1. La circunstancia española
España tuvo una evolución singular dentro de Europa
Occidental, caracterizada por una serie de peculiaridades entre las que quizás
convenga destacar cuatro:
(1) Siendo un país de órbita latina (forma
parte del imperio romano, se adhiere al cristianismo) pasó a formar parte del orbe
islámico para, tras siglos de convivencias y enfrenamientos, volver a reintegrarse
en el orbe cristiano-latino.
(2) Inicia su consolidación como Estado moderno
al mismo tiempo que se ve inmersa en una expansión imperial de
dimensiones globales (a veces, se dice, a este respecto, que España fue antes
imperio que nación). Esta expansión imperial asume, además, la defensa del
catolicismo como ideología legitimadora.
(3) Es, también, el primer imperio moderno que
inicia su desmantelamiento, lo que genera una crisis de identidad en un país
que no se había consolidado como Estado nacional (quizá porque tal
consolidación se vio truncada, precisamente, por la expansión imperial).
(4) No acaban de consolidarse tampoco los modelos
políticos modernos de organización del Estado (democracia liberal) hasta bien
entrado el siglo XX (tras el paso, además, por un largo periodo de dictadura
militar). (Digamos que, el proyecto de la modernidad finalmente triunfante
adquiere su forma definitiva fuera de España, por lo que su implantación llega
con retraso y forzada -como a la mayoría de los países del planeta, por otra
parte-).
Estas peculiaridades de la evolución histórica de España
arrastran consigo dos consecuencias que tienen interés para el tema -la
historia de la filosofía- que nos ocupa:
(1) El abandono de la reflexión y, en especial, del
pensamiento filosófico, con algunas notables excepciones, durante más de dos
siglos (desde mediados del XVII hasta los inicios del XX).
(2) Una reflexión sobre su propia identidad en una
media poco habitual en otros países. En esta reflexión tienen un papel
destacado algunos de los filósofos españoles más relevantes del último siglo
(en especial Unamuno, Eugenio d'Ors, Ortega, María
Zambrano y Gustavo Bueno), que convierten la preocupación por la
identidad española, y el devenir político de España, en parte esencial de su
propia obra. Es de destacar el debate entre «hispanófilos», aquellos que
defienden la existencia de un modelo diferenciado de desarrollo para España y
el mundo hispánico (Unamuno, Bueno, entre otros), y «europeístas», aquellos que
ven en Europa y en los modelos de desarrollo europeos (hablamos de Europa
Occidental, la Europa en la que se desarrolla el proyecto de la modernidad o
proyecto Ilustrado), la solución para los problemas de España (entre los que
destaca Ortega).
En
cualquier caso, tras unos siglos de oscurecimiento, el pensamiento filosófico español
-que en el Renacimiento y los inicios de la Edad moderna había contado con pensadores
de la talla de Francisco de Vitoria,
Joan Lluís Vives, Gómez Pereira, Domingo de
Soto, Juan de Mariana, Francisco Suárez, Baltasar Gracián, Miguel de Molinos, etcétera-,
vuelve a escena.
En
la primera mitad del siglo se desarrolla la obra de Miguel de Unamuno, Eugenio
d'Ors y José Ortega y Gasset. En la segunda destaca
la obra de Xabier Zubiri, Juan David García Bacca, María Zambrano, José Luis López Aranguren, José
Ferrater Mora, Agustín García Calvo,
Eugenio Trías, Gustavo Bueno, Felipe
Martínez Marzoa, etc.
2. Miguel
de Unamuno
&1
Miguel
de Unamuno y Jugo
nació en Bilbao, en 1864.
Es un
precursor, para algunos, o el representante más destacado, para otros, de la
llamada Generación del 98 (amplio movimiento cultural -en el que
participan novelistas, poetas, ensayistas, etc.- preocupados por la regeneración
de la vida española y por una defensa de los valores específicos de la cultura
hispánica).
Fue
profesor y rector de la Universidad
de Salamanca. Su participación en la vida política, en defensa de la
república y contra la dictadura de Primo de Rivera, le valió perder la cátedra
y ser deportado. Regresó a España en 1930, a la caída de la dictadura.
Aparte
de su obra filosófica, Unamuno se dedicó también a la novela, al teatro y a
la poesía. Murió el treinta y uno de diciembre de 1936, poco después de iniciada
la Guerra Civil Española.
Su
pensamiento está disperso en ensayos (de contenido más estrictamente filosófico),
novelas, obras de teatro y poesía, artículos periodísticos, etcétera. Cabe mencionar
las siguientes obras:
(1) Ensayo filosófico: En torno al
casticismo (1902). Vida
de Don Quijote y Sancho (1905). Del sentimiento trágico de la vida en
los hombres y en los pueblos (1913). La agonía del cristianismo (1925).
(2) Novela: Paz en la guerra (1897). Amor
y pedagogía (1902). Niebla (1914).
Abel Sánchez (1917). La tía Tula (1921), San Manuel Bueno, mártir (1931).
(3) Teatro: La esfinge (1898). La venda
(1899). La princesa doña Lambra
(1909). La difunta (1909). El pasado que vuelve (1910). Fedra (1910). Soledad (1921). Raquel
encadenada (1921). Sombras de sueño
(1926). El otro (1926). El hermano Juan (1929).
(4) Poesía: Poesías (1907). Rosario de
sonetos líricos (1911). El Cristo de
Velázquez (1920). Andanzas y visiones
españolas (1922). Rimas de dentro
(1923). Rimas de un poeta desconocido
(1924). De Fuerteventura a París (1925).
Romancero del destierro (1928). Cancionero (1953).
&2
Como
otros numerosos pensadores de finales del siglo XIX y principios del XX (comenzando
ya por Kierkegaard en quién veía un alma gemela) Unamuno se encuentra con la
insuficiencia de la razón para comprender los fenómenos vitales, históricos, y, en
definitiva, para comprender la vida
humana.
Ante
este problema se pueden adoptar, en principio, dos actitudes: (1) Tratar de ampliar
los horizontes de la razón, sacándola del molde clásico (tal como hacen Ortega,
Heidegger, etcétera). (2) Dejar de lado la razón, en una actitud colindante con
el irracionalismo, postura más
propia de autores como Kierkegaard, Nietzsche, Bergson y el propio Unamuno.
(Hay ciertamente una tercera opción que de momento no se manifiesta: ampliar el
concepto de lo matemático).
Unamuno
pone como centro de su preocupación el hombre
concreto. La verdad, la razón, el conocimiento, deben subordinarse a la
vida individual, a los intereses de esa vida individual.
Pues
bien, el interés máximo de este hombre concreto, del individuo, es su deseo de
pervivir, su ansia de inmortalidad. Recordemos
que ya Spinoza afirmaba que todas las cosas tienen una tendencia (conatus) a perseverar en su ser. Este
impulso sería, según Unamuno, el que genera en el ser humano concreto, en el «hombre
de carne y hueso», su deseo de persistencia, de inmortalidad.
Este
ansia de inmortalidad es la que conduce, entre otras cosas, al afán por el conocimiento:
uno busca descubrir por todos los medios qué puede perdurar de uno mismo. El
conocimiento supremo sería el que nos permitiese tomar una decisión acerca de
nuestra propia muerte. Ante esta caben tres posibilidades:
(1)
Alcanzar la certeza de nuestra aniquilación.
(2)
Alcanzar la certeza de nuestra inmortalidad.
