1. Grecia y la filosofía
Para decidir dónde nace la filosofía
tendremos que comenzar estableciendo qué entendemos por filosofía. Cuestión que
se ha convertido en uno de los problemas con los que se encuentra la propia
reflexión filosófica y a los que esta tiene que dar una respuesta.
Dejando de lado ciertos planteamientos que
consideraremos «ocurrencias», las controversias suelen centrarse en si la
filosofía tuvo un origen «oriental» (China, la India, Japón) o hay que
circunscribir su nacimiento y constitución inicial al mundo griego.
Quienes defienden el origen oriental de la filosofía
apelan, para defender esta tesis, al supuesto carácter filosófico de los
upanishads (los libros sagrados del hinduismo), el budismo, el confucianismo,
el taoísmo, el sintoísmo, etc.
Frente a esta tesis cabe objetar dos cosas: la
primera, que, de todas estas doctrinas, solo los upanishads tienen una datación
anterior a los primeros textos filosóficos griegos. La segunda, que tales doctrinas
son, igualmente, calificadas de religiosas. Pero una doctrina religiosa no es
una doctrina filosófica, o tendríamos que incluir también a la mitología griega
o de cualesquiera otros pueblos, o ciertos textos del Antiguo Testamento, entre
las primeras manifestaciones filosóficas de la humanidad (todo discurso es, al
final, filosofía, pero, por la misma razón, nada es filosofía).
Claro que las nociones de «religión» y «doctrina
religiosa» también son problemáticos. En principio, la apelación a dioses como
causas de los fenómenos debería incluir a un sistema doctrinal entre las
doctrinas religiosas. Tal sucede con el hinduismo o algunas manifestaciones del
budismo. Pero esto tampoco es absolutamente determinante para decidir acerca de
la inclusión de una doctrina en el ámbito filosófico o religioso. El taoísmo,
las formas originarias del budismo, etc., prescinden de los dioses. ¿Debemos
considerarlas auténticas doctrinas filosóficas? Las doctrinas de pensadores
judíos, cristianos o musulmanes como Filón de Alejandría, Agustín de Hipona o
el cordobés Averroes son inseparables de la apelación a Dios como causa
primera. ¿Debemos excluirlas del ámbito filosófico?
El caso es que el taoísmo o el budismo (al margen de
su «degeneración» posterior) son saberes instauradores. No se ofrecen para ser
debatidos, sino para ser asumidos, no inauguran una «historia», sino que son,
en cierto modo, «atemporales». ¿Tiene sentido hablar de filosofía sin una
dimensión histórica?
Y el caso es que el Dios de Filón, Agustín de Hipona
y Averroes, es, en buena medida, heredero del Dios aristotélico; un Dios que es
un ente puramente «formal», que es «acto puro», «pensamiento del pensamiento»,
que es «causa final» del movimiento del mundo físico. Es decir, un Dios que es
una exigencia de la razón (al margen de que pueda ser una razón errada), no de
la fe o la revelación. ¿Tiene sentido, entonces, excluir a aquellas doctrinas
que introducen tal concepción de Dios, y en la medida en que introduzcan tal
concepción de Dios, de la filosofía? (No decimos que el Dios de Filón, Agustín
o Averroes -aunque este último en mayor medida- pueda reducirse al Dios aristotélico,
pero sí que el Dios que está detrás de las doctrinas de tales «pensadores» sería,
con toda seguridad, muy distinto sin la doctrina aristotélica del acto puro).
Lo cierto es que, al margen de cualquiera otra
consideración, en el mundo griego de los siglos VII-VI a. C. (que no debemos
circunscribir al territorio de la actual Grecia, ni siquiera a Europa) comenzó un
tipo de reflexión con características propias, entre las cuales cabe mencionar dos:
(1) Nace de «tomar distancia» frente a lo dado (es teoría en el sentido que ya
explicaremos). (2) Toma a eso dado en su totalidad (pretende dar una «visión»
global, construir un «mapa conceptual» global). (3) Fue puesta a disposición
del juicio público; se expuso para ser discutida y enfrentada a otras propuestas,
adquiriendo así una dimensión dialéctica e histórica de la que parecen carecer las
«filosofías» orientales.
Tomando esta preconcepción de la filosofía,
sostendremos que esta disciplina surgió entre los siglos VII y VI a. C. (Tales
nació en el siglo VII y falleció en el VI) en Mileto, una polis griega situada
en las costas asiáticas del Mediterráneo. A partir de entonces se expande, al
mismo tiempo que se consolida, por otras numerosas polis griegas. Finalmente,
se configura como un saber académico en Atenas.
La civilización griega constituye, pues, la matriz
donde se gesta la filosofía. Por lo que parece oportuno conocer lo que de
peculiar tiene esa civilización, conocer aquellos de sus rasgos constitutivos
que posibilitaron la aparición en su seno de este singular modo de estar en el
mundo, de este singular tipo de saber.
(Que la filosofía -al menos esta concepción de la
filosofía de la que partimos- haya nacido en la civilización griega, y
vinculada a modos de expresión propios de esta civilización, no significa que
la filosofía quede circunscrita al ámbito griego -ni siquiera a lo que se ha
dado en llamar «civilización occidental», signifique tal expresión lo que signifique-.
