miércoles, 30 de marzo de 2016

(XIV) FILOSOFÍA EN EL RENACIMIENTO: HUMANISMO Y ESCEPTICISMO

1. Contexto histórico general
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A mediados del siglo XV termina la Guerra de los Cien Años y la epidemia de peste negra llega a su fin. Esto posibilita un enorme crecimiento de la po­bla­ción y una ex­pan­sión económica sin precedentes, con especial incidencia en el desarrollo del comercio y la producción artesanal.
Este desarrollo del comercio y la producción artesanal trae consigo un crecimiento de la burguesía, que se afirma, como clase social, frente a la nobleza feudal.
Una parte importante del nuevo comercio gira en torno a los productos exóticos, tales como especias, esclavos, sedas, perfumes, algodón, oro, pla­ta, etcétera, que eran traídos de oriente a través del Me­­di­terráneo. Por esta razón las ciudades italianas, que con­trolan el comercio de estos productos en Europa, se enriquecen so­­bre­manera.
Florencia, Roma, Venecia, Parma, etcétera, organizadas como auténticas ciudades-Estado, se sitúan en la vanguardia del desarrollo económico y cultural. Y ahí, en esas ricas ciudades italianas, capitaneadas por la nueva burguesía emergente (y, también en las ricas ciudades del norte de Alemania y los Países Bajos), comienza la ruptura con concepciones tan típicamente medievales como la subordinación de todo saber a la teología y a los criterios de autoridad sustentados en la tradición.
Un elemento decisivo en esta rup­­tura es el renovado interés por el mundo gre­co‑romano, que lleva a los pensadores y artistas de la época a intentar recrear la que consideran supe­rior cultura del mundo antiguo, frente al «oscu­ran­tis­mo» me­dieval. Por este renacer de la cultura antigua se ha denominado a esta época Rena­cimiento. El Renacimiento, que abarca los siglos XV y XVI, se convertirá en un periodo de transición entre la Edad Media y la Moderna.
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La pérdida paulatina de poder de la nobleza feudal, y la emergencia de la burguesía, provoca, también, que se vaya desvaneciendo la idea medieval de la unión de la cristiandad regida en lo tem­po­ral por el emperador y en lo espiritual por el papa. Y que, en su lugar, comiencen a consolidarse los primeros Es­ta­dos naciona­les, que habían comenzado a gestarse, ya, en la Baja Edad Media.
Este proceso se inicia en Castilla, Aragón (que, a partir de 1480, darán origen a la Monarquía Hispánica), Portugal, Fran­cia, Ingla­terra, Dinamarca, y Polonia.
Con todo, la organización feudal se mantiene todavía en parte (y en unos países más que en otros). Eso se debe a que la agricultura, en manos de los nobles terratenientes, sigue teniendo un peso económico decisivo; y a que sigue muy arrai­gada la cultura tradicional. Además la nobleza aca­­para gran parte de los cargos administrativos del Estado.
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Pese al poderío económico de la repúblicas italianas, el Mediterráneo está controlado por el Imperio turco. Razón por la que muchos países europeos trataron de buscar nuevas ru­tas comerciales. En este terreno se adelantaron los reinos de Portugal y España, que rivalizan en la exploración de otros mares. Esto tiene como gestas más seña­ladas el Descubri­miento de América para la civi­lización europea en 1492; el primer viaje desde Portugal a la India bordeando África, capitaneado por Vasco de Gama, en 1498; y la primera vuelta al mun­do llevada a cabo por Fernando de Magalla­nes y Juan Se­bas­tián Elcano, entre 1519 y 1522.
Las consecuencias de los descubrimientos y con­quistas, especialmente la conquista de América, fue­ron extra­ordinarias en todos los órdenes. Para em­pezar, se tradujo en un intercambio de productos que revo­lu­cio­na­­rían la agricultura y la ganadería a ambos lados del Atlántico: de América llegaron a Europa, la patata, el tomate, el maíz, el cacao, el tabaco, etcétera; de Europa pasaron a América, el caballo, la vaca, el cerdo, el trigo, etcétera. Des­gra­ciadamente tam­bién hubo un intercambio de enfermedades, que fue es­pe­cialmente nefasto para los abo­rí­ge­nes ame­ri­ca­nos. Pero tuvo también otras consecuencias de tipo económico, social, cien­tífico, filosófico, e incluso teológico.
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Otro acontecimiento de especial importancia para el desarrollo posterior de lo que se acabará denominando Civilización Occidental es la crisis producida en el seno de la Iglesia.
A esta crisis se llega tras una serie de circunstancias entre las que cabe desatacar: (1) La falta de es­crú­pulos de sacerdotes, abades y obispos, que ha­bían converti­do los hábitos en un medio de obtener ven­tajas econó­mi­cas. (2) La falta de prepara­ción de los sacerdotes. (2) La nueva sensibilidad religiosa (que da menos importancia a las formas y más a la vivencia religiosa íntima y sin­cera). (4) El cuestionamiento del poder de las instituciones eclesiásticas para interpretar en exclusiva las Escrituras. (5) Los conflictos desencadenados por intereses políticos y económicos que enfrentan al Imperio, aliado del papado, con príncipes y nobles (especialmente con los alemanes y holandeses).
La confluencia de estas circunstancias, especialmente las señaladas en el último punto, facilita el triunfo de la rebelión protestante (habitualmente conocida como Reforma protestante), encabezada por el monje alemán Martín Lutero, que tiene como consecuencias un siglo de guerras en Europa y la división definitiva del mundo cristiano-occidental.
Las tesis religioso-teológicas que llevan a Lutero a romper con el papa son: (1) La defensa de la salvación por la fe (por lo que rechaza las indulgencias, pero niega también que las obras sean determinantes para esta salvación). (2) La de­fen­sa de la libre interpreta­ción de la Biblia (lo que favorece la autonomía individual, pero también la mitologización del mensaje cristiano). (3) La re­ducción de los sacramentos a tan solo dos (el bau­tis­mo y la eucaris­tía). (4) La consideración de que el celibato es innecesario para la práctica del sacerdo­cio. (5) El rechazo de la virginidad de María y el culto a las imá­ge­nes y a los santos.
A Lutero le siguieron otros numerosos «re­for­ma­do­res» entre los que cabe destacar: Ulrico Zuinglio, Calvino, Tho­mas Munzer, y el rey Enrique VIII.
Frente a la reforma protestante la Iglesia impulsa su propia reforma, habitualmente conocida como Contrarreforma (y que ya había comenzado en Castilla, bajo la dirección del Cardenal Cisneros, antes de la escisión protestante). Su objetivo era devolver el prestigio espiritual a la Igle­sia y reconquistar a los cristianos separados.
Para ello se convocó el Concilio de Tren­to (que duró desde 1545 hasta 1563). En él se de­cidió atajar la corrupción del clero y poner reme­dio a su baja formación (para lo cual se crearon los Se­minarios), y se hizo hincapié en la defensa de los dog­mas y prácticas rechazados por los pro­tes­tan­tes. Frente a estos últimos se defiende que: (1) La interpretación de las escrituras es tarea ex­clusiva de la Iglesia. (2) Se mantienen los sie­te sacramentos. (3) Se considera que Cristo está real­men­te presente en la eucaristía. (4) Se defiende la virginidad de María y el culto a esta y a los san­tos. (5) Los sacerdotes deben ser célibes.
El ins­trumento principal de defensa de la Con­tra­rre­for­ma fue la Com­pañía de Jesús, creada bajo su forma definitiva en 1540, que tendría un gran peso en la formación intelectual del mundo católico.