(3)
Mantenernos en la imposibilidad de decidir; es decir, en la total incertidumbre acerca de nuestra
muerte. Esta incertidumbre produce un especial estado de ánimo, que Unamuno
denomina congoja.
Pero
esta congoja, esta incapacidad de decidir de modo definitivo acerca de aquello
que es de nuestro máximo interés, es la que dota a la vida de una especial
intensidad. En palabras del propio Unamuno en Del sentimiento trágico de la vida: «[...] esa desesperación
puede ser la base de una vida, de una acción eficaz, de un ética, de una estética,
de una religión y hasta de una lógica».
Gran
parte de la obra literaria y filosófica de Unamuno surge como un intento de
plasmación de esta congoja.
&3
La vida del hombre concreto se despliega en la
historia, produce la historia. Desde este punto de partida Unamuno se enfrenta
con dos tipos de concepciones de la historia:
(1) Aquellas que pretenden explicarla desde fuera
de la propia historia (tal como sucede con la concepción hegeliana que ve en la
historia un momento del desarrollo de lo Absoluto).
(2) Aquellas que conciben la historia como la
concatenación de grandes gestas, cuyos protagonistas son reyes,
héroes, etcétera.
Unamuno defiende, por el contrario, que la esencia
de la historia es interna a esta, está en lo que denomina intrahistoria.
La intrahistoria es eso que van haciendo los hombres, que tiene un carácter
personal, pero que al mismo tiempo tiene una dimensión de eternidad. Cada
momento es como un presente eterno. Es eso «que se pasa quedando». A veces se
intenta explicar este concepto para referirse a la tradición que se va
construyendo a partir de la vida y actividad de los hombres, y que se desarrolla
al margen de la historia oficial, al margen de las grandes gestas que recogen
los periódicos y los libros de historia.
3. Ortega
y el raciovitalismo
&1
¿Quién
es Ortega?
De Ortega debemos mencionar tres facetas principales (inseparables unas de
otras): su labor como filósofo, su labor como intelectual preocupado por la
situación española, y su labor como divulgador de la filosofía.
(1) Como filósofo
Ortega recoge numerosas preocupaciones que estaban en el ambiente cultural
de la época a las que da su personal respuesta. Entre estas preocupaciones destaca
el intento de diseñar una nueva concepción de la razón que no excluya, condenándolos a los territorios de la irracionalidad,
a los fenómenos de tipo vital e histórico. Surge así su doctrina raciovitalista.
(2) Su preocupación por la situación intelectual,
social y política en la que se encuentra la España de su época, de claro
retraso con respecto a otras naciones. Para solucionar los problemas de España Ortega propone mirar hacia Europa: «España es el problema y Europa
la solución», dice en algún momento. Esta inyección de europeísmo pasa por
importar para España la filosofía,
la ciencia y los modos políticos (liberalismo) desarrollados en Europa.
(3) Su tercera faceta fue la de divulgador de la filosofía en el mundo
hispánico, en el que trata de dar a conocer las corrientes de pensamiento
dominantes en ese momento en Europa: la fenomenología, el historicismo, el
vitalismo, el existencialismo. Su notable éxito en este terreno, vino ayudado,
en buena medida, por su considerable talento literario.
&2
Vida
y obras
José
Ortega y Gasset nace en Madrid en 1883, en una familia
burguesa, liberal e ilustrada, en la época de la restauración de la monarquía
(Alfonso XII bajo la regencia
de María Cristina).
De
1905 a 1908 estudia filosofía en la Universidad de Madrid, luego pasa por
las universidades alemanas de Leipzig,
Berlín y Marburgo. En 1910 gana la cátedra de metafísica de la
Universidad de Madrid. Desde 1917, año de su fundación, escribe en el diario El
Sol. En 1923 funda la Revista de Occidente. Se
opone a la dictadura de Primo de Rivera
y critica a la monarquía.
Bajo
la II República es diputado por León
y por Jaén. En 1936, al inicio de la Guerra civil española, se exilia. Regresa
en 1945, aunque manteniendo una escasa actividad pública y viajando
frecuentemente al extranjero.
Su
obra está influenciada por multitud de pensadores, entre ellos: Kant y
los neokantianos Nartop y Cohen
-de los que fue discípulo-, Nietzsche, Husserl y los fenomenólogos,
Dilthey, Bergson y
Heidegger. Como
consecuencia recoge temas del vitalismo, del historicismo, del existencialismo,
etcétera.
Muere
en Madrid en 1955.
Sus
obras más importantes son: Meditaciones del Quijote: su primer libro.
Publicado en 1914. Investigaciones psicológicas y Verdad y perspectiva:
de 1916. El tema de nuestro tiempo: de 1923. De 1925 son: La
deshumanización del arte y La metafísica y Leibniz. En 1929
escribe: ¿Qué es la filosofía? y Sobre la fenomenología. En
1930 publica: La rebelión de las masas (su obra más popular). ¿Qué
es conocimiento?: una serie de artículos publicados en 1931. Unas
lecciones de metafísica: escrito en 1932-33. De 1933 son: Guillermo Dilthey y la idea de
la vida y Meditación de la técnica (uno de los primeros estudios
rigurosos de filosofía de la tecnología que se han escrito). Entre 1933/35
escribe En torno a Galileo e Historia como sistema. Ideas y
creencias: escrita en 1936. La idea de principio en Leibniz y la
evolución de la teoría deductiva: escrita en 1947, quizá sea su obra más
importante. El hombre y la gente: publicada póstumamente en 1957. En
esta obra aparece lo fundamental de la sociología orteguiana.
&3
Frente
al realismo y al idealismo
La
obra de Ortega comienza con una crítica del pensamiento filosófico de los
siglos anteriores. Esta crítica se centra en dos aspectos: por un lado critica
las concepciones realistas e idealistas de la realidad y el
conocimiento (esto es, cuestiona el realismo e idealismo gnoseológicos y
metafísicos), por otro lado, critica el racionalismo.
Comenzaremos
por aclarar qué entiende Ortega por realismo, idealismo y racionalismo, para,
posteriormente, explicar cómo se superan estas actitudes
Ortega
sostiene que podemos dividir la historia de la filosofía en dos grandes etapas
históricas según predomine la actitud realista
o idealista.
El realismo
domina el pensamiento desde Grecia
hasta Descartes. Para esta actitud
filosófica lo real son las cosas tal como son «en sí mismas», al margen del
sujeto cognoscente. O, dicho de otra manera, existe una realidad externa al
sujeto que puede ser conocida tal como es «en sí misma».
Descartes imprime un giro idealista
a la filosofía, que perdura hasta Husserl.
Para Descartes, y toda la filosofía idealista posterior, el conocimiento de
las cosas está mediado siempre por el sujeto que conoce. La realidad que
conocemos de modo inmediato y seguro no son, por lo tanto, las cosas «en sí mismas», sino el propio sujeto que conoce, la propia conciencia, el yo. Solo a partir de las ideas generadas por el sujeto se puede
acceder al conocimiento de la realidad, que tiene que ajustarse a esas ideas.
Para
Descartes ese yo -que crea ideas a partir de las que puede accederse al conocimiento
del mundo- es concebido como una sustancia,
y, como tal, existente por sí mismo, independiente del mundo.
Pues
bien, Ortega acepta la tesis idealista de que no se pueden conocer las cosas
sino es a través del filtro que impone el sujeto (efectivamente, las cosas son
siempre cosas «para mí»).
Pero
critica al idealismo cuando afirma que el sujeto es independiente de las cosas.