Del mismo modo que, del hecho de que el primer teorema matemático del que
tenemos noticia sea el teorema de Tales, no se puede desprender que la geometría
sea algo circunscrito al ámbito griego u «occidental». La filosofía -como la geometría,
con la que guarda un vínculo esencial, como la química o la termodinámica, y,
en general, las ciencias-, tiene una dimensión universal, o no es filosofía. En
rigor, tiene sentido hablar de una filosofía hecha en Grecia, Alemania, Francia
o Inglaterra -como tiene sentido hablar de la física desarrollada en Grecia, Alemania,
Francia o Inglaterra-, pero no es del todo correcto hablar de una filosofía
«alemana», como no sería correcto hablar de una química alemana. O acabaremos
asumiendo la validez de expresiones tales como «ciencia aria», cosa que ya no
debería sorprendernos en esta época en la que, en ciertos ámbitos al menos,
parece que lo importante no es «lo» que se dice, ni los argumentos detrás de lo
que se dice, sino «quién» lo dice.
&1
Los
historiadores suelen distinguir cinco etapas en la evolución de la historia
general del mundo griego: la cultura
micénica, que abarca un período que va del 2000 al 1150 a. C.; la época oscura, que abarcaría desde el 1150 al 800
a. C.; la época arcaica, que
va del 800 al 500 a. C.; la época clásica, que abarcaría desde el 500 al 338 a. C.; y, finalmente,
la época helenística, que
abarcaría desde el 338 al 146 a. C.
Por
lo que sabemos, la Grecia continental estuvo habitada desde el paleolítico.
Sobre
el año 2000 a. C., se establecieron en la región nuevos pobladores, a los que
hoy conocemos como minios. Estos pobladores, mezclados con la gente
que ya estaba allí, dieron lugar a la civilización micénica, cuyos
principales asentamientos estaban en el Peloponeso
(península situada al sur de la Grecia continental, a la que se une por el
estrecho de Corinto).
Los micénicos eran una civilización guerrera, formada por una serie de reinos independientes.
Cada reino estaba controlado desde un palacio-fortaleza
por una casta militar que tenía
bajo su dominio un grupo de aldeas,
a expensas de las cuales vivía.
El
caso es que, en torno al siglo XII a. C., y por razones no del todo claras, la cultura
micénica se derrumba. Muchos de los habitantes del Peloponeso huyeron hacia las
costas del Asia Menor, donde fundaron
una serie de colonias que serían conocidas como la Jonia, y donde surgirá, con el tiempo, la filosofía.
Desmoronada
la civilización micénica, sobreviene un período del que conocemos muy pocos
datos, y que, por esta razón, denominamos época oscura.
Durante
este período el sistema político se transformó. Desaparecieron las castas militares
gobernantes y los palacios-fortaleza. Con ello las aldeas -que vivían fundamentalmente de la agricultura- se
independizaron del poder central, aunque siguieron conservando sus
instituciones propias heredadas de la época anterior. Se perdió la escritura -debido probablemente a que
estaba al servicio del palacio y ahora no tenía ninguna función-. Desapareció,
igualmente, el arte antiguo, surgiendo en su lugar un tipo nuevo de decoración
a base de figuras geométricas.
La
época oscura da paso a la época arcaica.
Durante esta época se producen una serie de cambios que serán fundamentales
para constituir la identidad de la civilización
griega.
Entre
estos: (1) La aparición de las polis, que se habían ido gestando
ya durante la época oscura. (2) Las colonizaciones,
que les llevan a expandirse por todo el Mediterráneo. (3) La participación cada
vez mayor de los ciudadanos en los asuntos públicos (democratización). (4) La aparición de un nuevo tipo de escritura,
la escritura alfabética, para la
que se tomaron caracteres fenicios.
(5) El surgimiento de la literatura
y la filosofía pensada y escrita en
griego.
&2
Las aldeas, liberadas del control a que
estaban sometidas por el palacio‑fortaleza, se desarrollaron, en un primer
momento, con independencia política unas de otras. Pero, con el tiempo,
aquellas más próximas ‑por ejemplo, las que ocupaban un mismo valle‑, y que
mantenían relaciones comerciales o religiosas más fluidas, acabaron agrupándose
en una unidad política: la polis
(Ciudad‑Estado).
En
general, la polis consistía en
un territorio no muy extenso, que incluía una serie de aldeas (con frecuencia agrupadas en torno a una ciudad‑capital),
granjas, tierras de cultivo y pastoreo,
y bosques. Cada polis, al igual que los antiguos reinos
micénicos, era independiente políticamente.
Entre
el 750 y el 550 a. C., el aumento de la población y la mala distribución de la
tierra, entre otras causas, provocó una enorme expansión colonial de los griegos por todo el Mediterráneo.
Una
vez establecida la nueva colonia, esta se convertía, automáticamente,
en una nueva polis independiente, sin más
relaciones con la polis‑madre que las que se podían
establecer por intereses comerciales ‑de ambas partes‑ o afectivos.
En
las aldeas, y en las polis surgidas a partir de aquellas, el poder
institucional fue acaparado paulatinamente por los nobles terratenientes (que lo arrebataron a la realeza heredera
de las instituciones micénicas.
Los
nobles justificaban ideológicamente su dominio apelando a su superioridad natural,
basada en la posesión, innata, de la areté (= virtud, excelencia).
