
título de Comentarios a la Secunda Secundae
de Santo Tomás).
(2)
Las relectiones
(relecciones): son conferencias que se impartían una vez al año ante un
auditorio compuesto por profesores y alumnos. Entre 1528 y 1540, Francisco de
Vitoria impartió las siguientes relectiones:
De silentii obligatione (Sobre la
obligación del silencio), que no se conserva; De potestate civile (Sobre la potestad civil); De matrimonio (Sobre el
matrimonio); De homicidio (Sobre el homicidio); De potestate Ecclesiae prior
(Sobre la potestad de la Iglesia, anterior); De postestate Ecclesiae posterior (Sobre
la potestad de la Iglesia, posterior); De potestate papae e concilii (Sobre la
potestad del papa y el concilio); De eo quod tenetur homo cum primun veniet ad
usum rationis (Sobre aquello a que está obligado el hombre al llegar al uso de
razón); De simonia (Sobre la simonía); De temperantia (Sobre la templanza); De
indis prior (Sobre los indios, anterior); De indis posteior seu de jure belli
(Sobre los indios, posterior, o del derecho de guerra); De augmento e
diminutione charitas (Sobre el aumento y disminución de la caridad); De arte
magica (Sobre la magia).
&2
Pese
a su admiración inicial por Erasmo de Rotterdam y su cercanía al nominalismo,
para cuando llega a Salamanca Francisco de Vitoria se mueve dentro de las
coordenadas filosóficas y teológicas del tomismo.
Su originalidad reside en dar a este una orientación práctica, encaminada a solucionar los problemas surgidos en el seno
del naciente imperio español (que, por su propia naturaleza, acaban siendo
problemas de índole universal). Por eso en sus escritos predominan las
cuestiones de tipo ético-moral
(entre las que hay que incluir las económicas) y político.
Vitoria
asume, como punto de partida para sus reflexiones, dos supuestos que posibilitan
la existencia misma de un orden moral y político. Estos supuestos, intrínsecamente
unidos, son: (1) Que el ser humano es un ser comunitario. (2) Que comunidad implica comunicación.
Como
ser comunitario que es, el ser humano está inmerso siempre entre otros seres
humanos, con los que entra en relación de concordia
o conflicto. Y encontrar un espacio
para dirimir los conflictos y hacer posible la concordia nos lleva directamente
a la reflexión sobre la justicia, que se convierte en un elemento esencial de
su obra.
En
los Comentarios a la Secunda Secundae,
y siguiendo a Tomás de Aquino, Vitoria define la justicia como un tipo de virtud
que «dice relación a otro, y no a sí
mismo», y cuyo objeto es el derecho,
entendido como lo que es justo.
(Pues el término «derecho» puede ser entendido, al menos, de tres maneras: como
lo que es justo, como sinónimo de ciencia jurídica, y como sinónimo de ley). Dicho de otra manera, «la
justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho».
¿Y
qué es el derecho, entendido como lo que es justo? Pues «lo que es debido» (se
entiende, debido a otro, por eso la justicia «dice relación a otro»).
Pero
lo justo, lo «que es debido», puede serlo de dos maneras: por «su propia naturaleza»,
o «por estar establecido por una ley o pacto privado». En el primer caso
hablamos de derecho natural. En el
segundo de derecho positivo.
El
derecho natural viene caracterizado
por: (1) No depende de ninguna voluntad humana; esto es, es necesario (en el sentido de que no
puede ser cambiado si no es por intervención divina, lo que implica que derecho
natural y derecho divino vienen a ser lo mismo). (2) Es conocido por la «luz
natural», esto es, por el entendimiento, y, por lo tanto, es evidente por sí mismo. (Por ejemplo, es
de derecho natural que los padres deben educar a los hijos).
Pero
cabe plantear una duda, la de cómo podemos estar seguros de que el derecho
natural es evidente por sí mismo, que «la naturaleza no yerra y el
entendimiento no nos engaña». (Se busca, pues, una evidencia moral, que
fundamente la justicia, como base de la relación comunitaria).
Frente
a esta posible duda, Vitoria sostiene que: (1) Tal duda puede plantearse en el
terreno de las palabras, pero nadie la plantearía en el de los hechos. (2) Dado
que Dios nos ha dado la naturaleza y el entendimiento, si nuestro entendimiento
se engañase en sus juicios naturales habría que admitir que la verdad primera
(Dios) nos induce a error; lo que es contradictorio y, por lo tanto,
inadmisible. (Como en otros antes -Tomás de Aquino-, y después -Descartes-, en
Vitoria Dios es garante de certeza).
&3
Su
reflexión sobre la justicia continúa, en los Comentarios a la Secunda Secundae de Santo Tomás, con un análisis
del precio justo de las mercancías,
cuyas conclusiones influirán notablemente en la ética económica de la Escuela de Salamanca.
Para
ello comienza diferenciando entre dos tipos de «cosas que se pueden vender»
(mercancías): aquellas que satisfacen necesidades
humanas, y aquellas que satisfacen los caprichos.
Con
respecto al segundo tipo de mercancías (tales como joyas, etc.) el precio justo
será el que decidan los contratantes libremente.
Sin
embargo, con respecto al primer tipo de mercancías el precio justo no puede
determinarse así, porque el contrato, aun siendo aparentemente libre, se hace
forzado por la necesidad. Así, alguien que se encuentra en una situación en la
que necesita de vino (bebida), o pan (comida) para su supervivencia puede estar
dispuesto a pagar cualquier precio que se le pida por tales mercancías, pero
este será un precio obligado.
¿Y
cómo se determina, entonces, en este caso, el precio justo? Según Vitoria, si
concurren al mercado muchos compradores y vendedores el precio justo será establecido
por «la común estimación de los hombres». Si, por el contrario, escasean los
compradores y vendedores el precio justo debe ser determinado teniendo en
cuenta otras circunstancias como el trabajo, los gastos, la escasez, etc.
&4
En
De postestate civile centra su
análisis en el problema del origen y legitimidad del poder político. Para
resolver este problema es necesario aclarar previamente cuál es el fin de la comunidad política o república.
Y
descubrimos este fin -tal como había hecho Aristóteles-, analizando la propia
naturaleza humana. Este análisis nos muestra que:
(1)
El ser humano nace singularmente desvalido,
de modo que solo en comunidad puede satisfacer sus necesidades físicas y
espirituales.
(2)
El ser humano posee el don de la palabra,
que solo tiene sentido si es para vivir en comunidad.
(3)
La voluntad humana adquiere su sentido propio y su plenitud cuando es guiada
por la amistad y la justicia, que solo pueden ser ejercidas
en comunidad con otros seres humanos.
Es,
por lo tanto, la propia naturaleza humana la que impele al ser humano a vivir
en comunidad. Y es la comunidad política o república la que constituye el fin de
toda comunidad, la que constituye una comunidad
perfecta, pues encuentra en sí todo lo necesario para cumplir sus fines,
que se reducen a instaurar el bien común.
(Conviene recordar, no obstante, que Vitoria -como, por lo general, el pensamiento
católico-, diferencia entre fines naturales y sobrenaturales, entre el ámbito
de la naturaleza y el de la gracia).
Dado
que la república encuentra en sí todo lo necesario para cumplir sus fines, no
necesita una legitimación extra (como la que vendría dada por su cumplimiento
de fines espirituales establecidos por la Iglesia, o la subordinación a las
decisiones del poder imperial). Y, por esta razón, toda república, en tanto
cumpla los fines naturales que le son propios, es legítima. (Así, en De indis
posteior seu de jure belli, dirá que no es lícito hacer la guerra ni
someter a los indios -salvo en circunstancias que ya señalaremos-, pues son
legítimamente dueños y señores de sus repúblicas naturalmente constituidas).
Pero
para que exista comunidad política es necesaria una potestad civil, un poder
político, que, entre otras cosas, establezca las leyes y las haga cumplir.
Siguiendo la tradición, Vitoria sostiene que todo poder viene de Dios. El
problema es determinar quién es el depositario de ese poder. Su respuesta a
este problema es que, si la república nació para cumplir un fin, es a la
república a la que compete dicha potestad. El depositario de ese poder que
viene de Dios es la comunidad política misma.
Ahora
bien, dado que el gobierno de la multitud sería poco operativo, se hace necesario
que la república done la potestad
civil en favor de un individuo o un grupo, dando origen así a las tres posibles
formas de gobierno tradicionales: monarquía,
aristocracia o democracia. (Vitoria se decanta por la primera como mejor forma de
gobierno). Tras de esta donación, es el soberano, en su caso el monarca, el que detentará el poder en
exclusiva; pues si la república conservase el poder que dona, habría dos
poderes, que podrían estar enfrentados.
Parece
que el intento de solucionar este problema (el de la relación en que queda el
poder de la república y el del monarca) lleva a Vitoria a una cierta ambigüedad.
Pues, en la propia De potestate civili
indica, en aparente contradicción con lo dicho anteriormente, que el
depositario del poder es el propio rey; que no obtendría, por lo tanto, dicha
potestad por donación de la república, sino directamente de Dios.
La
contradicción se desvanece si consideramos que lo que Vitoria quiere decir es lo
siguiente: la república (la comunidad política) es un producto natural, y, por
ello, no es una elección. Pero para que haya república es necesario el
ejercicio del poder, que va indisolublemente unido a la existencia de dicha
comunidad. De modo que esa donación de poder a un individuo se convierte en
algo igualmente necesario. La conclusión de este razonamiento es la de que ese poder,
que viene de Dios, va a parar necesariamente al monarca.
En
cualquier caso, el poder del monarca queda limitado
a desarrollar la función para la que fue instaurado: cumplir y hacer cumplir
las leyes al servicio de la república. (Aquí plantea Vitoria dos problemas: (1)
Si se deben obedecer unas leyes no pensadas para el beneficio de la república.
Frente a eso dice que tales «leyes» ni siquiera serían realmente leyes. (2) Si estamos
obligados a obedecer unas leyes al servicio de la república, pero establecidas
por un poder ilegítimo. Vitoria dice que tales leyes deben obedecerse en la
medida en que son preferibles a la ausencia de leyes).
&5
Pero,
del mismo modo que los seres humanos se organizan en comunidades políticas o
repúblicas para lograr el bien común, las repúblicas entran en relaciones con
otras repúblicas. Relaciones que también pueden ser de amistad o conflicto, de
justicia u opresión. De modo que estas relaciones también necesitan ser
reguladas, y aquí entra en escena el derecho
de gentes (ius gentium).
Conviene
recordar que el ius gentium surgió en el Imperio
romano. Con él los romanos pretendían regular las relaciones entre ciudadanos y no ciudadanos, y las de estos entre sí. Recogía las normas que eran
comunes a todos los pueblos que componían el imperio (o que, al menos, estaban
ampliamente extendidas).
El
concepto de derecho de gentes y la reflexión sobre su naturaleza, origen, extensión,
etc., pasó al pensamiento cristiano
y, en especial, a la escolástica medieval.
Vitoria
sostiene, siguiendo a Tomás de Aquino, que la diferencia entre el derecho natural
y el derecho de gentes consiste en que aquel constituye un bien por sí mismo, y
es evidente para todos los seres humanos. Mientras que el segundo es un bien en
relación a conseguir otra cosa. Así, la paz es un bien en sí mismo, por eso
constituye un derecho natural, conocido a través de la razón; pero el derecho a
la propiedad, que forma parte del derecho de gentes, no constituye un bien en
sí mismo, sino en tanto ayuda, por ejemplo, a establecer la paz.
Otra
diferencia radica en que el primero nace de la propia naturaleza humana, y de Dios como su autor; mientras que el derecho
de gentes debe su existencia al consenso
entre los seres humanos (el consenso «de
todo el orbe», o «de la mayoría del orbe»). El derecho de gentes es, por
eso, convencional, y, por lo tanto, es derecho
positivo.
Ahora
bien, si el derecho de gentes es derecho positivo ¿quiere esto decir que puede
ser abolido, como el derecho positivo que regula las relaciones de los particulares
en el seno de las repúblicas?
Vitoria
sostiene que no, porque siendo el legislador «el orbe entero» solo podría ser
abolido por un acuerdo del orbe entero. (Y parece poco probable que el orbe entero
llegase a querer su abolición).
El
derecho de gentes tiene la peculiaridad, por lo tanto, de que, siendo un
derecho positivo, posee, sin embargo, la universalidad
propia del derecho natural. Pero esa universalidad viene dada, en este caso,
porque su «legislador» es «todo el orbe»
(la humanidad entera).
Este
reconocimiento de la humanidad entera, «de todo el orbe», como sujeto legislador,
y de la universalidad consiguiente del derecho de gentes, es lo que convierte a
Vitoria, a juicio de muchos, en el fundador del Derecho internacional.
&6
A
partir de 1492 comienza la conquista del «Nuevo Mundo» recién descubierto. (Inicialmente
no es un «Nuevo Mundo», sino, acaso, territorios desconocidos de las Indias,
nombre con el que se conocía a zona que abarca el sudeste asiático y las islas de
la zona oriental de Asia. Deshecho el error se siguió conociendo a ese Nuevo
Mundo con el nombre de Indias Occidentales, de ahí que los habitantes de estos
territorios fuesen denominados «indios»).
La
conquista comenzó siendo un proyecto privado (aunque avalado por los reyes de Castilla
y Aragón); movido, por tanto, por intereses privados (fama, riqueza, afán de
aventuras, evangelización). Pero la dimensión que adquirió tal fenómeno hizo
que, casi desde el principio, fuese puesto bajo la jurisdicción de la corona
(adquiriendo una dimensión «pública»). Y, en ese contexto, la corona se vio
envuelta en el problema de la legitimación
de esa conquista y del dominio obtenido a su través. Llegados a este punto,
debemos recordar las coordenadas ideológicas (teológicas, filosóficas, jurídicas,
morales) dentro de las que se movían los europeos, y, en concreto, los castellanos,
de los siglos XV y XVI. Y desde estas coordenadas ¿cómo se legitima el dominio?
En
el siglo XIII, durante el reinado de Alfonso X, se había elaborado en Castilla
el código de las Siete Partidas. En
él ya se establecían las condiciones por las que se consideraría legal la
ocupación de un territorio. Si este estuviese despoblado pasaría a pertenecer a
«aquel que la poblase primeramente». En caso contrario su dominio podría
obtenerse por herencia, matrimonio, libre consentimiento de los naturales, o
donación del Emperador o el Papa (condiciones que eran generalmente aceptadas
en el mundo cristiano-occidental). Y, efectivamente, tras el viaje de Cristóbal
Colón, los Reyes Católicos consiguen que el papa Alejandro VI, mediante la bula Inter
caetera de 1493, les conceda el señorío de las tierras recién descubiertas
y por descubrir que no estuviesen sometidas a otros señores cristianos, con el
objetivo final de su evangelización. Al año siguiente, merced al Tratado de Tordesillas, los Reyes
Católicos y Juan II de Portugal acuerdan fijar los límites mediante los cuales se
reparten ese mundo por descubrir y evangelizar.
Frente a todo este intento de legitimación
jurídica se podría objetar cínicamente que las coronas española y portuguesa
ocuparon los territorios que ocuparon simplemente porque «podían», como han hecho
en todos los tiempos los reyes, césares, zares, califas, incas, caudillos y
pueblos diversos. Pero con ello estamos descuidando el modo como todo «poder»
de una cierta complejidad se configura como tal poder. Y, precisamente, la
Monarquía Hispánica se fue configurando como un poder universal (como un
auténtico imperio de facto) cohesionándose en torno a la «legitimación» que
formaría parte de esa estructura del poder y que venía dada por la ideología
católica. (Gustavo Bueno dirá que la Monarquía Hispánica era un «imperio filosófico»,
es decir, un imperio con un proyecto universal, de género humano, y de ahí la
necesidad interna de su propia justificación, necesidad que no existiría en un
simple imperio «depredador»).
&7
Pues
bien, el análisis del intento de legitimación de la conquista se convierte en
el tema central de otra obra de Vitoria: la relección titulada De indis posteior seu de jure belli.
Vitoria
comienza argumentando contra quienes niegan que los indios fueran los legítimos
dueños de las cosas y posesiones privadas y que hubiese entre ellos verdaderos
príncipes y señores de los demás (es decir, contra quienes niegan que hubiese
repúblicas legítimas en el Nuevo Mundo). Pues, como ya hemos señalado antes, toda
comunidad política, toda república, es en sí misma, perfecta. Y no cabe
discutir que los indios viviesen organizados en auténticas comunidades políticas.
A
continuación, argumenta contra los que denomina «títulos no legítimos» alegados
por los españoles para apropiarse de aquellas tierras y someter a los indios a servidumbre.
Reduce tales «títulos no legítimos» a los siguientes:
(1)
El emperador es el señor del mundo.
Frente
a esto alega que el emperador no es el señor del mundo (pues, como ya hemos
visto, cada república constituye una comunidad política perfecta).
(2)
La autoridad universal del Papa,
«que pudo instituir a los reyes de España como príncipes de los bárbaros».
Frente
a esto alega que el Papa no tiene el señorío temporal del mundo, solo espiritual
sobre los cristianos.
(3)
El derecho de descubrimiento (en
virtud del cual los territorios no ocupados pertenecen al primero que los
ocupa).
Frente
a esto alega que cuando los españoles llegaron al Nuevo Mundo en este ya había
auténticas y legítimas repúblicas (como ya se ha explicado).
(4)
El rechazo del cristianismo por parte
de los indios.
Frente
a esto alega que el rechazo del cristianismo no es motivo que justifique hacer
la guerra a los indios, pues la conversión tiene que hacerse por vía pacífica,
o no será auténtica conversión.
(5)
Que los indios viven en pecado.
Frente
a esto alega que vivir en pecado no es causa que legitime una guerra, como
tampoco se declara la guerra a los cristianos que viven en pecado.
(6)
La elección voluntaria (según la
cual «cuando los españoles exhortan a los bárbaros a recibir al rey de España
como su señor estos manifiestan que les place»).
Frente
a esto alega que la elección voluntaria solo sería aceptable si se llevase a
cabo con conocimiento de lo que se hace y sin amenaza. Y si se diesen tales
condiciones no hay razón para pensar que los bárbaros quisieran cambiar sus
señores por otros extranjeros.
(7)
La donación especial de Dios (que
«habría entregado a los bárbaros al poder de los españoles a causa de sus
abominaciones»).
Frente
a esto alega que apelar a una supuesta condena de los bárbaros por Dios
significa hacer profecías que van contra la ley común y las Escrituras. Además
de que los propios cristianos incurren, con frecuencia, en abominaciones
similares a las de los bárbaros.
&8
Después
de su crítica a los «títulos no legítimos» alegados por los españoles para
someter a los indios, Vitoria presenta aquellos «títulos legítimos» (un total
de ocho, aunque uno dudoso) en virtud de los cuales pudieran los españoles
someter a los «bárbaros» a su dominio.
Podemos
resumir estos títulos legítimos así:
(1)
El derecho de comunicación (ius communicationis), entendido como el
derecho a viajar por todo el orbe y a entrar en relaciones comerciales o de
amistad con cualquier pueblo del orbe. Este es un derecho natural, previo a la constitución de las repúblicas
particulares, y que no queda abolido por tal constitución. Si cualquier pueblo
quisiera impedir este derecho sin causas justificadas, sería lícito hacerle la
guerra.
(2)
La predicación del cristianismo. Si los
bárbaros quisieran impedir tal predicación estaría justificada la guerra. Se
fundamenta este derecho porque se trata de un derecho derivado del anterior;
porque además se apoya en un mandato de Cristo; y porque no ejercerlo supondría
una forma de inhumanidad (ya que los bárbaros, así abandonados, no podrían
acceder a la salvación).
(3)
Qué los príncipes de bárbaros ya convertidos al cristianismo quisieran, por la fuerza, volverlos a la
idolatría. En ese caso sería lícito hacer la guerra a tales príncipes para
que desistan de su actitud y, en el límite, destituirlos de sus cargos.
(4)
Si una gran parte de los bárbaros se ha
convertido al cristianismo el Papa puede darles un príncipe cristiano
(destituyendo a sus antiguos señores, y siempre que haya una causa razonable
para hacerlo).
(5)
Acabar con prácticas bárbaras o
inhumanas. Si los bárbaros persisten en prácticas inhumanas, como podrían
ser el canibalismo, los sacrificios humanos, u otras formas de tiranía, es
lícito combatirlos.
(6)
La elección auténticamente voluntaria.
(7)
La amistad o alianza. Si en los
conflictos entre bárbaros aquellos que hayan sido injuriados solicitan la ayuda
de los españoles (tal como «hicieron los tlascaltecas en su guerra con los
mejicanos»), es lícito prestársela y compartir los frutos de la victoria.
(8)
Finalmente, Vitoria señala otro título del que dice, no obstante, que es discutible.
Es el siguiente: si sucediese que los indios se encontrasen en un estado de inferioridad grande, con
ausencia de aquello necesario para constituir auténticos Estados y de las artes
mecánicas básicas (es decir, si se encontrasen en una situación de retraso
histórico) sería lícito a los españoles imponerles nuevos señores y una
auténtica administración que les permitiese superar tal condición.
&9
Tras
el análisis de los títulos alegados por los españoles para someter a los
indios, Vitoria, pasando del caso particular al general, analiza las
condiciones generales de la guerra justa.
Señala,
en primer lugar, que no son causas de guerra justa, ni la diversidad religiosa,
ni «el deseo de ensanchar el imperio», ni «la gloria o cualquier otra ventaja
del príncipe».
La
única causa de la guerra justa, dice, «es la injuria recibida». Pero como ni siquiera
cualquier injuria puede justificar una guerra, queda claro que solo la defensa de la propia república puede
ser causa de la guerra (ejercida contra los enemigos internos o externos).
Ahora
bien, incluso la guerra justa tiene límites,
de modo que, ni siquiera en este caso, le está permitido a la república o al príncipe
que la gobierna, cualquier tipo de acción; sino solo aquellas acciones
necesarias para mantener el bienestar de la república y, en especial, la paz.
Si
el príncipe declarase la guerra y esa fuese injusta, lo súbditos tienen la
obligación de negarse a participar en dicha guerra.
&10
Otro
problema que suscitará intensos debates entre los filósofos y teólogos católicos
será el de la legitimidad de la esclavitud en general, y del tráfico de
esclavos africanos, con vistas a su explotación en las colonias y virreinatos
americanos, en particular. Dicho tráfico no surge en este momento, pues ya los
árabes habían iniciado la captura y venta de poblaciones negras de la costa
oriental de África a partir del siglo X. (Y sin olvidar que la esclavitud y el
tráfico de esclavos es una constante en la historia de la humanidad; que
podemos rastrear en pueblos y civilización tan diversas como el mundo griego
antiguo, el imperio romano, la Europa medieval, el «imperio» azteca, la
civilización china, el imperio ruso, el mundo islámico desde sus orígenes hasta
la época contemporánea, y otros diversos pueblos africanos y asiáticos). Pero
este tipo de comercio se intensificará con la conquista de América y con la
prohibición por parte de los reyes españoles de la esclavización de los
aborígenes americanos. Y serán los portugueses, a los que se había otorgado el
dominio de los territorios africanos, quienes inicien este comercio a gran escala.
Vitoria
también reflexiona sobre este problema -así en la carta sobre El tráfico de esclavos realizado por los
portugueses-, pero sus reflexiones no alcanzan el nivel de sistematización
y crítica de las dedicadas a otras cuestiones centrales en la época como el
precio justo de los productos, la conquista española del Nuevo Mundo y el trato
a los «indios» o la guerra justa.
3. Fernán Pérez
de Oliva
&1
Nació
en Córdoba, hacia el 1494. Con
catorce años su padre le envía a estudiar Salamanca,
donde permanece tres años. Continuará sus estudios durante un año en la recién estrenada
Universidad de Alcalá. En 1512 se
trasladará a París, ingresando en La Sorbona, donde será discípulo de
Martínez Silíceo. En 1515, se traslada a Roma,
con un tío suyo que estaba al servicio del papa León X. En 1518 muere su tío y regresa
a España. Poco tiempo después vuelve
a París, donde, al parecer, imparte
lecciones sobre la ética de Aristóteles y otros temas. En 1524 regresa definitivamente
a España. En 1526 es contratado por
la Universidad de Salamanca para
sustituir al Maestro Margallo y a Martínez Silíceo. En 1529 es elegido rector. Opta a la cátedra de Filosofía
Moral, que no consigue, pero gana la cátedra
de Durando. Muere, todavía joven, en Medina
del Campo, en 1531.
Fernán
Pérez de Oliva es un destacado representante del humanismo renacentista español. Y, como era habitual entre los humanistas,
sus intereses intelectuales son muy diversos, no descartando la ciencia
aplicada y la técnica. Entre sus obras cabe mencionar: (1) Razonamiento sobre la navegación del río Guadalquivir, de 1524. Un
proyecto de ingeniería. (2) Cosmografía nueva,
surge de un curso impartido entre 1526 y 1527. Se trata de un tratado
cosmográfico en el que, como es habitual entre cosmógrafos españoles del siglo
XVI, trata de integrar los nuevos descubrimientos en la geografía de Ptolomeo.
(3) De magnete (una obra que se ha
perdido, pero en la que, según comentarios de su sobrino Ambrosio de Morales,
habla de la posibilidad de aprovechar el magnetismo para establecer comunicación
a distancia, intuyendo lo que sería el teléfono, y De lumine et specie (también perdida): ambas tratados físicos. (4) Dialogus inter Siliceum, Arithmeticam et
Flamman, en la que defiende la superioridad del castellano sobre el latín
para tratar cuestiones científicas. (5) El
renacimiento de Hércules, La venganza
de Agamenón y Hécuba triste: de
carácter literario. (6) Algunas cosas de
Hernán Cortés y México, e Historia de
la invención de las Indias: de carácter histórico. (7) Discurso de las potencias del alma y del buen uso dellas, y Diálogo de la dignidad del hombre: de
carácter filosófico.
&2
El
«Diálogo de la dignidad del hombre»
es un escrito breve, redactado en castellano, en torno a 1529, que sufrió un
destino singular. Fue publicado, por primera vez, en 1546, cuando Pérez de
Oliva llevaba fallecido más de una década. En esta primera edición el editor
introduce modificaciones que pretenden completarlo, pero que fuerzan una
determinada interpretación del escrito. En 1586, Ambrosio de Morales, sobrino
del autor, publica la versión original. Entre 1632 y 1789 esta versión fue incluida,
por la inquisición, en el índice de libros
prohibidos. Ya a partir del siglo XX será recuperado como una señalada
aportación del pensamiento humanista hispánico, pero cuya interpretación es
objeto de abierta polémica.
Podemos
resumir el contenido del escrito así:
En
un escenario, que tiene la forma de un locus amoenus («lugar ameno», tópico
renacentista que describe un espacio natural bello y tranquilo, propicio para
el encuentro amoroso o el retiro reflexivo), Pérez de Oliva representa un debate
sobre la condición humana. Para ello echa mano de dos personajes, Aurelio y
Antonio, que defenderán posiciones encontradas. A un tercer personaje, Dinarco,
se le encomienda la tarea de juez, encargado de fijar las reglas y decidir
quién es el vencedor.
Comienza Aurelio, incidiendo en la situación miserable del ser humano, al
que describe desde una concepción materialista,
próxima al atomismo epicúreo. Desde esta concepción, el cuerpo humano aparece como débil, con un desarrollo lento, hasta el
punto de que sale malparado en comparación con cualquier animal. Su entendimiento es pobre, y más apto para
darse cuenta de sus penurias que para ponerles remedio. Su voluntad es presa de las pasiones, que le hacen incurrir en todos los
vicios. Los trabajos y afanes que los hombres despliegan en
sus oficios se parecen a los de
Sísifo (personaje de la mitología griega), condenado por los dioses a un esfuerzo
inútil, eternamente repetido. Finalmente llega la muerte, a la que los hombres tratan de sortear mediante la fama. Pero esta es un triste consuelo,
pues, cuando llega, si es que llega, el individuo ya no está, y, además, lo
hace bajo tales deformaciones que la persona real ha quedado sepultada bajo la
fantasía.
A
continuación, Antonio presenta la visión
positiva del ser humano, una visión que podría ser calificada de humanismo cristiano.
Según
esta, el hombre ha sido creado a imagen
y semejanza de Dios, y es, además, una representación de lo creado, un microcosmos (recordando concepciones
neoplatónicas). Así, el alma humana,
al igual que Dios, es simple e incorruptible, y, además, posee tres
potencias, memoria, entendimiento y voluntad, por las que se asemeja a la trinidad divina. El cuerpo humano vive, como el vegetal; siente,
como el animal; y entiende, como el
ángel. Colocado en el centro físico y espiritual del cosmos, y dotado de libre albedrío, el ser humano puede
elegir elevarse hacia lo alto, hacia donde fue destinado, o rebajarse a la
condición animal o aun vegetal, si se deja vencer por los vicios.
Después
Antonio hace un recorrido, paralelo al de Aurelio, por los diversos ámbitos de
lo humano, presentando sus contraargumentos. Comienza con una alabanza del cuerpo humano, al que encuentra bello y
armonioso, y del que señala, en especial, a la lengua, instrumento de la música y el habla, y a las manos, que superan a cualquier otro miembro
dado por Dios a cualquier animal y con las cuales el ser humano puede
transformar la naturaleza y ponerla a su servicio. Alaba, a continuación, el entendimiento, que es capaz de desentrañar
los secretos del mundo. Y a la voluntad,
capaz de las mayores virtudes. Alaba los afanes
de los hombres y de sus oficios
(los de los artesanos, los de los letrados, los de «los que labran los campos»,
los de los gobernantes y los de «los que tratan las armas»). Y sostiene,
finalmente, que los espantos que trae consigo la muerte no son tales, pues, para empezar, si la vida es tan
miserable como la ha presentado Aurelio, ¿por qué temer a la muerte que le pone
fin? Por el contrario, Antonio considera que la muerte es el premio del virtuoso,
que puede, a su través, acceder a una vida mejor.