No puede haber «cosas» sin yo, como sostienen
los idealistas, pero tampoco puede haber «yo» sin
cosas, pues el yo, la conciencia, es siempre «conciencia de» (es decir, soy
«consciente de» eso que estoy pensando, soy «consciente de» eso que estoy
sintiendo, soy «consciente de» eso que estoy percibiendo, etc.).
El
intento de superación del realismo y el idealismo lleva a Ortega a desarrollar
su idea del «yo-con-las-cosas» como realidad
radical, y su concepto de vida.
&4
La
crítica del racionalismo
Por
«racionalismo» entiende Ortega
aquella actitud que pretende someter la vida
a la razón, y que concibe a la razón
como aquel modo de pensar que, para conocer la realidad, la reduce a sus
aspectos fijos e inmutables, a sus aspectos estáticos.
El
racionalismo, así entendido, surge ya con Sócrates.
Recordemos que para Sócrates conocer es conocer lo universal, y que tal conocimiento se expresa mediante conceptos, que muestran la esencia eterna e inmutable de
las cosas. Platón irá un poco más
lejos y dirá que las esencias de las cosas configuran un mundo propio, el mundo inteligible, que es el objeto de
la razón. Ese modo de entender la
razón culmina, finalmente, con el racionalismo
continental europeo de los siglos XVII y XVIII, que identifican la razón
con el proceder matemático.
Pero
con esta actitud se produce una inversión de la perspectiva natural del hombre. El mundo en el que vive el hombre
de un modo natural y espontáneo es el mundo de las cualidades (colores, sabores, resistencias, sones, etcétera), pero
la razón no es capaz de manejar cualidades y reduce lo cualitativo a lo cuantitativo, reduce la realidad a
extensión y a número. De modo que el racionalista, para buscar la verdad, renuncia a la vida, a la historia, crea una visión del mundo antihistórica y atemporal.
A
consecuencia de esta concepción racionalista del conocimiento y la realidad, se
introduce una escisión en la existencia: (1) Por un lado aparece el mundo de
los conceptos racionales, que son fijos, estables, precisos, eternos. (2) Por
otro lado el mundo de la espontaneidad,
de lo vital.
Ortega
intentará superar esta concepción de la razón pero sin caer en el irracionalismo, al estilo de Schopenhauer,
Nietzsche o Bergson. El problema, entiende Ortega, no se soluciona renunciando
a la razón, sino a ese modelo de razón que se ha ido imponiendo en la cultura occidental.
Frente a este tipo de razón, Ortega habla de la necesidad de otro tipo de
razón a la que denomina «razón vital».
&5
La realidad radical
Veamos,
ahora, la propuesta de Ortega para superar el realismo y el idealismo.
Frente
al realismo que privilegia la cosa en sí, o al idealismo que privilegia la conciencia,
Ortega sostiene que el fundamento absoluto de todo, el primer principio del que tenemos que partir, la auténtica realidad, no son las cosas
(sean concebidas de un modo u otro), ni la conciencia. La realidad primaria es
la del «yo-con-las-cosas». El
«yo» y las «cosas» son como dos momentos
constitutivos de esa realidad.
Ortega
expresa esa nueva manera de entender la relación yo-cosas con una fórmula que
ha hecho fortuna: «Yo soy yo y mi circunstancia». «Circunstancia» es el mundo
en el que vivo en tanto que me constituye, pero al mismo tiempo dicho mundo solo
es tal para mí. El «yo» y la «circunstancia», no son por tanto,
separables. No se puede indicar dónde acaba el mundo y dónde empieza el yo.
A
esta originaria en que se manifiestan el yo y las cosas, es a lo que Ortega
llama, también, «vida». Pero no es la vida entendida en
sentido biológico, sino «mi vida» (le da un sentido similar al de Unamuno
cuando hablaba del hombre concreto, el hombre de carne y hueso).
La
vida, así entendida, como relación yo-mundo, es la realidad radical, pues toda realidad se da en tanto algo aparece
ante mí, o en tanto yo estoy haciendo algo, o en disposición de hacer algo, con
las cosas. Esta realidad es, pues, el fundamento de cualquier otra, es el primer principio del que parte cualquier
otra.
Esta
vida de la que habla Ortega -entendida como «mi
vida», y que constituye la realidad radical-, viene caracterizada
por:
(1) Es
personal, esto es, es la de cada
uno.
(2) Se
encuentra siempre con que tiene que hacer
algo, en una determinada circunstancia.
(3) Es
libre, es decir, se encuentra
siempre con que tiene que elegir qué hacer o qué no hacer.
(4) Es
intransferible, lo que significa que
no puedo delegar mi vida en otro, solo yo puedo vivir mi vida.
&6
Ser y verdad
La
concepción de la realidad radical
como vida, como mi vida, lleva a una
nueva concepción del ser y de la verdad.
Ortega
rechaza (de modo similar a como lo habían hecho ya Dilthey, Nietzsche, e
incluso Hegel) la concepción tradicional
del ser, entendido como lo fijo, lo inmutable, etcétera. Por el contrario,
sostiene Ortega, el ser es dinámico, es acción, es acontecer.
Aplicada
esta concepción general del ser al hombre,
Ortega concluye que la esencia del ser humano no queda definida ni por ser
cuerpo -materia-, ni por ser alma -espíritu-, ni por nada que pueda ser
objetivado como una «cosa»; sino por ser drama,
historia, acontecimiento. El hombre no es una «cosa» (ni siquiera una «cosa espiritual»), y por lo tanto no
se deja definir por categorías apropiadas para describir cosas. «El hombre
-dice Ortega- no tiene naturaleza, sino que tiene historia».
De
la unidad original del yo y las cosas se desprende también una «nueva» concepción de la verdad. Si lo primero no son las «cosas»
por un lado y el «pensamiento», el yo, por otro, la concepción tradicional de
la verdad también sufrirá un cambio
de fundamentación; la verdad deja de ser fundamentalmente «adecuación» (del pensamiento a la cosa
o de la cosa al pensamiento) para ser desvelamiento (traducción literal
de alétheia, la noción primitiva
griega de verdad).
&7
El
perspectivismo
Veamos,
ahora, la propuesta de Ortega para superar la concepción tradicional de la
razón.
Vimos
que el racionalismo para salvar la
verdad, para posibilitar el conocimiento y la cultura, niega la vida. Los
fenómenos vitales no encajan dentro de una concepción del mundo donde se identifica
el ser con lo eterno, fijo, inmutable, etcétera. Pues, los fenómenos vitales
son cambiantes, mudables, perecederos.
Por
ello, frente a la postura racionalista se ha dado a lo largo de la historia de
la filosofía otra alternativa, conocida usualmente como relativismo
(sofistas, Hume, en cierto modo Nietzsche, etcétera). Consiste en que, para
salvar los fenómenos vitales, se niega todo tipo de verdad absoluta, haciendo
de la verdad un problema subjetivo (es decir, propio de cada individuo, de
cada pueblo). Pero el relativismo conduce en último término al escepticismo, a la imposibilidad de fundamentar el
conocimiento.
Frente
a estas dos opciones históricamente dadas (relativismo y escepticismo), Ortega
postula un nuevo tipo de enfrentamiento con la realidad que no tenga forzosamente
que decantarse o por la cultura o por la vida, sino que pueda conservarlas a
ambas, y que no tenga que renunciar al conocimiento de los fenómenos vitales.
Esta alternativa la presenta en un principio bajo la noción de perspectivismo.
Veamos en qué consiste:
Tanto
la estructura de la realidad como la del conocimiento son siempre manejables
desde un «punto de vista».