Por
esta razón los nobles eran los aristos (= los buenos, los
virtuosos, los mejores), de donde proviene el término aristocracia (= gobierno de los mejores).
Pero
dos factores hicieron que la nobleza fuera perdiendo paulatinamente poder:
Por
un lado, la expansión colonial hizo
que la importancia del comercio y de
la navegación fuese cada vez
mayor, con lo que gran parte de la población ya no vivía de la tierra a
expensas de los nobles terratenientes.
Por
otra parte, la aparición de la infantería
(los hoplitas), dotada de una férrea organización, hizo que la caballería,
constituida por la nobleza, dejase de ser imprescindible para la defensa de la polis. El hoplita podía
hacerse con su instrumental de guerra sin necesidad de poseer una fortuna, lo
que permitió que muchos ciudadanos normales pudieran convertirse en
guerreros y tener un peso en las decisiones políticas (ya que, como guerreros,
podían participar en las asambleas).
La
nobleza seguía pretendiendo acaparar el poder, pero nuevas fuerzas estaban
entrando en acción. Por todo ello se producían continuos conflictos de
intereses entre los diversos grupos sociales. Como elementos clave para resolverlos,
surgieron dos nuevas figuras políticas: el legislador y el tirano.
El legislador era un individuo con prestigio, elegido
por los grupos enfrentados para que solucionase los conflictos mediante la
promulgación de leyes adecuadas. Legisladores famosos fueron Draco y Solón
-de Atenas-, Licurgo -de Esparta, Zaleuco -de Locros-, etc.
El tirano era un individuo al que se
encumbraba al poder -generalmente con ayuda de los sectores de la población más
desfavorecidos-, para poner en marcha las reformas necesarias. Una vez que las
reformas habían sido llevadas a cabo y se había restablecido la convivencia,
el tirano dejaba de ser necesario. Tiranos famosos fueron Polícrates
-de Samos-, Pisístrato -de Atenas-, Periandro -de Corintio-,
etc.
&3
Hacia
mediados del siglo VII a. C. la monarquía,
que hasta entonces había gobernado Atenas, fue sustituida por un sistema
político de corte aristocrático.
Los nobles
terratenientes (eupátridas)
elegían a los supremos magistrados (arcontes);
otros dos grupos de ciudadanos -los demiurgos
(pequeños campesino artesanos y comerciantes) y los georgoi (trabajadores del campo)- vivían supeditados a la
nobleza. Junto a estos grupos sociales existía una numerosa población de esclavos que no eran considerados
ciudadanos y no tenían derechos de ningún tipo.
Debido
a que los latifundios fueron creciendo a costa de los pequeños campesinos, se
generaron problemas sociales para cuya resolución se echó mano de los legisladores. Primero Draco -en
el 621 a. C.-, y luego Solón -en el 594 a. C.-, ambos arcontes, fueron
encargados de redactar códigos legislativos. Después de Solón hubo un período
de luchas entre tres facciones principales: por un lado estaban los habitantes de la costa, en su mayoría
comerciantes y navieros; por otro los habitantes
de la llanura, donde eran fuertes los nobles; y, en tercer lugar, estaban
los habitantes de la montaña, que
era la zona más pobre.
Con
el apoyo de estos últimos, en el 547 a. C.
Pisístrato instaura la tiranía.
Durante su gobierno se consolidaron las instituciones dadas por Solón, se desarrolló
el comercio y la producción agrícola, se construyó la que sería la primera
versión del Partenón, y se instituyeron las fiestas Panateneas y
las Grandes dionisias (donde uno de los elementos principales era el
concurso de autores trágicos, lo
que iba a tener gran importancia en la evolución de la tragedia). También en
esta época se redactaron por escrito la Iliada y la Odisea.
Muerto
Pisístrato -en el 528 a. C.-, y tras un período de cierta inestabilidad
política, Clístenes es elegido arconte
-en el 508 a. C.-, y pone en marcha una serie de reformas entre las que
destacan la creación de un Consejo
de 500 miembros encargado de preparar las sesiones de la Asamblea (ecclesia). Puesto que, tanto en el Consejo como en
la Asamblea, podían participar todos los «ciudadanos» quedó instaurada formalmente
la democratía (= democracia). (Aunque ha de quedar claro que
el sentido de la demokratía griega es
muy distinto del que han adquirido nuestras modernas democracias).
&4
Esparta (también llamada Lacedemonia) constituye un caso
especial dentro del sistema organizativo de las polis griegas.
Hasta
el siglo VI a. C. estuvo abierta al comercio y mantenía unas relaciones normales
con el resto del mundo helénico. Entre los siglos VIII y VI mantuvo, incluso,
un notable desarrollo artístico.
Pero,
paulatinamente, se fue convirtiendo en un Estado militarizado y replegado sobre sí mismo. Ello se debió, probablemente,
a la peculiar manera que siguieron de solucionar la falta de tierras. En
lugar de fundar nuevas colonias como era práctica habitual en las demás polis, se dedicaron a conquistar las
tierras de los alrededores (sobre todo la llanura de Mesenia) y sometieron a sus habitantes a la esclavitud.
Como
los conquistadores (espartiatas)
eran una minoría frente a los dominados, tuvieron que crear una organización
militar y social de una férrea disciplina para mantener el poder.