Al
mismo tiempo que va presentando sus alabanzas, Antonio nos recuerda que todas estas
potencias positivas pueden trocarse en negativas, cuando el hombre, haciendo
uso de su libre albedrío, deja que
el vicio ocupe el lugar de la virtud.
Tras
los argumentos de los contendientes habla Dinarco, el juez, quien se limita a mostrar
su aprecio a Antonio, por agradecer lo que Dios ha hecho por el hombre; y a Aurelio,
por haber sabido defender su causa con ingenio y agudeza; invitándoles, a
continuación, a regresar a la ciudad, pues se hace de noche.
Este
final, con ese veredicto tan, aparentemente, poco comprometido, permite que la
interpretación del Diálogo quede
abierta. ¿Quería, Pérez de Oliva, que el lector sacase su propia conclusión?
¿Quería limitarse a mostrar las posibilidades ofrecidas al ser humano? ¿Quería
mostrar que es el propio ser humano el que labra su destino, condenándose a la
miseria o elevándose a lo alto en función de ese libre albedrío que le permite hacerse a sí mismo? (¿Sería,
entonces, este final abierto, esta ambigüedad e incertidumbre del escrito, lo
que motivaría su inclusión en el índice de libros prohibidos?).
Otros
dicen, por el contrario, que la posición de Pérez de Oliva es clara. Vendría
señalada por el orden de los argumentos
(Antonio cierra el debate, refutando tesis por tesis a Aurelio); por el tipo de argumentos (en el contexto de
la época, que uno de los contrincantes remitiese a Dios como justificación última
de sus tesis y el otro no, determinaría ya de qué lado está la opinión del
autor); e, incluso, por la posición del
juez (muestra su aprecio a Antonio por agradecer lo que Dios ha hecho por
el hombre, de Aurelio alaba la sagacidad para defender su causa).
***
El
tema de la «dignidad del hombre» es en contenido típicamente renacentista.
Gustavo Bueno sostiene que eso se explica en el contexto de una teología que
reivindica la figura de Cristo, que sitúa al ser humano en un lugar
privilegiado en el seno de la creación, ya no solo frente a los animales, sino
frente a los mismos ángeles (pues Dios mismo se habría reencarnado en un
hombre). Bueno sostiene que esa reivindicación tiene como trasfondo la confrontación
del cristianismo con el judaísmo y el islam, religiones en las que es
inconcebible un papel semejante para el ser humano.
4.
Bartolomé de Las Casas
&1
Nació
en Sevilla, hacia el año 1474.
Estudió latín y humanidades en su ciudad natal. En 1502 acompaña a su padre y a su
tío en un viaje a La Española, en el
Nuevo Mundo, donde explota una mina
y una hacienda. En 1506 regresa a Sevilla
y viaja a Roma. Se ordena sacerdote, aunque no se sabe la fecha
ni el lugar. De vuelta a La Española, y posteriormente a Cuba, como encomendero y doctrinero, acaba
tomando conciencia de la contradicción entre las condiciones de vida a que se
veían sometidos los indios por parte de los cristianos y su predicación del
evangelio.
De
hecho, las críticas de frailes y sacerdotes a la situación a la que se veían sometidos
los aborígenes antillanos aparecieron casi desde los inicios de la conquista.
La propia reina Isabel la Católica había
castigado a Colón por traer a España un grupo de «indios» con la pretensión de
venderlos como esclavos, y, en 1504, había dejado establecido, en un codicilo
que acompañaba su testamento, que no se hiciese mal a los indios que
consideraba súbditos de la corona. En la navidad de 1511, un fraile llamado Antonio de Montesinos, en un célebre discurso
en Santo Domingo, condena a los españoles por el trato que están dando a los
indios. Unos meses más tarde viaja a España y consigue entrevistarse con Fernando el Católico, entonces regente
de Castilla, que atiende a sus quejas y promulga las Leyes de Burgos, de 1512, en las que se regula el trato legal con
los naturales americanos. Posteriormente, con Carlos I, se aprueban las Ordenanzas
de Granada, de 1526, que sentaban la igualdad de los indios. Pero el Nuevo
Mundo estaba muy lejos de la Corte y estas leyes no siempre se respetaban, y no
siempre se ajustaban a situaciones cambiantes.
En
este escenario toma protagonismo Fray Bartolomé, que asume como tarea propia la
defensa de los derechos de los indios, tarea a la que se dedicará, de una u
otra forma, hasta el final de su vida.
En
1539 regresa a España. Es recibido por Carlos I en Valladolid, que atiende a
sus demandas y convoca, en 1540, una Junta,
que se reúne en la Universidad de Salamanca,
para tratar la situación de los indios. Una consecuencia de esta Junta fue la
promulgación -en 1542, en la ciudad de Barcelona-
de las Leyes Nuevas, en las que se
recogían muchas de las tesis lascasianas (se decretaba que los indígenas no podían
ser esclavizados, se liquidaba el sistema de las encomiendas y se ponía a los
indígenas bajo la protección directa de la Corona). En el Nuevo Mundo, no
obstante, continuaba la resistencia a los cambios.
Años
más tarde, de nuevo en España, participa en la Junta de Valladolid (convocada, una vez más, por Carlos I, y reunida en 1550 y 1551 en
el Colegio de San Gregorio), junto a
otros teólogos, expertos en derecho y miembros del Consejo de Castilla y del
Consejo de las Indias. En ella se debaten cuestiones tales como los derechos de
los aborígenes del Nuevo Mundo, las «justas causas» para hacer la guerra a los
indios y la legitimidad de la conquista. En los debates brillaron, en especial,
Juan Ginés de Sepúlveda (que,
partiendo de que los indios se encuentran en situación histórica de barbarie,
defiende la legitimidad de la conquista para llevarlos al nivel de civilización
de los cristianos) y Bartolomé de Las
Casas (que preconiza la evangelización de los indios por vía pacífica y
descalifica todo uso de la violencia, incluso para acabar con prácticas
«erróneas» como el canibalismo). La controversia no concluye con ganador claro,
pero serán las tesis de Las Casas las que acaben imponiéndose en el ámbito
religioso, hasta el punto de que a Sepúlveda se le prohíbe publicar una réplica
a tales tesis. Murió, en Madrid, en
1566.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) Apologética
historia sumaria, de 1536. (2) De
unico vocationis modo (Del único modo
de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión), de 1537. (3) Brevísima relación de la destrucción de las
Indias, de 1543. (4) Disputa o
controversia entre fray Bartolomé de las Casas y el doctor Ginés de Sepúlveda,
de 1552. (5) Otras obras no publicadas en vida son: De las antiguas gentes del Perú, e Historia de las Indias.
&2
En
la Brevísima... desarrolla una dura
crítica a la conquista española de América. Considerada, por unos, como un
ejemplo de denuncia al servicio de los oprimidos, y, por otros, como una
exageración que deforma la realidad de la conquista y que ayuda a la creación
de la «leyenda negra». Lo cierto es que la obra está escrita con fines apologéticos:
se trataba de llamar la atención sobre la violencia de la conquista, desentendiéndose
del rigor histórico e incurriendo en exageraciones evidentes (que serían
aprovechadas por los rivales del poder imperial para atacarlo en el terreno
ideológico).
Puede
ser considerado un precursor de la defensa de los derechos humanos.
Su
descripción acrítica e idealizada de la vida de los aborígenes americanos propicia
la expansión del mito del buen salvaje.
(A desarrollar).
5. Juan Ginés de
Sepúlveda
&1
Nació
en Pozoblanco, Córdoba, en 1490. Estudia
humanidades en Córdoba. En 1510 ingresa en la Universidad
de Alcalá, en la que permanece tres años, obteniendo el grado de bachiller en artes. Prosigue sus estudios en el Colegio de San Antonio, de Sigüenza,
donde obtiene el grado de bachiller en teología.
En
1515 se traslada a Bolonia, e
ingresa en el Colegio de San Clemente de
los Españoles, donde fue alumno de Pietro Pomponazzi, y obtiene el doctorado en artes y teología. A instancias
de Julio de Médicis comienza la traducción de las obras de Aristóteles al latín.
En 1523 se traslada a Roma, siendo
acogido en la corte del Papa Clemente
VII, donde ejerce como profesor de filosofía moral y comentador y traductor
de Aristóteles. En 1527 será testigo del «Saco de Roma» por los ejércitos
imperiales. Expulsado de Roma por el cardenal Orsini, se instala en Nápoles, que será sitiada poco después.
El cardenal Cayetano va en su auxilio y lo lleva a trabajar con él en el Comentario al Nuevo Testamento. Regresa
a Roma con Francisco de Quiñones,
cardenal de la Santa Cruz, con el que trata de mediar entre el papa y Carlos I
para conseguir un acercamiento entre las dos máximas autoridades cristianas.
Acompañando a la comitiva papal, viaja a Bolonia,
donde Carlos I será coronado emperador por Clemente VII. Allí es testigo de
otro suceso singular: muchos de los alumnos españoles del Colegio de San
Clemente rechazaban combatir a los turcos -que, en aquel momento, estaban
sitiando Viena-, por ir esto contra las enseñanzas de Cristo. De la reflexión
que le suscita este suceso surge su Democrates
primus.
De
regreso a España vive en Valladolid
y Pozoblanco. En 1536 Carlos V le
nombra cronista oficial y preceptor del
príncipe Felipe II. A partir de 1545 se implica en la disputa con Fray Bartolomé
de Las Casas en torno a la legitimidad de la conquista de América y la
situación de los indios. Esta disputa culmina en la Junta de Valladolid, de 1550 y 1551. Retirado a su casa de Pozoblanco, muere en 1573.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) De facto e
libero arbitrio adversus Luterum, de 1527. (2) Antapologia pro Alberto Pio in Erasmum Roterodamum (Antapología, en defensa de Alberto Pío contra
Erasmo), de 1532. (3) Democrates
primus sive de convenientia disciplina militaris cum christiana religione
dialogus (Democrates primero o diálogo
sobre la concordancia de la disciplina militar con la religión cristiana),
de 1535. (4) Democrates alter sive de
justis belli causis apud indos (Demócrates
segundo o De las justas causas de la guerra contra los indios). Fue escrito
en 1550, como una réplica a Historia
brevísima de la destrucción de las Indias, de Bartolomé de Las Casas, pero
las presiones de este último y sus seguidores impidieron su publicación. La primera
edición es de 1892. (5) Apología pro libro
de iustis belli causis (Apología del
libro sobre las justas causas de la guerra), de 1550. (6) Summa
quaestionis ad bellum barbaricam, sive iudicum pertinentes. (7) De rebus gestis Caroli V (Sobre las obras de Carlos V), de 1556.
(8) De rebus gestis Philippi II (Sobre las obras de Felipe II), de 1564.
(9) De regno et regis officio (Sobre el reino y el oficio de rey), de
1571. Donde desarrolla su teoría del Estado. (10) Es además autor de la traducción
al latín de las siguientes obras de Aristóteles y Alejandro de Afrodisia: Aristotelis parvi naturales, Aristotelis de
generatione et interitu, Aristotelis liber de mundo ad Alexandrum, Alexandri Aphrodisiei
commentaria in duodecim Aristotelis libros prima philosophia, Aristotelis meteorum
libri IV, Aristotelis de republica.
&2
El
Democrates primus y el Democrates alter están escritos en forma
dialogada. En el primero ambienta la narración en Roma, donde pone a debatir a
Demócrates (por cuya boca habla el propio Sepúlveda) con Leopoldo. En el
segundo vuelve a echar mano de los mismos personajes, a los que ahora pone a
debatir en un huerto en las riberas del Pisuerga, en Valladolid.
El
Democrates primus plantea si la
milicia -y por lo tanto la guerra- es compatible con el mensaje cristiano. El Democrates alter plantea si es legítimo
que los españoles hagan la guerra a los indios para someterlos a su dominio.
Para
responder a estos problemas echa mano de la filosofía y la teología. Y la
respuesta pasa por hacer compatibles tres tipos de textos que configuran, en buena
medida, la tradición cristiana occidental: las obras de Aristóteles (que
para Sepúlveda constituyen «la filosofía»), el Antiguo Testamento (donde la guerra forma parte de la existencia
del pueblo de Israel y es ordenada por Dios en determinadas situaciones) y el Nuevo Testamento (que parece condenar la
guerra, pues Jesús había invitado a sus seguidores a «poner la otra mejilla» si
les abofetean).
Sepúlveda
cree encontrar algo común a estos tres tipos de textos: la ley natural. Ley que se descubre en el «uso de la recta razón» y
que es accesible, por lo tanto, a los filósofos paganos y compartida por el
Antiguo y el Nuevo Testamento (dado que es una manifestación de la ley eterna
dada por Dios). Apelando a la ley natural define la guerra justa (siguiendo en
esto a otros teólogos medievales como Isidoro de Sevilla o Tomás de Aquino)
como aquella que se produce por causas
justas, declarada por una autoridad
legítima, movida por un ánimo recto
y llevada a cabo de manera recta.
Cuáles
sean las causas justas viene determinado también por el derecho natural. Y así,
dice Sepúlveda, cualquier hombre sensato reconoce como causas justas las de «repeler
la fuerza con la fuerza», «recobrar las cosas arrebatadas injustamente» e
«imponer la pena merecida a los malhechores».
Ahora
bien, ninguna de estas tres causas parece justificar que los españoles estén
legitimados para declarar la guerra a los indios. (En este apartado, como en el
resto de esta entrada, emplearemos el término «indios», «naturales», o
«bárbaros» para referirnos a los aborígenes americanos, por ser estos los
términos de referencia para los pensadores españoles de que estamos tratando). Sin
embargo, Sepúlveda considera que hay una cuarta causa de guerra justa, para
cuya legitimación echa mano de Aristóteles (y que estaría avalada también por
la ley natural): que lo inferior debe
estar sometido a lo superior, lo
menos perfecto a lo más perfecto.
Recordemos,
a este respecto, que Aristóteles había sostenido que hay hombres que son esclavos por naturaleza (aquellos que
no son capaces de gobernarse a sí mismos), por lo que, tales hombres, por su
propio bien y el de la comunidad, deberían estar sometidos a otros. Recordemos
también que Francisco de Vitoria había establecido como un posible título
legítimo para someter a los indios (aunque este título le planteaba dudas) el
de que, si los indios se encontrasen en un «estado de inferioridad» grande, si
se encontrasen en una situación de retraso histórico considerable, sería lícito
a los españoles imponerles nuevos señores (siempre que se hiciese con el
objetivo de educarlos para «elevarlos» al nivel de desarrollo de los propios
españoles).
Pues
bien, aunque Sepúlveda apela a Aristóteles para la legitimación de la conquista,
su propuesta está más cercana a la de Vitoria. Pues, que haya hombres que son
esclavos por naturaleza parece difícilmente compatible con el proyecto cristiano,
en el seno del cual, en su versión católica, se mueve Sepúlveda. Y así, aunque
considera que la conquista estaría legitimada por la «inferioridad» de los
indios, esto no legitimaría la esclavitud sino tan solo la servidumbre, con el
objetivo de eliminar las prácticas bárbaras
-como el canibalismo y la idolatría-, facilitar
la evangelización y defender a las víctimas
de esas prácticas bárbaras. (La «inferioridad» del indio con respecto al español
se sustentaría precisamente en la pervivencia entre aquellos de tales
prácticas).
No
obstante, el modo de expresarse de Sepúlveda resulta, a veces, un tanto ambiguo
con respecto a esta cuestión. Motivo, quizá, además de la maledicente campaña
de los seguidores de Las Casas, por el que se le hace aparecer, frecuentemente,
como un defensor del esclavismo. Así, en el Democrates
alter habla, en un momento determinado, de la diferencia que hay entre
«pueblos libres y pueblos que por naturaleza son esclavos» (defendiendo que a unos
conviene el dominio civil o regio y
a otros el dominio heril). Pero, pocas
líneas después, sostiene que los «bárbaros» deben ser gobernados con un dominio
mixto de heril y paternal y «ser tratados más dulcemente conforme entre ellos
vaya floreciendo la probidad de costumbres y la religión cristiana», y
continúa: «pero como esclavos no se los debe tratar nunca».
En
cualquier caso, Sepúlveda rechaza todo acto de guerra cuyo fin venga determinado
por el afán de gloria o riqueza, lo que estaría en contradicción con su propia
concepción de lo que es una guerra justa. Y finaliza el Democrates exhortando al emperador Carlos I a que no deje sin
castigo las crueldades cometidas contra los indios, pues «tiene la misma culpa
el que comete el pecado que el que puede corregirlo y no lo hace».
6. Gómez Pereira
&1
Sobre
la vida de Gómez Pereira existen
pocas certezas. Se sabe que nació en Medina
del Campo, en la actual provincia de
Valladolid, en el año 1500. (Es probable que fuese descendiente de judíos
conversos, quizá provenientes de Portugal). En torno a 1515 se traslada a
Salamanca, donde estudia filosofía y
medicina. Parece que entre sus
profesores se encontraba Juan Martínez Guijarro, conocido posteriormente como Cardenal Silíceo, que le familiarizaría
con la lógica nominalista (a él le
dedicará la Antoniana). Ejerció como médico y se dedicó a diverso tipo de negocios. Murió, en Medina del Campo, hacia el 1558.
Es
autor de dos obras: (1) Antoniana Margarita:
opus nempe physicis, medicis ac theologis nom minus utile quam necessarium (Antoniana Margarita: no menos útil que necesaria,
que trata sobre temas físicos, médicos y teológicos), publicada en 1554. El
título es un homenaje a sus padres: Antonio y Margarita. (2) Novae veraeque medicinae, experimentis, et evidentibus
rationibus comprobatae (Nueva
verdadera medicina, experimentada, y comprobada con claras razones), publicada
en 1558. Se trata de una obra de carácter médico (en la que critica la doctrina
de las fiebres de Galeno) y que no tiene interés filosófico.
&2
La
Antoniana Margarita está escrita en
un lenguaje un tanto farragoso, con idas y venidas en torno a ciertas
cuestiones, y con respuestas no todo lo bien trabadas que cabría esperar de un
texto definitivo. Pese a ello, se puede extraer de esta obra (así lo ha hecho,
por ejemplo, Teófilo González Vila en La
antropología de Gómez Pereira), un verdadero sistema filosófico. En
cualquier caso en la Antoniana aparecen propuestas, con frecuencia
novedosas, de soluciones a diversos problemas gnoseológicos, antropológicos,
ontológicos o psicológicos. Razón por la que algunos han querido ver en Pereira
a un precursor de Descartes, del empirismo inglés, de Leibniz, del idealismo,
del conductismo e incluso de la neurología. Aunque quizá sea más sensato, remitiendo
su obra a su contexto, limitarse a presentarla, simplemente, como un intento de
pensar desde esa nueva configuración histórica que se estaba constituyendo tras
el declinar del proyecto cristiano-medieval y que hoy denominamos modernidad.
Gómez
Pereira comienza la Antoniana Margarita
presentando su criterio metodológico, que apela a la experiencia y la razón.
Así, dice que sometió a la prueba de la experiencia
las opiniones tradicionales de los filósofos y la suyas propias; prueba que le
mostró que aquellas eran falsas y las suyas verdaderas, tras lo cual se decidió
a publicarlas. Y dice, también, que, en todo aquello que no es cuestión de fe,
descarta toda autoridad no fundada en la razón
(y, más en concreto, la autoridad de Aristóteles).
&3
Especial
interés tiene su teoría del conocimiento.
Frente a la tradición filosófica, niega que exista distinción entre sensaciones (o conocimiento sensible) y
conocimiento (o conocimiento
intelectual). Solo hay sensación cuando el alma «presta atención» a los
estímulos; cuando hay, por decirlo así, un «darse cuenta» de que se siente. Y esto
implica conocimiento.
Rechaza
también la distinción, habitual en la tradición aristotélico-escolástica, entre
aprehensión y juicio (los escolásticos diferenciaban entre aprehensión, juicio y
razonamiento). Pereira sostiene que al aprehender algo lo aprehendemos como existiendo,
como siendo eso que es, etc. Lo que implica que estamos produciendo proposiciones
mentales («aprehendo, o siento, esto como verde», «aprehendo, o siento, esto
como estando ahí delante», «aprehendo, o siento, esto como existiendo», etc.).
Sostiene,
igualmente, que el conocimiento (tanto sensible como intelectual) es producido
por el alma con independencia de los
cuerpos. La razón de que solo el alma pueda conocer es que solo algo indivisible
puede conocer. Pues lo divisible, por ejemplo, los sentidos, conocen una parte
de algo, conocen partes, no todos. Y solo algo espiritual puede ser indivisible,
pues todo lo corpóreo es divisible.
Que
el conocimiento sea producido por el alma no significa que pueda prescindirse
de la experiencia -lo que contradiría su propio punto de partida-, sino que el
conocimiento se produce cuando el alma presta «atención» a los estímulos recibidos en los sentidos (cuando se trata de conocimiento de lo presente, conocimiento
intuitivo), o a los phantasmas
del cerebro (cuando se trata de conocimiento abstractivo, o conocimiento de lo ausente).
Tal
conocimiento no se produce a través de ciertas «facultades» que poseería el
alma, tal como afirma la tradición aristotélico-escolástica. Siguiendo el
principio nominalista de que no hay que multiplicar los entes sin necesidad, Pereira
sostiene que tales entidades son innecesarias: el alma es una con su acto de
conocer.
Finalmente,
el alma es capaz también de conocerse y afirmarse a sí misma en un ejercicio de
introspección que, partiendo del conocimiento de lo externo, sigue el siguiente
razonamiento silogístico: «Conozco que conozco algo. Todo lo que conoce es. Por
lo tanto, soy».
Que
el alma produzca conocimiento por sí misma hace que sea independiente del
cuerpo; es decir, hace que sea una sustancia.
Que el alma sea indivisible la convierte, además, en inmortal, pues solo lo compuesto puede degradarse y morir. Tenemos,
así, una antropología dualista descrita
en términos modernos y que se adelanta a la cartesiana (habitualmente tomada
como referencia) en casi un siglo: el ser humano es un compuesto de cuerpo, cuyo funcionamiento puede ser
explicado en términos mecánicos, y alma, convertida en sustancia espiritual, en la que reside
la capacidad de sentir y conocer.
&4
La
no distinción entre sensación y conocimiento (conocimiento intelectual) le
lleva a concluir que los animales no sienten. Pues, de ser así, también
conocerían. Pero como solo el alma puede conocer, habría que concluir que los
animales tienen un alma, que sería inmortal. No habría distinción alguna entre
los animales y los seres humanos (cosa, evidentemente,
absurda).
Pero
si los animales no conocen ¿cómo es que se mueven de un modo tan perfecto para
satisfacer sus necesidades?
Antes
de nada, hay que aclarar que los movimientos pueden ser: naturales (como la caída de los graves o el movimiento del hierro atraído
por el imán), voluntarios (propio de
los seres humanos, poseedores de libre albedrío), e intermedios (producidos por los órganos animales, a los que, por
ese motivo, podemos denominar, igualmente, movimientos orgánicos o vitales).
Los
movimientos orgánicos o vitales, propios de los animales, pueden producirse de
cuatro modos: (1) Por las cosas
presentes: las cosas emiten una imagen que llega al cerebro estimulando los
nervios motores que contraen o dilatan ciertos órganos o miembros del animal
poniéndolo en movimiento. (2) Por los phantasmas, que son ciertos corpúsculos sutiles (espirituosa) trasmitidos por los objetos
y que se conservan en la parte posterior del cerebro. Estos phantasmas al ponerse en movimiento,
pasando de la parte posterior del cerebro a la anterior, suscitan la misma
respuesta de los nervios que la presencia de las cosas que originó tales phantasmas. Los phantasmas también son los que explican la memoria en los seres humanos. (3) Por el aprendizaje: así explica, por ejemplo, la imitación del sonido de
la voz humana por los papagayos (la voz humana modela el aire, como el sello la
cera, transmitiendo ciertas figuras que impactan en los nervios y suscitan la
respuesta del animal). (4) Por instinto,
que es una especie de causa oculta, que impele a ciertos animales a desarrollar
ciertos movimientos de un modo similar a cómo el imán impele al hierro a desarrollar
ciertos movimientos.
La
conducta humana podría ser explicada en los mismos términos que la animal. Sin
embargo, los seres humanos acompañan la recepción de datos con una toma de
conciencia de estos datos: con sensaciones y conocimiento intelectual. Pero ¿para
qué les sirve el conocimiento a los humanos si su conducta podría explicarse en
los mismos términos «mecánicos» con los que se explican los movimientos
animales?
Según
Pereira el conocimiento en los seres humanos no tiene por objetivo la supervivencia,
sino la libertad; el conocimiento
humano funda el libre albedrío,
merced al cual el ser humano no es solo un producto natural sino sobrenatural.
&5
Las
tesis de Gómez Pereira, y, en especial, la negación de la sensibilidad a los
animales, suscitaron un largo debate en España y en el resto de Europa. Entre
sus detractores cabe mencionar al teólogo aristotélico granadino Miguel de Palacios, que acusa a Pereira
de no diferenciar entre «sentir» y «saber que se siente»); y al médico castellano
Francisco Vallés, quien, empleando
argumentos similares a Pereira, sostiene que los animales no solo sienten, sino
que razonan (aunque con un tipo de racionalidad
distinta y más pobre que la humana).
De
modo similar a Vallés Juan Huarte de San
Juan, en su Examen de ingenios para
las ciencias, defiende que los animales poseen una forma incipiente de pensamiento.
El
tema volvió a resurgir con fuerza tras la publicación de la obra de Descartes, en la que se describe el
comportamiento animal en unos términos similares a los empleados por el
medinense (hecho por el cual fue acusado de plagio -por Pierre-Daniel Huet y
Voltaire, entre otros-; Descartes negó que hubiese leído la Antoniana y que tuviese interés alguno
en leerla, pero es probable que hubiese leído las críticas de Francisco Vallés,
teniendo así un conocimiento indirecto de dicha obra).
Pierre Bayle, que pasa por
ser uno de los padres del movimiento ilustrado, dedica especial atención a las
tesis de Pereira, tanto en su Nouvelles de
la Republique des lettres, como en Dictionnaire
historique et critique.
Las
discusiones en torno a si los animales poseen alma, la naturaleza de esta, y si
pueden o no sentir, continuó debatiéndose en España en los siglos posteriores.
El fraile benedictino de origen gallego y afincado en Oviedo Benito Jerónimo Feijoó, uno de los más
destacados representantes de la ilustración española, le dedica un capítulo de
su Teatro crítico universal. El
filósofo y médico turolense Andrés
Piquer trata el tema en su Discurso sobre
el sistema del mecanismo. Etc.
Tales
planteamientos quedarán superados tras el desarrollo, en el siglo XIX, de la teoría de la evolución, que Gómez
Pereira no pudo, obviamente, conocer; pero no queda abolida la problemática de
la relación y distancia entre lo humano y lo animal. Como no queda abolido
tampoco el problema de la constitución de lo subjetivo (sensaciones, emociones,
conciencia, autoconciencia, identidad personal, capacidad de elegir, etc.).
(Como dato curioso, en Historia natural y
moral de las Indias, publicada en 1590, en Sevilla, otro medinense, José de Acosta, plantea la posibilidad,
que él descarta, de que las especies del Nuevo Mundo hayan surgido a partir de
las del Viejo Mundo mediante ciertos procesos de transformación).
7. Domingo de
Soto
&1
Nació
en Segovia, en 1494. Estudia en la
recién fundada Universidad de Alcalá.
En 1516 se traslada a París, residiendo en el Colegio de Santa Bárbara, y obtiene el grado de maestro en artes. Simultáneamente
comienza sus estudios de teología en
el convento dominico de Saint Jacques,
que era, además, un Estudio General, y donde tiene como profesor a Francisco de Vitoria. Se familiariza
también con la física «terminista» y las técnicas de los «calculatores»).
En
1519 regresa a España, y al año siguiente ingresa en el Colegio Mayor de san Ildefonso, en Alcalá, donde ejerce como profesor de artes y continúa sus
estudios de teología. En 1532 obtiene
la cátedra de vísperas de teología,
en la Universidad de Alcalá. En 1524
ingresa en la Orden de Predicadores
(dominicos). A partir de 1532 ejerce como catedrático
de metafísica en la Universidad de
Salamanca. En 1545 Carlos I le envía al Concilio de Trento como teólogo imperial.
En
1550 participa en la Junta de Valladolid
(donde se trató de la polémica de los «justos títulos»), junto a otros teólogos
célebres como Bartolomé de Las Casas, Juan Ginés de Sepúlveda y Melchor Cano. En
1552 se le concede la cátedra de prima
de teología, en Salamanca, sin oposición, como reconocimiento a su labor. Muere,
en Salamanca, en 1560.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) Quaestiones
super octo libros physicorum Aristotelis (Cuestiones sobre los ocho libros de la física de Aristóteles). La
primera edición es de 1551. (2) Ad
Sanctum Concilium Tridentinum de natura et gratia (Para el Santo Concilio de
Trento, sobre la naturaleza y la gracia). Consta de tres libros, la primera
edición es de 1552.
(3) De iustitia et iure (Sobre la justicia y el derecho), consta
de diez libros. La primera edición es de 1553. (4) Commentarium in IV Sententiarum, de 1560. (5) Elaboró numerosas
relecciones (véase Francisco de Vitoria), de entre las que destacan las
siguientes: De dominio (Sobre la
propiedad); De haeresi; De merito Christi; De sacro canone et de eius sensibus;
De catalogo librorum Sacrae Scripturae; De sensibus Sacrae Scripturae.
&2
Las
Quaestiones super... tratan de la Física de Aristóteles, pero, en el
comentario del libro siete, Soto avanza algunas ideas que le convierten en un
precursor de la Revolución científica.
Siguiendo a Juan José Pérez Camacho e Ignacio Sols Lucía en Domingo de Soto en el origen de la ciencia
moderna, podemos resumir tales ideas en: (1) La aplicación del «teorema de la velocidad media» a la
caída de los graves y el movimiento de los proyectiles. (2) El desarrollo de la
noción de resistencia interna.