2. Humanismo y filosofía
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Durante el Renacimiento surge en Italia (y se extiende por toda Europa) el Humanismo, un movimiento cultural que hace del ser humano el centro del cos­mos. De ese modo la concepción teocéntrica medieval, en la que todo gira en torno a Dios, deja paso a una concepción antropocéntrica, en la que todo gira en torno al ser humano. El ser humano ya no vive centrado exclusivamente en el más allá, en la salvación del alma. Por el contrario, se valora la existencia terrenal, así como los placeres y satisfacciones vinculadas a esta. Por eso se toma como referencia, como modelo de ser humano y de vida humana, el que aparece en la cultura clásica griega y romana. Los humanistas trabajarán por el rena­ci­mien­to de esa cultura, en la que ven el paradigma de la armonía, de la serenidad, de la racionalidad.
Elementos claves para conseguir este ideal humano son:
(1) Los studia humanitatis: sistema de educación que incluyen los estudios de griego, latín, he­breo, y literatura antigua.
(2) La posesión de la virtú: por tal se entiende la capacidad, habilidad, saga­ci­dad, fuerza creadora, a través de las cuales se con­si­gue la gloria, el poder, y una vida satisfactoria. La virtú renacentista recuerda, por lo tanto, a la areté griega.
Un elemento importante en la expansión del humanismo fue el desarrollo de la imprenta.
Entre las labores más importantes llevadas a cabo por los humanistas están: (1) El estudio crítico de los textos antiguos, tanto profanos como los reli­gio­sos, llevado a cabo con ayuda de la filología. (2) La realiza­ción de nuevas traducciones (ayudados con frecuencia por los sabios bizantinos llegados a Oc­ci­dente).
El desarrollo del Humanismo facilitó la consolidación de las lenguas vulgares, que comien­zan a desplazar al latín como len­gua de cultura. En 1492 apa­­rece la Gra­má­tica de la lengua castellana, de An­to­nio de Ne­brija. También fue importante para el prestigio de las len­guas vulgares la aparición de una serie de obras como: Os Lusíadas, en portugués; La Celestina y El La­zarillo de Tormes, en castellano; Jerusalén libe­rada, en italiano; etcétera, así como la traducción de la Bi­blia llevada a cabo por Lutero, que sirvió para do­tar a la lengua alemana de una norma.
Escritores humanistas destacados fueron los ita­lianos Marsilio Ficino, Poliziano, Giovanni Pico della Mirandola y Nicolás Maquiavelo; el alemán Nicolás de Cusa; el holandés Erasmo de Rotterdam; los franceses Lefe­bvre d'Etaples y Budé; los ingleses John Colet, Thomas More y Francis Bacon; los españoles Antonio de Nebrija, Gómez Pereira, Fernán Pérez de Oliva y Joan Lluis Vives; etcétera. (Muchos de estos escritores tendrán una cierta relevancia filosófica, por lo que los estudiaremos más extensamente en esta entrada y en la titulada «Escolástica y humanismo en la Monarquía hispánica»).