Pongamos
un ejemplo: si contemplo un paisaje lo veo de una determinada forma. Ahora
bien, si cambio mi posición, camino una distancia en una u otra dirección y
vuelvo a ver el mismo paisaje no lo veré, sin embargo, igual que
antes. Es más, si después de este cambio de posición siguiese viendo lo mismo pensaría
que aquello es irreal.
¿Qué
quiere decir esto? Quiere decir que la realidad es de tal forma, tiene tal estructura,
que hemos de verla, conocerla, siempre desde un punto de vista, es decir, desde
una perspectiva. Este punto de vista
es espacial en el caso del paisaje mencionado, pero será histórico, individual,
esto es, de una época o de un sujeto determinado, en el caso de otro tipo de
realidades.
De
lo anterior tenemos que deducir que la realidad no podrá ser vista siempre
igual debido a su propia naturaleza; lo cual, por otra parte, no quiere
decir que no exista un mundo conocible, un mundo real, sino todo lo contrario,
sería un mundo ilusorio aquel que fuese siempre el mismo cualquiera que fuese
el sujeto o la época histórica que le contemplase, del mismo modo que el mundo
de la razón pura y el mundo de la razón matemática es, en cierta forma,
ilusorio (es una abstracción operada sobre la realidad, pero que deja fuera el
contenido de la realidad).
Las perspectivas,
a juicio de Ortega, no se excluyen, sino que se complementan (Dios, sería la
suma de todas las perspectivas, el ente que pudiese situarse «en todas
partes», tal y como dice el cristianismo).
&8
La razón vital
Posteriormente,
conforme el sistema filosófico orteguiano va madurando, el perspectivismo pasa
a ser incluido en una concepción de la razón más global, la razón será
concebida como razón vital, que
tendrá como una de sus categorías constitutivas la de perspectiva. Veamos cómo explica Ortega este proceso:
Al
mismo tiempo que se impone la concepción del ser como lo fijo, lo eterno, lo inmutable,
etcétera, se va imponiendo una concepción de la razón: la razón sería el instrumento
de conocimiento que capta eso fijo, inmutable, etcétera.
Recordemos,
una vez más, como Sócrates identifica el conocer como conocimiento de lo
universal, y lo universal
se da en las definiciones que son invariables, válidas para todos los hombres y
todos los tiempos. Con Platón se acentúa este carácter del ser y de
la razón. A partir de la modernidad la razón es concebida como un proceder de
tipo lógico-matemático (así en los racionalistas), que trata de
describir el mundo sub specie aeternitatis (= bajo la forma de la eternidad).
La matematización de la razón permite un
avance extraordinario de las ciencias de
la naturaleza (en particular a la física). Pero al mismo tiempo, se va
haciendo manifiesto (sobre todo a lo largo del siglo XIX) que este tipo de
razón es inapropiada para el conocimiento de lo humano.
Frente
a las ciencias de la naturaleza (que pretenden describir lo que en esta hay
de fijo, inmutable, las leyes eternas), las ciencias humanas (la historia, la sociología, la política, e
incluso la filosofía) parecen poco precisas y rigurosas, como incapaces de
describir su objeto de estudio. Ello se debe a que los asuntos humanos están
en permanente cambio, son de naturaleza temporal, histórica.
Dado
que los asuntos humanos no se dejan describir como los naturales, es decir,
dado que los asuntos humanos se escapan a la capacidad de comprensión lógico-matemática,
habrá que considerar dos posibilidades: o aceptamos que, con respecto a lo
humano, solo cabe el irracionalismo (al estilo del practicado por Schopenhauer,
Nietzsche, Bergson y, ya en cierta medida, por Hume), o habrá que replantearse
qué entendemos por razón y buscar las insuficiencias de esta.
Ortega,
como ya lo hicieran en cierta medida Dilthey y Husserl, se decide por esta segunda
posibilidad. Las insuficiencias de la razón lógico-matemática para explicar la
vida residen en que este tipo de razón es solo un tipo peculiar de la razón,
pero no toda la razón.
No
se trata, por lo tanto, de quedarse con la razón de los racionalistas y renunciar
a explicar los fenómenos vitales, ni tampoco de hacer una defensa de la
vida (al estilo de Nietzsche y Bergson) por encima de la razón. Hay que
comprender que la razón es un instrumento de la misma vida. Pero la razón
entendida así, como instrumento de la vida, es más amplia que la concepción de
la razón propia de los racionalistas. La razón de tipo matemático, no es más
que un uso peculiar de la razón vital,
aplicada a un campo del conocimiento muy concreto (los fenómenos naturales).
Por el contrario la razón vital tiene un campo de conocimiento mucho más
amplio, en el que se incluyen los fenómenos de tipo humano.
A
partir de esta conclusión inicial Ortega intenta hacer explícitas las
«categorías» de la razón vital que han de sustituir a las meras categorías del
entendimiento, de la razón pura (tal como las formularían Aristóteles, Kant o
incluso Hegel).
Las categorías
de la vida, aquellas que
estructuran la vida humana y que permiten explicarla, son:
(1) Encontrarse: la vida humana es, de entrada, un
«estar ahí».
(2) Ocuparse: el hombre, como ya hemos indicado,
es acción, drama. Esta acción se da en una relación yo-mundo. Lo contrario
del ocuparse es la «despreocupación», el dejarse arrastrar, entregarse a las
costumbres (que es también una forma de ocuparse).
(3) Perspectiva: mi vida es relación particular con
el mundo, la realidad se me ofrece siempre desde un punto de vista.
(4) Libertad y proyecto: la libertad da un
carácter problemático a mi vida. La vida no es una realidad acabada, es algo
que tengo que hacer. Puesto que el hombre es forzadamente libre, el mundo
está abierto a múltiples posibilidades.
(5) Circunstancia: pero aunque el hombre es libre, su
libertad no es pura indeterminación, pues el hombre no es una pura
conciencia, sino una conciencia determinada por las circunstancias que le
imponen una determinación relativa a su libertad, y que le dan un substrato a esta
sobre el que ejercerse.
(6) Temporalidad: la vida es proyecto, futurización.
El ser es dinámico, está en movimiento continuo. Esta categoría hace a la
vida radicalmente histórica.
&9
La vida social
Tras
desarrollar esta nueva concepción de la razón, como razón vital, Ortega la
aplica, en primer lugar, a analizar los fenómenos sociales e históricos.
Dado
que la vida humana es cosa individual, es «mi vida» (la realidad radical, según
Ortega), ¿en qué cosiste la vida social? ¿Qué es lo social?
Para
explicarlo Ortega comienza diferenciando entre lo interindividual y lo social.
La vida interindividual es aquella
que surge de la interacción de los individuos como tales, tales relaciones
siguen siendo auténtica vida humana. De ella surge el amor, la amistad,
etcétera.
La vida social propiamente dicha es
impersonal, en ella el hombre actúa de un modo mecánico: saluda porque se saluda, obedece al guardia de tráfico
porque se obedece, porque está mandado así, etcétera.
Esto
que hacemos porque se hace, que
pensamos porque se piensa, que
decimos porque se dice, es lo que
constituye un uso. Los usos forman la
base esencial de la vida social. Los hechos sociales son los usos.
Los
usos, con toda su impersonalidad, tienen una función determinante para el desarrollo
de la vida individual. Pues: (1) facilitan la convivencia: nos permiten prever
la conducta ajena y posibilitan una cuasi-convivencia con los extraños. (2) Nos
convierten en herederos del pasado y nos colocan a la altura de los tiempos.