Soto
clasifica los movimientos ateniéndose a dos coordenadas: respecto al espacio o al tiempo, y respecto a si son uniformes
o disformes. Tenemos así, los siguientes
tipos de movimientos:
Respecto
al espacio un movimiento es uniforme si todas las partes del móvil
se mueven a la misma velocidad. Por ejemplo, un bloque de piedra arrastrado por
un plano. Un movimiento es disforme
si no todas las partes del móvil se mueven a la misma velocidad. En este caso
el movimiento puede ser uniformemente
disforme o disformemente disforme.
Un ejemplo de movimiento uniformemente disforme con respecto al espacio puede
ser el movimiento de una rueda de molino. Las distintas partes se mueven de
manera uniforme, pero a distinta velocidad con respecto a un centro. Como ejemplos
de movimiento disformemente disforme pone el calentamiento de un objeto que se
encuentra con diversos grados de calor en distintas partes.
Con
respecto al tiempo, un movimiento también
puede ser uniforme o disforme. Un movimiento es uniforme respecto al tiempo si el móvil
recorre espacios iguales en intervalos de tiempo iguales. Como ejemplo pone el
movimiento regular del cielo. Un movimiento es disforme respecto al tiempo si en iguales intervalos de tiempo un
móvil recorre distancias desiguales. En este caso el movimiento puede ser uniformemente disforme respecto al
tiempo o disformemente disforme
respecto al tiempo.
Soto
pone como ejemplo de movimiento uniformemente disforme respecto al tiempo la caída de los graves y el movimiento de los proyectiles. (En el
caso de los graves el movimiento es más veloz al final que al principio,
aumentando de un modo uniformemente disforme. Mientras que en el caso de los
proyectiles el movimiento es más veloz al principio que al final). Y considera
que este tipo de movimientos pueden ser descritos con el teorema de la velocidad media. El teorema de la velocidad media fue
formulado en el siglo XIV por los llamados Calculatores,
del Merton College (uno de los
colegios fundadores de la Universidad de Oxford). Este teorema dice que si
dejamos a un cuerpo en caída libre con velocidad inicial «x» y velocidad final
«y»), la distancia recorrida por ese cuerpo será la misma que si hubiese estado
moviéndose durante el mismo tiempo con una velocidad uniforme que sea la media
entre la velocidad inicial y la final.
Y
en esto reside la originalidad de Soto, en la aplicación del teorema de la
velocidad media (una abstracción matemática), para describir una realidad física
(la caída de los graves y el movimiento de los proyectiles), lo que le
convierte en precursor de Galileo.
Finalmente,
como ejemplo de movimiento disformemente disforme con respecto al tiempo pone
los movimientos de los animales.
También
avanzó Soto la noción de resistencia interna
(que sería posteriormente desarrollada por Galileo y que es un antecedente de
lo que luego llamará Newton masa inercial). Esta noción surge así: Aristóteles
había llegado a la conclusión de que un cuerpo al moverse sufre la resistencia
del medio en el que se mueve (el aire, el agua, etc.). Pero Soto va más allá y
sostiene que un cuerpo al moverse sufre una resistencia intrínseca al propio cuerpo (y no solo extrínseca como
podría ser la ofrecida por el medio en el que se mueve). Además, sostiene que esta
resistencia es proporcional al peso del móvil.
&3
En
De iustitia et iure y algunas de las
relecciones desarrolla una filosofía política y una concepción el derecho en
sintonía con la de Vitoria, pero radicaliza algunas de sus tesis. (A desarrollar).
8. Melchor Cano
&1
Nació
en Tarancón, Cuenca, entre 1506 y 1509.
Con quince años ingresa en el Convento
de San Esteban, en Salamanca,
donde estudia filosofía y teología. A partir de 1927 tendrá como
maestro a Francisco de Vitoria, recién llegado a Salamanca, que le considerará
su mejor alumno.
En
1531 ingresa en el Convento de San
Gregorio, en Valladolid, donde
termina sus estudios y ejerce como lector
de Filosofía. Allí polemiza con Bartolomé de Carranza (y acabará
participando en el proceso inquisitorial contra este).
En
1542 gana la cátedra de prima de Teología,
en Alcalá. Tras la muerte de Vitoria,
oposita, y gana la oposición, a la cátedra
de prima de Teología, en Salamanca, que había quedado bacante.
En
1551 Carlos I le envía como teólogo imperial al Concilio de Trento, donde brillará con sus intervenciones. Al año
siguiente es nombrado obispo de Canarias,
pero renuncia poco después. Posteriormente fue nombrado rector del colegio de San
Gregorio, en Valladolid, y prior en el Convento de San Esteban, en Salamanca.
Murió en Madridejos, Toledo, en
1560.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) Tratado de
la victoria de sí mismo, de 1550. (2) Dos relecciones: De Sacramentis in genere y De
Paenitentiae sacramento. (3) De locis
theologicis libri duodecim, publicada en 1563. Es su obra más importante,
aunque quedó inacabada (la parte escrita consta de doce volúmenes). Está
considerada como una de las obras fundamentales en la historia del pensamiento
teológico.
&2
Recordemos
que, con la expansión del cristianismo, aparece el problema de las relaciones
fe-razón. Ya en el siglo V, Agustín de
Hipona presenta estas relaciones como una colaboración, a través de la cual la razón lleva a buscar la verdad,
la fe a encontrarla y, de nuevo, la razón a entender esa verdad encontrada. En
esta colaboración el papel decisivo lo tiene la fe, pues solo ella permite el
acceso a la verdad.
No
obstante, el pensamiento cristiano, al menos en su versión católico-romana,
entrará en un proceso de racionalización creciente. En el siglo XIII Tomás de Aquino diferencia entre un
ámbito exclusivo de la razón (el ámbito
natural), un ámbito exclusivo de la fe (los artículos de fe) y una zona
de confluencia, a la que se accedería desde la razón y desde la fe (los preámbulos de la fe). La existencia de
esta zona de confluencia posibilita la existencia de una teología natural.
Pero
este proceso de racionalización será cuestionado en el siglo XIV por Ockham, que elimina la zona de confluencia;
y, ya en el XVI, por Lutero y el
protestantismo, que ponen el énfasis en la fe,
como medio exclusivo para acceder a la salvación (sola fide) y en la escritura,
como única fuente válida de verdad religiosa (sola scriptura), relegando, cuando no eliminando, a la teología.
Frente
a esta sola fide y sola scriptura (expresión del
subjetivismo e irracionalismo protestante) se posiciona el catolicismo en el Concilio de Trento, reivindicando la importancia
para la salvación del obrar y de la teología (con su esfuerzo de racionalización
y comprensión racional del mensaje cristiano).
Es,
en este contexto, en el que la obra de Cano adquiere sentido. Cano pretende renovar
la teología, sin abandonar el espacio ganado para la razón por el pensamiento escolástico, pero concediendo el papel
preeminente (como no podía ser de otro modo) a la autoridad (es decir a la revelación y la fe).
Para
esta renovación, la teología debe aprovechar los instrumentos aportados por el humanismo, tales como la lectura atenta de los textos -lo que
implica el conocimiento de las lenguas originales en que fueron escritos-, el análisis de las fuentes de dichos textos,
etc.
En
De locis theologicis comienza
definiendo a la teología como el
discurso acerca de Dios y de las cosas creadas, en tanto estas tienen a
Dios como principio y fin. No obstante, Dios es infinito, y lo infinito, como
tal, es incomprensible para el hombre. De modo que el Dios del que trata la
teología solo puede ser aquel que se muestra a través de la revelación. Es por ello importante
indicar aquellos «lugares» en los que encontrar esa revelación. Según Cano, que
se enfrenta aquí al pensamiento protestante, las Sagradas Escrituras no constituyen
la única fuente de conocimiento teológico. De entrada, porque determinar qué
textos forman parte de las Escrituras es una labor que ha realizado históricamente
la Iglesia. Pero, además, no se pueden obviar las fuentes no escritas y la labor
de interpretación de esas fuentes, escritas o no escritas; labor de
interpretación para la que es esencial el trabajo de teólogos, filósofos, etc.
Cano
concluirá que los «lugares» de los que la teología puede extraer su fundamentación
son: las Sagradas Escrituras, la tradición, la Iglesia Católica, los concilios,
el papado, los santos padres, los teólogos,
la razón natural, los filósofos y juristas y la historia humana.
&3
El
debate, iniciado en el siglo XVI, entre reformistas protestantes y católicos, y
en el que las aportaciones de Cano ocupan un papel destacado, tendrá
consecuencias trascendentales al margen del ámbito propiamente religioso. Entre
otras cosas, al reducir la fuente de saber a las Escrituras, y al eliminar la
mediación de la Iglesia y de los teólogos para la interpretación de esas
Escrituras, el protestantismo favorecerá el desarrollo de la libertad
individual (en contradicción aparente con la defensa explícita del
determinismo), pero provocará, también, una mitologización del mensaje cristiano.
(Mitologización que dificulta la lectura alegórica del Antiguo Testamento y que
tiene como consecuencias que, por ejemplo, en los actuales Estados Unidos de América
-pese a tener una población altamente alfabetizada y con una renta per cápita
de las más elevadas del planeta-, más de la mitad de la población se niegue a
aceptar la teoría de la evolución, incompatible, ciertamente, con una lectura
popular, literal, de tales textos).
9. Fernando
Vázquez de Menchaca
&1
Nació
en Valladolid, en 1512. Estudió en la
Universidad de Salamanca, donde obtuvo,
en 1544, el grado de bachiller en leyes y cánones. En 1550 ganó la cátedra
de prima en leyes. En 1552 fue nombrado juez de grado en Sevilla. Dos años más tarde fue nombrado oidor de
la Contaduría Mayor de Hacienda. Participó en el Concilio de Trento a instancias de Felipe II. Murió, en Sevilla, en 1569.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) De successionum
creatione, progresu effecrud[ue] et resolutione tractatus. Consta de tres
libros. La primera edición aparece en 1559. (2) Controversiarum illiustrium alianrumque usu frecuentium (Controversias ilustres). Consta de tres
libros. La primera edición aparece en 1563. (3) De succesionibus et ultimis voluntatibus, publicado póstumamente,
en 1612
&2
La
obra de Menchaca se mueve dentro de las coordenadas teológicas, morales, jurídicas
y políticas de la escolástica, y, en
especial, de la escolástica española
del siglo XVI (la influencia de Domingo de Soto es tan determinante en su obra
que, en ocasiones, esta parece una reexposición de la de aquel). Entre otras
cosas, las cuestiones que plantea tienen como marco general la defensa del iusnaturalismo, el derecho de gentes y una concepción precontractualista de la sociedad y el poder político.
Su
filosofía política puede resumirse así: como cristiano admite que el poder viene
de Dios («Per me reges regnant»). Pero
todo viene de Dios (es por obra de Dios que fluyen los ríos, ilumina el Sol,
los gatos cazan ratones, etc.). De modo que esa afirmación no significa, en el
fondo, decir gran cosa. Por eso, hay que buscar el origen y legitimidad del
poder político en una segunda instancia. En Controversias
ilustres, adopta un principio al que recurre para dar solución a los
problemas jurídicos o políticos a tratar (principio que Adolfo Miaja de la
Muela, en su obra Internacionalistas españoles
del siglo XVI, denomina «principio
democrático»). Este principio es el siguiente: todos los poderes legítimos
(principados, reinos, imperios, etc.) han sido creados para utilidad de los
ciudadanos, no para comodidad de los regentes.
Partiendo
de este principio comienza diferenciando entre príncipes tiránicos y príncipes
legítimos. Son tiránicos aquellos que obtienen el poder por la fuerza o por dolo (es decir, por la comisión de algún delito). Los legítimos pueden ser de tres tipos: (1)
Los que denomina príncipes deíficos,
que son aquellos que fueron designados directamente por Dios. Son casos excepcionales,
como el de David, según el Antiguo Testamento. (2) Los que denomina príncipes dominicales, que son aquellos
que, siendo dueños de territorios muy extensos y despoblados, consienten que
ciertos individuos los habiten, reservándose el dominio de tales territorios.
Son casos igualmente excepcionales. (3) Los que acceden al poder con el consentimiento de los gobernados, que
es el tipo más habitual. En virtud de ese consentimiento el pueblo trasmite el
poder, que de suyo le pertenece, al príncipe o rey.
Esta
tercera forma de legitimar el poder aparece ya en otros pensadores de la Escuela
de Salamanca (Vitoria, Soto, Azpilcueta, etc.). Pero cabe diferenciar entre aquellos
que consideran que el poder del pueblo se trasmite enteramente al príncipe
(como hace Vitoria, y defenderán posteriormente Molina y Suárez), y aquellos
que (como Soto, Covarrubias o Menchaca) defienden que esa trasmisión del poder
es limitada, conservando el pueblo la co-soberanía.
Así,
Menchaca plantea, como una posibilidad legítima, que el pueblo se reserve el poder legislativo. Y considera que el
príncipe o rey pierde la legitimidad, no solo si accede al poder sin
consentimiento del pueblo, sino también en otros tres casos: (1) Cuando se
convierte en tirano (saltándose, por ejemplo, el respeto a la ley). (2) Cuando
muestra no tener las aptitudes necesarias para gobernar. (3) Cuando abandona el
Estado.
&3
Recordemos
que, en el imperio romano aparece, y se hace explícita, la diferencia entre «ius civile» (derecho civil), «ius gentium» (derecho de gentes), e «ius naturale» (derecho natural).
La
reflexión sobre la naturaleza del derecho y de los tipos de derecho señalados,
así como de las relaciones que mantienen entre sí, pasa al pensamiento
cristiano altomedieval (a San Isidoro de Sevilla, entre otros), posteriormente
a la escolástica, y adquiere una importancia fundamental en el pensamiento ético,
jurídico y político de la Escuela de Salamanca, fundada por Francisco de Vitoria.
Vázquez
de Menchaca hace tres aportaciones interesantes a esta reflexión:
(1)
Establece una separación entre derecho natural y de gentes, por un lado, y derecho
civil, por otro. El derecho civil es
un derecho positivo que rige las relaciones de los individuos en el seno de la
comunidad política. El derecho natural y
de gentes: (a) Rige las relaciones de unas comunidades políticas con otras
comunidades políticas (rige las relaciones de unos príncipes con otros
príncipes o de unos pueblos con otros pueblos, en función de en quien recaiga
la soberanía). (b) Rige las relaciones de los príncipes con aquellos particulares
que no son súbditos suyos. (Esta segunda afirmación implica la consideración de
los individuos particulares como sujetos del derecho internacional).
(2)
Identifica el derecho divino con el derecho natural, que es el derecho
común a todos los seres vivos (y que se confunde, por ello, con las leyes naturales).
(3)
Diferencia entre un derecho de gentes
primario y un derecho de gentes secundario.
El derecho de gentes primario es una
variedad dentro del derecho natural, es aquel tipo de derecho natural que conviene
a los seres humanos pero no a otras especies animales. Es decir, es el derecho
que surge con la aparición de la especie humana. El derecho de gentes secundario es el derecho compartido por todos, o
la mayoría, de los pueblos del orbe, pero que no surge con la aparición del ser
humano, sino que se va formando a medida que los individuos abandonan el estado
de salvajismo y se van integrando en comunidades políticas. Para organizar
estas comunidades se dotan del derecho civil, que es derecho positivo, y que,
al principio solo es el derecho de algunas comunidades concretas. Pero,
conforme las comunidades van ingresando a la vida política van aceptando este
tipo de derecho como necesario para organizar tales comunidades, que se
extiende así a los diversos pueblos.
El
derecho de gentes secundario tiene, pues, un doble carácter: positivo y natural. Es derecho positivo
porque nace convencionalmente para regular la vida en la comunidad política
creada, pero es derecho natural en
la medida en que es aceptado y se extiende a todos los seres humanos por su naturaleza
compartida.
&4
Defensor
de la propiedad privada y de los derechos individuales. Puede considerársele
iniciador del derecho natural laico.
(A desarrollar).
10.
Teresa de Jesús
&1
Teresa Sánchez
de Cepeda y Ahumada,
o, simplemente, Teresa de Ahumada,
como solía firmar ella, nació en Ávila,
en 1515, en una familia de conversos. De niña, según su propia confesión, se
aficionó a leer libros de caballerías y vidas de santos. Cuando tenía trece o
catorce años falleció su madre. En 1531 ingresó en el Convento de Santa María de Gracia, sito en su ciudad natal, donde
decide hacerse monja. Aquejada de una enfermedad vuelve al domicilio familiar.
En
1536, y contra la voluntad de su padre, ingresa en el Convento de la Encarnación, también en Ávila, perteneciente a los carmelitas.
En los años siguientes padece numerosas dolencias que incluyen desmayos y
estados de angustia, por lo que es sometida a diversos tratamientos que no dan
ningún resultado. Por esta época lee el Tercer
abecedario espiritual, de Francisco
de Osuna, que influirá en su modo de entender la oración. El quince de
agosto de 1539, tras una serie de convulsiones, pierde el conocimiento y la dan
por muerta. Su padre se resiste a enterrarla y vuelve en sí cuatro días más
tarde. Ya consciente, pidió que la llevaran de nuevo al convento, pero su
estado le impide valerse por sí misma, teniendo que permanecer en cama, bajo
cuidados, durante tres años. En 1543 sale del convento para atender a su padre,
que fallece poco después. Comienza a tener experiencias
«sobrenaturales». En 1554 lee las Confesiones,
de Agustín de Hipona, que influirán
en su manera de entender la vida espiritual.
En
1558 tiene su primer «rapto» acompañado
de una visión del infierno. En los años
siguientes tendrá otra serie de experiencias sobrenaturales. En 1560, junto con
otras monjas, decide fundar un nuevo convento que observase la regla original
de los carmelitas. (Más estricta que la regla suavizada que regía, por
entonces, la orden carmelitana). Dos años más tarde, y tras numerosas peripecias,
consigue la autorización correspondiente. También, por estas fechas, cambia su
nombre por el de Teresa de Jesús. Al
año siguiente adopta la costumbre, seguida por otras monjas, de sustituir sus
zapatos por alpargatas de cáñamo. Por lo que, a partir de entonces, la nueva
orden renovada empezó a ser conocida como la de los carmelitas descalzos, mientras que los que seguían la regla
mitigada se les conoció como los carmelitas
mitigados.
En
1567 fue autorizada a fundar nuevos conventos. Ese año conoce a Juan de Yepes Álvarez (que cambiará su
nombre por el de Juan de la Cruz),
otro de los grandes místicos españoles, con el que colaborará estrechamente a
partir de entonces. Desde ese momento, y hasta su muerte, dirigirá la fundación
de un total de dieciséis nuevos conventos femeninos, y funda, o alienta la
fundación, de otros numerosos masculinos. En 1578, tras ser denunciada ante la
Inquisición por el Libro de la vida,
se le abre un proceso del que saldrá absuelta de todos los cargos.
Muere,
en Alba de Tormes, en 1582.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) Libro de la
Vida, redactado por vez primera en 1562, y vuelto a redactar en 1565. Es la
primera autobiografía real escrita en castellano. (2) Camino de perfección, escrito entre 1562 y 1564 y publicado en 1583.
(3) Meditaciones sobre los Cantares, que
consta de una serie de reflexiones en torno a algunas frases del Cantar de los Cantares. Fue escrito entre
1566 y 1567. Se le ordenó quemarlo, aunque, para entonces, ya circulaban varias
copias manuscritas. Posteriormente lo reescribió otras dos o tres veces. Se
publica, por vez primera, en 1611. (4) Libro
de las fundaciones, que comienza a escribir en 1573 y se publica en 1610.
(5) Moradas o Castillo interior, de 1577, su obra más importante según la mayoría
de sus estudiosos. (6) Se conservan además muchas de las cartas que ha escrito (unas quinientas), y unas treinta poesías.
&2
Recordemos
que la filosofía nace en las polis griegas, y nace de tomar distancia frente a la totalidad
de lo dado, para preguntarse por su ser (esto es, por el mismo darse de las
cosas). Pero ese modo originario de preguntar se transforma y disuelve con la disolución
de las propias polis griegas en el ámbito helenístico. El helenismo trae
consigo la desaparición de aquellas referencias que sostenían a los hombres en
la realidad, por eso ahora la vida es experimentada como destierro, como caída. En este contexto aparecen una serie
de fenómenos nuevos:
En
primer lugar, la filosofía se convierte en guía
moral, en modo de vida (se puede
decir que el protagonismo de la actividad filosófica pasa de la filosofía al
filósofo). Y para la construcción de este «modo de vida filosófico» fue
esencial el desarrollo del ascetismo
(Nietzsche dirá que el filósofo tuvo que disfrazarse de asceta).
Al
mismo tiempo aparece, y se instala en la vida cotidiana, el fenómeno religioso (bajo la forma de religiones
mistéricas y salvíficas), con el objetivo de rescatar al individuo de esa
situación de caída.
Finalmente,
la interacción de ciertas corrientes filosóficas de origen griego -en especial
el platonismo-, con intereses religiosos -la salvación-, da origen a la filosofía neoplatónica, que entiende el conocimiento como una vía de
ascensión y fusión con el Uno-Todo, a través de la cual el individuo recupera su
anclaje en la realidad. (Proceso de ascensión y fusión que constituye la forma
filosófica y pagana de la experiencia
mística).
Estos
fenómenos confluyen, finalmente, en el cristianismo,
la versión más lograda del fenómeno religioso, que llegará a absorber, dentro de
sí, ciertos componentes filosóficos procedentes del helenismo (estoicismo, neoplatonismo)
y a expulsar de la esfera pública a aquellos que no puede absorber (atomismo). Con
el cristianismo, el Logos (estoico, neoplatónico) se hace carne, singularidad histórica. Ese Logos hecho carne muere y, tras resucitar, asciende a los cielos (doble
abandono), dando origen a un Dios ausente, al que se recuerda (esto es, cuya
presencia se mantiene) a través de la fe y el culto; y al que podemos acercarnos
-y aquí encontramos otra conexión entre cristianismo y filosofía helenística-,
a través de las prácticas ascéticas
y místicas.
El
término mística y la expresión «experiencia mística» se emplean habitualmente
para referirse a un tipo de experiencia de carácter inefable, que consistiría
en el sentimiento de unidad (de
fusión, de integración), en el «Todo», paralelo al sentimiento de abandono del
cuerpo y vaciamiento del yo. Este tipo de experiencia, que solo pocos humanos
parecen haber alcanzado, es reivindicada por el cristianismo y los seguidores
de otras religiones (el judaísmo, el islam, el hinduismo, el budismo), pero
también, como hemos visto, por ciertas filosofías paganas (el neoplatonismo).
Para judíos, cristianos y musulmanes, la experiencia mística proporcionaría un
tipo de acceso al conocimiento de Dios al margen de los cauces tradicionales de
la racionalidad teológica (salvo que se trate de una «teología negativa» como
la practicada por el Pseudo-Dionisio).
El
misticismo católico tiene como peculiaridad el hacer compatible el sentimiento
de unidad espiritual con el mantenimiento
de la identidad del yo, que no se
disuelve en el seno de tal experiencia. (Pues, la concepción trinitaria de Dios
habría enseñado la posibilidad de una unión en la que la persona conserva su
identidad; al igual que, permaneciendo Dios unido en una sola sustancia, se manifiesta
como tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo). Otra peculiaridad del
misticismo católico (y cristiano en general) es que ese sentimiento de unidad
es vivido como una forma suprema de amor
a Dios.
Aportaciones
señaladas de la mística son las proporcionadas por el neoplatónico Plotino, en pleno Imperio romano, el
denominado Pseudo-Dionisio, en los
inicios de la Edad Media, el sufismo
(movimiento espiritual islámico), la mística germánica de la Alta y la Baja
Edad Media (con personajes como Hildegarda
de Bingen, Eckhart de Hochheim, Heinrich Seuse y Johannes Tauler), y, ya en España, el filósofo, teólogo y misionero
mallorquín Ramon Llull. Pero no hay
acuerdo sobre el grado de influencia que puedan haber ejercido sobre los místicos
castellanos del siglo XVI, cuyos más destacados representantes son Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. (Aunque podemos incluir en el ámbito de la
literatura mística castellana la obra de otros muchos autores como Alonso de Orozco, Francisco de Osuna, Alonso
de Madrid, Bernardino de Laredo,
Luis de Granada, Luis de León, Pedro Malón de Chaide o Juan
de los Ángeles).
En
estos autores la experiencia mística aparece descrita, explicada e interpretada,
por una literatura mística, expresada
en castellano, al que elevan (sobre todo Juan de la Cruz) a unas cotas de
belleza poético-literaria pocas veces alcanzadas. Es, de hecho, la inefabilidad
de este tipo de experiencia, la que obliga a aquellos autores que buscan
comunicarla, a explorar la riqueza simbólica y metafórica que permite la lengua
(en ese caso la lengua castellana, especialmente dotada en este sentido) en su
afán de hacerse entender.
&3
La
aportación místico-literaria más importante de Teresa de Jesús aparece recogida
en dos obras, el Libro de la Vida y
las Moradas (también denominada Castillo interior, o Moradas del castillo interior).
El
Libro de la Vida es una biografía
espiritual en la que desnuda su intimidad como quizá no se había hecho antes
(«he aquí al hombre», o, más precisamente, «he aquí a la mujer», parece decir).
Una vida que se pone en función del acercamiento a Dios, un acercamiento que
pretende ir más allá del conocimiento, para ser «amor», esa vía cristiana a la experiencia
mística. Pero ese Dios aparece identificado sobre todo bajo su forma humana. (Teresa insiste en su
incapacidad para elevarse a una concepción filosófica de Dios, al que encuentra,
preferentemente, bajo la figura del Cristo de la pasión. En el capítulo XXII,
defiende, explícitamente, contra los sabios, su derecho a encontrar a Dios en la
humanidad de Cristo).
Tal acercamiento a Dios se produce a través de
lo que denomina «grados de oración». El alma, dice en esta obra, es como un
huerto del que hay que arrancar las malas hierbas (vicios) y llenar de flores
(virtudes) para recibir al visitante (Dios). Para que crezcan tales flores hay
que combatir su sequedad regándolo (oración). Hay, no obstante, cuatro formas
posibles de regar un huerto, que, de la más ardua a la más cómoda son: sacando
el agua del pozo con un cubo, sacándola con una noria, desviando el agua de un
río o regato hacia el huerto, o con el agua de la lluvia.
Estas
cuatro formas de riego constituyen distintas metáforas de los cuatro grados de oración,
que reproduce y completa, posteriormente, en las Moradas. Así, el primer grado de oración se identifica con lo que
luego serán las tres primeras moradas. Aquí predomina el esfuerzo individual,
lo que podemos considerar el momento de la ascesis,
de la lucha contra el mundo y sus tentaciones. Los grados dos, tres y cuatro
son equivalentes a las moradas cuatro, cinco y seis, que describen, ya, una experiencia mística; el esfuerzo
individual deja paso a la presencia divina. En el capítulo XXIX del Libro de la vida describe una de esas
experiencias místicas que la Iglesia católica conoce con el nombre de transverberación, y que habría sido
experimentada por otros santos o místicos. Teresa sostiene que ve junto a sí un
ángel pequeño que le traspasa reiteradamente el corazón con una flecha de oro
acabada en una punta de fuego dejándola abrasada en amor a Dios.
Las
Moradas narra el viaje del alma hacia
el interior de sí misma, hacia, por lo tanto, el autoconocimiento. La descripción de este viaje es ahora más
sistemática y universalizable, aunque no abandona la apelación a su propia
experiencia personal. Este viaje es dirigido, como ya había señalado en el Libro de la Vida, por lo que denomina oración interior que diferencia de la
oración vocal.
El
alma es, ahora, simbolizada por un castillo,
compuesto de siete moradas (siete tipos de moradas, en realidad) que simbolizan
diversos estados del alma. La séptima morada es la morada central, la morada
del señor del castillo, de Dios. El viaje a través de las diversas moradas ha
de hacerse siempre con la vista puesta en la morada central, fuente de iluminación del alma. El exterior del
castillo es el mundo, lo terreno, y, ocasionalmente, la vida en pecado.
El
primer paso consiste en invitar al alma a que entre en el castillo, que es lo
mismo que invitarla a que «entre dentro de sí».
En
las primeras moradas el alma está
todavía pendiente de cosas mundanas, tales como negocios, honra o hacienda. De
tales cosas hay que desprenderse para acceder a las segundas moradas, a lo que ayudan los buenos libros, los sermones,
las enfermedades, el trabajo, la oración. Pero el mundo exterior (las ponzoñas
y culebras, los pecados), acecha aquí bajo la forma de la estima que se tiene
en el mundo, los amigos, los parientes. En este estado las diversas facultades
del alma acuden en nuestra ayuda para vencer estos «demonios». Así la razón muestra el engaño de tales tentaciones;
la memoria nos recuerda a qué van a
parar todas las vanidades; la voluntad
inclina a amar lo que merece ser amado; el entendimiento
muestra que fuera del castillo no hallaremos paz. En las terceras moradas se describen nuevos vencimientos para poder
avanzar. Aquí el pecado (es decir, lo externo, lo que impide avanzar en el
autoconocimiento, que es, finalmente, conocimiento de Dios, de la luz interior
que permite el autoconocimiento), es la soberbia que nace de la propia oración,
la soberbia de pensar que esta nos hace merecedores de algo, de las mercedes
que concede el Señor. Pues tales mercedes son siempre un don gratuito. La cura
de tal pecado debe ser un total abandono
a Dios, un absoluto ejercicio de humildad.
En
estas tres primeras moradas (tipos de moradas) el alma aprende a desprenderse
del mundo, son las moradas de la renuncia, constituyen, pues, un proceso ascético.
A
partir de la morada cuarta (de las cuartas moradas) el estado ascético deja
paso al místico (aunque no del todo,
porque siempre existe la posibilidad de pasar de unos estados a otros). La
diferencia es que este estado no se busca, se ofrece, es el Señor el que se
manifiesta y ofrece sus deleites. Así, diferencia entre contentos y gustos. Los contentos surgen de nuestros esfuerzos,
nacen de nuestras virtudes, como un premio merecido. O, también, de los bienes
de la tierra, tales como hacerse con una rica hacienda, ver aparecer a la
persona amada, etc. Los gustos son
un don gratuito de Dios, no hay esfuerzo, no hay merecimiento. Surgen cuando el
individuo, después de desprenderse de las ataduras al mundo, se desprende de
las ataduras a sí mismo, a toda afirmación de sí mismo frente a Dios, para que
reine la humildad.