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El movimiento humanista se vio reforzado por la caída de Constantinopla en poder de los tur­cos, a consecuencia de lo cual muchos sabios bi­zantinos huye­ron hacia Italia trayendo consigo tex­tos has­ta entonces desconocidos en Occidente. El mayor conoci­miento del griego, el análisis rigu­roso de los tex­tos, y los nuevos escritos traídos des­de Bizancio, así como el des­pres­ti­­gio de la esco­lástica y de todo lo medieval, colaboran en el rena­cer del interés por la filosofía antigua.
Como con­­se­cuencia de este interés aparecen, sobre todo en Italia, numerosos estudiosos de la filosofía grie­ga y hele­nística:
(1) Entre los platónicos destacan los bizantinos Jorge Gemisto Pletón y Basilio Besarión y, sobre todo, los florenti­nos Marsilio Ficino y Pico della Mirándola.
(2) Entre los aristotélicos destacan el bizantino Genadio, los ita­lia­nos Jorge de Trebisonda y Teodoro de Gaza, el francés Lefebvre D'Etaples, los españoles Ginés de Sepúlveda y Cardillo de Villalpando, y el alemán Felipe Me­lanchton.
(3) Entre los escépticos destacan los franceses Mi­guel de Montaigne y Pedro Charrón, y el hispano-por­tu­gués Fran­cisco Sánchez.
(4) Entre los epicúreos destacan los italianos Lorenzo Valla y Pedro Gassendi.
(5) Entre los estoicos, el interlocutor más destacado es el belga Jus­to Lipsio.

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Un papel importante en el desarrollo científico fue el «redescubrimiento» de la Geografía, de Ptolomeo, que servirá de modelo para el desarrollo de la cosmografía, convertida en una ciencia con un papel relevante en la era de los descubrimientos, pues servirá de canon, especialmente en Portugal y España, para cartografiar y medir el mundo. Pero, al mismo tiempo, al tener los cosmógrafos que enfrentarse con realidades desconocidas en el mundo antiguo y medieval, mostrará los límites del saber antiguo. Y esto facilitará el advenimiento de una revolución científica, la llamada Revolución científica del Renacimiento, tras la cual se concebirá el conocimiento como control y dominio de la naturaleza para ponerla al servicio del ser humano. (Trataremos de esta revolución científica en la entrada número XVI).

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La esco­lás­tica también tuvo su propio Renaci­miento, espe­cial­men­te de manos de pensadores espa­ñoles. El que el renacer de la escolástica se produjese preci­sa­men­te en España viene dado por dos razones: (1) La vinculación de la Monarquía Hispánica al catolicismo (en un doble sentido: el catolicismo se convierte en la ideología legitimadora de la expansión imperial, y el imperio se convierte en el brazo armado de la Iglesia católica). (2) La creación del primer imperio au­tén­ti­ca­men­te uni­versal (por su exten­sión y por su mes­tiza­je), que irá acompa­ñado de una reflexión per­ma­nen­te, entre sus mentes más sensibles y lúcidas, acer­ca de la naturaleza humana, la justicia, el orden político, etcétera.
Los filósofos y teólogos más relevantes de la esco­lástica renacentista son Francisco de Vitoria, Bartolomé de Las Casas, Ginés de Sepúlveda, Domingo de Soto, Luis de Molina, Juan de Mariana y Fran­cisco Suárez.