La
organización social constaba de tres estamentos básicos:
Los espartiatas:
eran el grupo dominante, de origen dorio
mezclados con la antigua nobleza aquea.
Eran los únicos ciudadanos de pleno derecho, pero tenían, a su vez,
obligaciones muy duras. De entrada, los niños que nacían débiles eran expuestos
en el monte Taigeto (lo que quiere decir que, normalmente, se les dejaba
morir). Los niños sanos vivían en casa hasta los siete años y luego pasaban a
cargo del Estado que los educaba en una dura disciplina orientada a la guerra.
Los periecos:
la palabra perieco quiere decir «los de alrededor». Eran el grupo que vivía en
las fronteras del territorio espartano. No tenían la ciudadanía pero sí
ciertos derechos: tenían derecho a tener propiedades, a formar parte del
ejército en tiempos de guerra, y tenían una organización autónoma en sus
aldeas. Eran los que manejaban el escaso comercio.
Los hilotas:
constituían la mayor parte de la población, en su mayoría de origen mesenio, y
estaban reducidos a la esclavitud.
Trabajaban las tierras de los espartiatas y no tenían ningún tipo de derechos.
&5
Hacia
el 499 a. C. las ciudades griegas de la Jonia,
tributarias del Imperio persa, se
sublevaron. (Los historiadores suelen tomar esta sublevación para fijar el fin
de la época arcaica y el comienzo de la época
clásica). En el 494, los persas arrasaron Mileto y enviaron una expedición contra la Grecia continental que
fracasó debido al naufragio de su escuadra. En el 490, una segunda expedición
consiguió desembarcar en Eudeba.
La mayoría de las polis
griegas formaron un frente común y derrotaron al ejército persa en la llanura
de Maratón a pesar de su inferioridad numérica.
En
el 483 a. C. los persas volvieron a enviar otra expedición que llegó hasta
Atenas, sus habitantes huyeron y la ciudad fue destruida. No obstante,
cuando los persas, al mando de Jerjes,
se disponían a aniquilar definitivamente a los griegos, estos le derrotaron
en la batalla naval de Salamina, otra vez, a pesar de su inferioridad en
hombres y barcos. Al año siguiente volvieron a derrotar a los persas en Platea
y estos abandonaron Grecia.
Atenas,
que lideró la guerra contra los persas, vivió, a partir de entonces, un momento
de esplendor sin parangón en su historia (e incluso en la historia de la
humanidad). Bajo el gobierno de Pericles se consolidó y mejoró el
sistema democrático (eliminando ciertas prerrogativas de que aún disfrutaban
los nobles), se reconstruyó la Acrópolis (cuyo edificio central fue el
Partenón). En esta época vive el historiador Tucídides; los filósofos Zenón, Protágoras, y Sócrates;
los trágicos Esquilo, Sófocles, y, algo más tarde, Eurípides;
Hipócrates, que será considerado el
padre de medicina, y el comediógrafo Aristófanes.
Sin
embargo, al mismo tiempo que en el interior se consolidaba el sistema democrático,
Atenas adoptaba una actitud imperialista
frente a sus vecinos. Para poder defenderse de cualquier nuevo intento de
agresión por parte del Imperio persa, Atenas y algunas otras polis formaron una confederación
con el nombre de Liga de Delos (por ser en Delos, una isla consagrada a
Apolo, donde se guardaba el tesoro de la confederación). Pero Atenas, aprovechando
su superioridad militar (fundamentalmente naval) usó la liga en beneficio
propio, imponiendo al resto de los confederados sus condiciones e impidiéndoles
abandonar la liga. Finalmente el tesoro común fue trasladado, descaradamente,
a Atenas.
&6
Esparta,
temerosa de la superioridad ateniense, buscaba una oportunidad para acabar con
su predominio.
En
el año 431 a. C., aprovechando que parte del ejército ateniense se había desplazado
para sofocar una rebelión, Esparta,
en alianza con una serie de polis
con las que había fundado la Liga del Peloponeso, llegó con sus tropas hasta Atenas y
le puso sitio. El hacinamiento provocó una epidemia de peste dentro de la ciudad
en la que murió el propio Pericles. En el 421 a. C., se firmó la paz de Nicias,
tras un acuerdo entre espartanos y atenienses, que no fue aceptada por los
aliados de Esparta que se negaron a respetar el acuerdo.
En
el 416 se reinició la lucha, a consecuencia de una expedición ateniense a
Sicilia, en ayuda de Siracusa, patrocinada por Alcibíades (personaje
que aparece en los diálogos de Platón como discípulo de Sócrates). La
expedición fracasó y Alcibíades, acusado de sacrilegio, tuvo que huir y se
refugió en Esparta, poniéndose a su servicio.
Tras
la huida de Alcibíades, y desmoralizada Atenas por las derrotas, los
oligarcas provocaron una revolución (en el 411 a. C.) y se hicieron con el
poder (la oligarquía de los Cuatrocientos), instaurando un régimen de
terror.
Derrocados
los oligarcas, y huido de Esparta, donde había dejado embarazada a la
mujer de uno de los reyes, Alcibíades se puso de nuevo al servicio de la
Liga de Delos, y finalmente se le pidió que volviese a Atenas, donde fue
derrotado por los espartanos, aliados, ahora, de los persas, en Notion. Alcibíades tuvo que huir de nuevo
y se refugió en Tracia.