Es, gracias a los usos, que puede haber historia
y progreso. (3) Al automatizar
muchas de las conductas necesarias nos permiten dedicar nuestra atención a lo
personal.
&10
La vida histórica
Veamos
ahora cómo podemos aplicar la razón, la razón vital, a la explicación de la
historia.
El
ser humano, a diferencia del resto de los seres vivos, no tiene una naturaleza
fijada. Así, por ejemplo, mientras el tigre es siempre tigre, un tigre es intercambiable
por cualquier otro. Sin embargo, el hombre no es siempre hombre de la misma
manera. En esto consiste el que el hombre sea libre. La libertad implica una elección forzosa entre las posibilidades. Por lo tanto, solo
podremos entender algo de la vida humana si comprendemos la historia en la que el ser humano está
inmerso; pues, si el hombre no está sujeto por su instinto como el animal,
sí lo está en cambio (y dentro de ciertos límites) por su circunstancia histórica.
El
cambio histórico en el que los seres humanos están inmersos, no es un continuum
homogéneo, hay una cierta estabilidad que cristaliza por períodos. Ortega
llama a estos períodos de cierta constancia vital, generaciones (una
generación ocuparía aproximadamente quince años).
En
el seno de cada uno de estos periodos históricos, en el seno de una generación,
podemos encontrarnos con dos tipos humanos: la masa y la minoría (minorías
de vanguardia). La masa tiende a conservar esquemas fijos, a vivir en el
presente. La minoría a romper moldes, a vivir mirando al futuro. Por ello vive
condenada, con frecuencia, a no ser entendida por la masa.
A
partir de esta separación entre masa y minoría egregia, minoría de vanguardia, Ortega
critica las concepciones colectivistas e individualistas de la historia.
Ejemplo
de concepción colectivista es la marxista,
para la que son las masas (clases sociales) las que mueven la historia.
Ejemplo de concepción individualista de la historia sería toda concepción
que explique esta por el influjo de individuos excepcionales (reyes,
héroes, sabios) que conducen a las masas tras de sí.
Para
Ortega ambas concepciones de la historia son falsas. La primera porque, según
él, las masas son siempre conservadoras, pasivas, tendentes a persistir en lo
que hay. La segunda porque si no hay cierto grado de comunicación entre las
masas y los individuos, cierta sensibilidad vital compartida, los individuos
nunca podrían influir sobre la masa.
¿Cómo
se explican, entonces, las transformaciones históricas?
Para
hacerlo Ortega comienza señalando que los fenómenos sociales, constitutivos de
cada periodo histórico, mantienen entre sí una relación jerárquica. Unos dependen
de otros más profundos. Así, las transformaciones de orden industrial y
político dependen de las de orden moral y estético y estas
dependen a su vez de determinada sensibilidad vital. La sensibilidad vital es lo que está
en la base de cualquier estadio histórico, la sensibilidad vital es el modo
cómo, en un momento dado, es sentida la vida.
Una
vez aclarados estos conceptos, Ortega explica los cambios históricos así: la masa vive instalada en una determina sensibilidad vital, propia de un
determinado periodo histórico, de una determinada generación.
Pero
la minoría de vanguardia, que es la
minoría reflexiva de la sociedad, la minoría consciente, puede vivir instalada
ya en una sensibilidad vital distinta. Cuando esa minoría es una auténtica
minoría de vanguardia lidera a la masa, y acabará arrastrándola hacia esa nueva sensibilidad vital.
El
cambio de sensibilidad vital provoca cambios en las valoraciones morales o estéticas (las condiciona), y estas a su vez condicionan las
transformaciones políticas e industriales.
Las
relaciones de una generación con la anterior pueden ser, a su vez, de homogeneidad,
es decir, ambas se mueven por los mismos intereses, tienen en su base la misma
sensibilidad vital, y entonces estamos en lo que Ortega llama una época acumulativa
(se acumula lo desarrollado en ambas generaciones); o de heterogeneidad,
es decir, ambas se mueven por intereses divergentes y entonces estamos ante
lo que Ortega llama una época revolucionaria (la generación posterior
rechaza lo que hizo la anterior e intenta desarrollarse sobre principios
nuevos). (Esta distinción aparece ya en Comte, con el nombre de épocas orgánicas
y épocas críticas).
En
Ortega, a diferencia de Marx o Hegel, no hay un momento final privilegiado de
la historia y el proceso continúa ininterrumpidamente.
&11
Razón vital y razón histórica
Puesto
que solo en la historia puede el individuo acceder a un conocimiento de su ser
(que es siempre un acontecer y nunca un ser extático) esta razón histórica se identifica con lo que antes hemos llamado razón vital. Como tal, es auténtica
razón, pero a diferencia de otros pensadores (incluido Hegel) que han tomado
las categorías clásicas de la razón y han intentado aplicarlas al análisis
histórico, Ortega sostiene que la propia historia, el propio devenir humano
es, de por sí, racional y maneja sus propias categorías racionales.
4. Xabier Zubiri
&1
Xavier Zubiri Apalategui
nació en San Sebastián, en 1898. A
los diecisiete años ingresa en el Seminario
de Madrid, donde estudia filosofía con Juan Zaragüeta. En 1919 continúa sus estudios de filosofía con Ortega en la Universidad de
Madrid.
Se
doctora en teología -en 1920-, y filosofía -en 1921-. Este mismo año es
ordenado diácono.
En
1926 gana la Cátedra de Historia de la
Filosofía en la Universidad de Madrid.
Obtiene un permiso de estudios para ir a Friburgo
(Alemania) donde asiste a cursos impartidos por Husserl y Heidegger. En
Berlín conoce a los científicos más importantes de la época (Planck, Einstein,
Schrödinger).
Vuelve
a Madrid para atender a su cátedra. En 1936 se casa con Carmen de Castro (hija
del célebre historiador Américo Castro) después de tramitar su secularización.
Durante
la Guerra Civil Zubiri se instala en París donde trata con el físico Luis de
Broglie y el filólogo Emile Benveniste. Terminada la Guerra le ofrecen la Cátedra de Filosofía, en Barcelona, pero acabará pidiendo la excedencia.
A partir de entonces imparte cursos privados y se gana la vida traduciendo.
Murió,
en Madrid, en 1983.
Entre
sus obras destacan: Naturaleza, Historia,
Dios (publicada en 1943). Sobre la
esencia (1962). Cinco lecciones de
filosofía (1963). Inteligencia
sentiente, que consta de tres volúmenes: Inteligencia y realidad (1980), Inteligencia
y Logos (1982), e Inteligencia y
Razón (1983). El hombre y Dios (1984).
Sobre
el hombre (1986). Estructura dinámica
de la realidad (publicada en 1989, recoge cursos impartidos en 1968). Sobre el sentimiento y la volición
(publicada en 1992, recoge cursos impartidos entre 1961 y 1975).
&2
Una
característica del pensamiento contemporáneo es la búsqueda de un nuevo
comienzo para la filosofía; toda vez que realismo
e idealismo, así como el modelo de racionalidad desarrollado en el mundo
antiguo a partir de Sócrates y Platón, y en el moderno a partir de Descartes,
parecían insuficientes.
Este
nuevo comienzo tuvo una primera expresión exitosa en Husserl, para quien el punto de partida es la conciencia pura (la conciencia trascendental) convertida en un
escenario en el que se aparecen las esencias,
esto es, las cosas en su puro darse. Para Ortega
ese comienzo, la realidad radical de la que partir, es «mi vida». Heidegger comienza con la comprensión
del ser en la que estamos siempre inmersos.