3. Las corrientes escépticas
Otro elemento que cabe señalar es el gran desarrollo que las corrientes escépticas han tenido en el Renacimiento. Quizá, precisamente, porque se trata de un periodo de transición en el que el proyecto medieval se agota y el proyecto de la modernidad se está todavía fraguando. El saber antiguo hace aguas, y no ha aparecido todavía nada seguro a lo que agarrarse, por lo que el conocimiento se vuelve inseguro.
Un representante destacadísimo de este periodo de transición será Nicolás de Cusa, al que, si bien no podemos considerar, estrictamente hablando, un escéptico, muestra con claridad los límites del conocimiento, que expresa con el afortunado sintagma «docta ignorancia».
Otros destacados pensadores escépticos relevantes serán Michel de Montaigne, Pierre Charrón, Francisco Sánchez y Uriel de Costa.

4. Alfonso de Cartagena
Alfonso (o Alonso) de Cartagena nació en Burgos, en 1384, de origen converso. (Su padre se convirtió al cristianismo y acabó siendo obispo de Burgos). Estudió leyes en la Universidad de Salamanca. Falleció en Villasandino (en la actual provincia de Burgos), en 1456.
A desarrollar

5. Ramón Sibiuda
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Ramón Sibiuda, también conocido como Raimundo de Sabunde, nació en Barcelona, en torno a 1385. Falleció en Toulouse, en 1436.
Es autor de una obra titulada Liber creaturarum seu Liber de homine (Libro de las criaturas o Libro del hombre), editado en 1480 con el título de Theologia naturalis.
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A desarrollar

6. Nicolás de Cusa: la docta ignorancia
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Nicolás Krebs nació en Cusa (Alemania), en 1401, de ahí que fuese conocido posteriormente como Nicolás de Cusa.
Partici­pó en los intentos de unión de las iglesias Orien­tal y Occi­den­tal ‑realizados en torno al Concilio de Basilea‑. Viajó a Oriente lo que le per­mitió conocer textos griegos y tra­tar con eruditos en esa lengua. Murió, en Todi (en la región italiana de Umbría), en 1464.
Entre sus obras cabe mencionar: (1) De Concordantia catholica, de 1434. (2) De docta ignorantia (Sobre la docta ignorancia), es su obra fundamental y por la que será conocido en toda Europa, de 1440. (3) De coniecturis, de 1441. (4) Apologia doctae ignorantiae, de 1449. (5) Idiota, que incluye tres escritos (De sapientia, De mente y De staticis experimentis), de 1450. (6) De Visione Dei, de 1453. (7) De beryllo, de 1458. (8) De non aliud, de 1462. (9) De venatione sapientiae, de 1463. (10) De ludo globi, de 1460. (11) De apice theoriae, de 1464.
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En De docta ignorantia Nicolás parte de la concepción cristiana neoplatónica de Dios, según la cual Dios no es nada de­ter­minado y, por lo tanto, es incognoscible.
Esto es así por­que Dios es infinito, pero en lo infinito se da una identidad de los contrarios (el propio Nicolás pone como ejemplos que una curva de radio infinito es idén­ti­ca a una rec­ta, un polígono de infinitos lados es un cír­cu­lo, etcétera). Si hay iden­ti­dad de los contrarios, si no hay con­tra­posi­ción, no hay modo de de­terminar lo que sea Dios.
Pero el cusano sostiene, como el cristianis­mo medieval, que Dios es el prin­cipio de todo. Eso quiere decir que el conocimien­to descansa en último lu­gar en Dios. Incluso el co­no­ci­miento del mundo creado, de lo finito, nos remite a Dios como a su princi­pio.
Pues bien, si no podemos co­nocer el principio del mun­do natu­ral, creado, tampoco podemos co­no­cer a este en el sentido fuerte de la pa­labra. El conocimiento del mun­do natural ya no po­drá consistir en una de­ducción a partir de un principio ab­soluto. Por ello, acerca de lo fi­nito solo po­demos hacer conjeturas, hipótesis, de validez relativa.
Sa­ber que el conocimiento de lo infinito es imposible, y que acerca del mun­do na­tu­ral solo po­demos hacer con­jeturas es lo que llama Nicolás doc­ta ig­no­rancia (di­ga­mos, para entendernos, que es un co­no­­ci­mien­to de lo limitado de nuestro conoci­miento).
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Nicolás de Cusa anticipa lo que será la filosofía moderna al concebir el entendimiento como la capacidad espontánea de generar hipótesis de carácter matemático y al considerar que el mundo está escrito en caracteres matemáticos. 
Las conjeturas son un intento de reducir los datos sensibles a nociones del en­ten­di­mien­­to; pero como el principio último, que es Dios, es inalcanzable, el proceso de reducir lo sensible a dato de razón, a cono­ci­mien­to, es ina­ca­ba­ble.
Acerca de este punto debemos de­cir dos cosas:
(1) Para el pensamiento antiguo y medieval el entendimiento es una fa­cul­tad mediante la cual conocemos los universales. Así para Platón, el entendi­mien­to (nous), es la parte su­pe­rior del alma que conoce las «ideas». Para Aris­tó­te­les, el entendimiento es la parte superior del alma que tiene la capacidad de co­­nocer la forma sus­tancial. Pero en esto Nicolás de Cusa es nominalista, los uni­­versales no tienen tipo alguno de realidad. En el entendi­miento re­sidirá, para Nicolás, la capacidad espontánea de elaborar hipótesis (que serán de ca­­rác­ter ma­temático).
(2) El que lo sensible pueda ser expresado mediante hipótesis racionales se debe a que en­tiende la verdad como adecuación. El acuerdo, ade­cua­ción, en­tre el mundo natural y la razón se debe a que Dios es el autor de am­bos: ambos son produc­to del Creador, y, por tanto, la estructura del en­ten­di­mien­to y la del mundo es la mis­ma.
La concepción del entendimiento como la capacidad espontánea de ela­bo­rar hipótesis de carácter mate­mático acerca del mundo, y la pretensión de que el mundo está escrito en tales caracteres matemáticos, son las caracterís­ticas esen­ciales que diferencian al pensamiento moderno del medieval. Por eso se pue­de decir que Nicolás de Cusa es el iniciador del pensamiento moderno.
Si bien estas dos condiciones aparecen implícitas en el pensamiento de Nico­lás pero no explícitas, por eso tradicionalmente se hace nacer la filosofía mo­derna con Descartes, quien establece de manera consciente como fun­da­men­to de la filosofía el principio de que la estructura del entendimiento deter­mi­na la estructura del mundo.