Finalmente
Atenas fue derrotada incluso en su propio campo: en la batalla marítima de
Egospótamos, que puso fin a la guerra con la victoria de Esparta. La
democracia fue sustituida por una nueva oligarquía, la llamada oligarquía
de los Treinta (404 a. C.)
Aunque,
al año siguiente, la democracia volvió a ser restaurada, Atenas ya nunca
volvió a recuperar su pasada grandeza. Por su parte, Esparta, que fue la vencedora
de la guerra, también sufrió las consecuencias de esta. En general, tras la
guerra del Peloponeso se inició el derrumbe del mundo griego.
&7
El
paso de la época clásica a época helenística comienza con la
conquista de Grecia por Alejandro.
&1
Para
los griegos todo está sometido al Destino,
gobernado por este. El Destino es más antiguo que dioses y hombres, está por
encima de unos y otros.
Los dioses eran concebidos por los griegos como
seres con las mismas pasiones y deseos que los humanos. La diferencia
principal entre los dioses y los hombres es que aquellos son inmortales (de hecho, con frecuencia,
los griegos se refieren a ellos como «los inmortales»). A veces intervienen
en los asuntos humanos, tomando parte en ellos.
Los
dioses griegos surgieron de una mezcla de las divinidades que trajeron consigo
los invasores de origen indoeuropeo (los aqueos),
con los dioses premicénicos (procedentes fundamentalmente de la cultura cretense
-minoica- y quizás anteriores
incluso a la cultura minoica).
Los
primeros eran, en su mayoría, dioses
celestes y masculinos, donde la
preeminencia la tenía algún Dios‑Padre. Los segundos eran, generalmente, dioses terrestres y femeninos, donde la preeminencia la
tenía alguna Diosa‑Madre.
Según
la mitología griega hubo varias generaciones de dioses, tras las que acabaron
prevaleciendo Zeus, Hera, Palas Atenea, Ares, Afrodita,
Artemis, Hermes, etcétera, que situaron su morada en el monte Olimpo (de ahí que se les conozca
como dioses olímpicos).
Algunos
dioses, que no tenían una función relevante en el mundo del Olimpo, llegaron,
sin embargo, a jugar un papel destacado en la religiosidad griega. Así
sucedió con Apolo (símbolo de la belleza masculina, dios de las
artes, y máximo portador de los oráculos divinos), y con Dionisos (quien,
a pesar de ser un dios masculino, aparece, paradójicamente, vinculado a
ritos de fertilidad, y en relación con diosas de la fertilidad ‑según una
versión mítica es educado por Cibeles,
antigua Diosa‑Madre de procedencia oriental‑; esa puede ser la explicación
de por qué también es un dios muy recurrido en los cultos mistéricos, cultos asociados, con frecuencia, a la
identificación con la naturaleza ‑la muerte y el renacer‑; también es el dios
de la embriaguez, la sexualidad y, en general, de todo lo pasional y exultante;
y en su séquito aparece acompañado por las ménades, los sátiros y
el dios Pan).
&2
Otro
elemento fundamental de la religiosidad griega eran los oráculos. El oráculo es el mensaje
trasmitido por el dios al que se ha preguntado acerca del futuro. Pero, por
extensión, se denominan oráculos, también, al dios que habla, a los intérpretes
del dios y al santuario o lugar
donde se realiza la consulta.
Los
oráculos eran tremendamente importantes en la vida pública griega; determinado
tipo de actividades ‑guerras, viajes comerciales, colonizaciones, etcétera‑
no se llevaban a cabo sin antes consultar con el oráculo.
Los oráculos
más numerosos eran los presididos por Apolo,
de entre los cuales el más importante era el de Delfos ‑adonde acudían
de todo el mundo helénico‑.
Su
funcionamiento era el siguiente: una profetisa, la Pitia, después de
seguir un ritual que incluía la ingestión de una bebida, entraba en trance;
en pleno delirio pronunciaba palabras incoherentes atribuidas a Apolo, y
los sacerdotes las interpretaban.
También
eran numerosos los oráculos presididos por Zeus, y las sibilas
(profetisas inspiradas por Dionisos) que profetizaban de un modo más libre, a
veces sin necesidad de un lugar especial donde hacerlo.
&3
Las práctica
religiosas más usuales, ligadas a la vida pública y familiar, son:
La plegaria: su objetivo era solicitar
el favor de los dioses; a cambio, se les ofrecía leche, vino, o cualquier
otro tipo de frutos de la tierra.
El sacrificio: tenía la misma finalidad
de solicitar el favor de los dioses. Normalmente se sacrificaban ovejas,
cabras o bueyes, que eran degollados sobre el altar siguiendo determinados rituales
ya establecidos para cada dios. Con el sacrificio se pretendía forzar al
dios a obrar a nuestro favor, su objetivo era, por lo tanto, operativo, actuar
sobre la naturaleza.
La purificación: tenía por objeto limpiar
al individuo tras el contacto con cosas impuras (solía hacerse después
de un nacimiento o de una muerte), o antes de entrar en contacto con algo sagrado.
Para realizar la purificación se seguía un ritual llevado a cabo con agua.
&4
Aparte
de estas prácticas usuales, existían en el mundo griego otro tipo de
prácticas religiosas cuyo carácter no era público y en las que únicamente
podían participar los iniciados.