En
las moradas quintas describe la
unión con Dios como un arrobamiento,
un estado de deleite en el que la presencia de Dios llena el alma, de modo que
todas las potencias de esta quedan en suspenso, y hasta el entendimiento tiene
que renunciar a entender. Dios aparece bajo la forma de visión imaginativa, bajo la forma de la figura de Cristo, de su «sacratísima humanidad». Dios habla, pero
sus palabras no se dirigen solo al intelecto, sino que producen una
transformación, una absorción del alma. No obstante, la manifestación de Dios
es, de momento, unión ocasional.
En
las moradas sextas la unión con Dios es más fuerte, y es descrita como «desposorio». En el capítulo X describe
la presencia de Dios como la visión de que «todo está en Dios y en Dios está todo».
A
lo largo de todo este proceso, Teresa advierte de la posibilidad del engaño. De
hecho, las moradas cuartas, quintas y sextas van acompañadas de advertencias continuas
acerca de tal posibilidad, de que tras las visiones puede ocultarse el demonio,
la enfermedad o la simple imaginación desbordada. Pero las consecuencias de
estas visiones nos indican si son verdaderas. Si se manifiestan en una mayor
alabanza de Dios, en las buenas obras, etc., no cabe duda de que son
verdaderas.
Llegamos,
finalmente a la morada séptima, la
parte más interior, más íntima, del alma. En esta morada se produce el «matrimonio espiritual», del alma con Dios.
El matrimonio espiritual es distinto de la unión espiritual y del desposorio
espiritual, pues aquí la unión con Dios se vuelve permanente. La parte
espiritual del alma, separándose del resto, permanece unida ya para siempre a
Dios. El autoconocimiento se ha completado. La visión imaginativa es sustituida
por una visión intelectual. Los éxtasis
desaparecen y de lo que se «ve» dice que no acierta a expresarlo. Aunque sostiene
que, en un principio, Dios ya no se presenta bajo la figura humana de Cristo
sino como Santísima Trinidad. A partir de entonces el alma ya no duda, vive
para cumplir en todo momento la voluntad de Dios, que es, ya, indistinguible de
la suya. El objetivo de esa unión espiritual es, finalmente, que nazcan obras.
&4
La
obra de Teresa de Jesús suscitó inicialmente recelos en el seno de su propia
orden religiosa, y en el ámbito inquisitorial. Debemos recordar que la Iglesia
estaba impregnada de lo que podemos denominar racionalidad católica de origen tomista, y que desconfiaba de toda
manifestación intimista y otras formas de irracionalidad. (Hasta el punto, por
ejemplo, de tratar habitualmente como enfermedad lo que en el ámbito
protestante era frecuente tratar como brujería).
Pero
fue, también, objeto de admiración y veneración desde el primer momento. Será
alabada, por ejemplo, por fray Luis de León, y el propio Felipe II ordena
guardar y cuidar todos sus escritos. En 1614 será beatificada por el papa Paulo
V, y en 1622 canonizada por Gregorio XV, convirtiéndose, así, para el mundo
católico, en santa Teresa de Jesús.
En
épocas recientes se ha intentado, y quizá se ha conseguido, explicar sus «experiencias
sobrenaturales» o «místicas» como producto de patologías psicológicas (histeria)
e incluso orgánicas (angina de pecho). O, desde otro punto de vista, como el
fruto de la pulsión sexual, sublimada y reorientada, que emana de un cuerpo gozoso.
Frente
a estas posiciones podemos decir que, al igual que otras singulares experiencias
humanas -como, por ejemplo, las que están detrás de toda auténtica producción
artística-, siempre es posible diferenciar entre los mecanismos patológicos que
acaso hayan desencadenado determinada experiencia, y la singularidad de esa misma
experiencia. No toda conducta histérica, no toda angina de pecho, no toda sexualidad
reprimida y sublimada, desencadena las experiencias narradas en el Libro de la Vida o en las Moradas. (Que no podemos entender al
margen del contexto de ideas, creencias y proyectos -esto es, histórico, cultural-,
en el que está sumergida y al que da continuación).
En
nuestros días la obra de Teresa de Jesús ha vuelto a ser reivindicada por sus
aportaciones al desarrollo de la subjetividad moderna y por su defensa del
papel de la mujer en la Iglesia y en la sociedad. (Su obra ha sido elogiada,
por ejemplo, por la escritora comunista y feminista española Margarita Nelken,
o por la pensadora estadounidense, adscrita al feminismo liberal, Camille Paglia.
En 1970 será proclamada doctora de la Iglesia por el papa Pablo VI, la primera
mujer a la que se concede tal distinción).
11. Fray Luis de
León
&1
Nació
en Belmonte (Cuenca), en 1527. De
origen judeo-converso. Residió en Madrid
y Valladolid, donde inició sus
estudios. Con catorce años se trasladó a Salamanca
e ingresó en el convento de San Pedro,
perteneciente a la Orden de los
Agustinos. Estudió en la Universidad
de Salamanca, donde obtiene el grado de licenciado y maestro en Teología en 1560. Al año siguiente gana
la cátedra de Santo Tomás, y cuatro
años más tarde la de Durando.
Defendió el uso del texto hebreo de la Biblia con preferencia a la Vulgata (la
versión en latín), por considerarlo más fiable. Y tradujo el Cantar de los Cantares al castellano, lo
que había sido prohibido por el Concilio de Trento. A raíz de ambos sucesos fue
acusado de judaizante ante la Inquisición.
Permaneció durante casi cinco años encarcelado en espera de un juicio en el que
finalmente fue absuelto. Tras salir de prisión fue nombrado profesor de filosofía moral. En 1579 gana la cátedra de las Sagradas Escrituras.
Intervino en la polémica De auxiliis,
defendiendo la libertad humana, por lo que de nuevo fue acusado ante la Inquisición, pero esta vez sin
consecuencias. En 1591 fue elegido provincial
de Castilla de la Orden de San Agustín en Madrigal de las Altas Torres (Ávila), donde falleció a los pocos
días.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) Una traducción al castellano del Cantar de los Cantares, escrita en 1561,
y sobre la que publica posteriormente un comentario en latín con el título de Explanatio in Cantica Canticorum. (Debemos
recordar que el Cantar de los Cantares
es uno de los libros que forma parte del Antiguo Testamento cristiano y también
del Tanaj, o Biblia hebrea; tradicionalmente se atribuyó esta obra al rey
Salomón, pero la historiografía actual lo desmiente). (2) La perfecta casada, de 1583. Inspirada en el Libro de los proverbios. (3) De
los nombres de Cristo, compuesta mientras estaba en prisión. Publicada en
1583. (4) La exposición del libro de Job,
de 1580. (5) Explanationum in eosdem,
de 1589. Incluye varias obras. (6) De utriusque
agni, typici ateque veri inmolationis, de 1590. (7) Tras su muerte se
publica su obra poética, de la que cabe destacar su oda Vida retirada.
&2
Recordemos
que el movimiento humanista convierte al ser humano en el centro del cosmos,
sustituyendo, con ello, el teocentrismo medieval. Dios seguiría presente, pero,
cada vez más, bajo la forma de la ausencia. (Finalmente, aunque tendremos que
esperar todavía hasta bien avanzado el siglo XIX, Nietzsche podrá decir que
«Dios ha muerto»).
En
ese proceso aparecen una serie de pensadores (Teresa de Jesús, Juan de la Cruz)
para los cuales toda referencia a Dios acaba señalando a Cristo; pero un Cristo tomado en su dimensión humana, y cuyo conocimiento encontramos en las Sagradas Escrituras. (Por eso se puede
decir que el movimiento humanista no es tanto una vuelta al mundo antiguo, a
una situación precristiana -nunca se vuelve al pasado- como un movimiento
dentro del propio cristianismo. Si el cristianismo medieval vio a Dios bajo la
perspectiva del Dios-Padre el cristianismo renacentista verá a Dios bajo la
perspectiva del Dios-Hijo, del Dios-Hombre. Este abandono del proyecto cristiano
medieval sin abandonar la conciencia cristiana se hace patente de un modo
señalado en el pensamiento español de los siglos XVI y XVII). Ese es
precisamente el tema en torno al que gira De
los nombres de Cristo. En esta obra, redactada en un hermoso castellano, fray
Luis recurre a tres personajes ficticios (Marcelo, un teólogo, Juliano, un
escolástico y Sabino, un poeta), que pone a conversar en un huerto que los agustinos
tenían entonces en las riberas del Tormes, en Salamanca.
El
diálogo comienza con un discurso de Marcelo en torno al concepto general de nombre, del que se pretende dar una
definición y explicar su función. El discurso no tiene, sin embargo, ninguna
pretensión filológica, sino poético-mística.
Así,
Marcelo explica cómo la aspiración de toda criatura, y especialmente de la que
posee entendimiento -es decir, de nosotros, los humanos-, es alcanzar la perfección, asemejarse a Dios. Para
ello, debe alcanzar la unidad, que
surge cuando cada criatura contiene en sí a todas las demás. Pues esa es la
unidad propia de Dios, en cuyo seno se albergan todas las cosas. No obstante, esa
unidad no anula la diversidad, del mismo modo que la unidad de esencia de Dios
no anula la diversidad de personas.
Tal
cometido (alcanzar esa unidad que es propia de Dios y en la que se da la perfección)
no podría lograrse si las criaturas no poseyeran más que su ser real, material.
Pero la naturaleza las dotó, además de su ser material, de otro ser espiritual,
más sutil: el nombre. «[...] el nombre es como una imagen de la cosa», que la «sustituye»
y permite así que todas las cosas «moren juntas en el entendimiento». De modo
que, antes que un medio a través del cual los hombres podemos comunicarnos, el nombre
es un medio a través del cual participamos de la unidad del universo (es decir,
participamos de una comunicación más esencial, una comunicación que es comunión).
Hay,
no obstante, dos tipos de nombres: unos que «están en el alma» (ideas, conceptos) y otros que «están en la boca» (palabras). Los
primeros son imágenes naturales de
las cosas, que muestran la esencia de estas. Los segundos son un artificio a través del cual nos
referimos a los primeros. Los nombres en sentido propio serían los primeros,
pero, dado que los segundos remiten a los primeros, se puede decir que hay una
continuidad entre palabras, ideas y cosas.
También
podemos diferenciar entre aquellos nombres «que se aplican a muchos», nombres comunes, y aquellos que se aplican
a uno, nombres propios. A estos
últimos nos referiremos, señala Marcelo, cuando pasemos a hablar de los nombres
de Cristo. De estos nombres dice que, dado que su objeto es que «lo ausente se
haga presente», conviene que guarden una semejanza con lo nombrado, bien en el sonido, en la figura o en el origen y significación.
Aclarado
esto, nos remitimos a las Sagradas Escrituras, para encontrar allí los nombres
de Cristo «en cuanto hombre» (es decir, dejamos de lado todos aquellos nombres
que le corresponden en tanto constituye una de las personas de la Santísima Trinidad,
que le corresponden en tanto Dios) y, a su través, el conocimiento del propio
Cristo y la identificación con él.
Luis
de León hace una selección de estos nombres que reduce a diez («pimpollo o fruto»,
«faces de Dios», «camino», «pastor», «monte», «padre del siglo futuro», «brazo
de Dios», «rey de Dios», «príncipe de la paz», «esposo») y que pasa entonces a
comentar.
&3
El
primero de esos nombres, y en torno al cual hace los comentarios más sugerentes,
es el de «pimpollo» o «fruto», que usa indistintamente. Por
boca de Marcelo, fray Luis comienza recordando aquellos pasajes del Antiguo
Testamento donde ese nombre se cita y a continuación explica por qué tal nombre
tiene como referente, en todos los casos, a Jesús. Posteriormente recuerda
algunos tópicos cristianos como que el mundo fue creado por Dios, que fue
creado por libre decisión y no por una necesidad de su naturaleza, y que lo
creó a partir de sí mismo, sin que preexistiese materia alguna.
A
partir de aquí fray Luis se pregunta, a través de un diálogo entre Marcelo y Sabino,
qué pretendía Dios con la creación. Es obvio que Dios no crea para dotarse de
alguna perfección, pues, como bien infinito que es, ya las poseía todas. Se
concluye que, con la creación, Dios quiso «comunicarse Él a sí» y también «repartir
en sus criaturas sus bienes». Los párrafos siguientes están destinados a
explicar estas dos afirmaciones (que aparecen en una misma frase), y su
relación con Jesús entendido como pimpollo o fruto.
Comienza
por aclarar cuál es la naturaleza de esos bienes que Dios busca repartir en sus
criaturas. Los bienes son de tres géneros: de naturaleza, de gracia o de unión
personal.
Bienes
de naturaleza son aquellos tales
como el ser, la vida, el entendimiento, etc. A través de estos bienes todas las
criaturas «se avecinan a Dios». Los bienes de gracia pertenecen a un orden sobrenatural, y son bienes tales como
la caridad, la gracia, la esperanza. De estos bienes participan algunas de las
criaturas que tienen entendimiento. De los bienes de unión personal participa, en principio, solo Cristo. Pero, en
virtud de la naturaleza humana de Cristo, los hombres participan en él de esta
unión. Y, dado que el hombre es una reproducción de todo el cosmos (en tanto
que es un ser material, vivo, y espiritual), es un «mundo abreviado», a su
través todas las criaturas se juntan con Dios.
Tenemos
entonces que Dios hace a las criaturas para comunicarse a sí. Y el mayor grado
de comunicación es la unión personal de la humanidad con Dios, unión que se
logra en Cristo. De aquí se deduce que el objetivo último por el que Dios creó
todas las cosas es el nacimiento de Jesucristo. Y ahí adquiere sentido el
nombre de «fruto» o «pimpollo» con el que se le designa en las Escrituras.
Jesús es el fruto para cuyo nacimiento creó Dios el mundo.
Este
es el resultado explícito de la primera parte del comentario al nombre de
«pimpollo» con el que se designa a Jesús en el Antiguo Testamento. Pero podemos
encontrar otra reflexión implícita. Si Dios crea el mundo para comunicarse a
sí, y el mundo creado, las criaturas, aspiran a la comunicación más íntima (a
la comunión) con Dios, habría que concluir que Dios crea para comunicarse consigo
mismo (¿para conocerse a sí mismo?). Esto parece avanzar intuitivamente una
tesis que será desarrollada conceptualmente por Hegel siglos más tarde, según
la cual solo saliéndose de sí (haciéndose finito) y regresando a sí, alcanza lo
infinito a ser un buen infinito, el infinito que aparece en la concepción trinitaria
de Dios.
El
análisis del nombre de «pimpollo» o «fruto», atribuidos a Jesús, continúa con
una defensa de la concepción virginal de María, en línea con la tradición
católica, y que adquiere especial relevancia en el contexto de las luchas con
el protestantismo.
Pero
también aquí aparecen interesantes sugerencias. Pues, si en la parte del texto
ya comentada fray Luis presentaba a Jesús como fruto final del mundo, de la
tierra, creada por Dios para producir ese fruto, ahora es el fruto del vientre
inmaculado, no fecundado por varón, de María. De modo que se produce una
asociación inmediata al leer el texto entre María y la tierra, como si de una
diosa madre se tratase (de la «Madre Tierra»). Y de hecho, fray Luis abunda en
las citas bíblicas donde esa asociación es manifiesta: «Ábrase la tierra y
produzca al Salvador», «En aquel día será el pimpollo de Dios magnífico y
glorioso, y el fruto de la tierra subirá a grandísima alteza».
&4
En
otro breve texto de fray Luis, la oda A
la ascensión, ya no es Cristo, la presencia de Cristo, el objeto de la
reflexión, sino, precisamente, su ausencia. ¿Radica aquí, tal como expone
Felipe Martínez Marzoa en La soledad y el
círculo -y en otros escritos-, lo esencial del cristianismo? ¿Es el
cristianismo una religión cuyo culto se constituye como rememoración de la
ausencia de Dios? En este caso tendríamos que aceptar -de nuevo Marzoa- que,
por su propia lógica interna, el cristianismo se realiza disolviéndose. Teresa
de Jesús, san Juan de la Cruz y fray Luis de León serían pensadores señalados del
final del cristianismo, de su paso previo a esa esencial disolución, de su
definitiva realización como humanidad.
De
hecho, otra posible reflexión implícita en el análisis de «pimpollo», en Los nombres de Cristo, es la de que
si Dios se hace hombre en Cristo, y los hombres se juntan a Dios en la
humanidad de Cristo, parece que, del mismo modo que juntamos a los hombres a
Dios, juntamos a Dios a los hombres, estamos sugiriendo una disolución de Dios
en la humanidad.
12. Juan de la Cruz
&1
Juan de Yepes
Álvarez nació
en Fontiveros (en la actual
provincia española de Ávila), en 1542, hijo de judíos conversos. Siendo aun
niño falleció su padre, por lo que su madre se vio obligada a trasladarse,
primero a Arévalo y posteriormente a
Medina del Campo, donde se gana la
vida tejiendo tocas de seda. Poco después Juan encuentra trabajo en el Hospital
de San Antón. Compagina su trabajo en el hospital con la asistencia al colegio de la Compañía de Jesús, donde
estudia latín, filosofía, retórica y artes. Con veintiún años ingresa en el convento de Santa Ana, y cambia su
nombre por el de Juan de Santo Matías.
En 1564 se traslada a Salamanca, e
ingresa en el Colegio carmelitano de San
Andrés, donde estudia teología. Es
probable que simultáneamente se matriculase en algunos cursos de la
Universidad, donde pudo asistir a las lecciones de El Brocense y de fray Luis
de León. Por esta época debió leer, también, a Garcilaso, cuya influencia se
hace notar en su poesía.
En
1567, encontrándose en Medina del Campo,
conoce a Teresa de Jesús, que lo
convence para participar en la reforma del carmelo. Su colaboración con la
futura santa será constante a partir de entonces, influyéndose mutuamente en su
desarrollo intelectual. En 1568, y a instancias de Teresa de Jesús, se encarga
de poner en marcha el primer convento masculino de carmelitas reformados en Duruelo. Cambia su nombre por el de Juan de la Cruz, con el que será
conocido en la posteridad. En 1571 se traslada a Alcalá de Henares, donde se encarga de fundar y regir el Colegio carmelitano.
La
reforma de la orden carmelita iniciada por Teresa de Jesús (que da origen a los
«carmelitas reformados», o «carmelitas descalzos») engendra animadversión en buena
parte de los carmelitas mitigados (o «los del paño» como les llama Teresa, aquellos
que seguían la regla menos rigurosa). Esto motiva que en la noche del 3 de diciembre
de 1577 Juan de la Cruz sea secuestrado y encerrado, en un antiguo retrete
convertido en calabozo, en el convento de los carmelitas mitigados de Toledo. Allí permanece aislado y casi
sin ver la luz hasta que consigue huir en la noche del dieciséis de agosto de
1578. Poco después será enviado al monasterio
del Calvario, cerca de Beas de Segura
(en Jaén). En 1579 le envían a Baeza para dirigir el Colegio carmelitano. En
1582 es nombrado prior de los Carmelitas descalzos de Granada. El cargo le lleva a realizar
numerosos viajes por Andalucía y Portugal. En 1588 es elegido Primer Definidor y Tercer Consiliario
(consejero) de la Consulta, por lo que se traslada a Segovia. Pero un nuevo enfrentamiento doctrinal hace que le
destituyan de todos sus cargos, y queda confinado en el desierto de la Peñuela, en Jaén. A finales de septiembre de 1591,
encontrándose enfermo, se traslada a Úbeda,
donde fallece poco después.
Su
obra poética representa una cima en la lírica en lengua castellana. En ella destacan:
Noche oscura, Cántico espiritual, Llama de
amor viva, y otra serie de poemas «menores».
Su
obra en prosa consiste en una serie de comentarios a sus poemas. Abarca los
siguientes títulos: Subida al Monte Carmelo
y Noche oscura, que son comentarios
al primero de los poemas señalados; y Cántico
espiritual y Llama de amor viva
que son comentarios a los poemas homónimos.
&2
Si
Teresa de Jesús proporciona una descripción, como quizá no se había hecho
antes, de la experiencia mística, Juan de la Cruz trata, quizá como tampoco se
había hecho hasta entonces, de explicar y aclarar esa experiencia. (A desarrollar).
13. Bartolomé de
Medina
&1
Nació
en Medina de Rioseco, Valladolid, en
1527. Estudió en Ávila y en el colegio de San Gregorio, de Valladolid. Ingresa en la Orden de Predicadores (dominicos), en
el convento de San Esteban, en Salamanca (¿en 1546?). Fue catedrático de prima de teología, en Salamanca, donde falleció en 1581.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) Expositio
in Priman Secundae Angelici Doctoris d. Thomane Aquinatis, de 1577. (2) In Illam oartem, de 1578.
&2
Se
le suele considerar el padre del probabilismo
moral, que se resume el siguiente enunciado: «si una opinión es probable es lícito
seguirla, aunque la contraria sea más probable», pues no deja de tratarse de
opiniones. Esta idea fue asumida, y ampliamente desarrollada, sobre todo por
los jesuitas, que elaboraron a partir de ahí lo que algunos denominan un «principio
de incertidumbre» moral. (A desarrollar).
14. Juan Huarte
de San Juan
&1
Juan Huarte de
San Juan
nació en San Juan de Pie de Puerto,
entonces perteneciente a Navarra
(actualmente Saint Jean Pied-de-Port, en el Departamento francés de los Pirineos
Atlánticos), hacia 1529. Siendo niño, su familia se trasladó a Baeza, en la actual provincia española
de Jaén. Allí inicia sus estudios y,
en 1533, obtiene el título de bachillerato
en artes. Posteriormente estudia en la recién creada Universidad de Alcalá, donde obtiene el título de doctor en medicina en 1559. Unos años
más tarde se casa con Águeda de Velasco, con la que tuvo seis hijos. En 1571
Felipe II le concede la plaza de médico en Baeza,
y establece su domicilio principal en Linares,
donde permanecerá hasta su muerte, acaecida en 1588.
Es
autor de una única obra, Examen de
ingenios para las ciencias, publicada en Baeza, en 1575. De ella se hicieron
numerosas ediciones en castellano, y fue traducida, en vida del autor, al
francés, italiano, latín, inglés y flamenco, ejerciendo una influencia considerable
en diversas ciencias y en diversos campos filosóficos. No obstante, cuando
llevaba ya cinco ediciones en castellano, fue denunciada ante la Inquisición e
incluida en el índice de libros prohibidos, lo que le obligó a preparar una segunda
versión revisada, en la que se suprime un capítulo y se añaden otros nuevos (y
que será publicada, póstumamente, en 1595).
En
esta obra Huarte continúa una tradición naturalista hispánica que sitúa la inteligencia
en el cerebro, y que se recoge en las obras de otros autores (tales como Alonso de Fuentes, Bernardino Montaña de Monserrate, Gómez Pereira, Miguel (¿Oliva?) Sabuco; etc.).
https://www.psicothema.com/pdf/895.pdf
&2
El
Examen de ingenios para las ciencias es
presentado por el propio Huarte como el intento de explicar las diferencias de ingenio entre los
individuos, con el objetivo de establecer procedimientos para seleccionar y
educar a los hombres adecuados para el buen
funcionamiento de la república (por tal hemos de entender el enorme y complejo
imperio sobre el que reinaba, entonces, Felipe II, a quien está dedicada esta
obra).
El
primer problema con el que se enfrenta es determinar de dónde proceden esas
diferencias de ingenio. Huarte plantea este problema en los siguientes términos:
¿si las potencias del alma son comunes a todos los
hombres, y además el entendimiento es de naturaleza espiritual, cómo se explica
que los individuos hagan juicios distintos sobre las mismas cosas?
La respuesta a
esta pregunta le lleva -oponiéndose a la tradición aristotélico-escolástica- a
defender la tesis de que las potencias del alma son determinadas por los
elementos orgánicos que las constituyen
y las circunstancias materiales en las que se desenvuelven las vidas de los
individuos.
Esta concepción
organicista del alma, que luego desarrolla a lo largo de su obra, es la que
motiva su denuncia ante la Inquisición (al margen de envidias personales y
otras motivaciones intelectualmente irrelevantes). Pues, si el alma tiene una
composición orgánica y está determinada por factores puramente materiales, se
hace difícil seguir defendiendo la existencia del libre albedrío, sobre el que se asienta buena parte de la dogmática
católica. (De hecho, Huarte no asigna ningún papel a la voluntad, y propone la
reducción de la filosofía moral a medicina. Pero, no obstante, parece encontrar
un espacio para el libre albedrío en la libertad de la imaginación).
&3
Para demostrar
la tesis que hemos avanzado, Huarte echa mano de concepciones físicas,
antropológicas y médicas de Platón, Aristóteles, Hipócrates y Galeno (y
de otros autores contemporáneos que no cita pero que parecen haber tenido una
influencia importante sobre su obra, tales como Andrés
Vesalio
y Juan Valverde de Amusco), a las
que añade las aportaciones propias, fruto de su reflexión y sus observaciones.
Recordemos
que Galeno (que recoge elementos de la tradición hipocrática y aristotélica),
considera que todos los cuerpos están compuestos de cuatro elementos básicos: tierra, fuego, aire y agua, a los que corresponden
ciertas cualidades (frío, calor, sequedad,
humedad). A partir de estos elementos simples y sus cualidades se constituyen,
según Galeno, los cuatro humores que
fluyen por el interior de las venas y los nervios: la sangre (caliente y
húmeda), la bilis amarilla (caliente y seca), la bilis negra (fría y seca) y la
flema (fría y húmeda).
La
proporción que mantienen estos humores y cualidades, unido a ciertas causas externas
tales como clima, alimentación, etc., dan origen a
los diversos temperamentos de los
individuos, y sus desequilibrios son la causa de los diversos tipos de enfermedades.
Según Huarte,
en circunstancias ideales, que solo pudieron darse en el paraíso, el perfecto
equilibrio entre cualidades, clima y alimentación, produjo individuos enteramente
sanos o, dicho de otro modo, «templados»
(Adán y Eva). Pero, una vez abandonado ese estado, los individuos se han visto
víctimas de distintos tipos de enfermedad o salud deficiente («destemplados»).
Dice también,
Huarte, que los individuos templados son aptos para todo tipo de saberes (todo
tipo de ciencias y técnicas) pero no alcanzan la excelencia en ninguna de
ellas. Tal vez porque tal condición solo pudo alcanzarse en el paraíso, donde
ciencias y técnicas eran innecesarias para vivir. Pero, arrojado el hombre del
paraíso, se vio a merced de sus insuficiencias y de diversos climas y penalidades,
que causan distintos tipos de desequilibrio y que les obligan a desarrollar las
ciencias y las técnicas que les permitan suplir esas insuficiencias y vencer
tales penalidades.
No obstante,
el desequilibrio de humores con el que se desarrollan los individuos arrojados
del paraíso, propicia que cada hombre destaque en un tipo de entendimiento o
habilidad (y solo en uno), en el cual, si persevera y se esfuerza, puede alcanzar
la excelencia.
&4
Para aclarar
en qué consiste ese ingenio a cuyo examen dedica su obra, comienza por el
intento de definirlo, recurriendo al origen etimológico del término. Ingenio
procede, según Huarte, de ingenero,
que significa generador, generar. El hombre posee dos potencias generativas.
Una común al resto de los seres vivos y que consiste en la capacidad de generar
seres de su misma especie. Otra, propia de su entendimiento, por el que este
«engendra en sí una figura que representa la naturaleza del sujeto del que
trata una determinada ciencia». Es decir, lo que se conoce como verbum mentis o concepto. En esta capacidad consiste lo que hemos denominado «ingenio».
El ingenio se
da bajo tres formas o potencias: memoria,
entendimiento e imaginación. Estas potencias tienen su asiento en el cerebro; para ser exactos, en los ventrículos cerebrales laterales y en
el central. Pero no se hayan separadas, sino que están las tres en cada uno de
esos ventrículos; dado que el entendimiento no puede operar sin la memoria y la
imaginación, ni la imaginación sin la memoria o la memoria sin la imaginación.
(El cuarto ventrículo es el lugar donde, según Huarte, se «cuecen» los
espíritus vitales transformándose en espíritus animales).
Cada una de
esas potencias necesita de una cualidad
para desarrollarse. La memoria necesita de la humedad, el entendimiento de la sequedad y la imaginación del calor.
(La frialdad, dice Huarte, no produce nada en el ámbito intelectual). El predominio
de una u otra de estas cualidades en un individuo hace que prevalezca una u
otra de esas potencias. Y de este predominio nace la primera y fundamental
diferencia de ingenios.
No obstante,
cada una de estas diferencias de ingenio tiene muchas variantes, según las
mezclas que se producen. Y, así, dice que hay tres tipos de memoria: aquella «que recibe con
facilidad y olvida fácilmente», aquella «que tarda en recibir y retiene mucho
tiempo» y aquella «que recibe con facilidad y tarda en olvidar».
También hay
tres tipos de entendimiento: el que
consiste en «inferir», el que consiste en «distinguir» y el que consiste en «elegir».
Con respecto a
la imaginación las subdivisiones son
más complicadas, pues encuentras tres subdivisiones que se subdividen a su vez
en otras.
La memoria es una potencia pasiva, se limita a guardar lo que en
ella «escribe» la imaginación (los fantasmas de las percepciones procedentes de
los sentidos o de la propia imaginación) y, posteriormente, es la imaginación
la que «lee» lo escrito.
La imaginación es la potencia activa por excelencia pues, además de
ser la que guarda las «figuras» o «fantasmas» en la memoria o los saca de allí,
«es libre para imaginar lo que quisiere», y, en esa libertad reside, quizá la
única forma de libre albedrío que admite Huarte.