7. Lorenzo Valla
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Valla nació en Roma en 1406 o 1407. De joven estudió latín y griego. Obtuvo una cátedra de Retórica en la universidad de Pavía. Obligado a abandonar la cátedra por sus críticas al jurista Bartolo y a la jurisprudencia contemporánea, vivirá en Milán, Génova, Roma y Nápoles, ciudad a la que llega en 1433, y en la que fue secretario de Alfonso V de Aragón. Murió, en Roma, en 1457.
Entre sus escritos cabe mencionar: (1) De voluptate (Sobre el placer), de 1431, fue reescrita y publicada posteriormente con el título De vero bono (Sobre el verdadero bien). (2) De libero arbitrio (Sobre el libre albedrío), de 1440. (3) Dialecticae disputationes (Disputas dialécticas) de 1440. (4) De falso credita et ementita Constantini donatione declamatio (Discurso sobre la falsa y engañosa donación de Constantino), también de 1440. En esta obra demuestra que la célebre donación de Constantino es una falsificación. La Donación de Constantino era un documento que trataba de un supuesto decreto del emperador romano Constantino según el cual este donaba el Imperio romano de Occidente al papa Silvestre I. La Iglesia apelaba a tal documento para defender la legitimidad de su poder temporal. (5) De professione religiosorum, de 1442. (6) Elegantiarum linguae latinae libri, de 1444.
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Su obra intenta conciliar el epicureísmo con la doctrina cristiana.
A desarrollar
8. Alfonso de la Torre
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Nació en Burgos, en torno a 1410. Falleció en torno a 1460.
Es autor de una obra alegórica que está considerada una de las cumbres del humanismo castellano, titulada Visión deleitable de la filosofía y artes liberales, escrita en torno a 1454.
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A desarrollar

9. Alonso Fernández de Madrigal
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Alonso Fernández de Madrigal, conocido como El Tostado, nació en Madrigal de las Altas Torres (en la actual provincia española de Ávila) en torno a 1410. Estudió artes, teología y leyes en la Universidad de Salamanca. Falleció en Bonilla de la Sierra (Ávila) en 1455.
Escribió una obra ingente en latín y castellano en la que destacan los siguientes títulos: De optima politia.
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A desarrollar