Estas prácticas religiosas son las que conocemos como misterios, y
a los cultos que las llevan a cabo los conocemos como cultos mistéricos
(que alcanzarán una enorme expansión durante la etapa helenística).
El
más importante centro de un culto mistérico se hallaba en el santuario de
Eleusis, cercano a Atenas, consagrado a la diosa Deméter. No sabemos
qué tipo de prácticas se realizaban en él porque los participantes tenían
prohibido revelarlas bajo pena de muerte. En todo caso, sabemos que el culto a
Deméter comenzó siendo un culto agrario, y las ceremonias llevadas a cabo
tenían algo que ver con el sentido de la muerte
y el renacer.
Los
misterios de Eleusis siguieron celebrándose durante muchos siglos, incluso bajo
el imperio romano (el emperador Juliano, que se había convertido al
cristianismo, renunció a esta fe para poder participar en los misterios
eleusinos). Otro dios que aparece ligado frecuentemente a los cultos mistéricos
es Dionisos.
&1
En
el mundo griego, la divulgación de los mitos
religiosos estuvo, sobre todo, en manos de los poetas, dado que, a diferencia de otras grandes civilizaciones
antiguas, no tenían una casta sacerdotal
que se encargara de fijar la doctrina y velar por su cumplimiento.
El mito
es una narración en la que los fenómenos naturales y sociales son explicados a
partir de la intervención «caprichosa» (es decir, arbitraria, no necesaria) de
los dioses y de hombres heroicos con características sobrehumanas.
Generalmente
pretende narrar cosas que sucedieron en un remoto
pasado. Pero lo que se narra en el mito, la aventura concreta, no es una
simple narración de algo que ya pasó. El mito es un paradigma, una representación
ideal ofrecida a los hombres como modelo de comportamiento de resonancias
cósmicas. El relato es vivido como supratemporal; al colocarlo en un pasado
remoto lo que se hace es quitarlo del flujo del tiempo.
El
poeta no pretende contar algo que ya ha pasado (el tiempo en que se sitúa el
relato es un falso tiempo) y que recordamos para entretenernos, sino que pretende
«recrear» algo que siempre «ha sido, es y será».
En
cierto sentido, podríamos aventurarnos a decir que el mito es la forma prerracional
de expresar lo necesario, y que, por lo tanto, ya prefigura las
explicaciones racionales.
El poeta también tiene una función
distinta de la que tienen los poetas en nuestras sociedades actuales. El poeta
no se diferencia grandemente de un oráculo.
Como él, es una especie de médium que conoce el destino (la moira).
Esto es así porque el mito pretende reflejar, como ya hemos dicho, no una
situación remota, un pasado histórico ya fenecido, sino algo que es
intemporal, y que, como tal, forma parte del pasado, del presente, y del futuro
(recrea una cierta forma de eternidad).
El
poeta viene a ser, así, un portavoz, al que la diosa Memoria y sus hijas
las musas hablan para que pueda
contar lo que fue, es, y será. Al hacerlo, impiden que esta realidad arquetípica
caiga en el olvido (lethé). La manifestación de ese fondo arquetípico
es la palabra verdadera (alétheia).
La verdad es concebida, así, como la manifestación de aquello que siempre ha
sido, es, y será; se opone, por lo tanto, no a «mentira», sino a «olvido»
(también a «oculto»).
&2
La tragedia se originó en torno al culto
a Dionisos, y, casi con toda seguridad, en relación con rituales mistéricos
celebrados en torno a este dios; de modo parecido a como el teatro europeo
moderno evolucionó a partir de los «autos sacramentales» de la Edad Media.
Evolucionó
a partir del ditirambo (canto en honor de Dionisos interpretado por
un coro de sátiros dirigidos por un cantor ‑corifeo‑ al que daban la réplica).
Estos ditirambos fueron modificándose, hasta el punto de independizarse del culto
a Dionisos, y adoptar una forma poética de la que surgirá la tragedia.
&1
Como
ya hemos señalado al comienzo de esta entrada, veintiséis siglos después de la
aparición de eso que aquí venimos denominando filosofía, esta ha llegado a ser un problema para sí misma.
Empezando por el problema de aclarar qué se entiende por filosofía.
Aquí
hemos comenzado asumiendo la hipótesis helénica: llamaremos filosofía a un tipo
de saber que surge y se consolida en el mundo griego antiguo (al margen de que
pueda llamarse filosofía a otros tipos de discursos), en el seno de la
civilización griega cuya configuración histórica hemos descrito brevemente. Ahora
trataremos de mostrar cómo surge esta peculiar disciplina y con qué especiales
características.
Para
ello vamos a dejar que sea la propia filosofía la que se explique. Esto es, vamos
a los textos, a aquellos textos en
los que, un determinado tipo de reflexión, comienza a denominarse, a sí mismo,
filosofía. Y trataremos de encontrar en esos textos el significado de tal denominación.
Veremos, siguiendo, sobre todo, las aportaciones de Xavier Zubiri y Felipe
Martínez Marzoa, cómo el origen y significado del término filosofía aparece
vinculado a los de sabiduría (σοφία)
y teoría (θεωρία).