&5
Juan
Huarte de San Juan está considerado como el fundador de la psicología diferencial,
de la eugenesia y de la frenología (y, a juicio de algunos, de la concepción
modular de la mente). También puede ser considerado un precursor de la
neurología, y hace aportaciones a la antropología, la pedagogía, la sociología
y la patología. En las Universidades españolas se le tiene como pseudopatrón de
la psicología.
En
el terreno más estrictamente filosófico cabe señalar el papel destacado que
atribuye a la imaginación como potencia activa y la creatividad del
entendimiento. (A este respeto Chomsky
lo cita en El lenguaje y el entendimiento
como precursor de la moderna teoría lingüística -Port Royal- con la que aparece
el problema de la creatividad del lenguaje y de la conexión entre lenguaje y
entendimiento).
Su
clasificación y caracterización de los temperamentos influyó en el tratamiento
dado por Cervantes a sus personajes
«locos» (Don Quijote y el licenciado Vidriera).
Su
influencia puede rastrearse, también, acaso en F. Bacon (por su coincidencia en la clasificación de las ciencias basándose
en el sujeto cognoscente y no en el objeto conocido), en el naturalista P. J. G. Cabanis, en G. E. Lessing (que elaboró su disertación
doctoral sobre Huarte y preparó la edición alemana de su obra), en F. J. Gall (fundador de la frenología,
que lo cita expresamente), etc.
15. Luis de
Molina
&1
Nació
en Cuenca, en 1535. Estudió
gramática y letras latinas en su ciudad natal. En1551 se traslada a Salamanca para estudiar Derecho, pero al año siguiente ingresa
como novicio en la recién creada Compañía
de Jesús e ingresa en su Colegio de
Alcalá. En 1553 se dirige en peregrinación a Lisboa. Entre 1554 y 1558 estudia Artes en Coimbra. Entre
1563 y 1567 estudiará teología en Évora y Coimbra. A partir de 1568 enseña teología -ocupando primero la cátedra de de vísperas y luego la de prima-
en la Universidad de Évora. Entre
1584 y 1591 vive en Lisboa, donde se
dedica en exclusiva a la composición de sus obras. En 1591 regresa a España, viviendo
en Cuenca. En el año 1600 es
nombrado profesor de teología moral
en el Colegio Imperial de Madrid,
pero fallece antes de ocupar su cargo.
Entre
sus obras destacan:
(1)
Concordia liberi arbitrii cum gratiae donis,
divina praesentia, providentia, praedestinatione et reprobatione (Concordia del libre arbitrio con los dones de
la gracia, la presciencia, providencia, predestinación y reprobación divinas),
de 1588. En esta obra desarrolla su noción de «ciencia media».
(2)
De iustitia et iure (Sobre la justicia y el derecho). Seis
libros, el primer volumen se publicó en Cuenca, en 1593.
&2
Un
problema con el que se enfrenta el pensamiento cristiano, una vez iniciado su proceso
de racionalización, es del de cómo compatibilizar la omnipotencia y omnisciencia
divina con existencia del libre albedrío.
Es
decir, si Dios lo conoce todo de antemano, y crea el mundo que quiere a partir
de ese conocimiento, ¿cómo es posible que las decisiones humanas sean libres? Este
problema es tratado, con resultados no del todo satisfactorios, por los grandes
pensadores cristianos, de Agustín de Hipona a Tomás de Aquino.
En
el siglo XVI el problema resurge con fuerza con la aparición del protestantismo,
que pone el énfasis en la predeterminación divina, reduciendo, o anulando, el
papel del libre albedrío. En ese momento el problema se plantea así: si Dios concede
la gracia a quien quiere, y solo con ayuda de la gracia pueden los hombres
salvarse ¿dónde queda la libertad humana?
Para
solucionar este problema Molina introduce el concepto de «ciencia media». La ciencia media tendría una posición intermedia
entre el «conocimiento de simple inteligencia» y el «conocimiento de visión».
El
conocimiento de simple inteligencia trata
de las esencias, es decir, de todo lo que es posible, de lo que Dios hubiese
podido crear al margen de su creación efectiva. El conocimiento de visión trata de las existencias; es decir, es el
conocimiento en virtud del cual Dios promulga libremente sus decretos, creando de
entre todos los posibles, lo que ha decidido crear. Este conocimiento incluye
todo lo que ha existido, existe y existirá.
Pues
bien, la ciencia media sería el
conocimiento en virtud del cual Dios conoce de antemano cómo se comportaría una
criatura racional, y, por ello, libre, en una situación dada. Como Dios sabe cómo
se va a comportar cualquier criatura racional en un contexto determinado, Dios
prevé conceder su gracia a quien sabe que va a ser merecedora de ella. (Sin la
gracia tal criatura no podría alcanzar la salvación, pero Dios concede la
gracia a tal criatura porque conoce de antemano que, libremente, haría un buen
uso de ella). Con esta concepción de la ciencia media Molina pretende salvar el
libre albedrío frente al fatalismo protestante.
Frente
a las tesis de Molina y Fonseca, asumidas, en general, por los jesuitas, se situaron
los dominicos, liderados por Báñez, en una polémica conocida como De auxiliis.
La
disputa De auxiliis, y la «solución»
de Molina, tendrá una influencia decisiva en la construcción de la teodicea leibniziana a principios del
siglo XVIII.
Pero
la disputa va más allá del interés teológico, pues entra de lleno en un problema
cuyas consecuencias se sienten en la antropología, la ética y la psicología: el
de la naturaleza, la existencia y, en su caso, los límites, de la libertad
humana.
16. Domingo
Báñez
&1
Nació
en Valladolid, en 1528. En 1540 se
traslada, con su familia, a Medina del
Campo. A partir de 1542 estudia artes
en la Universidad de Salamanca. En
1546 ingresa en el Convento de San Esteban,
en Salamanca. Al año siguiente ingresa
en la Orden de los Predicadores
(Orden de Santo Domingo). Entre 1548 y 1552 estudia teología, teniendo como maestros a Melchor Cano y Pedro de Sotomayor,
entre otros. Entre 1552 y 1555 enseña artes
en el convento de San Esteban.
Posteriormente ejercerá como lector de teología.
A
partir de 1561 enseña en la Universidad
de Ávila, recién creada. En esta ciudad conoce a Teresa de Jesús, de la que
será confesor y con la que colabora en sus proyectos reformadores. En 1565 se
traslada a Sigüenza, en cuya universidad
obtiene el título de doctor en Teología.
Ejerce como rector del colegio de Santo
Tomás, en Ávila, durante un año,
tras el cual regresa al Convento de San Esteban. En 1573 es nombrado rector del colegio de San Gregorio, en Valladolid.
En 1576 gana la cátedra de Durando,
en la Universidad de Salamanca, y en 1580 la cátedra de Prima, la más prestigiosa del momento.
En
1599 se jubila y se retira al convento
de San Andrés, en Medina del Campo,
donde fallece en 1604.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) Scholastica
commentaria in priman partem Angelici Doctoris D. Thomae, de 1584. (2) De fide, spe, et charitate, de 1584. (3)
Commentaria et quaestiones in duos Aristoteles
Stagyritae de generatione et corruptione libros (Comentarios a dos libros de Aristóteles el Estagirita: sobre la
generación y sobre la corrupción), de 1585. (4) Relectio de merito et augmento charitatis, de 1590. (5) De iure et iustitia decisiones, de 1594.
(6) Apología fratrum Praedicatorum in provincis
Hispaniae sacrae Theologiae professorum, adversus quasdam novas assertiones
cuiusdam Doctoris Ludovici Molina nuncupati, de 1595. (7) Institutiones minoris Dialectica quas Summulas
commentaria, de 1599. (8) De vera et legitima concordia liberi arbitrii cum auxiliis
gratiae Dei efficaciter moventis humanam voluntatem (De la verdadera y
legítima concordia del libre albedrío con la eficacia de la gracia de Dios para
mover la voluntad humana), de 1600.
&2
Tiene
un papel determinante en la disputa De
auxiliis. (A
desarrollar).
17. Juan de Mariana
&1
Nació
en Talavera de la Reina (Toledo), en
1536. Estudia artes y teología en Alcalá. En 1554 ingresa, como novicio, en la Compañía de Jesús, en Simancas.
Regresa a Alcalá donde prosigue sus estudios teológicos y se especializa en griego
y hebreo, siendo nombrado lector de Teología. En 1561 se traslada
a Roma, para enseñar Sagradas Escrituras y Teología en el colegio recién fundado
por los jesuitas en esta ciudad. Al año siguiente es ordenado sacerdote.
En
1565 se traslada a Sicilia,
residiendo en Palermo y Mesina. En 1569 es enviado a la Universidad de París, en la que completa
sus estudios teológicos, recibiendo
el grado de doctor, e imparte clase
de teología tomista. En 1573, con
tan solo treinta y siete años, encontrándose cansado y enfermo, pide ser relevado
y regresa a España. Se instala en Toledo,
en el colegio que los jesuitas tenían en esa ciudad, y se dedica,
fundamentalmente, a preparar sus obras (que abarcan campos diversos: teología,
filosofía, historia, filosofía política, economía, etc.). En 1607, a
consecuencia de las acusaciones veladas que hace en De monetate mutatione a algunos ministros, fue apresado y conducido
al convento de San Francisco, en Madrid, donde permaneció recluido durante
algo más de un año. Tras ser puesto en libertad, regresa a Toledo, donde permanece hasta su muerte, acaecida en 1624.
Entre
sus obras cabe mencionar:
(1)
Historiae de rebus Hispaniae, comenzó
su publicación en 1592. Fue traducida al castellano por el propio Mariana y
publicada, con el título de Historia General
de España, en 1601. Es una obra monumental (consta de treinta libros) que está
considerada como la primera historia científica de España.
(2)
De rege et regis institutione (Sobre el
rey y sobre la institución de la dignidad real), de 1599.
(3)
Tractatus septem (Siete tratados), publicada
en 1609. Consta, como dice su título, de siete tratados, que son los
siguientes: I. De adventu Iacobi Apostoli
in Hispania Disputatio (Disputa sobre la venida del apóstol Santiago a España);
de tema histórico. II. Pro editione
Vulgatae (Por la edición de la Vulgata). III. De spectaculis (Sobre los espectáculos). IV. De monetate mutatione disputatio (Disputa sobre la alteración de la
moneda), traducida por el propio Mariana al castellano con el título de Tratado y discurso sobre la moneda de vellón;
de tema económico-social. V. De die
mortis Christi (Sobre el día de la muerte de Cristo). VI. De annis arabum (Sobre los años de los árabes). VII. De morte e inmortalitate (Sobre la muerte y la inmortalidad).
&2
De
Mariana nos interesan sus aportaciones a la filosofía política y al análisis
económico. Lo esencial de su filosofía
política aparece expuesto en De rege
et regis institutione. Esta obra fue editada por vez primera en 1599, y
tuvo una segunda edición en Maguncia en 1605, suscitando cierto escándalo en
algunos países europeos por su defensa del tiranicidio.
Tras el asesinato del rey francés Enrique IV, los ataques a la obra aumentarán
de tono y, finalmente, será condenada, por el Parlamento de París, a ser quemada
públicamente. (En España fue divulgada sin ningún impedimento, y presentada,
por el propio Mariana, como texto para la educación del futuro monarca Felipe
III, a modo de lo que en la literatura medieval se conoció como «espejo de
príncipes»).
El
De rege comienza con una explicación
del origen de la sociedad y el poder político. Según Mariana, en el
«principio del mundo» los hombres vivían aislados y movidos únicamente por dos
deseos: el de sustentarse y el de procrear. En este estado no había leyes
y la única forma de poder era el reconocimiento instintivo a los individuos de
más edad. En tal situación, los hombres llevaban una vida tranquila, en la que la guerra, la mentira o la propiedad, eran desconocidas.
No
obstante, en tal estado, que puede parecer propio de bienaventurados, los
hombres carecían de muchas cosas y estaban sometidos, por la debilidad de su
cuerpo, a todos los peligros de la naturaleza (los ataques de las fieras, el
frío, las enfermedades, etc.). De modo que, para conseguir esas cosas de las que
carecían, y combatir esos peligros que los acechaban, se hizo necesaria la colaboración
de todos. Así surgen las primeras comunidades con reparto de trabajos y funciones.
Pero
estas comunidades, que surgen más o menos espontáneamente, se ven sometidas a
la violencia ejercida por unos
hombres sobre otros. Y eso llevó, a aquellos que se encontraban oprimidos por
otros más fuertes, a unirse en sociedad,
poniéndose bajo la protección de un individuo
justo, un individuo que castigase las injurias e instaurase la equidad
general, sometiendo a todos a igual derecho. Surgen, así, la sociedad civil y la majestad real. Finalmente, fue
necesario (para evitar las sospechas de falta de equidad del príncipe y para
facilitar su labor) que las leyes fuesen
promulgadas.
Con
el tiempo proliferaron las leyes y formas de gobierno. Por lo que cabe preguntarse
cuál es el mejor régimen político, quién debe gobernar y cómo debe acceder al
gobierno, cuál ha de ser la relación del príncipe (supuesto que la monarquía sea
la forma preferible de gobierno) con la república y las leyes, etc.
Siguiendo
a Aristóteles, Mariana clasifica las formas de gobierno en tres correctas (monarquía, aristocracia
y república) y tres incorrectas (tiranía, oligarquía y democracia).
De
entre las formas de gobierno correctas considera que la mejor es aquella en la
que gobierna uno solo; es decir, la monarquía.
Y, tras valorar las formas de acceso a la dignidad real, considera que la herencia es la que crea menos inestabilidad.
La forma de gobierno preferible será, por lo tanto, una monarquía hereditaria.
No
obstante, el poder del monarca emana de la república
(esto es, de la comunidad política). Por esta razón, la potestad del monarca,
si bien está por encima de la de cualquier individuo de la república, no está
por encima de la del conjunto de la república. Y, por esta razón, el monarca «jamás
debe creer que es señor de la república», sino su simple gobernador.
Aquel
rey o príncipe que no tenga esto en cuenta, y pretenda gobernar en contra de
los intereses de la república, se convertirá en un tirano. (Mariana señala como actos de tiranía: prohibir a los
ciudadanos que porten armas o caballos; impedir las reuniones y la facultad de
hablar, y oír hablar, de la república; apropiarse de los bienes de los ciudadanos;
etc.). Y así, del mismo modo que el poder en manos de uno solo, cuando este es
justo y prudente, es la mejor forma de gobierno, si tal poder está en manos de
uno solo y este es arrastrado por sus intereses privados, sus vicios, etc., se
convierte en la peor forma de gobierno. (La monarquía, que es la mejor forma de
gobierno, habrá degenerado en una tiranía, que es la peor forma de gobierno).
En
esta situación es lícito deponer al gobernante, aún empleando para ello el asesinato
(si no fuese posible apartarlo del poder de otro modo). Es decir, es legítimo
el tiranicidio. (Mariana llega a
afirmar que, bajo determinadas circunstancias, el asesinato del tirano por un
particular no solo es legítimo, sino digno de alabanza).
&3
En
De monetate mutatione sigue insistiendo
en la diferencia entre príncipe y tirano. El príncipe, dice, no es señor de la
república, sino un administrador de los bienes privados. Por esta razón el
príncipe no puede establecer impuestos, ni cualquier tipo de cargas económicas,
sin el consentimiento de sus súbditos.
La
obra se centra en el análisis de una práctica habitual de la época que
consistía en rebajar la cantidad de plata u oro de una moneda para así obtener
ingresos para el Estado. Es este caso concreto Mariana critica que la administración
de Felipe III pretenda obtener ingresos mediante la reducción del porcentaje de
plata en la moneda de vellón. (Se llamaba así a una moneda de la época, hecha
de cobre y plata, y que, por ser de poco valor, era usada habitualmente por todas
las capas sociales).
Según
Mariana el mercado ajustaría esta devaluación de la moneda encareciendo los
precios de los productos (lo que hoy denominaríamos inflación); de modo que,
con esta práctica, el rey incurre en una sustracción, no consentida, de
riqueza.
Frente
a este tipo de prácticas, Mariana defiende que el valor legal de una mercancía (el establecido por el poder político,
por el rey) no se diferencie del valor
natural de esa mercancía (por tal entiende el valor que nace de la calidad
de la cosa o su abundancia o escasez). Entendiendo que el dinero es una mercancía
más, cuyo valor debería ser fijado como el de cualquier otra.
Como
alternativa a este tipo de prácticas recaudatorias Mariana aconseja (para
mantener el necesario equilibrio en el Estado entre gastos e ingresos), un programa
de austeridad en el gasto, mejorar la gestión de los gastos y los ingresos, y
el establecimiento de nuevos impuestos a los bienes de lujo.
&4
En
Mariana, al igual que en otros pensadores de la escolástica española, aparece
desarrollada una concepción contractualista
del poder político, poder que surge tras el abandono del estado de naturaleza
(sin bien, las expresiones «estado de naturaleza» y «contrato social» no aparecen
en su obra).
Defiende,
de un modo inequívoco, que el poder emana del conjunto de la república, esto es, de la comunidad política, del
pueblo; por lo que el poder del príncipe estará limitado.
Defiende,
igualmente, ciertos derechos
individuales (tales como el derecho de reunión, el derecho a defenderse, el
derecho a la propiedad privada, etc.), así como la libertad de mercado (aun cuando el poder político deba intervenir
para garantizar la producción y la satisfacción de ciertas necesidades),
concebidos como derechos naturales.
Por
todas estas razones algunos han querido ver en Mariana un precursor en la defensa
del modelo liberal de Estado, aun cuando sus motivaciones, al menos inicialmente,
parecen ser las de garantizar la autonomía del poder eclesiástico frente al político.
18. Gabriel
Vázquez
&1
Nació
en Belmonte, Cuenca, hacia 1549. Allí
estudió gramática, en el colegio recién
fundado por los jesuitas. Posteriormente se traslado a Alcalá, donde comenzó sus estudios de cánones y filosofía.
Posteriormente completaría tales estudios en Toledo y Sigüenza. En 1569 ingreso
en la Compañía de Jesús. A partir de
1575 impartirá clases de moral, teología y filosofía en Ocaña, Madrid y Alcalá, sucesivamente.
En
1585 fue enviado a Roma, para
impartir clases de teología en el
colegio que los jesuitas tenían en esta ciudad, donde permaneció seis años.
Tras
su regresó a España, volvió a enseñar teología
en Alcalá. Mantuvo una fuerte
controversia con Francisco Suárez y otros jesuitas. En 1662 fue juzgado por la
Inquisición y pasó mes y medio en la cárcel.
Murió
en Alcalá de Henares, en 1604.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) Comentarii
et Disputationes in priman partem S. Thome, de 1598. (2) In secundam secundae, de 1599. (3) Vel tertiam, de 1609. (4) Opuscula moralia, de 1617. (5) Disputationes Metaphysiacae ex variis locis
suarum operum, se trata de un conjunto de escritos publicados tras su
muerte, en 1617.
&2
Defendió
planteamientos relativamente originales en la epistemología (en un cierto
sentido puede ser considerado un precursor del idealismo epistemológico), la ontología,
la cosmología, la psicología y la filosofía moral (el derecho natural se funda
en la propia naturaleza humana). (A desarrollar).
19. Francisco Suárez
&1
Francisco Suárez, también
conocido como Doctor eximius, nació en Granada,
en 1548. Procedía de una familia castellana, de origen hidalgo. Siendo aun niño,
aprendió latín en su propia casa. (Más tarde aprenderá también griego, hebreo y
árabe, que le ayudarán a adquirir el conocimiento enciclopédico del mundo
antiguo y medieval que llegó a tener).
En
1561 fue enviado a estudiar derecho
a la Universidad de Salamanca. En
1564, y después de tres intentos fallidos, fue admitido en la Compañía de Jesús. De 1564 a 1566 estudia
filosofía, y, posteriormente, de 1566
a 1570, teología, también en Salamanca.
Entre
1572 y 1574 enseñó filosofía en Salamanca y Segovia. Posteriormente, entre 1575 y 1597, enseñó teología en Segovia, Ávila, Valladolid, Roma, Alcalá de Henares y
Salamanca. En 1597, y a instancias
de Felipe II, fue enviado a Coimbra,
donde ocupó la cátedra de prima de teología,
hasta 1615. Tras jubilarse vivió en Lisboa,
donde murió, en 1617.
Entre
sus obras destacan:
(1)
De verbo incarnato, de 1590. Se trata
de comentarios a la tercera parte (en concreto a las cuestiones 1 a 26) de la Summa theologiae, de Tomás de Aquino.
(2)
De mysterii vitae Christi (Los misterios de la vida de Cristo), de
1592. Es una continuación de la anterior (se comentan las cuestiones 27 a 59).
(3) Disputationes
metaphysicae (Disputaciones
metafísicas), escrita durante su periodo como profesor de teología en
Salamanca, y publicada en 1597. Es el primer tratado de metafísica como saber
independiente que se lleva a cabo desde Aristóteles.
(4)
Varia opuscula theologica (Diversos opúsculos teológicos), de 1599.
En esta obra se ocupa de la polémica De
auxiliis, que enfrentó a teólogos dominicos con jesuitas en torno al tema
de cómo compaginar la libertad humana con la gracia y la predestinación divina.
(5)
De Deo uno et trino (De Dios uno y trino), publicado en 1606.
(6)
De legibus ac Deo legislatore (De las leyes y de Dios como legislador),
donde aparece lo esencial de sus aportaciones a la filosofía jurídica y política.
Consta de diez libros y fue publicada en 1612.
(7)
Defensio fidei catholicae apostolicae
adversus anglicanae sectae errores (Defensa
de la fe católica y apostólica contra los errores de la secta anglicana) que
fue quemada en público en Londres y París por atacar el poder absoluto del
monarca, publicada en 1613.
(8)
Posteriormente a su muerte se publicaron otros numerosos escritos suyos, entre
los que cabe mencionar: De opere sex
dierum (Sobre la obra de los seis
días), y De anima (Sobre el alma) publicados en 1621.
&2
Un
elemento decisivo en la obra de Suárez es la disputa en torno a la concordia
entre el libre albedrío y la gracia divina (disputa en la que se ve implicado
a fondo el pensamiento teológico católico y protestante, y en la que destacan
por sus aportaciones Domingo Báñez y Luis de Molina). Hasta el punto de que se
puede interpretar su ingente obra filosófica, plasmada en las Disputaciones, como un intento de dar respuesta
a este problema (así lo hace, por ejemplo, Santiago Fernández Burillo, en Las disputaciones metafísicas de Francisco
Suárez S. J., su inspiración y algunas de sus líneas maestras).
Pero
sea cual fuere la motivación última de Suárez, lo que consigue es desarrollar
un sistema de pensamiento que integra en buena medida la obra de la escolástica,
recoge el pensamiento griego antiguo, y prepara el terreno para el desarrollo
de la filosofía moderna (en la que, ciertamente, el tema de la constitución del
sujeto, de la causalidad, y de la relación finitud-infinitud -a los que no es
ajeno el problema de la relación entre libre albedrío y gracia divina-, pasan a
ser componentes esenciales).
&3
En
las Disputaciones metafísicas
comienza sosteniendo que la metafísica
es la ciencia más perfecta, anteponiéndola a la teología. La razón es que,
aunque el conocimiento de Dios (ámbito de la teología) es el conocimiento más
excelso (porque tiene como contenido lo más excelso), tal conocimiento no puede
ser alcanzado si no es a través de las nociones de ente, sustancia, causa, etc., que son el objeto de la metafísica.
La
metafísica, constituye, por lo tanto, la forma suprema de sabiduría natural, de la cual, dice Suárez, que: (1) «Se ocupa de
todas las cosas». (2) Trata de «las cosas más difíciles y alejadas de los
sentidos». (3) Se trata de «un conocimiento cierto», que incluye «la evidencia
y la claridad». (4) Es «la más apta para enseñar y manifestar las causas de las
cosas». (5) «Es la más digna de ser buscada por sí misma». (6) Sirve para
«dirigir a las demás formas de saber».
(A desarrollar)
&4
En
el Tratado de las leyes y de Dios como
legislador, desarrolla Suárez su filosofía
jurídica y política.
Comienza
definiendo la ley como: «un precepto
común, justo y estable, que ha sido suficientemente promulgado».
Dios
es el soberano absoluto y, como tal,
origen de la ley. Pero la ley se despliega
en un orden decreciente (al igual que la creación a la que acompaña). Por encima
de todo está la ley eterna, que se identifica
con la propia razón divina -de ahí su eternidad-, pero solo queda promulgada -o
se hace efectiva, para ser exactos-, con la creación, a la que se aplica. Subordinada a la ley eterna está la ley temporal, que puede ser natural o positiva.
La
ley natural está constituida por
aquellos preceptos que se derivan de la propia naturaleza de las cosas y que pueden
ser descubiertos por la razón humana. Esos preceptos son de tres tipos: (1) Principios
fundamentales de moralidad, tales como que hay que hacer el bien y evitar el
mal. (2) Principios más concretos y específicos que descubre el análisis racional,
como que deben someterse las pasiones a la templanza o moderación. (3)
Principios no evidentes por sí mismos pero que se deducen de otros evidentes,
tales como que la usura es injusta.
La
ley natural es el fundamento del derecho
natural.
La
ley positiva es convencional. Dentro de la ley positiva cabe diferenciar entre la
ley de las naciones -o derecho de gentes
(ius gentium)-, y la ley civil.
El
derecho de gentes (ius gentium) consiste en una serie de
preceptos no escritos pero abalados
por la costumbre que pertenecen a
todas -o casi todas- las naciones. Son preceptos que se desarrollan a partir de
las necesidades que surgen en la relación entre las naciones constituidas,
regidas por sus propias leyes civiles. Tales preceptos no son necesariamente
deducibles de la ley natural, aunque no están en contradicción con dicha ley y
tienen cierto fundamento en el derecho natural, dado que existe una común
naturaleza humana -física y moral- previa a la creación de las naciones.
La
ley civil tiene por objeto organizar
la vida de cada comunidad humana particular. La ley civil surge como
consecuencia de la naturaleza social
del ser humano. Suárez sostiene que los seres humanos nacen libres, no son
súbditos de nadie. Pero está en la naturaleza humana la sociabilidad, pues solo
en comunidad se desarrolla el ser humano plenamente.
La
comunidad surge como consecuencia de un pacto,
que puede ser explícito o implícito, con el objetivo de lograr el bien común. Pero la organización social
exige la existencia de un poder político,
de un soberano, que establezca leyes
para la organización y orientación de la comunidad.
La
existencia de tal poder nos plantea dos problemas: (1) ¿Quién es el depositario
de la soberanía? (2) ¿Cuál es la legitimidad que posee para arrogarse tal derecho?
La
respuesta de Suárez está en línea con el pensamiento escolástico español (Vitoria,
Azpilcueta, Mariana, etc.). Todo poder viene de Dios, como creador y soberano
del universo. Pero el depositario de dicho poder no es el rey, sino el pueblo.
Si la comunidad surge para el bien común, parece lógico que sea la comunidad la
depositaria del poder que necesita para cumplir tal fin.
Dado
que el depositario directo del poder, que viene de Dios, es el pueblo, el
régimen político más natural es la democracia.
No obstante, el gobierno democrático no siempre es conveniente o factible. De
hecho, Suárez considera como mejor forma de gobierno la monarquía. Ahora bien, dado que, como hemos dicho, el depositario
directo del poder es el pueblo, el rey solo podrá gobernar con el consentimiento
de la comunidad, y para cumplir con aquellos fines que están en el origen de la
propia comunidad, es decir, para establecer el bien común. Si el rey, o quien gobierne, lo hace sin ese
consentimiento, y orientando su gobierno a fines perversos, se habrá convertido
en un tirano. Y, en ese caso, es
legítima la rebelión, e incluso el tiranicidio.
&5
La
obra de Suárez tuvo una enorme influencia en el pensamiento filosófico, teológico
y jurídico europeo.
De
su obra cumbre, las Disputaciones
metafísicas, aparecieron numerosas ediciones tras su muerte, tanto en el mundo
católico como protestante, y se convirtió en una de las obras filosóficas más
determinantes en el siglo XVII. (Fue, entre otras cosas, un texto de lectura
obligada en las universidades alemanas de este siglo). Posteriormente sería
elogiada por pensadores como Leibniz,
Schopenhauer, Heidegger (quien dice de Suárez que «fue el pensador que más
poderosamente influyó en la filosofía moderna; Descartes depende enteramente de
él y usa continuamente su terminología») y Zubiri.
Su
obra jurídica también influirá, de manera reconocida o no reconocida, en numerosos
pensadores posteriores. Tales como Hugo
Grocio, al que se suele considerar uno de los fundadores del derecho internacional, aunque muchas de
sus aportaciones pueden rastrearse en la escolástica española, de Vitoria a
Suárez.
Y
su fundamentación contractualista de
la sociedad y del poder será retomada por la filosofía política de los siglos
XVII y XVIII (Hobbes, Locke, Rousseau). Así como la limitación
del poder, y el derecho de rebelión
cuando el poder se extralimita, aparecerán como la seña de identidad más
destacada del pensamiento político de Locke,
que pasa por ser el padre de la concepción liberal
del Estado.
20. Pedro de Valencia
&1
Pedro de
Valencia
nació en Zafra, actual provincia española
de Badajoz, en 1555. De niño
aprendió latín con el poeta y
humanista Antonio Márquez. Siendo adolescente su familia se trasladó a Córdoba. En esta ciudad estudia artes en el Colegio de los jesuitas.
Más tarde fue enviado a estudiar leyes
a la Universidad de Salamanca; entre
sus profesores se encontraban los humanistas Sánchez de la Brozas y Benito
Arias Montano, de quien se hará amigo y con quien estudia hebreo. Por esta época traba también amistad con Luis de Góngora.
En 1587 consigue una dispensa eclesiástica y se casa con su prima hermana Inés
de Ballesteros. A partir de 1590 ejerce como profesor en la escuela de Zafra, donde probablemente
enseña humanidades. En 1607, bajo el
reinado de Felipe III, es nombrado cronista
real. Falleció, en Madrid, en
1620.