10. Pedro Martínez de Osma
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Pedro Martínez de Osma nació en Osma (en la actual provincia de Soria), en torno a 1427. Falleció, en Alba de Tormes (en la actual provincia de Salamanca), en 1480.
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A desarrollar

11. Marsilio Ficino
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Ficino nació en Figline Valdarno, en la provincia de Florencia (Italia), en 1433. Estudió medicina en la universidad de Pisa-Florencia, donde también adquiere conocimientos de la filosofía aristotélica. La influencia de los sabios bizantinos Jorge Gemisto Pletón y Bassilio Besarión le lleva a interesarse por la filosofía neoplatónica. En 1642 conoce a Cosme de Médici, quien acabará donándole una villa para que pueda dedicarse al estudio del platonismo, surgiendo así la Academia florentina donde llevó a cabo la traducción de numerosos textos platónicos y de otros autores antiguos. En 1473 es ordenado sacerdote. Falleció, en la Villa mediceana de Careggi, cercana a Florencia, en 1499.
Entre sus obras cabe destacar: (1) Institutiones ad Platonicam disciplinam, de 1456. (2) De virtutibus moralibus, de 1457. (3) De quattuor sectis philosophorum, de 1457. (4) Liber de voluptate, de 1457. (5) De Christiana religione et fidei pietate (De la religión cristiana), de 1476. (6) Liber de Sole (El libro del Sol), de 1576. (7) Theologia platonica de immortalitate animorum (La teología platónica sobre la inmortalidad de las almas), de 1482. (8) De vita libri tres (Sobre la vida, tres libros), de 1489. (9) De amore. Commentarium in convivium Platonis (Sobre el amor. Comentario al «Banquete» de Platón), de 1594.
Además tradujo, el Corpus hermeticum, los Comentarios a Zoroastro, los Diálogos de Platón, las Enéadas de Plotino, los escritos del Pseudo-Dionisio, etc.
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A desarrollar