&2
Filosofía
es la traducción castellana del griego φιλοσοφíα
(philosophía). Este término aparece
tardíamente, cuando eso que hoy denominamos filosofía llevaba siglo y medio de
desarrollo; es decir, cuando ese nuevo «saber», esa nueva manera de enfrentarse
con el mundo, de estar en el mundo, se había consolidado. Proceso lógico, por
otra parte, pues solo cuando ya existe la cosa tiene sentido buscarle un
nombre.
Antes
de que dicho término fuese empleado aparecieron otros del mismo campo semántico.
El primero de dichos términos fue φιλόσοφος
(filósofo), que aparece en un fragmento de Heráclito.
Posteriormente
aparece el término φιλοσοφέων (que
puede ser traducido como «filosofando», o «por amor al saber»), que aparece en un
pasaje del primero de Los nueve libros de
historia, de Herodoto.
Finalmente,
nos encontramos con el término φιλοσοφíα
(philosophia = filosofía) en los
textos platónicos. Dicho término
surge de la fusión de dos lexemas, φιλος
(philos = amigo, amante,
perteneciente a), y σοφíα (sophia = sabiduría). Originalmente filosofía
significa, por lo tanto, amor a la
sabiduría (amistad por la sabiduría, pertenencia a la sabiduría).
&3
Tenemos,
entonces, que la filosofía, como nos dice su propio nombre, es «amor a la sabiduría»,
remisión a la sabiduría. ¿Y qué es la sabiduría?
En
la vida cotidiana de la Grecia antigua, en el lenguaje ordinario, por sabiduría se entiende la posesión de
una habilidad, capacidad o destreza. El sabio,
σοφóς, es el diestro en algo, el que entiende de algo. Es la sabiduría que
puede poseer el artesano que domina
su materia. Así, un zapatero, posee una cierta sabiduría que consiste en
«entender de zapatos».
Sabiduría
tiene también el sentido de entendido en las cosas del universo
y de la vida humana (privada o
pública). A este respecto, los griegos de la época hablan de los «siete sabios» para referirse a una
serie de personajes que destacaron de manera notable en el entendimiento de
este tipo de cosas.
En el siglo V a. C., aparecen
en Atenas los σοφιστής (sophistés = sofistas); palabra derivada de σοφóς
(sophós = sabio), y que puede ser traducida como «los que ejercen de sabios»,
los «profesionales de la sabiduría». Los sofistas enseñaban cosas útiles para
el triunfo social y el desenvolvimiento en la polis. Frecuentemente se calificaban
a sí mismos como «maestros de virtud».
Contemporáneo de los sofistas es Sócrates,
que descubre un nuevo tipo de saber: el «saber que no se sabe». Y precisamente
en ese contexto -entre los discípulos de Sócrates-, es donde surge el término filosofía, que aparece recogido, por
vez primera, en los escritos de Platón,
el más importante discípulo de Sócrates.
En
su diálogo Symposio o de la erótica
(también conocido como El banquete)
el propio Platón nos da una interpretación del sentido de este término, de en
qué consiste este saber que él denomina filosofía.
La filosofía,
nos dice, es algo distinto de la sabiduría
y de la pura ignorancia. Los dioses
son sabios, por ello no pueden ser filósofos. Los puros ignorantes, aquellos
que «ignoran que ignoran», aquellos que no han alcanzado la sabiduría de «saber
que no saben», tampoco son filósofos.
Entre
la sabiduría y la pura ignorancia se sitúa la filosofía, que constituye un peculiar
tipo de saber, el «saber que no se sabe», y, por ello, la filosofía es amor,
aspiración, remisión, a eso que no se tiene y se echa en falta, a la sabiduría
(igual que, en general, todo deseo es remisión a lo que se desea).
&4
Para
acabar de comprender en qué consiste este nuevo saber, el saber filosófico,
conviene aclarar que la noción de filosofía nace vinculada, también, a la de teoría.
En
el pasaje de Herodoto, antes citado, el rey Creso recibe a Solón con el
siguiente saludo: «Han llegado a nosotros muchas noticias sobre ti, tanto de tu
sabiduría como de que por «amor al saber» (φιλοσοφέων), has recorrido muchos
países para «examinarlos» (θεωρίης εϊνεχεν)». La filosofía (φιλοσοφέων), es
puesta aquí en conexión directa con la teoría (θεωρίης εϊνεχεν).
En el
mundo griego antiguo, con el término teoría
(θεωρία) se designaba a la función que realiza el θεωρός (theorós). Se
denominaba así al que era enviado de una polis a otra para realizar ciertas funciones,
normalmente relacionadas con el culto (tales como realizar un rito, consultar a
un oráculo). También se denominaba así a lo que hacía el que participaba como
espectador en unos juegos o en una representación teatral.
Nos
interesa destacar que esta función del theorós,
la teoría, aparece vinculada a un distanciamiento
con respecto a lo que se hace o aquello en lo que se está.
Efectivamente,
cuando uno participa de una acción, de una fiesta, de un rito, de un
espectáculo, uno queda absorbido por eso en lo que está participando. Cuando
uno, desde fuera, es invitado a participar en una acción de este tipo -como
representante de otro, como enviado de otro-, no queda absorbido por aquello en
lo que participa. (Porque, al mismo tiempo, uno está inmerso en otra función,
la de «representante de», la de observador). De modo que uno mantiene un grado
de conciencia mayor acerca de lo que se está realizando.