Escribió
una obra ingente, que trata temas de contenido filosófico, religioso, económico,
social, histórico y de crítica literaria. También es autor de numerosas traducciones
del griego al latín y al castellano.
Entre
sus obras de carácter filosófico cabe destacar: (1) Académica sive de iudicio erga verum ex ipsis primis fontibus,
publicada en 1596. (2) Discurso fundado
creo que en el Epicteto de Arriano sobre los que pretenden vivir con quietud.
Entre
sus obras de temática religiosa cabe destacar: (1) Exposición del primer capítulo del Génesis. (2) Comentarios al versículo de San Lucas I, 66.
(3) De los autores de los Libros Sagrados
y del tiempo en que escribieron. (4) De
la tristeza según Dios y según el mundo. (5) Para la declaración de una gran parte de la historia apostólica en los
Actos y en la Epístola a los Gálatas. (6) Explicación de los lugares de san Pablo. (7) Sobre la paráfrasis caldaica del P. Andrés de León.
Entre
sus obras de crítica literaria cabe destacar: Carta a D. Luis de Góngora en censura de sus poesías.
Entre
sus obras de contenido económico y social cabe destacar:
(1)
Tratado acerca de los moriscos en España,
donde se manifiesta partidario de integrar a los moriscos en la comunidad
cristiana en lugar de su expulsión.
(2)
Discurso acerca de los cuentos de las brujas
y cosas tocantes a la magia, de 1610. Este escrito tiene como trasfondo el
auto de fe celebrado en Logroño, el 7 y 8 de noviembre de 1610, por el que veintinueve
personas fueron acusadas de practicar la brujería, de las cuales seis acabaron
en persona, y cinco en efigie, en la hoguera. El caso, conocido como «Las brujas
de Zugarramurdi» (por ser la mayoría de los acusados mujeres pertenecientes a esa
localidad navarra, aunque había también hombres y mujeres de otras localidades),
tuvo una extraordinaria resonancia y suscitó críticas, incluso entre algunos de
los miembros del tribunal (en especial Alonso de Salazar, que llegaría a
lamentar públicamente el desarrollo del juicio). Esto motivó que el Inquisidor
General, Bernardo de Sandoval y Rojas, pidiera informes al Tribunal de Logroño
y solicitase la opinión de ciertas personas que consideraba que podían ofrecer
claridad sobre el tema. Entre estas se encontraban el ya mencionado Alonso de
Salazar y Pedro de Valencia, que redactó un informe en el que realiza una
disección de la brujería, la magia, la astrología y elementos afines, reduciéndolos
a sus componentes racionalmente comprensibles. Así de la brujería dice que se
juzguen los hechos probados y no los sueños y fantasías; inducidos, muchas
veces, por el uso de ciertas sustancias naturales. (Este caso supuso un antes y
un después en los juicios por brujería en España; pues, frente a una opinión
ampliamente extendida, la inquisición desterró tal tipo de juicios a partir de
entonces. Mientras se extendían en el resto de Europa, especialmente en
aquellos territorios bajo dominio protestante, en los que decenas de miles de mujeres
fueron condenadas a la hoguera durante los siglos XVII y XVIII).
(3)
Discurso sobre el pergamino y las láminas
de Granada, donde trata del tema de los llamados «Libros plúmbeos del
Sacromonte». Se trataba de decidir sobre la autenticidad de una serie de
planchas con grabados, formando unos veintiún libros, supuestamente encontradas
en el barrio granadino de Sacromonte (que entonces se llamaba Monte
Valparaíso), en las que se mostraba una aproximación entre la doctrina cristiana
y la islámica, y que pretendían remontarse a los orígenes del cristianismo.
(4)
Discurso contra la ociosidad.
(5)
Discurso sobre el acrecentamiento de la
labor de la tierra.
(6)
Discurso sobre el precio del trigo.
Entre
sus obras de contenido histórico cabe destacar: (1) Relación de Nueva Granada. (2) Relación
del Virreinato de Perú. (3) Relación
de México.
&2
(A desarrollar)
21. Baltasar
Gracián
&1
Nació
en Belmonte de Gracián (denominado
así en su honor), en la comarca de Calatayud,
perteneciente a la actual provincia española de Zaragoza, en 1601.
En
1604 su familia se desplazó a Ateca por
razones de trabajo (su padre había sido contratado como médico por el concejo
de dicho pueblo). Parece ser que en torno a 1617 residió un tiempo en Toledo, donde fue acogido por un tío suyo,
capellán del convento de San Juan de los
Reyes. Allí estudió lógica y
perfeccionó su latín. En 1619 ingresa
en la Compañía de Jesús. Dos años
más tarde, de nuevo en Calatayud,
realizó estudios de filosofía.
Posteriormente estudia teología en
la Universidad de Zaragoza.
En
1627 es ordenado sacerdote. En los años siguientes imparte clases de humanidades (en Calatayud), teología moral
(en Valencia y Lérida), y filosofía (en
Gandía). En 1936 se traslada a Huesca donde ejerce como predicador y confesor, y donde traba relación con una serie de personajes del
mundo intelectual aragonés que tendrán una notable influencia en su vida (tales
como el erudito Vicencio Juan de Lastanosa, el historiador Juan Francisco
Andrés de Uztarroz y el poeta Manuel de Salinas).
En
1639 es nombrado confesor del duque de
Nochera, virrey de Aragón, y se traslada a Zaragoza. Acompañando al duque viaja por dos veces a Madrid donde traba amistad con el poeta
Hurtado de Mendoza.
Entre 1642 y 1644 ejerció como vicerrector
del Colegio de Tarragona. De ahí pasó
a Valencia para recuperarse de una
enfermedad, y de nuevo a Huesca,
donde impartió clases de teología moral.
En 1650 es enviado a Zaragoza donde
ocupa la cátedra de maestro de escritura.
Caído en desgracia ante la Compañía de Jesús por la expresión poco ortodoxa de
sus opiniones doctrinales, se le retira la cátedra y se le impone una pena de
ayuno a pan y agua. En 1658 es enviado a Graus
(en el pirineo oscense), y poco después a Tarazona,
en Zaragoza, donde fallece al poco
tiempo (en ese mismo año de 1658).
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) El héroe,
de 1637. (2) El político, de 1640.
(3) El discreto, de 1646. (4) Oráculo manual y arte de la prudencia,
de 1947. (5) Arte de ingenio, tratado de
la agudeza, de 1642. En 1648 dio a conocer una segunda versión de esta obra
con el título Agudeza y arte de ingenio.
Se trata de un tratado de estética. (6) El
criticón, compuesta por tres volúmenes que aparecen sucesivamente en 1651,
1653 y 1657. Se trata de una novela alegórica de carácter filosófico, considerada
por muchos como una de las obras maestras en este campo y que representa,
además, la cumbre del conceptismo barroco español.
&2
Su
visión pesimista y perspectivista de la realidad se deja sentir en la obra de pensadores
como Schopenhauer y Nietzsche. Puede ser considerado también un precursor del
existencialismo. A él se deben los primeros estudios del sentido del gusto.
(A desarrollar).
22. Miguel de Molinos
&1
Nació en Muniesa, Teruel, en 1628. A los 18 años
se traslada a Valencia. Obtiene el doctorado
de teología en el Colegio de San
Pablo, donde también se ordenaría sacerdote. En 1665 se marcha a Roma, con el encargo de postular la canonización
de Francisco Jerónimo Simón. Allí ganó fama como predicador, lo que le llevó a
granjearse el aprecio de relevantes personalidades como el papa Inocencio XI, y
la reina Cristina de Suecia con la que mantuvo un intercambio epistolar.
Atacado por los jesuitas tras el éxito de su Guía espiritual, es acusado ante la Inquisición y, finalmente, condenado.
Tras pasar nueve años en una mazmorra se le traslada a un monasterio de Roma, donde muere poco después, en
1696.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) Guía
espiritual, de 1675. Al poco de publicarse fue traducida al latín, italiano,
francés, alemán, inglés, holandés, ejerciendo una enorme influencia sobre el
misticismo cristiano. (2) Defensa de la
contemplación, escrita en 1679, cuando ya había sido acusado ante la
Inquisición. No fue publicada.
&2
En
la Guía espiritual desarrolla una
defensa del «quietismo» como vía
para acceder a Dios. (A
desarrollar).
22. La espada y
el compás:
técnica y
ciencia en la Monarquía Hispánica
22.1. El carácter
institucional de la ciencia hispánica
La
creación y mantenimiento de los enormes imperios desarrollados por los reinos
hispánicos (Portugal, Castilla y Aragón, fusionados en algún momento bajo la
Monarquía Hispánica) no podría haberse llevado a cabo, obviamente, sin un
desarrollo tecnológico y científico acorde a tamañas empresas.
Por
eso, una característica destacada de la ciencia hispánica de los siglos XVI y
XVII es su dimensión institucional.
La ciencia fue potenciada desde la corona en la medida en que resultaba útil, y aun necesaria, para la conquista
efectiva y la administración de los territorios sometidos al poder imperial. Y
en ese sentido las ciencias tuvieron el carácter preeminente de ciencias aplicadas.
Entre
estas ciencias aplicadas fueron especialmente importantes las ciencias y
técnicas jurídicas, matemáticas, económicas, arquitectónicas,
cartográficas, mineralógicas, la historia
natural, la etnografía, e
incluso las técnicas y ciencias médicas
y pedagógicas. Pero destacó, en
especial, y por las razones que veremos, la ciencia cosmográfica.
Hay
que señalar, no obstante, que el concepto de ciencia que se maneja en los reinos hispánicos del siglo XVI no es
todavía el que surgirá tras la Revolución Científica, pero se mueve en este
ámbito en que lo antiguo empieza a ser cuestionado y lo nuevo aun no se ha
desarrollado en su plenitud. De entrada, no hay una diferenciación clara entre ciencia y filosofía. Tampoco se han consolidado las ciencias positivas que hoy forman parte de nuestra configuración
del mundo. Así, en esta época y espacio, no se habla de químicos, sino de
alquimistas y ensayadores, ni de historiadores, sino de cronistas, no se habla
de física, mecánica, dinámica, sino de filosofía natural, cosmografía, etc., ni
de etnografía o antropología cultural, sino de historia moral. (Por ello
tampoco se puede establecer una delimitación clara entre las ciencias
entendidas al modo moderno: la historia natural es, a veces, biología y otras,
etnografía; la cosmografía es astronomía, pero también historia, etc.).
22.2. Medir la
tierra, medir los cielos: la cosmografía
&1
La
cosmografía se desarrolló como disciplina
científica independiente en el Renacimiento. Su objetivo principal era explicar
la esfera terrestre, para lo cual
situaba esta esfera en una cuadrícula
matemática (de ahí que esta ciencia aparezca conectada, desde su origen, a
los procedimientos matemáticos).
La
cosmografía adquirió una enorme importancia en los reinos hispánicos a consecuencia del descubrimiento y conquista de
América y el reparto del mundo entre España y Portugal.
Pues era la ciencia cosmográfica la que podía situar los nuevos territorios en
un mapa, proporcionar los métodos y técnicas para conocer su orografía, señalar
distancias, diseñar rutas, y medir, en última instancia, el orbe (entre otras
cosas para determinar qué tierras pertenecían a España y cuáles a Portugal después
de que, tras la bula Inter caetera de
Alejandro VI y el Tratado de Tordesillas, se repartiese el mundo entre ambos reinos).
Pero
era necesario también conocer a los pobladores del Nuevo Mundo, la extensión de
sus territorios, sus costumbres, sus conocimientos (en especial botánicos,
agrícolas y farmacológicos), las riquezas que este nuevo mundo contenía, el tipo
de cultivos, la vegetación, la fauna, etc. Por eso la cosmografía hispánica desbordará
aquel campo inicial (que, por otro lado, nunca fue fijado con precisión), y
acabará integrando saberes y funciones que son propios de lo que hoy
denominaríamos astronomía, geografía, cartografía, historia
natural, farmacología, etnografía e historia.
Hacia
finales del siglo XVI, la cosmografía hispánica comenzará un proceso de
desintegración, que, en un primer momento, le lleva a escindirse en dos
disciplinas: por un lado, la parte más fácilmente sujeta a matematización (la cartografía, el arte de la navegación, la
geodesia, etc.). Este campo quedará en manos de los cosmógrafos. La parte menos matematizable, más descriptiva (la geografía, la historia natural, la etnografía, etc.),
se configurará como un campo distinto, que queda en manos de los cronistas. En un segundo momento, estas
disciplinas se disolverán en la moderna mecánica, física, botánica, historia,
antropología cultural, etc.
&2
Para llevar a cabo su labor, los cosmógrafos
echarán mano de las concepciones del mundo de que disponían: aquellas
elaboradas por los pensadores antiguos y medievales. Echarán mano, especialmente,
de la filosofía natural de Aristóteles, de la geometría de Euclides y Regiomontano, de la historia natural de Plinio, de la astronomía y geografía
de Ptolomeo, de la geografía de Estrabón, de la corografía
de Pomponio Mela, del tratado de la esfera de Sacrobosco, etc.
Especialmente
importante fue el «redescubrimiento» de la Geografía
de Ptolomeo. Esta obra había
permanecido ignorada durante la Edad Media. En 1406 fue traducida al latín por
Jacopo d´Angelo, y en 1475 se publicará una edición impresa de esa traducción.
A partir de entonces su influencia en el pensamiento humanista será considerable,
y se convertirá en modelo de desarrollo para la nueva ciencia cosmográfica.
Otra
obra determinante para el desarrollo de la cosmografía es el Tratado de la esfera, de Johannes de Sacrobosco, que fue escrito
a principios del siglo XIII para ser usado como libro de texto en la Universidad
de París. En él se recoge lo esencial de la cosmología tolemaica expuesta en el
Almagesto y los principios básicos de
la filosofía natural de Aristóteles, así como otros elementos de filosofía
natural de filósofos antiguos y medievales, y expone todo este conocimiento de
un modo sencillo y ordenado. Así, por ejemplo, explica cómo las líneas celestes
se proyectan sobre la esfera terrestre.
No
obstante, el carácter práctico que
tuvo esta disciplina en el mundo hispánico, orientada al desarrollo de sistemas
seguros de navegación y al conocimiento y control de los territorios
descubiertos y conquistados, obligó a los cosmógrafos a confrontar los textos
antiguos con los «hechos» con los
que se iban encontrando; confrontación que les hizo tomar conciencia de las limitaciones
del saber antiguo. (Aprovechamos para señalar que el concepto de «hecho» -«fecho»
en el castellano de la época-, tiene un origen jurídico, y pasa, en este momento,
a las ciencias naturales).
Por
otro lado, la necesidad de medir, establecer rutas seguras, orientarse sobre un
plano y sobre el mar con precisión, etc., convirtieron a las matemáticas aplicadas en un instrumento
imprescindible para la cosmografía.
El
trabajo de los cosmógrafos se resumía finalmente (se objetivaba, por emplear la
expresión marxista) en tres tipos de productos: mapas (acompañados de descripciones), regimientos (esto es, manuales)
de navegación e instrumentos de
medición.
La
confrontación del saber antiguo con los nuevos
hechos que no siempre se consiguen explicar desde ese saber y la matematización ayudarán a preparar el terreno
para la Revolución Científica del siglo
XVII.
&3
Podemos
señalar como centros destacados de producción cosmográfica la Universidad de Salamanca, la Casa
da Índia, de Lisboa, la Casa de
la Contratación de Sevilla, el Consejo
de Indias y la Academia de
Matemáticas.
La
Casa
da Índia, y la Casa de la Contratación
fueron creadas en 1503, con el objetivo de controlar el comercio con los
territorios de ultramar de los imperios portugués, en el primer caso, y
español, en el segundo. Pero acabaron funcionando como auténticas instituciones científicas, las primeras
instituciones científicas creadas en Europa.
Entre
los cosmógrafos españoles de los siglos XVI y XVII cabe mencionar a Juan de la Cosa, Francisco Nuñez de la Yerba, Antonio
de Nebrija, Pedro de Medina, Alonso de Santa Cruz, Martín Cortés de Albacar, Jerónimo Muñoz, Juan de Herrera, Rodrigo
Zamorano, Juan Huarte de San Juan,
Juan López de Velasco y Andrés García de Céspedes.
&4
Antonio Martínez
de Cala y Xarana,
más conocido como Elio Antonio de Nebrija nació en Nebrija (actualmente Lebrija, en la provincia de Sevilla),
en 1441. Estudió en la Universidad de
Salamanca. Con diecinueve años se fue a Italia e ingresó en el Colegio
de San Clemente, de Bolonia. De
vuelta a España trabajó con Alonso Fonseca, el arzobispo de Sevilla. En 1473
fue nombrado maestro de gramática y retórica en la Universidad de Salamanca. Murió, en Alcalá de Henares, en 1522.
Antonio
de Nebrija es conocido sobre todo por ser el autor de la primera gramática de la lengua castellana y de
otras numerosas obras de contenido filológico-gramatical. Pero aquí nos
interesan, sobre todo, sus trabajos cosmográficos, entre los que cabe señalar:
(1) In cosmographiae libros
introductorium, cuya publicación se produjo entre 1498 y 1503. Puede ser
considerada (junto con la Cosmographia dans
manuctionem in Tabulas Ptolomei, de Laurentius Corvinus) como uno de los primeros
tratados cosmográficos. (2) Tabla de la diversidad
de los días y las horas, publicada en 1512.
A
Nebrija se debe la introducción en España de la geografía ptolemaica, que conoció durante su estancia en Bolonia, y
que recrea en In cosmographiae... aunque
introduciendo en ella algunas críticas y correcciones. (Críticas y correcciones
que vienen posibilitadas por los conocimientos geográficos que habían aportado las
exploraciones y descubrimientos de portugueses y españoles). Otras
características de esta obra son su obsesión por la precisión terminológica (de hecho la finaliza con un vocabulario
cosmográfico), el intento de encontrar unidades
de medida de longitud igualmente precisas y compartibles, y que en ella se
habla en un tratado de este género por primera vez, de las tierras continentales descubiertas por Colón (para
entonces Colón había explorado las cosas de Cuba creyendo encontrarse ante un
continente).
Cabe
señalar, además, que, en el círculo de geógrafos y cosmógrafos de la Universidad
de Salamanca contemporáneos de Nebrija, se plantearon las primeras sospechas de
que las tierras a las que había llegado Colón no eran las Indias sino un Nuevo
Mundo. (Adelantándose, en esto, a Amerigo Vespucci - Américo Vespucio en su
denominación castellana- que pasa por ser el introductor de esta idea).
&5
Martín Fernández
del Enciso
nació en torno al 1469, probablemente en Sevilla.
Se conoce poco de su juventud, quizá estudió leyes. Viajó al Nuevo Mundo en
tres ocasiones, participando en varias expediciones de exploración y conquista
y en la fundación de la ciudad de Santa
María la Antigua del Darién (junto con Núñez de Balboa). Participó,
también, en las polémicas en torno a la situación jurídica de los «indios» (colaboró
en el desarrollo definitivo del conocido como Requerimiento, una especie
de documento jurídico por el que se instaba a los indios a aceptar la religión
cristiana y a someterse al rey de España). Se desconoce la fecha de su regreso definitivo
a la península. Falleció en torno a 1530, probablemente en Sevilla.
Escribió
una obra titulada Suma de geographia que
trata de todas las partidas y provincias del mundo, en especial de las Indias,
y trata largamente del arte de marear, juntamente con la esphera en romance,
con el regimiento del Sol y del norte, publicada en 1519. Se trata del
primer tratado de navegación escrito
en España y servirá de modelo a otros posteriores, inaugurando un género
literario en el que los cosmógrafos españoles llegarían a ser auténticos maestros.
La
Suma de De Geographia está escrita en
castellano. Combina técnicas náuticas con ciertos desarrollos cosmográficos -para lo que toma
como referencia el Tratado de la Esfera,
de Sacrobosco-, ciertos principios de
filosofía natural provenientes del aristotelismo y descripciones geográficas que siguen el ejemplo de Pomponio Mela. Divide
las tierras en dos hemisferios (y no
en tres continentes como era habitual hasta entonces). Y aunque para describir
el hemisferio oriental (que incluye a Europa, Asia y África) echa mano de los
tratados clásicos, para describir el occidental (donde sitúa el Nuevo Mundo)
recurre a información de primera mano.
&6
Pedro de Medina nació en torno
a 1494, probablemente en Sevilla o
en Medina Sidonia. En 1520 fue
nombrado tutor del conde de Niebla,
heredero de la casa ducal de Medina Sidonia. A partir de 1539 trabajó como examinador de los pilotos que hacían la
ruta de las Indias, vinculado a la Casa de la Contratación de Sevilla. Ejerció
como asesor real en las juntas
convocadas por el Consejo de Castilla en 1554 y 1556 para determinar la
posición de la especiería y las Filipinas con vistas a establecer el reparto
definitivo de estos territorios asiáticos entre España y Portugal. Murió, en Sevilla, en 1567.
Entre
sus numerosos escritos podemos mencionar: (1) Libro de Cosmographia (de 1538). (2) Coloquio de cosmographia fecho entre el magnánimo señor comendador
Pedro de Benavente e Pedro de Medina, maestro de navegación, cosmógrapho de su
Majestad (de 1543). (3) Arte de
navegar, en el que se contienen todas las reglas, declaraciones, secretos y avisos
que a la buena navegación son necesarios y debían saberse (de 1545). (4) Libro de las grandezas y cosas memorables de España (de 1548). (5) Chrónica de España por mandato de la reina
doña Isabel (de 1548). (6) Suma de
Cosmographia (de 1550). (7) Regimiento
de navegación, en que se contienen las reglas, declaraciones y avisos del libro
del Arte de Navegar (de 1552). Se trata de una reelaboración simplificada
de su Arte de Navegar. (8) Libro de la Verdad (de 1555). (9) Tabla y carta geográfica de España (de
1560). (10) Suma de Cosmographia.
Contiene muchas demostraciones, reglas y avisos de astrología, filosophia y navegación
(de 1561). (11) Crónica de los muy excelentes
señores duques de Medina Sidonia (de 1561). (12) Nuevo regimiento de la altura del Sol (de 1561).
Las
obras escritas por Pedro de Medina pueden agruparse en tres tipos en función de
la temática tratada: de temática religiosa
(el Libro de la Verdad, de escaso interés),
de temática cosmográfico-náutica y crónicas.
Sus
crónicas se atienen a los criterios
habituales en este género literario: descripción de lugares y sucesos, con atención
al orden temporal y especial incidencia en los hechos excepcionales, etc. Hay,
no obstante, como en otros cronistas-historiadores de ese momento, preocupación
por encontrar procedimientos fiables para obtener información.
Su
cosmografía es deudora de la
concepción tradicional geocéntrica y geoestática del cosmos, pero inserta en
esta concepción la nueva información proporcionada por los descubrimientos
realizados por portugueses y españoles. Su Arte
de navegar es, junto con el Breve
compendio de la Sphera y de la Arte de navegar, de Martín Cortés, el tratado
de navegación más divulgado en la Europa del siglo XVI. Ambos tratados constituyeron
la fuente principal de aprendizaje náutico-cosmográfico para pilotos españoles,
franceses e ingleses durante ese siglo y parte del siguiente.
En
el proemio del Arte de navegar comienza
diciendo que el arte de la navegación
es más excelente que otras porque incluye la aritmética, la geometría
y la astrología, y continúa «...
basta a dezir una sutileza tan grande que un hombre con un compás y unas rayas
sobre una carta sepa rodear el mundo». Aparece aquí, una vez más, la referencia
a la importancia de la geometría
para describir el mundo y dirigir la práctica, hasta el punto de que ha
posibilitado (en clara referencia al viaje de Magallanes-Elcano) «rodear el
mundo».
&7
Alonso de Santa Cruz nació en Sevilla, en torno al 1505. En 1526 participó
en una expedición dirigida por el marino de origen veneciano Sebastián Caboto, al servicio de Carlos
I, cuyo objetivo era alcanzar las Islas
de las Especias y volver circunnavegando el globo. Pero Caboto sustituyó este
objetivo inicial por la exploración de
la desembocadura del río de la Plata, alentado por las supuestas riquezas
de esta zona. Santa Cruz aprovechó este viaje, que durará cinco años, para
reunir una ingente cantidad de información geográfica
y de historia natural. A partir de
1536 trabajó como cosmógrafo para la
Casa de la Contratación, cargo que compaginó
con el de contino del rey, lo que le
mantuvo en contacto directo con Carlos I. En 1545 viajó a Lisboa, donde trabó relación con cosmógrafos y navegantes
portugueses que dominaban la ruta a la India bordeando las cosas africanas. De
regreso a Sevilla, dedicó unos años
intensos a su actividad cosmográfica. En 1544 se traslada a la corte como asesor personal del emperador, cargo que compatibiliza con el de cosmógrafo mayor de la Casa de la Contratación
de Sevilla. También, a instancias del rey, ejerció como asesor del Consejo de Indias
en varias ocasiones. Murió, en Madrid,
en 1567.
Es
autor de un mapa de mundo y de varios
artilugios para fijar la longitud.
Entre
sus escritos cabe destacar: (1) Islario
general de todas las islas del mundo, que incorpora numerosos mapas. Fue redactado
en 1542 pero no publicado (por tratarse de material sensible que podía ser
utilizado por los rivales de España). Pretendía formar parte de una obra más
general, una Geografía y una Historia Universal,
que emularía la obra de Ptolomeo. Pero esta pretensión quedó inconclusa, tal
vez porque las exploraciones y descubrimientos de una época tan agitada modificaban
continuamente la información de que disponía y le impidieron alcanzar una
exposición definitiva. (2) Astronómico
Real (o Imperial), escrito en
torno a 1543. (3) Libro de las longitudes
y manera que hasta agora se ha tenido en el arte de navegar, escrito en 1555.
En
el Islario describe las islas, ya conocidas de antiguo, del
Mediterráneo y la costa atlántica europea apelando a fuentes clásicas que no cuestiona (anteponiendo, en este caso, la
erudición a la experiencia). Sin embargo, cuando describe las islas del Nuevo
Mundo, Asia y África, incluso las ya conocidas de antiguo, echa mano de su propia experiencia y de fuentes de primera mano, que contrasta
y valora (cuestionando, si viene al caso, las descripciones de los grandes
geógrafos de la antigüedad como Plinio o Ptolomeo).
También
expuso una serie de directrices, que
pretendía que fuesen asumidas por el Consejo de Indias, con el objetivo de recabar
información sobre el Nuevo Mundo de una forma ordenada y metódica. Estas
directrices (conservadas en un documento titulado Parecer sobre descubrimientos en las Indias), consta de diecisiete
puntos en los que se indica el tipo
de información que se debe recoger, cómo
se debe recoger y quién debe
recogerla.
&8
Después
de fallecido Santa Cruz, el Consejo de Indias asumirá su propuesta para recabar
información sobre el Nuevo Mundo y elige a Juan
de Ovando y Godoy para ponerla en marcha. Ovando había nacido en Cáceres, en torno a 1530. Estudió leyes
en la Universidad de Salamanca. Poco
después de su subida al trono, Felipe II le nombra visitador de la Universidad de Alcalá, y, en 1567, del Consejo de
Castilla. Como tal redactará las Ordenanzas
del Consejo de Indias, aprobadas en 1571, en las que se da cuenta de la
necesidad de información para que el Consejo pueda realizar su labor con
eficacia, y se establece el cargo de cosmógrafo-cronista,
que sería el encargado de recopilar esa información. También redactó unas Instrucciones para hacer las descripciones
en las que se establecían quiénes eran los responsables de obtener información,
sobre qué debería obtenerse información (a saber, sobre cosmografía,
hidrografía, geografía, historia natural e historia moral) y los procedimientos
para confeccionar los informes. Ovando falleció, en Cáceres, en 1575.
Dado
que estas Ordenanzas e Instrucciones apelaban al conocimiento directo de la realidad a
describir, implicando a las instituciones,
buscando información con fines prácticos,
se puede decir (siguiendo las palabras de María Portuondo en Ciencia secreta), que se produce aquí la
ruptura definitiva con la cosmografía humanista (centrada en la erudición
libresca que bebe de los clásicos y orientada a satisfacer el deseo de
conocimiento).
&9
La
tarea de poner en marcha las ordenanzas e instrucciones diseñadas por Ovando
recayó en Juan López de Velasco.
Velasco había nacido en Vinuesa (en
la actual provincia de Soria), en torno a 1530. De su juventud apenas se conoce
nada. A partir de 1569 trabaja como asistente de Ovando. A propuesta de este es
nombrado cosmógrafo-cronista mayor
del Consejo de Indias; cargo que ejerció hasta 1588 en que es nombrado secretario del Consejo de Hacienda. (A
partir de entonces, además de cumplir con su función como secretario de este consejo
participará, junto con otros humanistas, en la recopilación de manuscritos y
objetos científicos para la biblioteca del El Escorial, y en la recuperación y
edición de las obras de San Isidoro de Sevilla). Fallece, en Vinuesa, en 1598.
Su
trabajo como cosmógrafo-cronista se plasmará en la planificación y recogida de
una ingente cantidad de información, a partir de la cual escribe dos obras: Geografía y descripción universal de las Indias,
redactada en 1574, y Sumario o Demarcación y división de las Indias,
redactada en torno a 1580. Tanto la información recogida como las obras escritas
no pudieron ser dadas a conocer por la prohibición de Felipe II de divulgar todo
dato que pudiera ser aprovechado por los rivales del imperio.
Lo
característico de sus escritos es su carácter frío «científico», en los que se
atiene a la información de primera mano, y se ahorran las especulaciones y
narraciones fantásticas y mitológicas en las que se envolvía, con frecuencia, la
cosmografía clásica. A modo de ejemplo, comienza la Geografía con el intento de explicar los orígenes de los indios. Pero
descartando ideas de procedencia bíblica o de la mitología griega propone, como
más probable, que llegasen a América procedentes de Asia por alguna conexión
terrestre. La Geografía iba
acompañada, además, de una colección de mapas que se han perdido. Se conservan
los que acompañaban al Sumario (algunos
quizás procedentes de la Geografía).