12. León Hebreo
Nació en Lisboa, en 1460.
A desarrollar

13. Pico della Mirándola
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Nació en (1463-1494)
A desarrollar

14. Erasmo de Rotterdam
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Nació en (1466-1536)
A desarrollar

15. Nicolás Maquiavelo
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Niccolò di Bernardo dei Machiavelli (Nicolás Maquiavelo en el ámbito hispánico) nació en Florencia, en 1469. Por entonces, la pe­nín­sula italiana se hallaba dividida en numerosas ciudades-Estado (el Reino de Ná­poles, los Estados de la Iglesia, el Ducado de Milán, las repúblicas de Ve­ne­cia y Florencia, etcétera) de fronteras cambian­tes y con las potencias extranje­ras (Fran­cia, España, los suizos y los alemanes) intervi­niendo perma­nen­temente en sus asuntos.
La República de Florencia estaba gobernada por los Médici, rica familia de banqueros, bajo cuyo gobierno y mecenazgo se convirtió en el centro económico e intelectual de Europa.
Pese a ello, en 1494 los Médici se ven obligados a huir tras la entrada en la ciudad del rey francés Carlos VIII, siendo sustituidos por el monje y predicador integrista Savonaro­la. A la caída de este, en 1498, le sustituye Soderini. Maquiavelo es nombrado se­cretario del Con­sejo de los Diez y participa en numerosas misiones diplomáti­cas ante el rey de Francia, el emperador Maximiliano I y, sobre todo, César Borgia (brillante e implacable estrate­ga, dotado de una energía fue­ra de lo común, y absoluta­mente carente de escrúpulos morales o reli­giosos), que le servirá como modelo de «príncipe».
En 1512 las presiones del papa Julio II y los españoles restituyen el gobierno de Florencia a los Médici y Maquiavelo es destituido. Meses más tarde es acusado de participar en una conjura contra Julián de Médici, por lo que es encarcelado y torturado. De regreso a su casa escribe la que será su obra más popular: El príncipe.
A partir de 1519 realizará varias misiones por encargo del cardenal Julio de Médici, regente de Florencia y luego papa. Muere en 1527.
Además de la ya mencionada, Maquiavelo escribió otras obras de contenido histórico o político: Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Historia de Florencia; poesías: Las decenales, El asno de oro; comedias: La mandrá­gora, Clizia, etcétera.
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Lo fundamental de la doctrina política de Maquiavelo está recogido en dos de sus obras: El Príncipe, y los Discursos sobre la primera Década de Tito Livio. El problema es que en estas dos obras parecen defenderse cosas contradictorias.
El Príncipe está expuesto como un manual de estrategia política en el que Maquiavelo (a partir de las lecciones sacadas de sus conocimientos de historia antigua y de sus propias experiencias) explica, a aquel «príncipe nuevo» que quiera escucharle, cuáles son las técnicas más eficaces para instaurar un Estado, hacerse con el poder, o conservarlo, prescindiendo de toda consideración moral o religiosa.
En los Discursos, por el contrario, se defiende una república de ciudadanos libres e iguales.
Pues bien, la única forma de conciliar las tesis defendidas en ambos escritos es suponer que el «ideal» político de Maquiavelo es el que aparece recogido en los Discursos, mientras que El Príncipe estaría pensado para aquellas situaciones extremas en las que impera la anarquía y la corrupción de la comunidad política (tal como, según Maquiave­lo, sucedía con la Florencia y, en general, la Italia de su época). En tales situaciones ni siquiera existe, propiamente hablando, una comunidad política, sino un grupo informe de individuos. Solo hay vulgo, no ciudadanos.
Por eso, lo prioritario es regenerar la república, darle un orden y una estabilidad, instaurar la comuni­dad política como tal. Pero tal labor no puede ser llevada a cabo por la comunidad, por el vulgo, precisamente por hallarse sumida en la corrupción. Por lo que tendrá que ser llevada a cabo por una fuerza externa, por un príncipe nuevo, po­see­dor de una gran virtú y/o fortuna.
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Una de las aportaciones novedosas de Maquiave­lo es su modo de analizar la realidad política. Maquiavelo se enfrenta con los fenómenos políticos con la actitud propia de un científico, y no, como era usual hasta entonces, de un ideólogo, un moralista o un teólogo. Esta actitud científica viene caracterizada por dos rasgos:
(1) Realismo. Maquiavelo toma a los fenómenos políticos, y al compor­ta­mien­to humano que está en su base, tal como son, y no como, acaso, deberían ser.
(2) Búsqueda de regularidades. Toda ciencia aspira a explicar o com­pren­­der la realidad y a predecir fenómenos futuros propios de su campo de ac­­tua­ción con objeto de poder dominarlos y manipularlos. Pero tal cosa solo es po­sible si los fenómenos analizados responden a ciertas regularidades, a ciertas leyes. Ciñéndonos al campo político, se trataría de descubrir las regularidades que gobiernan el comportamiento de los individuos y de los Estados.
Pero una ciencia necesita también acotar su propio campo de estudio. Pues bien, el realismo con el que Maquiave­lo se enfrenta con los fenómenos políticos (realismo que le lleva a encararse con dichos fenómenos con un rigor y una crudeza desconocidos hasta entonces), le permite diferenciar lo específico del campo político de otros campos (el moral, el religioso) con los que era frecuente confundirlo.
¿Y de qué trata lo político? ¿Cuál es su campo específico? Pues del poder y del Estado. Esto es, trata de cómo instaurar una comunidad política, un Estado, de cómo dotarla de estabilidad y permanencia y, lo que va enteramente ligado a lo anterior, de cómo obtener el poder y conservarlo.
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Para Maquiavelo, al igual que para el pensa­mien­to an­tiguo (recorde­mos a Platón y Aristóteles) el ser humano solo se realiza co­mo tal en el seno de la comunidad política (república, reino, principado, Es­ta­do). Es en el seno de la comunidad donde los individuos, el vulgo, alcanzan a ser ciudadanos, donde nace el sentido de la justicia y el orden moral. El hombre es, por ello, un animal político, tal como había sostenido ya Aristóteles.