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El
significado de ese término sufrirá cambios notables. Nosotros empleamos el
término teoría para referirnos a un
saber contrapuesto al saber práctico.
Así, de las ciencias decimos que son
saberes teóricos. Con ello queremos
decir que tratan de explicarnos cómo «es» el mundo. Por el contrario, de la ética o la tecnología decimos que son saberes prácticos. Con ello queremos decir que tratan de mostrarnos «qué
hacer» o «cómo hacer». (Dejemos, de momento, la posible distinción entre
saberes prácticos y saberes productivos o instrumentales).
Ahora
bien, lo que hacen las ciencias no deja de ser también una actividad, una
cierta praxis. El «conocimiento
teórico» propio de las ciencias es una praxis orientada a obtener unos
determinados resultados: conocer la estructura de la realidad.
Y
frente a esa praxis científica podemos tomar distancia para analizar qué es la ciencia, qué es conocer, o, siguiendo con ese distanciamiento, qué significa
que algo sea algo, o qué significa
en absoluto que algo sea.
Ese
tomar distancia para examinar las cosas es teoría
en el sentido original que tenía ese término en Grecia.
Pues
bien, cuando Sócrates, frente a los sofistas, asume su ignorancia, está tomando
distancia frente a los «entendidos», una distancia que le permite examinar las
cosas a un nivel más profundo. Así, frente a los especialistas en la justicia,
Sócrates se pregunta ¿qué es lo justo?, frente a los profesionales del conocimiento,
del saber, se pregunta ¿qué significa conocer?
Y a
eso, a ese saber, que nace de tomar distancia frente a las cosas para preguntarse
por su ser, por su sentido, se le denominó «filosofía».
&6
Rastreando
los orígenes del término filosofía, nos hemos encontrado con que la filosofía puede
ser entendida como un tipo de saber que
nace de tomar distancia frente a lo
dado, para examinarlo, para someterlo a consideración.
Pero
ese tomar distancia que nace con la filosofía es un tomar distancia frente a la
totalidad de lo dado. Por eso la filosofía, que nace de tomar distancia para
someter a consideración lo dado, se convierte, inmediatamente, en una reflexión
acerca de la totalidad.
Lo
dado es la multitud de cosas que nos hacen frente, la totalidad de las cosas que
se despliegan ante nuestra mirada (el mundus
spectabilis). Tales cosas están surgiendo,
brotando, naciendo, unas a partir de otras, permanentemente. Así, el calor surge
del frío, y, con ello, oculta el frío (conforme el calor «es», el frío «no es»).
Lo seco surge de lo húmedo, ocultando lo húmedo (lo seco llega a ser en la
medida en que lo húmedo deja de ser). Etcétera.
Por
eso, a esa totalidad de las cosas que están surgiendo, permanentemente, unas a
partir de otras, le denominaron, los primeros filósofos, φύσις (physis), término
que significa algo así como nacimiento,
crecimiento. Physis será traducido posteriormente como naturaleza.
Pero
si todo está surgiendo, brotando, permanentemente, esa consideración nos lleva
a lo que permanece oculto, al principio, al origen, al substrato del que todo
procede. Principio, origen se dice en griego αρχή (arkhé). La
consideración de la physis, la
reflexión sobre la totalidad de lo dado, nos ha lleva a desvelar, descubrir,
desocultar, el principio u origen. Desocultar, desvelar, se dice en griego αλήθεια (alétheia), término que será traducido posteriormente por «verdad», «verdadero».
Tenemos,
entonces, que la filosofía nace como consecuencia de un tomar distancia frente
a lo dado, para examinarlo, para tomarlo en consideración. De ese tomar distancia,
de ese tomar en consideración lo dado, de ese examinar lo dado, surge una experiencia
del mundo distinta, trasmitida a través de un lenguaje distinto. A esa nueva manera
de describir la realidad, de nombrarla, le denominan los griegos λέγειν, λόγος (légein, logos = decir, habla, posteriormente
traducido por razón). Logos que se
contrapone al mithos, al antiguo
discurso, que nombra la antigua experiencia del mundo.
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Vamos,
ahora, a llamar la atención sobre dos cosas.
La
primera es que nunca pensamos a partir de cero, sino a partir de la situación
en la que estamos instalados, a
partir de nuestros prejuicios.
La
segunda es que para pensar utilizamos un lenguaje.
O, al menos, parece obvio que cierto tipo de pensamiento, aquel más claramente
humano, más exclusivo del ser humano, se realiza por mediación del lenguaje.
Pues
bien, la filosofía nace y se constituye como tipo especial de saber en la civilización
griega de los siglos VI-V a. C., y nace hablando griego. Eso que los griegos han denominado filosofía y que podemos caracterizar como un saber que surge de tomar distancia frente a las cosas para
examinarlas, para preguntarse por su ser
o su sentido, nace en un determinado
contexto, en el que, entre otras cosas, se habla
griego y se piensa en griego.
Y
del mismo modo que para autoidentificarse, para denominarse, la filosofía ha
echado mano de la terminología con la que se ha encontrado en el lenguaje
ordinario, también ha hecho lo mismo para elaborar su discurso o para
caracterizar su objeto. A veces tomando esa terminología en su significado
original, otras veces introduciendo en ella desviaciones de significado.
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