Zubiri
parte de otro planteamiento: la filosofía debe comenzar con un análisis del sentir, dato previo a la separación
entre conocimiento y realidad, entre objeto y sujeto, entre sensibilidad y entendimiento.
&3
El sentir se da en un acto de aprehensión, que es el acto de darme
cuenta de que algo está presente. Al
aprehender algo, ese algo queda en
nosotros como actualizado. Pero hay doy modos de actualización, dos modos de
aprehensión:
(1) Aprehensión sensible: es la propia de
los animales. En este caso el contenido de la aprehensión aparece como estímulo, que suscita una respuesta,
por ejemplo: la huída.
(2) Aprehensión intelectiva: es propia de
los seres humanos, para quienes sentir no es separable de la actividad
intelectual, del inteligir. Por eso
habla Zubiri de una sensibilidad inteligente o de una inteligencia sentiente. (Esta idea de que sentir es inseparable de
inteligir había sido defendida ya en el siglo XVI por Gómez Pereira, un médico
y filósofo natural de Medina del Campo; si bien Pereira saca de ahí la conclusión
de que los animales no sienten. Zubiri hace una diferenciación entre el sentir
propio de los animales y el humano, y lleva el análisis de la inteligencia
sentiente a un nivel impensable en el medinense).
El
desarrollo de la inteligencia sentiente
puede ser descompuesto en tres momentos:
(1) Aprehensión primordial de realidad. En
los hombres el contenido de la aprehensión no aparece bajo la forma de
estímulos, como sucede con los animales, sino como siendo algo «de suyo». O, lo
que es lo mismo, como siendo realidad
(bien entendido que no hablamos de la realidad entendida al modo clásico: como
realidad en sí, sino como realidad en la aprehensión). A este primer momento del
desarrollo de la inteligencia sentiente le llama Zubiri aprehensión primordial de realidad.
(2) Logos. Consiste en una vuelta sobre lo
aprehendido, una reactualización de lo aprehendido, que nos lleva a determinar
qué son las cosas en realidad, qué es eso que había sido aprehendido en un
primer momento como siendo algo de suyo distinguiéndolo frente a lo demás en el
«campo» de la realidad. Así, puede determinarse que eso es transparente, que es
agua, que es caliente, etc. Este segundo modo de aprehensión, que Zubiri llama simple aprehensión, da origen al juicio
(por ejemplo: «Esto es agua», «Esto es caliente», etc.).
(3) Razón. Dado que las cosas son algo «de
suyo», el propio movimiento de la inteligencia apunta a lo que las cosas son
más allá de, allende, la aprehensión. La inteligencia busca los fundamentos, causas o principios, de
eso que se da en la aprehensión. Así, el agua puede ser explicada como un
compuesto de elementos tales como el oxígeno y el hidrógeno, el calor como
movimiento de las partículas, etcétera. Esta tarea de la búsqueda de los
fundamentos, causas o principios, es realizada por las ciencias y la metafísica,
y es inacabable: tales fundamentos o causas son, siempre, problemáticos.
El
concepto de inteligencia sentiente
permite a Zubiri:
(1)
Superar el realismo y el idealismo: la realidad no es concebida como la cosa en
sí (independiente de mi acto de conocer); ni tampoco algo en mí. Sino que la
realidad se da en ese acto de aprehensión por el que las cosas se hacen
presentes como siendo «de suyo».
(2) Mostrar
que sensación e inteligencia no son actos separados, no son dos actos diferentes,
sino que la inteligencia humana es sentiente, para el hombre sentir e inteligir
forman parte del mismo acto.
(3)
Establecer una nueva definición de inteligencia:
esta se da cuando se actualizan las cosas como siendo realidades, como siendo
algo «de suyo». Por ello inteligencia propiamente hablando solo lo es la
humana: no hay inteligencia animal, ni artificial, porque ni los animales ni
las máquinas aprehenden los datos como siendo algo de suyo.
&4
Al
realizarse en la realidad, al conocer, experimentar, etcétera, la realidad, el
hombre experimenta el poder de lo real,
pone en marcha desde sí el poder de lo real. El poder de lo real nos permite algunas acciones, nos limita o impide otras, y nos impele a otras, de modo que la realidad
funda nuestro ser personal. A esta
situación, al hecho de estar sometidos al poder de lo real, le llama Zubiri religación, estar religado.
La
religación, al igual que cualquier otro «hecho», se actualiza en la aprehensión
primordial como siendo algo de suyo, se reactualiza mediante el logos como
siendo religación, y la razón busca su fundamento.
Pero
ahora no se trata de buscar el fundamento de algo «concreto» en la realidad (de
un color por ejemplo), sino de la realidad como tal (dado que lo que me religa
no es ninguna «cosa» aprehendida como real, sino la realidad como tal). Y ahí
aparece el problema de Dios: la
reflexión sobre el fundamento de la realidad como tal lleva a la razón a
plantearse en problema de Dios. Pues por Dios se entiende la realidad-fundamento (que, en tanto que
fundamento, será también el fundamento de mi persona; pues, como hemos dicho,
la persona se realiza religándose al poder de lo real).
El
problema de Dios es, pues, previo a ser creyente, ateo o agnóstico. Dado que es
la religación (que es un hecho, y como tal común a todos) la que me lanza a
este problema; problema al que hay que dar una respuesta (incluso cuando la
respuesta es la negación de la existencia de Dios, o la imposibilidad de
solucionar el problema).
5. María Zambrano
&1
María Zambrano Alarcón nació
en Vélez-Málaga, en 1904.
En
1908 su familia se traslada a Madrid,
y al año siguiente a Segovia. De
vuelta a Madrid, en 1924, se matricula en la Facultad de Filosofía y Letras. En 1927 asiste a las clases de Ortega y Gasset, García Morente y Xavier Zubiri,
de la Universidad Central.
En
1931 es nombrada profesora auxiliar de la Cátedra
de Metafísica de la Universidad
Central, y colabora en las revistas Revista
de Occidente, Los cuatro vientos,
Cruz y Raya y Hora de España.
En
1936 se casa, su esposo es nombrado secretario de la embajada de España en Chile, y el matrimonio se traslada a
ese país. En 1937 regresan a España y colaboran en la defensa de la República.
En
1939 María se exilia, viviendo, a partir de entonces, a caballo entre París, Nueva York, La Habana, Morelia (México), donde es nombrada profesora de la Universidad de
San Nicolás de Hidalgo, Puerto Rico,
donde es nombrada profesora de la Universidad de Río Piedras, Roma, Ginebra.
En
1981, después de restaurada la democracia en España, se le concede el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y
Humanidades. En 1984 regresa de nuevo a España, y se instala en Madrid. En
1988 se le concede el Premio Cervantes.
Muere,
en Madrid, en 1991, y es enterrada en su ciudad natal.
María
Zambrano fue, ante todo, una discípula de Ortega,
aun cuando se aparte del maestro en cuestiones fundamentales. Pero recibe
también la influencia de numerosos filósofos, de entre los cuales cabe
destacar: Platón, Plotino, Séneca, San Agustín, Spinoza, Nietzsche, Unamuno, Jung y Heidegger. Así como de la poesía y la mística española, en especial
de la obra de San Juan de la Cruz, Miguel de Molinos y Antonio Machado.