Posteriormente
a la redacción de estas obras siguió recibiendo una ingente cantidad de información
desde América, pero se limita a conservarla y a ponerla a disposición del
Consejo de Indias, sin pretender elaborar una nueva obra cosmográfica con ella.
Entre
la información recibida cabe mencionar la relacionada con el uso de los
eclipses para fijar coordenadas de longitud. Ovando había establecido en sus
ordenanzas que se usasen los eclipses
lunares para fijar tales coordenadas. La idea había sido sugerida ya por
Ptolomeo. La propuesta es, en principio sencilla. Cada hora de diferencia entre
dos puntos geográficos equivale a 15º (dado que 360: 24 = 15). Anotando la hora
en que se produce un eclipse de Luna en, por ejemplo, Lima y la hora en la que
se produce el mismo eclipse en, por ejemplo, Toledo, podemos calcular, con
bastante precisión, la distancia que media entre ambas ciudades.
Aprovechando
la sucesión de eclipses lunares previstos para 1577, 1578, 1581, 1582, 1584 y
1588, López de Velasco envió instrucciones a diversas administraciones del
imperio, que incluían cuestionarios para
recoger información y un instrumento diseñado por él mismo -que denomina instrumento de Indias-, para hacer mediciones.
La información -procedente de lugares como Filipinas, Lima, Quito, Arequipa, Panamá,
Puerto Rico, México, etc.-, estuvo llegando hasta 1588, y supuso un proyecto de
medición de distancias terrestres sin precedentes.
&10
Martín Cortés de
Albacar
nació en Bujaraloz (situado en la
actual provincia de Zaragoza, en España), en 1510. En 1530 se trasladó a Cádiz e ingresó en la escuela de pilotos, donde aprendió el
arte de navegar y donde acabó ejerciendo como maestro. Falleció, en esa ciudad,
en 1582.
Su
obra principal es el Breve compendio de
la Sphera y de la Arte de navegar, que está considerada como el primer
tratado científico de navegación (fue publicado con posterioridad al de Pedro
de Medina, pero escrito antes). Traducida a varias lenguas europeas, sería uno
de los tratados de navegación más divulgados de siglo XVI, especialmente en
Inglaterra.
En
esta obra Martín Cortés da cuenta del descubrimiento de la declinación magnética de la Tierra, señalando que los meridianos
magnéticos no coinciden con los geográficos, de modo que el polo norte
magnético (que sitúa en Groenlandia) no coincidiría con el polo norte geográfico.
También
se le atribuye el invento y desarrollo de la carta esférica, esto es, de mapas terrestres de proyección
cilíndrica (aunque otros atribuyen tal desarrollo al holandés Gerardo Kremer,
más conocido como Mercator).
&11
Jerónimo Muñoz nació en Valencia, en torno a 1515. Entre 1563 y
1578 impartió clases de hebreo y astronomía en el Estudi General de Valencia
(la Universidad de Valencia). En 1578 obtuvo la cátedra de matemáticas en la Universidad
de Salamanca. Falleció, probablemente en Valladolid, en 1592.
Entre
sus obras cabe señalar: (1) Astrologicarum
et Geographicarum institutionum libri sex. (2) Libro del nuevo Cometa, publicado en 1573. (3) Suma del Prognóstico del Cometa y de la Ecclipse de la luna, publicado
en 1579.
En
el Astrologicarum trata numerosos
temas cosmográficos, ente los que podemos señalar: (1) La determinación de las coordenadas geográficas mediante el
cálculo de la latitud y longitud. (2) La construcción de globos terráqueos y celestes. (3) El
comentario del libro de Juan de Rojas en el que este describe el modo de
construir y usar un astrolabio universal.
(4) Como describir lugares mediante el denominado método de la triangulación. Sucede que este método es útil para
provincias de tamaño pequeño, pero no para grandes territorios, de donde surge
el problema de cómo representar una superficie esférica, la superficie terrestre,
sobre un plano. Muñoz analiza varias propuestas, pero sigue ateniéndose a los
modelos de representación propuestos por Ptolomeo.
En
el Libro del nuevo cometa da cuenta
de las observaciones realizadas en torno a la supernova aparecida en 1572. Sus cálculos le llevan a postular que
dicho cuerpo se movía en una órbita superior a la de la Luna, lo cual
contradecía varias tesis aristotélicas sobre la composición del mundo
supralunar, tales como la existencia de esferas físicas, compuestas de éter, en
las que se insertarían los cuerpos celestes y la incorruptibilidad de tales
esferas y cuerpos, sujetos solo al movimiento circular y eterno.
En
sus clases de Salamanca se discutía el sistema
copernicano (en el siglo XVI la Universidad de Salamanca era la única Universidad
europea que incluía el De revolutionibus,
de Copérnico, en su currículo). Pero parece que Muñoz solo lo consideraba
válido como sistema de cálculo.
&12
Juan de Herrera nació en Roiz (situada en la actual comunidad
autónoma de Cantabria, en España), en
1530. A partir de 1547 acompaña al príncipe Felipe como miembro de su séquito
en sus viajes por Flandes, Alemania e Italia. De regreso a España se enrola en el ejército y participa en
las campañas de Piamonte y Flandes. En Flandes es incorporado a la
guardia personal de Carlos I. Tras el fallecimiento del emperador se pone de
nuevo al servicio de Felipe II, ahora ya rey, convirtiéndose en uno de sus
principales asesores en cuestiones de ciencia y artes. Muere, en Madrid, en 1597.
Juan
de Herrera es conocido sobre todo por sus obras arquitectónicas (colabora en el diseño del monasterio de El
Escorial, el Palacio Real de Aranjuez, diseña la catedral de Valladolid, la
antigua Casa Lonja de Sevilla, etc., en las que despliega un estilo personal conocido
como estilo herreriano), pero aquí
nos interesa su labor como cosmógrafo
y matemático.
Como
cosmógrafo, Herrera concibe el proyecto de medir
la extensión del imperio español y determinar, de un modo preciso, sus límites y fronteras. Para ello, y con la aprobación de Felipe II y el Consejo
de Castilla, envía un joven matemático y astrónomo llamado Jaime Juan, a recorrer de oeste a este (es decir, desde España
hasta Filipinas) los territorios de dicho imperio, con las instrucciones y los
instrumentos de observación diseñados por el propio Herrera. Desgraciadamente
Jaime Juan falleció en Filipinas sin poder completar ese proyecto, y
desconocemos en qué consistían los instrumentos diseñados por Herrera para sus
mediciones. (La epistemóloga estadounidense María Portuondo, en Ciencia secreta, califica las tareas
diseñadas por Herrera para Jaime Juan como
experimentos cosmográficos).
Recordemos
que, en ese momento, López de Velasco, cosmógrafo-cronista mayor del Consejo de
Indias, dirigía otro proyecto de recogida de información a partir de cuestionarios enviados a las
administraciones del reino y del empleo de los
eclipses de Luna para hacer mediciones. Pero parece que Herrera discrepaba
de los procedimientos de Velasco por no practicar este una «cosmografía matemática».
Precisamente
la importancia que daba Herrera a las matemáticas para el desarrollo de las
ciencias y las técnicas le lleva a sugerir a Felipe II la necesidad de crear
una institución dedicada a la enseñanza de tal disciplina. El caso es que, en
1582, se pone en marcha la Academia de
Matemáticas, organizada por Herrera a instancias de Felipe II. Las
matemáticas ahí impartidas (ahí «leídas») tenían una finalidad práctica: la
aplicación a las ciencias y técnicas vinculadas a la navegación, la construcción
y la gestión y control de los territorios. Es decir, estaban básicamente al
servicio de la cosmografía
(cartografía, navegación), la guerra
(ingeniería militar, artillería), y la arquitectura.
En
la decisión de crear la Academia de Matemáticas pudo pesar, también, la influencia
en la Corte de Felipe II del lulismo,
movimiento filosófico-teológico que tiene su origen en la obra del filósofo
mallorquín del siglo XIII Raimundo Lulio y que preconizaba una unión de los
saberes tras reducirlos a unos principios formales. Esos principios formales
vendrían representados, ahora, por las matemáticas, y con un objetivo distinto al
fijado por Lulio, pues ya no se trata de alcanzar un conocimiento de tipo místico-teológico,
en defensa del cristianismo, sino conseguir fines prácticos. En su escrito Institución de la Academia Real Mathemática,
Herrera sostiene que las matemáticas constituyen la puerta de entrada de todas
las ciencias por su certeza y evidencia, así como la disciplina que
enseña el método verdadero y permite
ordenar y organizar todo el saber en uno.
A
partir de 1591 la Academia de Matemáticas pasó a depender del Consejo de Indias
y sus funciones fueron absorbidas por el Colegio Imperial.
Parece
que Herrera estuvo también detrás del proyecto científico encomendado a Francisco Hernández, con el fin de
obtener información sobre la historia natural de los virreinatos de Nueva
España y Perú.
&13
Rodrigo Zamorano, nació en Medina de Rioseco (en la actual
provincia de Valladolid), en 1542. Conocemos pocos datos de su juventud. Parece
ser que estudió en la Universidad de
Valladolid, y quizá también en la de Salamanca.
Estuvo al servicio de Pedro Fernández de Velasco, hijo del condestable de
Castilla. En 1574 se fue a vivir a Sevilla,
donde ocupó la cátedra de cosmografía y
navegación en la Casa de la Contratación. Falleció, en Sevilla, en 1620.
Entre
sus obras cabe señalar: (1) La traducción al castellano de los Elementos de Euclides con el título de Los seis primeros libros de Euclides
traducidos en lengua española; publicada en 1576. (2) Compendio de la arte de navegar, publicada en 1581. (3) Chronología y repertorio de la razón de los
tiempos, publicada en 1585. También elaboró instrumentos de navegación (astrolabios,
ballestillas, brújulas) y cartas de navegación y mapas que se han perdido.
En
la introducción de Los seis primeros libros...
Zamorano señala, como otros cosmógrafos de la época, la importancia que la geometría tiene como fundamento de toda
otra ciencia: «... assí como de los quatro elementos se hazen y penden todas las
cossas assí de [la geometría] penden todas las artes y sciencias». Después va
desgranando la aportación de las matemáticas a las diversas disciplinas
técnicas y científicas: la arquitectura, la escultura y la pintura, la ingeniería
civil, la fortificación, la artillería y finaliza con la astronomía, la cosmografía
y la óptica.
La
Chronología es un tratado de astrología
y filosofía natural, centrado en la naturaleza y medida del tiempo. En el capítulo 32 del libro
cuarto analiza, de modo similar a Jerónimo Muñoz, el problema que plantea la nova de 1572. La ausencia de paralaje
lleva a suponer que la nova se ha originado por encima de la esfera de la Luna.
Pero entonces hay que aceptar que dicho cuerpo se mueve atravesando las esferas
celestes, o en el octavo cielo, por encima de la esfera de las estrellas fijas,
cosas ambas que entran en contradicción con la concepción aristotélica y ptolemaica
del mundo celeste.
&14
Al
sustituir a López de Velasco como cosmógrafo-cronista mayor del Consejo de Indias
el cargo se dividió, quedando separadas aquellas funciones de tipo más descriptivo, de las que se encargaría
un cronista, cargo que ocupó Juan Arias de Loyola, de aquellas
funciones más susceptibles de tratamiento
matemático, de las que se ocuparía un cosmógrafo,
cargo para el que se nombró a Pedro
Ambrosio de Ondériz. Pero Ondériz falleció poco después, siendo sustituido
por Andrés García de Céspedes.
Andrés García de
Céspedes
nació en Gabanes (en la actual
provincia de Burgos), en torno a 1545. Estudió artes y teología,
probablemente en la Universidad de
Valladolid. A partir de 1577 colaboró con Juan López de Velasco,
cosmógrafo-cronista del Consejo de Indias. En 1596 es nombrado cosmógrafo mayor del Consejo de Indias.
En 1607 fue nombrado catedrático de cosmografía
y matemáticas de la Academia Real Matemática. Falleció, en Madrid, en 1611.
Escribió
un número considerable de obras de tema astronómico,
matemático y sobre la construcción y
empleo de diverso tipo de máquinas, pero
la mayoría se han perdido. Se conservan únicamente dos libros que publicó en
1606, y que son: (1) Libro de
instrumentos nuevos de Geometría, que contiene un tratado sobre hidráulica
y desarrolla una teoría sobre el movimiento de los proyectiles. (2) Regimiento de navegación e hydrografía.
Céspedes
cuestiona (coincidiendo en esto con Juan de Herrera) los métodos de López de
Velasco, por considerarlos todavía excesivamente vinculados a la fiabilidad de
las informaciones de primera mano, frente a los cuales defiende una cosmografía
matemática. (Las informaciones de primera mano solo serán aceptables si concuerdan
con aquellas que resultan de los cálculos matemáticos previos, obtenidas, por
ejemplo, de las mediciones de los eclipses lunares).
22.3. Las
matemáticas, ciencia aplicada
&1
Dado
que las matemáticas (geometría,
aritmética) fueron cultivadas por su aplicación práctica, es difícil deslindarlas
de la cosmográfica, la arquitectura, las artes militares o el cálculo mercantil.
Un ejemplo de esto lo tenemos en la fundación de la Academia Real Matemática,
proyectada por Juan de Herrera con el objetivo de ponerla al servicio de las necesidades
del imperio.
No
obstante, vamos a recoger, en este apartado, la labor de Pedro Sánchez Ciruelo, Juan
Martínez Guijarro, Juan de Rojas y
Sarmiento, Juan Pérez de Moya y Pedro Chacón por sus especiales
aportaciones al desarrollo de esta disciplina (aun cuando tales autores podrían
figurar también en una lista de cosmógrafos relevantes).
Pedro Sánchez
Ciruelo
nació en Daroca (la la actual
provincia española de Zaragoza), en 1470. Estudió artes en la Universidad de Salamanca,
y teología en la de París. Tras acabar sus estudios
impartió clases en la Sorbona. De
vuelta a España obtiene la cátedra de filosofía en la Universidad de San Antonio de Porta Coeli, en Sigüenza. A partir de 1509 impartió teología en la Universidad
de Alcalá (donde tuvo como alumno a Domingo de Soto) Murió, en Salamanca, en 1548.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) Tractatus
arithmeticae practice, de 1495, fue escrita durante su docencia en la Sorbona.
(2) Spherae Mundi commentarium, de
1508. (3) Cursus quattuor mathematicarum
artium liberarum, de 1516. (4)
(A desarrollar)
&2
Sobre
la vida de Juan Pérez de Moya hay poca información. Nació en Santisteban del Puerto (en la actual provincia española de Jaén),
en torno al 1512. Estudió en Alcalá
y quizá también en Salamanca,
obteniendo el título de Bachiller.
Se ordenó sacerdote. A edad muy avanzada fue nombrado canónigo de la catedral de
Granada. Falleció, en esta última ciudad, en 1596.
Pérez
de Moya es, sobre todo, un gran divulgador del conocimiento matemático. Entre sus
numerosas obras cabe mencionar: (1) Libro
de cuenta, que trata de las quatro Reglas generales de Arithmetica practica,
de 1554. (2) Libro segundo de Arithmetica,
de 1557. (3) Compendio de la regla de la
cosa o arte mayor, de 1558. Se trata de un tratado de álgebra. (4) Diálogos de aritmética practica y especulativa,
de 1562. (5) Arte de marear, de 1564.
Se trata de un tratado de navegación. (6) Tratado
de cosas de Astronomía y Cosmogaphia y Philosofia Natural, de 1573. (6) Tratado de Mathematicas, de 1573. El más
importante tratado de matemáticas del siglo XVI. (7) Manual de contadores, de 1582. (8) Principios de geometria, de que se podrán aprovechar los estudiosos de
artes liberales, y todo hombre que su officio le necessitare a tomar la regla y
compas en la mano, de 1584. (8) Philosophia
secreta, publicada en 1585. Se trata de un manual de mitología clásica.
(A desarrollar)
&3
Pedro
Chacón nació en Toledo, en 1526. En
1572 se traslada a Roma, donde
participa en la reforma del calendario juliano. Murió, en Roma, en 1581.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) Kalendarii
Romani veteris Julii Coesaris aetate marmori incisi explanatio, de 1568.
(2) Tractatus de Ponderibus et mensuris,
de . (3) De nummis libri III,
publicada póstumamente, en 1586. (4) Commentaria
de nummis tam Groecorum et Latinorum quam Hispanorum et Italorum, de
(A desarrollar)
22.4. Historia
natural y moral
&1
Al
igual que la cosmografía, la historia
natural tuvo un desarrollo importante en los territorios de la Monarquía
Hispana a raíz del descubrimiento y exploración del continente americano. Y contó
también con instituciones, desde las
que se dieron a conocer ciertos descubrimientos (con frecuencia envueltos en el
exotismo). Entre estas cabe mencionar el Jardín
Botánico de Aranjuez, el Museo de
Historia Natural de Sevilla, la Casa
de Campo, el Escorial, el Pardo, etc.
La
historia natural y la etnografía aparecen, frecuentemente, integradas en un
tipo de género literario denominado «historia
natural y moral», en el que la descripción del mundo natural se continúa
con la de las culturas humanas de la zona descrita.
Entre
las aportaciones más destacadas a la historia natural y moral (esto es, a la
historia natural y la etnografía) cabe mencionar las de Gonzalo Fernández de Oviedo, Fray
Bernardino de Sahagún, Francisco
Hernández de Toledo y José de Acosta.
&2
Gonzalo
Fernández de Oviedo
nació en Madrid, en 1478. Siendo
todavía un niño entró al servicio de Alfonso
de Aragón, Duque de Villahermosa. Posteriormente fue mozo de cámara del príncipe Juan (segundo hijo de los
reyes católicos). Tras el fallecimiento de este marchó a Italia, viviendo en Milán
(donde estuvo al servicio de Ludovico Sforza), Mantua (donde estuvo al servicio de Juan de Borja) y Nápoles (donde estuvo al servicio del
rey Fadrique). En 1502 regresa a España, y poco después ingresa, nuevamente, en
la corte de Fernando el Católico. En
1513 viajó a las Indias con la
expedición de Pedrarias Dávila. Murió,
en Valladolid, en 1557.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) Sumario de
la Natural Historia de las Indias (de 1526). Fue traducida al italiano,
inglés y latín. Esta considerada una de las obras fundacionales de la
etnografía y la antropología. (2) Historia
general y natural de las Indias (la primera parte se imprimió en 1535, no
se imprimirá completa hasta 1855).
(A desarrollar)
&3
Fray Bernardino nació en Sahagún (en la actual provincia
española de León), hacia el 1500. Estudió latín, filosofía y teología en la Universidad de Salamanca. En torno al
1525 ingresó en Orden franciscana.
En 1529 se traslada a Nueva España
(México), y se instala en Tlalmanalco.
En 1536 se funda el colegio de Santa
Cruz en Tlatelolco, el primer
centro de estudios superiores del Virreinato de la Nueva España, que estaba
destinado a los jóvenes de la nobleza nahua. Allí se traslada Fray Bernardino para
enseñar latín. A partir de 1547 se dedica, casi en exclusiva, a la elaboración
y redacción de su obra etnográfica. Falleció, en México, en 1590.
Especialista
en lengua náhuatl, escribió varias obras
en esta lengua y en castellano. Entre estas: (1) Historia general de las cosas de Nueva España, cuya redacción,
manuscrita, definitiva se terminó en 1577, pero no se publicó hasta 1829. (2) Psalmodia Christiana.
La
Historia general de las cosas de Nueva
España (conocida también como Códice Florentino) es una
impresionante obra colectiva, de carácter histórico-antropológico, expuesta en
doce volúmenes, que comenzó a gestarse poco después de la llegada de Fray
Bernardino a Tlatelolco. Allí recaba la ayuda de algunos de sus discípulos
nahuas (cuyos nombres, ya cristianizados, son: Antonio Valeriano, Martín
Jacobita, Alonso Vegerano, Andrés Leonardo y Pedro de San Buenaventura), que colaborarán como redactores y
mediadores entre los ancianos nahuas, de los que se obtiene la información (ya
que son los únicos que han tenido un conocimiento directo del mundo
prehispánico anterior a la conquista), y el propio Fray Bernardino, que diseña
el proyecto, la organización y el tipo de información que quiere obtener. Finalmente,
la información, ya organizada, aparece redactada en versión bilingüe
náhuatl-castellano.
Por
esta manera «científica» de proceder, y por la ingente cantidad de información
recogida y trasmitida, Fray Bernardino ocupa un papel importante en la historia
de la etnografía.
&4
Francisco
Hernández de Toledo nació
en torno a 1514, en Puebla de Montalbán (en
la actual provincia española de Toledo).
Estudió medicina en la Universidad de Alcalá. Ejerció como médico en Alcalá, Toledo y el monasterio de Guadalupe. En 1571
embarca para América al frente de
una expedición científica impulsada por la corona, con el objetivo de estudiar
la historia natural de aquel continente. Con él viajaba también el cosmógrafo Francisco Domínguez de Ocampo.
Sus
instrucciones eran conocer, especialmente, las plantas que tuviesen valor medicinal, para lo que se le instaba a
consultar a los especialistas en esta materia, tanto indios como españoles.
Pero su labor desborda esta propuesta inicial y lleva a cabo una obra ingente en
la que describe numerosas especies, acompañadas de dibujos. Tras su regreso a
España trató de que su trabajo apareciese publicado en latín, castellano y náhuatl,
y organizado según criterios novedosos que rompían con la taxonomía clásica y le
aproximaban a la que empleaban los nahuas. Sin embargo, no consiguió realizar este
proyecto (quizá porque resultaba demasiado caro y se impusieron criterios
utilitaristas que buscaban en su obra solo lo que tenía una utilidad
farmacológica) y de su gigantesca labor se publicó simplemente un compendio
realizado por el italiano Nardo Antonio Recchi, perdiéndose la mayoría de sus
notas y los dibujos que acompañaban sus escritos. Falleció, en Madrid, en 1587.
&5
José de Acosta nació en Medina del Campo (situada en la actual provincia
de Valladolid, en España) en 1540. Procedía de una familia de mercaderes,
probablemente judíos conversos oriundos de Portugal.
Con
doce años ingresa en la Compañía de
Jesús y comienza un periplo por varios colegios de los jesuitas de Castilla y Portugal en los que estudiará humanidades,
filosofía y teología. Antes de los diecisiete años ya había compuesto comedias y autos bíblicos. Entre 1559 y 1567 permanece en Alcalá de Henares donde estudia filosofía y teología. Es
ordenado sacerdote y enviado como profesor
de teología a los colegios que los jesuitas tenían en Ocaña y Plasencia. En
1572, después de haberlo solicitado reiteradamente, se le envía a Lima donde ejerce como predicador e imparte clase de teología en el colegio jesuita. Para ejercer mejor su labor aprende la lengua quechua, mayoritaria entre los indios
del virreinato. Entre 1573 y 1579 realizará tres viajes a los Andes, que le ponen en contacto con la
naturaleza del Nuevo Mundo y antiguas ciudades indígenas. De regreso a Lima
continúa con su cátedra de teología
y ejerce como asesor de la Inquisición.
En 1575 es nombrado rector del
colegio jesuita. Desde su posición impulsa el III Concilio limense, en el que se apuesta por la educación de los
indios y su participación en el proceso de evangelización. Para ello trabaja
para que se revoque una cédula Real 1578 que prohibía la ordenación de mestizos,
cosa que logra en 1588, e impulsa la creación del Colegio San Martín, destinado a criollos y «naturales».
Posteriormente
se le envía a Madrid, pero antes recala en México
durante un año. Allí toma contacto con las culturas
indígenas del Virreinato de Nueva España, y recaba información sobre Japón
y China. Ya en España busca el apoyo de Felipe II para los acuerdos del III Concilio limense, cosa que logra, y
con el aval del rey se traslada a Roma para solicitar dicho apoyo del papa.
De
nuevo en España es requerido por Felipe II en varias ocasiones con motivo de diversos
problemas (la evangelización de los moriscos, entre otros). Muere, en Salamanca, en el año 1600.
Es
autor de numerosos escritos de carácter religioso-doctrinal, pero sus aportaciones
a la antropología y la historia natural aparecen recogidas en dos obras: (1) De Procuranda Indorum Salute, publicada
en 1576. (2) De natura orbis libri duo,
et de promulgatione evagelii apud barbaros sive de procuranda indorum salute,
libri sex, publicada en 1589 en latín, y en 1590 en castellano con el
título Historia natural y moral de las Indias.
La
Historia... es una crónica en la que
se recoge información sobre la naturaleza y las costumbres y tradiciones de los
pobladores del Nuevo Mundo, siguiendo las propuestas establecidas en las
ordenanzas de Juan de Ovando para el capítulo de historia natural y moral. En
ella da cuenta de ciertos errores cometidos por los antiguos en sus
concepciones geográficas y astrológicas, mostrando una conciencia clara de la
superioridad del saber moderno. Así, en el capítulo 2, del Libro primero dice:
«Porque para saber que el cielo es todo redondo y que ciñe y rodea por todas
partes la tierra, y no poder dubda en ello, basta mirar desde este hemisferio
aquella parte y región del cielo que da vuelta a la tierra, la cual los
antiguos jamás vieron». Muestra a continuación lo errado de las tesis de
Lactancio, San Agustín, Aristóteles, y otros autores quienes, por diversas
razones, sostienen que no puede haber tierras habitadas en las antípodas, cosa
que el Descubrimiento de América y la vuelta al mundo de Magallanes-Elcano
desmienten en la práctica.
Avanza
luego posibles explicaciones para ciertos problemas acerca de los cuales el saber
antiguo nada puede ofrecer, tales como el origen de las poblaciones humanas y
animales del Nuevo Mundo. Descartadas ciertas explicaciones mitológicas, sostiene
(al igual que López de Velasco) que debe haber alguna zona en la que las tierras
del Viejo y Nuevo Mundo se continúen o se hallen muy próximas, por donde llegarían
a este hombres y animales.
Otro
problema que le intriga es el de por qué en el Nuevo Mundo las especies
animales son distintas a las que existen en el Viejo. Baraja varias posibles respuestas:
(1)
Que Dios hizo otra creación específica para América.
(2)
Que tras el diluvio los animales se repartieron por diversas zonas del globo quedándose
algunos en ciertas regiones de las que no salieron por encontrarse especialmente
bien en ese ámbito.
(3)
Que, tras su llegada al Nuevo Mundo, los animales podrían haber sufrido una trasformación motivada por las
distintas condiciones ambientales de este continente.
Finalmente
se queda con la segunda respuesta. (Por estas observaciones sobre la distribución
geográfica de las especies se le suele considerar el fundador de la biogeografía).
La
historia natural se continúa con una historia
moral, en la que, pasando de la naturaleza a las culturas humanas, describe
las tradiciones, costumbres y mitos de los pueblos con los que traba contacto
en América: los aborígenes del Altiplano andino, del Virreinato de Nueva España
y, también, de chinos y japoneses que conoce directamente a través de algunos miembros
de esos países instalados en Nueva España o indirectamente a través de españoles
que hacían la ruta del Pacífico. Y valora e interpreta algunas de estas costumbres
y mitos comparándolos con los propios del mundo antiguo o cristiano. Se puede
decir, así, que en la obra de Acosta, como en la de otros naturalistas y cronistas
españoles de esta época, aparecen dos de los elementos, que, según
Levy-Strauss, son necesarios para que se desarrolle la Antropología cultural como ciencia: la descripción, esto es, la etnografía, y la comparación con otras culturas. (Faltando, únicamente, el tercer
elemento, que sería el desarrollo de una teoría general de la cultura).
22.5. La
medicina
Al
igual que la cosmografía, las matemáticas y la historia natural, la medicina y, en general, lo que hoy
denominaríamos ciencias de la salud,
se desarrolló en la Monarquía Hispánica merced al impulso privado, pero, sobre
todo, institucional. Cabe señalar, a este respecto, que, en 1477, bajo el
reinado de los Reyes Católicos, se crea el Tribunal
Real Protomedicato, con el objetivo de velar por el ejercicio de la medicina
(estableciendo, entre otras cosas, los tribunales que examinarán a médicos, cirujanos,
ensalmadores, boticarios, especieros, comadronas, herboristas, etc.). Y, poco
después de iniciada la conquista del Nuevo Mundo, se pone en marcha una red de hospitales en los territorios
incorporados a la corona, y se establece, mediante la Real Cédula de 1511, que españoles
e indios debían ser acogidos en estos hospitales. También en 1511 el Col.legi d'Apotecaris de Barcelona publica
la Concordie
Apotecariorum, la segunda farmacopea
impresa en Europa. En 1551 se crea la primera cátedra de medicina en la recién fundada Universidad de México. En 1570 se establece el Protomedicato en América. Simultáneamente, se llevan a cabo, a veces
por impulso privado, otras alentados por la corona, numerosos estudios sobre la
flora americana y sus propiedades farmacológicas.
Al
margen de las universidades podemos mencionar como instituciones desde las que
emana el saber médico-sanitario la botica
de El Escorial, el hospital del Cardenal
de Sevilla, el Hospital General de
Valencia, el hospital del monasterio
de Guadalupe y el Col.legi d'Apotecaris
de Barcelona (Colegio de Boticarios de Barcelona).
La
medicina en los reinos hispánicos del siglo XVI (al igual que la medicina árabe-islámica
y del mundo cristiano-occidental en general) estuvo muy influida por la obra de
Galeno médico griego del siglo II
que ejerció sobre todo en Roma. En 1543 Andrés
Vesalio publica De humani corporis
fabrica. Galeno y Vesalio serán, a partir de entonces, las referencias
principales de los médicos hispanos.
Entre
las aportaciones españolas a la medicina y la farmacopea del siglo XVI cabe
señalar las de Bernardino Montaña de
Monserrate, Gómez Pereira, Cristóbal Méndez, Nicolás Monardes, Andrés Laguna,
Andrés Vesalio (que aun no siendo español
su vida se desarrolló en el ámbito de la Monarquía Hispánica), Alonso de Fuentes, Luis Collado, Pedro Ximeno,
Francisco Vallés, Juan Valverde de Amusco, Francisco Díaz de Alcalá y Juan Huarte de San Juan.
(1) Bernardino Montaña de Monserrate nació
en Barcelona, en torno a 1480.
Estudió medicina probablemente en Montpellier.
Fue catedrático de anatomía en la Universidad
de Valladolid, ciudad en la que vivió gran parte de su vida, y médico del
emperador Carlos I. Falleció, en Valladolid,
en el año 1558. Es autor de una obra titulada Libro de la anatomía del hombre, publicada en 1551, que es el primer
tratado de anatomía escrito en castellano.
(2)
Gómez Pereira nació Medina del Campo, en el año 1500, y murió,
en la misma ciudad, en 1558. De su obra principal, la Antoniana Margarita, ya hemos hablado en un apartado anterior, pues
desborda el ámbito de la medicina para convertirse en un auténtico tratado filosófico.
En Novae veraeque medicinae, experimentis,
et evidentibus rationibus comprobatae, publicada el año de su fallecimiento,
critica la doctrina de las fiebres de Galeno.
(3)
Cristóbal Méndez nació en Lepe, en 1500. Estudió gramática en Sevilla. En 1522 se trasladó a Salamanca
donde estudió artes y medicina. En 1528 se marcha a México, donde, en 1536, fue nombrado
máximo responsable del Tribunal del Protomedicato.
En 1546 regresó a España, ejerciendo como médico en Jaén. En 1551 se trasladó a Sevilla,
donde falleció en 1556. Escribió una obra titulada El libro del exercicio corporal y de sus provechos, que es el
primer libro escrito sobre la relación entre el ejercicio y la salud publicado
en Europa. Parece que escribió otra obra titulada Del exercicio del suspirar, que se ha perdido.
(4)
Nicolás Monardes nació en Sevilla, en torno a 1508. Estudió medicina en Alcalá de Henares y Sevilla,
donde acabó ejerciendo como médico y
donde falleció en 1588. Es autor de numerosas obras, entre las que cabe mencionar:
Historia medicinal de las cosas que se
traen de nuestras Indias Occidentales, en la que da cuenta de los estudios
que realizó con productos y medicinas traídos del Nuevo Mundo y describe numerosas
especies vegetales hasta entonces desconocidas en Europa. También es el primero
en describir la fluorescencia.
(5)
Andrés Fernández Velázquez Laguna,
conocido como Andrés Laguna, nació
en Segovia, en torno a 1510. Estudió
artes en Salamanca, y artes y medicina en París. De regreso a España impartió algún curso en Alcalá de Henares y Toledo. Posteriormente viajó por varios
países europeos, residiendo en Inglaterra,
Países Bajos, Metz, Bolonia y Venecia. De nuevo en España fue médico
de Carlos I y Felipe II, e influyó sobre este último para crear el Jardín Botánico de Aranjuez. Murió, en Guadalajara, en 1559.
Andrés
Laguna fue un prototipo de sabio humanista.
Escribió una gran cantidad de obras, algunas traducciones y otras de producción
propia. Entre las que tienen que ver con el campo de la medicina cabe destacar:
(1) Epitomes Omnium Galeni Pargameni
operum, de 1548. Se trata de un resumen, publicado en tres volúmenes, de
las obras de Galeno. (2) Pedazio Dioscórides
Anazarbeo, una traducción al castellano de De materia médica, de Dioscórides, acompañada de numerosos
comentarios e ilustraciones. Fue publicada en 1555. (3) Anatomica methodus, publicada en 1535. Es una obra original, en
ella critica la forma tradicional de enseñar anatomía y, aunque sigue en lo esencial
a Galeno, da cuenta de algunos descubrimientos hechos en sus disecciones. (4) Discurso breve sobre la cura y la
preservación de la peste, también original.
Fue
uno de los primeros en practicar disecciones
que invita a realizar a los propios médicos y a atenerse cuidadosamente a lo
observado. Parece que sus propuestas influyeron en Vesalio.
(6)
Andries van Wesel, conocido en
España como Andrés Vesalio, nació en
Bruselas (entonces en los Países
Bajos de los Habsburgo, en la actual Bélgica), en 1514. Estudió en Bruselas y Lovaina y, posteriormente, completó estudios en París y Padua. En 1537 obtuvo la cátedra
de anatomía y cirugía de la Universidad
de Padua. En 1543 publica De humani
corporis fabrica (La organización del
cuerpo humano), una obra de anatomía que dedica a Carlos I. Y una versión
abreviada para estudiantes de medicina titulada Andrea Vesalii suorum de humani corporis fabrica librorum epitome,
y que dedica al príncipe Felipe. Poco después le fue ofrecido el puesto de médico imperial y viajó con la corte
española durante doce años (primero con Carlos I y luego con Felipe II)
acompañándola en sus campañas. En 1564 hace un viaje de peregrinación a Jerusalén. De regreso, muere en Zante (una isla griega).
El
De humani consta de siete volúmenes,
con numerosas ilustraciones anatómicas, especialmente de disecciones, cuyo
autor, o autores, desconocemos. A partir de la publicación de esta obra la
influencia de Vesalio rivalizará con la del propio Galeno.
(7)
Alonso de Fuentes nació en Sevilla, en 1515. Murió, en la misma
ciudad, en 1550. Además de una obra poética, es autor de la Summa de Philosophia natural, publicada
en 1545, en la que intenta conciliar platonismo y cristianismo y en la señala
al cerebro como órgano de la inteligencia.
(8)
Luis Collado nació en Valencia, en torno a 1520, y falleció,
en la misma ciudad, en 1589. Pedro
Ximeno nació en Onda, Castellón, en torno a 1515 y falleció
en Alcalá de Henares, en torno a
1551. Ambos enseñan en la Universidad de
Valencia, en la que introducen la anatomía
vesaliana.
(9)
Francisco Valles (o Vallés), también
conocido como Divino Vallés nació en
Covarrubias (en la actual provincia
de Burgos), en 1524. Sucedió a Vesalio
como médico personal de Felipe II. Publicó numerosos escritos de tema médico y
filosófico. Está considerado el fundador de la anatomía patológica moderna. Murió, en Burgos, en 1592.
(10)
Juan Valverde de Amusco nació en Amusco (actual provincia de Palencia), en tono a 1525. Estudió
humanidades en la Universidad de Valladolid.
En 1542 se fue a Italia, para
ampliar sus estudios, y acabó ejerciendo como médico en Roma, donde falleció en torno a 1587. Escribió una Historia de la composición del cuerpo humano,
publicada en 1556, que se convirtió en uno de los textos de anatomía más leídos
en el siglo XVI. En ella se dio a conocer la circulación pulmonar (aunque no es el primero en descubrirla).
(11)
Francisco Díaz nació en Alcalá de Henares, en 1527. Estudió medicina en la Universidad de Alcalá. A partir de 1559 ejerce como cirujano en Burgos. En 1565 regresa a Alcalá. Muere, en Madrid, en 1590. Publicó dos obras: (1) Compendio de chirurgia, en el cual se trata de todas las cosas tocantes
a la theorica y pratica della y de la anatomia del cuerpo humano, con otro
breve tratado de las quatro enfermedades, de 1575. (2) Tratado nuevamente impresso de todas las enfermedades de los riñones,
vexiga y las carosidades de la verga y urina, de 1588. Esta obra es el
primer tratado de urología publicado
en cualquier lengua, y es la razón por la que Francisco Díaz está considerado
el padre de esta disciplina médica.
(12)
Juan Huarte de San Juan, es autor de una obra titulada Examen de ingenios para las ciencias que
se convirtió en el libro científico más editado en Europa en el siglo XVI, con
una influencia que se deja sentir en varias disciplinas incluido el campo de la
antropología filosófica. Razón por la que le hemos dedicado anteriormente un
apartado completo.
22.6. La
teología moral y los orígenes de la economía científica
&1
Entre
los siglos XVI y XVII se desarrolló una intensa literatura económica dentro del ámbito de la Monarquía Hispánica. Esta
literatura económica aparece formando parte de la teología moral, por lo que no es raro encontrarla en los escritos orientados
a dirigir la confesión. No hay que olvidar que el pensamiento escolástico, y,
de modo eminente, la escolástica española, toma como supuesto para la reflexión
la concepción comunitaria del ser humano,
instalado siempre en algún tipo de interacción que debe ser regida por la justicia. (El individualismo protestante
-el individuo solo ante Dios y su palabra: las Escrituras/cartesiano -conciencia
autofundante/capitalista -búsqueda del beneficio individual-, aun no ha triunfado).
No
obstante, esta literatura económica, aun teniendo un trasfondo teológico y moral,
se enfrenta racionalmente con los nuevos problemas en los que se ve envuelta la
economía del imperio, poniendo al descubierto ciertos mecanismos que la rigen.
Por esta razón algunos (por ejemplo, el economista estadounidense de origen moravo
Joseph Alois Schumpeter) sostendrán que aquí tiene su origen el tratamiento
científico de la economía.
Entre
las aportaciones de los escolásticos españoles a la reflexión económica están
la teoría cuantitativa del dinero, la
teoría del valor-escasez, directamente
vinculada con la anterior, y la teoría
subjetiva del valor-utilidad.
La
mayor parte de esta literatura económica se gesta entre los pensadores vinculados
a lo que hemos denominado Escuela de Salamanca.
En el origen de esta escuela está la decisión de Francisco de Vitoria de adoptar la Suma Teologica como libro a comentar en la Universidad de Salamanca,
y los propios comentarios de Vitoria en torno al precio justo que ya hemos expuesto en un apartado anterior. También
hemos expuesto en otros apartados las reflexiones en torno a la usura, la
apropiación por parte del rey del dinero privado vía impuestos o devaluación de
la moneda, el precio justo, etc., de otros pensadores (como Domingo de Soto y Juan de Mariana). Pero además de los mencionados, entre los
pensadores que han destacado por sus aportaciones a esta disciplina cabe
mencionar a Martín Azpilcueta, Tomás de Mercado, Diego de Covarrubias, Luis Sarabia
de la Calle, Martín González de Cellorigo,
Jerónimo Castillo de Bobadilla y Juan de Lugo, de los que trataremos a
continuación.
&2
Martín de Azpilcueta nació en Barásoain, Navarra, en 1492. Estudia filosofía y teología en la Universidad
de Alcalá. Posteriormente se traslada a Toulouse donde estudia derecho
canónico y obtiene la cátedra de cánones.
Imparte clases en Cahors y Toulouse. En esta última ciudad es
ordenado sacerdote. En 1523 vuelve a
su tierra natal. Al año siguiente se traslada a Salamanca, donde vuelve a doctorarse en derecho canónico (dado que esta universidad no reconocía los
títulos obtenidos en otras universidades). Tras el doctorado impartirá clase en
la Universidad de Salamanca, llegando a tener a Carlos I como oyente de alguna
de sus conferencias (en la que, en presencia del emperador, y con la revuelta
de los comuneros recién liquidada, defiende el origen democrático del poder político).
Posteriormente será enviado por el emperador a Coímbra, donde obtiene la cátedra
de prima de cánones. En 1555 se jubila y regresa a Navarra. Pero en 1568 es enviado a Roma, por orden de Felipe II, para encargarse de la defensa del
arzobispo Bartolomé de Carranza,
acusado de herejía ante la Inquisición. Muere, en Roma, en 1586.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) Manuale
confessariorum et paenitentium, de 1552. Una obra de la que se hicieron
ediciones en latín, portugués, castellano, italiano, francés, etc. (2) Comentario resolutorio de cambios, y Comentarios resolutorio de usuras, ambas
de 1556. (3) Tratado sobre las rentas de
los beneficios eclesiásticos, de 1566. (4) De usuras y simonía, de 1569. (5) Tras su muerte se publican sus
obras completas, en Venecia, bajo el título de Compendium horum omnium Navarri operum, aparecida en 1598.
A
Azpilcueta se deben aportaciones interesantes en el terreno de la ciencia
económica y la filosofía política.
Con
respecto al ámbito económico, Azpilcueta formula la teoría cuantitativa del dinero y la teoría del valor-escasez. En su Comentario
resolutorio de cambios sostiene que el dinero vale más cuando es escaso y
menos cuando abunda; pero añade, además, que la abundancia de dinero hace subir
el precio de las mercancías y de los salarios, mientras que su escasez produce
la bajada de tales precios. En consecuencia, es justo que los comerciantes
suban el precio de las mercancías allí donde abunda el dinero, pues este ha
perdido valor.
El
aumento o disminución de dinero puede hacer, también, que este adquiera más
valor en un sitio (en el que abunda) que en otro (donde es más escaso). De tal
modo que dos cantidades de dinero distintas en sitios distintos (pongamos una
en Lima y otra en Roma) pueden, sin embargo, ser iguales en estimación.
(Pueden, por decirlo así, tener el mismo valor).
Sostiene,
igualmente, que el dinero es una mercancía más.
&3
Diego de
Covarrubias
nació en Toledo, en 1512. Su padre
fue Alonso de Covarrubias, que era arquitecto real y participó en reformas de la
Catedral de Toledo como maestro mayor. Con once años se fue a vivir a Salamanca, en casa de un tío paterno.
Más tarde ingresó en el Colegio San Salvador
de Oviedo, en Salamanca. En la
misma ciudad estudió gramática y humanidades. Posteriormente se doctoró
en cánones y leyes. Obtuvo la cátedra de
cánones en la Universidad de Salamanca.
En 1548 fue nombrado oidor de la Chancillería
de Granada. En 1560 vuelve a Salamanca
a instancias de Felipe II que le encarga elaborar unos nuevos estatutos para la
Universidad. Posteriormente será nombrado obispo
de Ciudad Rodrigo, y estando en este cargo, le eligen, en 1562, para
participar en el Concilio de Trento.
En 1564 se le nombra obispo de Segovia.
En 1572 es elegido miembro del Consejo
Real de Castilla. Al año siguiente es elegido miembro del Consejo de Estado. Murió, en Madrid, en
1577.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) Variarum
Resoloutionum ex jure pontificio regio et caesareo libri IV, de 1554. (2) De poenis, de. (3) En el 1568 se publicó
en Lyon una edición de sus obras completas con el título de Opera omnia.
En
Variarum... desarrolla la teoría subjetiva del valor, en línea
con las propuestas de otros miembros de la Escuela de Salamanca. (A desarrollar).
&4
De
Luis Sarabia de la Calle apenas si
tenemos información biográfica. Nació a principios del siglo XVI y falleció a
mediados del siglo.
Es
autor de una obra titulada Instrucción de
mercaderes, publicada en 1544. (A desarrollar)
&5
Tomás de Mercado nació en Sevilla, hacia 1523. Cuando tenía unos
veinte años se mudó a México, donde
inició sus estudios de filosofía y teología en el convento de Santo Domingo (que había sido fundado en 1528). En
torno a 1552 ingresó en la Orden de
Predicadores. Posteriormente continuó sus estudios en la Real y Pontificia Universidad de México (que
había sido fundada en 1553), donde obtuvo el grado de maestro en artes y teología.
Fue ordenado sacerdote en 1558, tras
lo cual fue nombrado lector de artes
en el convento de los dominicos.
En
1563 vuelve a España, con la
intención de completar sus estudios en la Universidad
de Salamanca. En 1569 se traslada a Sevilla,
donde ejerce como profesor en el colegio
de Santo Tomás. En 1575 embarca de nuevo para México, pero fallece durante el viaje cerca de San Juan de Ulúa.
Entre
sus obras destacan: (1) Tratos y
contratos de mercaderes y tratantes, de 1569. (2) Suma de tratos y contratos, de 1571. Se trata de una versión
ampliada de la anterior. (3) Comentarii lucidisimi
in textum Petri Hispani, de 1571. Se trata de un comentario a las Súmulas, de Pedro Hispano. (4) In Logicam Magnam Aristotelis commetarii,
cum nova translatione textus, de 1571. Se trata de un comentario a la Dialéctica de Aristóteles
Partiendo
del análisis de los efectos que tenía la importación de oro y plata del Nuevo Mundo
en los precios de los productos en España, formula la teoría cuantitativa del dinero de un modo más preciso que
Azpilcueta. (A desarrollar)
&6
Jerónimo Castillo
de Bobadilla
nace en Medina del Campo (en la
actual provincia de Valladolid), en torno a 1547. Estudia leyes en la Universidad de Salamanca. Muere en torno
a 1605.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) Política
para corregidores y señores de vassallos, en tiempos de paz y de guerra, y para
juezes eclesiásticos y seglares, juezes de comisión, regidores, abogados y
otros oficiales públicos, de 1597.
Defiende
la competencia como un proceso de la libre concurrencia, la emulación y la
rivalidad. (A desarrollar)
&7
Martín González
de Cellorigo
nació en Pancorbo (en la actual provincia española de Burgos). (A desarrollar)
&8
Juan de Lugo nace en Madrid, en 1583. Con cinco años su
familia retorna a Sevilla, de donde procedía. En esta ciudad ingresa en el Colegio de San Hermenegildo, donde
estudia gramática, retórica y artes. Posteriormente estudia cánones
y leyes en la Universidad de Salamanca, filosofía
en Pamplona, y teología de nuevo en Salamanca.
Ingresa en la Compañía de Jesús, y,
en 1611, es ordenado sacerdote. Imparte
clases de metafísica y filosofía en Medina del Campo, Monforte
de Lemos, León, Salamanca y Valladolid. En 1621 es enviado a Roma, para explicar teología
en el Colegio Romano. En 1636 es nombrado
cardenal. Muere, en Roma, en 1660.
Entre
sus obras cabe señalar: (1) Disputationes
scholasticae de incarnatione dominica, de 1633. (2) Disputationes scholasticae, et morales, de sacramentis in genere; de
venerabili eucharistiae sacramento; et de sacrosancto missae sacrificio, de
1636. (3) Disputationes scholasticae, et
morales, de virtute, et sacramento penitentiae, item de sufragiis, et indulgentiis,
de 1638. (4) De iustitia et iure, en
dos volúmenes, de 1642. (5) Disputationes
scholasticae, et morales, de virtute fideii divinae, de 1646. (6)
Reponsorum moralium libri sex, de 1651.
Lo
esencial de su doctrina económica está recogido en De iustitia et iure. No obstante, Lugo, como los demás pensadores
escolásticos que estamos tratando aquí, subordina sus análisis económicos a
consideraciones teológico-morales, que son, en última instancia, las que dirigen
su reflexión. (A
desarrollar)
22.7. Hablando
de lo que habla: los gramáticos
&1
Entre
los «gramáticos» destacan Antonio de Nebrija, Juan de Valdés y Francisco Sánchez de Brozas, conocido como El Brocense.
Recordemos
que uno de los rasgos característicos de lo que denominamos humanismo o
movimiento humanista es la recuperación del «buen latín» de los antiguos, superando
el «latín degenerado» de los escolásticos. Y en esta tarea tienen un papel
importante los autores que hemos mencionado. Pero su obra es relevante también
porque se enfrentan con la lengua viva, la lengua vulgar, cuyo conocimiento y estudio
no se obtiene del análisis de un canon de textos clásicos.
De
Antonio de Nebrija ya hemos hablado con
respecto a sus aportaciones a la cosmografía. Pero Nebrija será conocido sobre
todo por ser el autor de la primera gramática de la lengua castellana,
publicada en 1492 con el título de Arte
de la lengua castellana. (De la que cabe discutir si es además la primera
gramática de una lengua vulgar, pues el humanista italiano Leon Battista
Alberti había esbozado, décadas antes, las reglas de la lengua toscana, pero su
desarrollo es notablemente inferior al de la gramática de Nebrija). También
escribió otras numerosas obras de contenido filológico-gramatical, tales como Introducciones latinas, Diccionario latino-español, De literis hebraicis, Reglas de ortografía española, etc.
(A
desarrollar)
&2
Juan de Valdés nació en Cuenca, en 1509. Es hermano del también
humanista Alfonso de Valdés, que trabajaría al servicio de Carlos I. Parece
que, en su juventud, formó parte del séquito de Diego Pacheco, marqués de
Villena. Es probable que estudiase artes,
en la Universidad de Alcalá. Recibió
la influencia de Erasmo, con el que mantuvo correspondencia. Publica, de forma
anónima, el escrito Diálogo de doctrina
christiana, que será prohibido. Acusado de herejía marcha a Italia.
En Roma entra al servicio del papa
Clemente VII. Tras el fallecimiento, en 1534, de este papa, se traslada a Nápoles, donde, al parecer, participó
en intrigas contra Pablo III, el nuevo papa. Muere, en Nápoles, en 1541.
Aparte
de la ya citada Diálogo de doctrina cristiana,
escribió otras numerosas obras de temática religiosa y carácter reformista. Aquí
nos interesa especialmente su Diálogo de
la lengua, escrito en 1535 y no publicado hasta el siglo XVIII.
(A desarrollar)
&3
Francisco
Sánchez de las Brozas,
también conocido como El Brocense, nace
en Brozas (Cáceres), en 1523. A los
once años sus tíos maternos se lo llevan a Évora,
donde residía entonces la corte portuguesa. En 1537 la corte se traslada a Lisboa, adonde se irá Francisco. A
partir de 1539 fue ayuda de cámara
de Catalina de Austria, reina de Portugal y hermana de Carlos I. En 1542 acompañó
a la infanta doña María a Castilla.
Tras la prematura muerte de la infanta se traslada a Salamanca con la intención de estudiar artes, estudios que abandona por los de teología, que tampoco completa, decidiéndose finalmente por las humanidades. Durante un tiempo se
dedicó a la enseñanza privada de retórica, griego y latín. En 1556 es nombrado sustituto de la cátedra de retórica en la Universidad
de Salamanca. En 1574 gana la cátedra
de retórica en la mencionada universidad. Tras la publicación de De nonnullis erroribus Porphirii, es denunciado
ante la Inquisición, siendo finalmente absuelto con una admonición. Hacia el
final de su vida se le abrió un nuevo proceso inquisitorial. Murió, en Salamanca, en 1600.
Entre
sus obras cabe mencionar: (1) De arte dicendi
liber unus, de 1556. (2) Verae
brevesque grammatices latinae institutiones, caeterae fallaces et prolixae,
de 1562. (3) Organum dialecticum et
rehetoricum, de 1579. (4) Sphaera
mundi, ex variis authoribus concinnata, también de 1579. Se trata de un
tratado cosmográfico. (5) Grammaticae
graecae compendium, de 1581. (6) Paradoxa,
de 1582. Se trata de cinco breves tratados, los cuatro primeros de contenido
gramatical. (7) Minerva seu de causis
linguae latinae, de 1587. Es su obra más importante. (8) De nonnullis erroribus Porphirii, de
1588. De contenido filosófico. (9) Arte
para saber latín, de 1595.
En
la Minerva ... Francisco Sánchez
pretende desarrollar una gramática racional,
que no se limite, como sucedía hasta entonces, a describir los «hechos» gramaticales.
Tal gramática surge del análisis de la lengua latina, pero le permitiría encontrar
los componentes compartidos por todas las lenguas.
En
especial es interesante su teoría de la elipsis,
que le lleva a diferenciar entre el sistema de la lengua y su realización.
Por
esta pretensión de buscar el componente racional, y por ello universal, de toda
gramática -y, en relación con esto, su teoría de la elipsis-, puede ser considerado
un precursor de la gramática de Port Royal.
23. El pensamiento
hispánico de los siglos XVI y XVII en la historia
A
lo largo de los siglos XIV y XV se hace evidente el declinar del proyecto
cristiano medieval, y, en el seno de ese proyecto agotado, algo nuevo comienza
a emerger. Algo nuevo cuya orientación no está todavía enteramente prefigurada.
A
finales del siglo XV se pone en marcha en los reinos hispánicos, y especialmente
en Castilla, la construcción del Estado
moderno y la reforma de la Iglesia
Católica. Paralelamente a este proceso de racionalización institucional se produce lo que luego será conocido
como Descubrimiento de América. Un
Nuevo Mundo -del que no tenían referentes aquellos pueblos cuyo desarrollo les
había permitido construir mapas terrestres, que habían desarrollado una
«geo-grafía»-, aparece en escena (y en eso consiste su carácter de
«descubrimiento», pues solo pueden hacer descubrimientos geográficos quienes poseen
una geografía).
El
descubrimiento propicia el encuentro (encontronazo, dirán algunos), entre pueblos
y civilizaciones que hasta entonces se ignoraban. No solo los españoles se «encuentran»,
con los aztecas, sino que estos se «encontrarán» con los quechuas, los navajos o
los filipinos (y hasta con los tlaxcaltecas de una manera en la que no habían
podido «encontrarse» antes). Tras este descubrimiento, y facilitada por la desigualdad
de desarrollo histórico, se produce la conquista y ocupación española (que es también
la conquista y ocupación de unos pueblos aborígenes por otros).
De
modo que, lo que podemos denominar Monarquía Hispánica, se halla, por avatares
históricos, sumida, de repente, en un triple proceso: (1) La construcción de
una nueva forma de Estado. (2) La creación y gestión de un imperio. (3) La
elaboración de un proyecto que sustituya el declinante proyecto medieval y que
sirva de orientación para su actuación global.
La
construcción de esa nueva forma de Estado se disuelve en la creación y gestión
del imperio. En la tarea política y organizativa de este proceso tendrán un
papel destacado el genio político de Isabel de Castilla, Fernando de Aragón y
el Cardenal Cisneros (continuado por la labor de Carlos V y Felipe II). En ese
proceso de creación del Estado, devenido imperio, se pone en juego no solo una racionalidad
instrumental (por emplear el lenguaje frankfurtiano) sino también práctica,
pues se busca, desde el primer momento, la legitimidad teológico-moral de ese
imperio.
El
desarrollo de un nuevo proyecto que sustituya al declinante proyecto medieval tiene
otra de sus fuentes en el humanismo italiano, que continua en los Países Bajos
(y no debemos olvidar que buena parte de Italia y los Países Bajos formaban
parte de la Monarquía Hispánica), y se expande por el resto de Europa. En España
ese proyecto humanista se cruza con un intento de renovación de la escolástica
y formas propias del pensamiento jurídico castellano, que convivieron con el
proyecto imperial y se agotaron con él.
Con
Francisco de Vitoria comienza la renovación de la escolástica, llevada a
cabo, en España, en paralelo al desarrollo del humanismo renacentista. En Salamanca pone en marcha la
transformación de los estudios teológicos. Para ello cambia las Sentencias, de Pedro Lombardo, por la Suma Teológica, de Tomás de Aquino, como
libro de comentario obligatorio; y trata de poner la teología al servicio de la
solución de los problemas reales de su tiempo.
La
aplicación del conocimiento a la resolución de problemas prácticos tendrá un
éxito notable en el campo del derecho y la economía. Vitoria y sus seguidores establecen
las bases del Derecho internacional,
de la concepción contractualista del
poder político, y de la ciencia
económica.
Pero
las aportaciones de Vitoria y sus seguidores no se circunscriben a las ciencias
jurídicas, políticas y económicas, y se extienden a la filosofía y la teología,
lo que propiciará el desarrollo de una «segunda
escolástica».
Con
Vitoria, finalmente, aparece en escena el intelectual
público, que, apoyado en sus conocimientos y prestigio, somete al poder político
a cuestionamiento. En esta tarea tendrá destacados sucesores, entre los que podemos
mencionar a Las Casas, Voltaire, Zola, Sartre, Ortega, etc.
Paralelamente
el «humanismo» castellano ensaya formas de entender lo humano, que van desde la
reivindicación de la dignidad del hombre, en línea con el pensamiento italiano
(Pérez de Oliva), la reducción de lo espiritual a lo orgánico (Sabuco, Huarte),
o el desarrollo del primer dualismo moderno, del que, metafóricamente, se ha llegado
a decir que concibe al ser humano como «un fantasma en una máquina», un cuerpo
mecánico que aloja una sustancia espiritual (Gómez Pereira).
Ya
en el siglo XX, algunos pensadores (Gustavo Bueno y sus discípulos en España, Alejandro
Auat en Argentina, etc.) han querido ver en la obra de Vitoria y sus sucesores
el proyecto de construcción de una subjetividad
moderna distinta de la cartesiano-ilustrada (que será la finalmente
triunfante). Descartes pondrá como primer
principio, como principio autoevidente, un principio epistemológico y ontológico,
el «pienso luego existo». De modo
que el sujeto se convierte en fundamento
del conocimiento y del ser del mundo, inaugurando así, el individualismo moderno que casa con los intereses del capitalismo liberal. Ante ese sujeto el
mundo aparece como objeto, como
aquello a su disposición para su dominio.
Por el contrario, Vitoria pone como primer
principio un principio moral y político, que es la disposición humana
para la comunicación, que solo es
posible sobre la base de la amistad
y la justicia universal, que
fundamenta en la posesión de unos derechos
naturales conocidos como evidentes.
No
obstante, será precisamente la tecnología y la ciencia de los reinos hispánicos
la que se enfrente, por vez primera, con la tarea de medir el mundo para poder
navegarlo, gestionarlo y administrarlo, en el ejercicio de un dominio efectivo.
Y, para lograr ese dominio efectivo se crean las primeras instituciones científicas del mundo moderno (la Casa da Índia en
Lisboa, la Casa de la Contratación en Sevilla, la Academia Real Matemática en
Madrid), en las cuales, cosmógrafos y matemáticos, (y también naturalistas,
médicos, etc.) apelan reiteradamente a la experiencia
directa (frente al saber humanístico de procedencia clásica) y a las matemáticas como medios para conseguir
una información veraz y precisa. Elementos todos ellos (instituciones, experiencia
y matematización) que prefiguran la Revolución
científica del mundo moderno.
En
cualquier caso, cabe decir que, en los territorios de la Monarquía Hispánica,
se gestó, entre el siglo XVI y la primera mitad del XVII, un proyecto de
modernidad balbuciente, que alcanzará su orientación definitiva y su plenitud
entre los siglos XVII y XVIII, entre los rivales europeos de ese imperio, tiempo
y espacio en los que se consolidará eso que hoy solemos denominar «proyecto de la modernidad» o «proyecto ilustrado».
Bibliografía
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