Entre
sus obras destacan: Horizontes del
liberalismo (1930). Hacia un saber
del alma (1934). Filosofía y poesía
(1939). Unamuno (1940). El pensamiento vivo de Séneca (1941). El hombre y lo divino (1953). Delirio y Destino (1953). Persona y Democracia: una historia
sacrificial (1958). España, sueño y
verdad (). Claros del bosque (1976).
La tumba de Antígona (1983). Los bienaventurados (1979). De la aurora (1986). El reposo de la luz (1986). Para una historia de la piedad (1989).
&2
Recordemos
que la filosofía nace vinculada al logos,
a la razón. Muy pronto emplear la razón pasó a significar reducir lo múltiple,
lo heterogéneo, a unidad; lo que cambia
a lo inmutable; y lo particular a lo
universal. (Conocer es conocer la
esencia, lo universal, que, según Sócrates, se encuentra en las definiciones
universales y, según Platón, en las «ideas»). En el mundo moderno este proceso
de «abstracción» se radicaliza. Con Galileo, Descartes, Spinoza, etcétera,
emplear la razón consistió en reducir todo a lenguaje matemático, a pensar la realidad «sub specie aeternitatis».
Tales
modelos de racionalidad, centrados en lo inmutable, en lo que no cambia, en lo
inerte, comenzaron a parecer insuficientes ya a partir del idealismo alemán.
Como
consecuencia aparecen una serie de pensadores que defienden posturas colindantes
con el puro irracionalismo. Así, Nietzsche desarrolla lo que llama una metafísica de artista: el arte es más
apropiado que la ciencia para desentrañar la realidad. Bergson defiende que la realidad solo se puede captar en una intuición que está más allá del
instinto y de la inteligencia. Unamuno
reivindica la imaginación, frente a la razón, así como la contradicción, la paradoja.
Por
otro lado aparecen una serie de pensadores que intentan desarrollar un modelo
de razón dinámico, que no deje de
lado los fenómenos históricos y vitales. Así, Hegel considera que la historia evoluciona dialécticamente. Dilthey
desarrolla una razón histórica. Ortega trata de hacer de la razón un
instrumento de la vida, lo que se conocerá como raciovitalismo.
&3
María Zambrano también coloca en el
centro de su reflexión la capacidad de la razón para desentrañar la realidad.
Esta reflexión le lleva a situarse en una especie de zona de encuentro entre filosofía, poesía y mística-religión.
En Filosofía y poesía María Zambrano
sostiene que la filosofía nace de la admiración
(tal como sostenía Aristóteles) y la violencia
(tal como muestra Platón en el mito de la caverna).
La
admiración ante las cosas nos lleva a preguntarnos por el ser de la cosas. Pero
inmediatamente el filósofo se
embarca en un tremendo esfuerzo por huir de las cosas hacia el «mundo de las
ideas». Este esfuerzo tiene por objeto reducir lo múltiple a unidad, lo
singular a lo universal y lo que cambia a la quietud, violentando así el ser de
las cosas y del propio hombre. Este camino iniciado por el filósofo lleva al pensamiento conceptual, claro y sistemático; al pensamiento que lo explica todo
a partir de principios. Pero deja
fuera múltiples realidades.
El filósofo «busca» guiado por un método; busca el ser, el
principio, la idea. Aspira a ser el dueño de la palabra. El poeta, por el contrario, vive pegado a
las cosas, que son múltiples, heterogéneas, singulares, cambiantes.
El
poeta, no obstante, también necesita alejarse de las cosas para decir algo; de
lo contrario, al igual que Crátilo, no podría hablar. Este alejamiento le lleva a desarrollar también un tipo de unidad: la
unidad expresada por la palabra en el poema. Pero esta unidad no violenta la
diversidad de la realidad. Por el contrario, el poeta está movido por una piedad por las cosas: quiere
conservarlo todo, quiere conservar, incluso, lo que todavía no es, los sueños,
las posibilidades.
El
poeta no busca, encuentra; la poesía se da, como una gracia, como un don gratuito.
El poeta se siente poseído por la palabra, es su esclavo.
De
esta reflexión acerca del la relación entre filosofía y poesía surge la noción
de «razón
poética». La razón poética es un
intento de ir más allá de la «razón
vital» orteguiana, que estaría,
según Zambrano, demasiado pegada todavía al modo clásico de entender la razón.
Ortega
dice que la razón está al servicio de la vida. Pero esa razón sigue teniendo un
carácter instrumental. Zambrano busca una razón que no sea instrumento sino que
sea ella misma vida y expresión de la vida: de la emoción, del sentimiento, de
la esperanza. La razón poética será razón, pero una razón que no violente la
realidad, que acepte cierto grado de relatividad, que hable en el interior del
ser humano, que aúne razón e imaginación, que sea creadora (recordemos que
poesía viene de poiesis = hacer, producir).
&4
En El hombre y lo divino María Zambrano explica
el origen de lo sagrado a partir de
lo que llama delirio de persecución:
el hombre primitivo estaba sumergido en un mundo desbordante de realidad, de
estímulos, de presencias. Ante esta situación se siente constantemente
vigilado, observado, en presencia de algo indeterminado. A esto, a esta
presencia constante, enigmática e indeterminada, es a lo que llamamos lo sagrado. En esta situación el hombre
siente que su vida está en manos de algo que no controla, vive en la angustia
de no tener un espacio propio en el que sentirse seguro.
En
algún momento aparece Dios o los dioses. Tal aparición permite al ser
humano ordenar un espacio en el que se siente seguro. Dios da tranquilidad
porque a partir de su aparición eso que domina y controla la vida del hombre ya
tiene un rostro, ya es algo determinado, algo con lo que se puede «dialogar».
Tal aparición permite además que el hombre se determine a sí mismo frente a
Dios o los dioses. Es entonces cuando el ser humano toma «conciencia de sí».
En
el mundo moderno se produce otro cambio radical: el hombre pasa de tener
conciencia de sí a determinarse a sí mismo como pura conciencia (recordemos a Descartes). Pero toda conciencia se
caracteriza por la autonomía. El
hombre moderno aspira, pues, a ser autónomo, prescindiendo de Dios. Ese es el
proyecto de la Ilustración.
Pero
esa autonomía con respecto a Dios se convierte en el intento de ocupar el lugar
de Dios. Así Hegel descubrirá que el espíritu se realiza en la historia humana.
La historia ocupa el lugar de Dios,
se convierte en una nueva diosa, a la que, al igual que a los dioses aztecas,
se ofrece el corazón y la sangre (las pasiones) en sacrificio.
En
la historia, entendida como progreso,
el hombre se dotará a sí mismo de la plenitud que le falta en su deseo de
ocupar el lugar de Dios. Por lo que esta historia-progreso encamina al hombre
al futuro. Pero el futuro es lo absolutamente desconocido que domina la vida
del hombre, por lo que ocupa el lugar de lo sagrado. Como si hubiera una vuelta
atrás, lo divino se reconvierte en lo sagrado. Pero, al igual que en los orígenes
de lo sagrado el hombre carecía de ser, al no poder determinarse frente a algo
(frente a Dios, o los dioses), ahora ante esta nueva manifestación de lo
sagrado el hombre vuelve de nuevo indeterminado él mismo, un mero «proyecto de ser».
6. Gustavo Bueno
&1
Gustavo Bueno Martínez
nació en Santo Domingo de la Calzada,
en 1924.
Estudió
en las Universidades de Logroño, Zaragoza y Madrid. En 1960 obtiene la cátedra de Fundamentos de Filosofía e Historia de los sistemas Filosóficos de
la Universidad de Oviedo y se
instala en Asturias. Fundó la revista filosófica El Basilisco. Desde 1998 colabora con la Fundación Gustavo Bueno,
que tiene su sede en Oviedo.
Bueno
recibe numerosas influencias, pero podemos destacar en especial las de Platón, Tomás de Aquino, la escolástica
española, Hegel, Marx y diversos autores marxistas.
Su
trabajo cristaliza en un sistema abierto que es conocido como materialismo filosófico, que cuenta con
numerosos discípulos en España e Hispanoamérica. Sus aportaciones fundamentales
son el desarrollo de una ontología
materialista, una concepción de la ciencia conocida como teoría del cierre categorial, y su teoría de la religión.
Murió,
en Niembro (Concejo de Llanes, en
Asturias), en el año 2016.
Entre
sus obras cabe mencionar: El papel de la
filosofía en el conjunto del saber (1971). Ensayos materialistas (1972). La
metafísica presocrática (1975). Etnología
y utopía (1982). Nosotros y ellos
(1983). El animal divino (1985). Materia (1990). Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas
(1991). Teoría del cierre categorial:
de la que se han publicado cinco tomos (1992). ¿Qué es la filosofía? (1995). ¿Qué
es la ciencia? (1995). El sentido de
la vida (1996). El mito de la cultura
(1997). España frente a Europa (1999).
Telebasura y democracia (2002). El mito de la izquierda (2003). Panfleto contra la democracia realmente
existente (2004). El mito de la derecha
(2008).
&2
Al
igual que sucedía con otros filósofos españoles (Zubiri, Zambrano), podemos
comenzar la exposición del sistema de Bueno con la caracterización del papel de
la propia filosofía. La filosofía es
una saber de segundo grado, lo que
quiere decir que trabaja sobre las aportaciones de otros saberes, de «primer
grado» (saberes técnicos, científicos, políticos, etc.).
El
contenido de la filosofía son las Ideas.
Las Ideas surgen a partir de los conceptos.
Los conceptos constituyen el contenido de las ciencias y las técnicas. Así, por
ejemplo, en física tenemos el concepto de «fuerza». Ahora bien, «fuerza»
aparece también como un concepto sociológico o histórico (así cuando hablamos de
fuerzas productivas), desbordando el campo de una ciencia concreta y dando
origen a la «Idea de fuerza», que pasa a ser objeto de análisis filosófico.
Otros ejemplos de Ideas pueden ser la Idea de Ciencia, la Idea de Verdad, la
Idea de Sistema, la Idea de Dios, etc.
Sobre
estas Ideas opera la filosofía sometiéndolas a análisis y sistematización.
&3
Bueno
parte de una ontología de carácter materialista y pluralista. Esto quiere
decir, en primer lugar, que rechaza la existencia de entidades espirituales (entendiendo por tal cosa la existencia de
sustancias vivas de carácter no material). En segundo lugar rechaza las
concepciones monistas de la materia
(tales como la de Hobbes).
Siguiendo
el esquema que viene de Cristian Wolf , Bueno distingue entre una ontología general, cuyo contenido es lo
que denomina materia ontológico-general
(definida como pluralidad, exterioridad y codeterminación); y la ontología especial, que trata de los
tres tipos de realidad material, los tres géneros de materialidad, que serían
los siguientes:
(1) Primer género de materialidad. Está
constituido por entidades físicas, dadas en el espacio y en el tiempo: las
cosas con sus cualidades, las relaciones entre cosas, los sucesos, etc.).
(2) Segundo género de materialidad. Incluye
aquellos procesos dados en el tiempo, aquellos dotados de interioridad: las
vivencias, las experiencias internas, tales como emociones, sensaciones, etc.
(3) Tercer género de materialidad. Incluye
aquellas entidades abstractas, carentes de dimensión temporal: en general los
objetos de la geometría, también pueden incluirse aquí las «ideas» platónicas,
etc.
&4
Cada
categoría de fenómenos constituye
una ciencia. Según Bueno, el saber científico viene determinado por la posesión
de tres rasgos:
(1) Una
sintaxis interna a la propia
ciencia, que consta de términos, relaciones que pueden llevarse a cabo
entre los términos, y operaciones
(realizadas por operadores objetivos
-por ejemplo, en geometría el compás y la escuadra-, que permiten la
eliminación del sujeto gnoseológico –en tanto un sujeto puede ser sustituido
por cualquier otro-). Estas operaciones pueden generar nuevos términos, pero
siempre dentro de un sistema cerrado para cada categoría.
Así,
por ejemplo, provisto de una regla un compás y un lápiz de grafito puedo intentar
demostrar el teorema de Pitágoras, dibujando figuras y líneas auxiliares. Pero
no añadirá nada a mis conocimientos geométricos el análisis químico del grafito
con que mi lápiz mancha la hoja: las relaciones y términos geométricos forman
parte de una categoría distinta de los químicos. A este «encerramiento» de los
términos, relaciones y operaciones en una categoría es a lo que llamamos cierre categorial.
(2) Una
semántica: en toda ciencia tiene que
haber referentes materiales específicos (propios de cada categoría). Así, por
ejemplo, la teología no puede ser considerada una ciencia dado que carece de tales
referentes.
(3) Una
pragmática: que viene a ser la
dimensión institucional de toda ciencia y que incluye un sistema de pautas
profesionales y normas que permiten el entendimiento y la colaboración entre la
comunidad de científicos, que estos puedan entenderse y la reproducción del
conocimiento.
&5
Entre
las aportaciones más interesantes de Gustavo Bueno está su filosofía materialista de la religión. Según esta el germen de la
religión está en la presencia de los númenes
y lo numinoso. Númen es toda entidad
no humana a la que se atribuye voluntad e inteligencia, capaz de mantener relaciones
más o menos lingüísticas con los humanos.
La
tesis de Bueno es que tales númenes no son producto de procesos alucinatorios,
sino que tienen una presencia material en la vida de los hombres: son ciertos animales cuya presencia es aterradora,
o beneficiosa. A partir de este núcleo Bueno distingue un proceso religioso a
través de tres fases:
(1) Religiones primarias: es la forma
original de la religión centrada en los númenes animales.
(2) Religiones secundarias: surgen de la
transformación de las religiones primarias, cuando los hombres comienzan tener
control sobre los animales divinos. Son las religiones mitológicas en las que
los dioses adquieren formas zoológicas (Egipto) o antropomórficas (Grecia).
(3) Religiones terciarias: surgen de la
crítica a la que la filosofía griega sometió a las religiones mitológicas. De
esta crítica surgen las religiones monoteístas y dará origen a un proceso de
racionalización religiosa que será la antesala del ateísmo.
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-Zubiri, Xavier: Estructura dinámica de la realidad. Alianza Editorial, S. A. Fundación
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-Zubiri, Xavier: Inteligencia sentiente. Inteligencia y realidad. Alianza Editorial,
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-Zubiri, Xavier: Inteligencia sentiente. Inteligencia y logos. Alianza Editorial, S.
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-Zubiri,
Xavier: Inteligencia
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-Zubiri, Xavier: Naturaleza, Historia, Dios. Alianza Editorial, S. A. Madrid, 1987.
-Zubiri, Xavier: Sobre la esencia. Alianza Editorial, S. A. Madrid, 1985.
-Zubiri, Xavier: Sobre el hombre. Alianza Editorial, S. A. Madrid, 1986.
-Zubiri, Xavier: Sobre el sentimiento y la volición. Alianza Editorial, S. A.
Madrid, 1992.
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