Esta concepción de la comunidad política, del Estado, le lleva a enfrentarse con la escolástica medieval. Para el pen­sa­mien­to ético-político es­co­lás­ti­co la vida humana no se agota en el orden na­tu­ral, sino que tiene una di­men­sión trascendente, está orientada a la salvación.
Por ello en el Estado no se al­canzan los fines últimos, no se agota en él el sen­tido de la vida humana. Por eso el Estado debe someterse, o al menos ajustarse, a los fines superiores, tras­cendentes, de la Iglesia. Maquiave­lo nie­ga toda trascendencia a la vida hu­ma­na. El sentido de la vida es inmanen­te al mundo, o, para ser más precisos, es inmanente al orden sublunar.
Esto no significa que Maquiavelo rechace la religión, por el contrario cree que la religión es útil, y aun necesaria, para el hombre. Pero la religión debe es­tar subordinada a los fines políticos, la religión debe funcionar (tal como su­ce­día en Grecia y la Roma precristiana) como una institución del Estado.
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En el Renacimiento comienza a consolidarse una nue­va forma de organización política: el Estado nacional. España y Francia, son las abanderadas de esta nueva forma de or­ga­ni­za­­ción. El Estado (entendido como institución) es la expresión política de la co­­munidad nacional. En defensa de esta concepción del Estado Maquiavelo cree necesario (tal como hicieron los reyes de España y Francia), combatir el poder de la nobleza e instaurar un ejército nacional.
Hay que combatir el poder de la nobleza porque esta se mueve por intereses que son parciales (son intereses de casta que raramente coinciden con el bien común), y son transnacionales (al ser intereses de casta es más fácil que coincidan con los de sus iguales de otras naciones que con los de sus propios conciudadanos). Además la nobleza debe su posición a la herencia y no a la virtú.
Y hay que instaurar un ejército nacional porque solo este tipo de ejército puede sentirse comprometido en la defensa de la comunidad política. Por el contrario, los ejércitos de mercenarios (abundantes en la Italia de la época) actúan en función de la paga, y no son, por lo tanto, fiables.
El Estado es, pues, el lugar de realización del ser humano, del ciudadano. Por eso no hay nada superior al Estado, el Estado no debe estar subordina­do a nada fuera de sí mismo, debe ser soberano. A tal fin debe procurarse los medios (económicos y militares) que le hagan autónomo, no dependiente.
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Retomando la clasificación de Polibio y, sobre todo, de Aristóteles, Maquiavelo clasifica los tipos de gobierno posibles en tres buenos (principado, aristocracia y democracia), que degeneran, inevitablemente en tres malos (tiranía, oligarquía y anarquía).
El proceso es el siguiente: las comunidades políticas suelen organizarse, en un principio, en torno al individuo más valeroso o más fuerte. En el seno de la comunidad ya organizada surgen las nociones morales, la noción de lo justo y lo injusto, por lo que, finalmente, los ciudadanos eligen para jefe o príncipe al que conside­ran más justo y prudente.
Pero los herederos de tales príncipes no conservan las virtudes de sus antepasados, por lo que, para mantenerse en el poder, se ven obligados a someter a los ciudadanos por el temor, naciendo así la tiranía.
Esto lleva a la sublevación de los mejores, de los más nobles, ricos y justos, que son los primeros en considerar insoportable este estado de cosas, instaurando una aristocracia. Pero los sucesores de estos aristócratas ya no poseen la virtud de sus antepasados, sino que se mueven por sus ambiciones personales, dejando de lado el bien común, y dando paso, así, a la oligar­quía.
Llega un momento en que la multitud cansada de tropelías depone a los oligarcas instaurando una democracia. Pero en las generaciones posteriores, olvidadas ya las circunstancias que les condujeron a donde están, cada uno defiende lo suyo, generando reyertas continuas, y se instaura la anarquía.
Finalmen­te la situación se hace tan insos­te­nible que deciden elegir, o seguir, a algún hombre bueno instaurándose de nuevo el principado. Así comienza de nuevo el ciclo, salvo que, a lo largo del proceso, el Estado desaparezca absorbido o destruido por otro.
Estos tipos de gobierno, tanto los buenos como los malos, son, pues, efímeros, poco sólidos. Por ello Maquiavelo considera que es mejor (más sólido y duradero) un gobierno mixto de principado, aristocracia y democra­cia. Tal era la forma de gobierno de la República romana, a la que Maquiavelo pone como modelo de organización política. En el gobierno de Roma podemos encontrar, efectivamente, los cónsules (que ejercían un papel similar al de los reyes o príncipes, los senadores (cuyo papel era el propio de una aristocra­cia) y los tribunos de la plebe (que defendían los intereses del pueblo).
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El príncipe es, como ya dijimos, una obra dirigida a un príncipe nuevo en la que se le muestran las mejores técnicas para conquistar el poder y mantenerse en él. El poder se convierte, aquí, en un fin en sí mismo, al servicio del cual se ponen todo tipo de estrategias, sin reparar en límites morales, religiosos, o de cualquier otra índole. Tales enseñanzas están sacadas del comportamiento real de los dirigentes políticos del pasado o del presente y expuestas con toda crudeza.
Pese a que tales estrategias están sacadas, en muchos casos, de acon­teci­­mien­tos de la antigüedad, pueden ser válidas para cualquier época porque hay cierta regularidad en el comportamiento humano cuando es sometido a unas circunstancias similares. (Así, la ambición, el deseo de gloria, el temor, etcétera, son las mismas en la república romana y en nuestros días.)
Dos son las cualidades que le permitirán al príncipe hacerse con el poder: la fortuna y la virtú.
Maquiavelo considera que la fortuna (esto es, la suerte, el azar, el destino) rige en gran medida las acciones humanas y la historia. Es, pues, un factor a tener en cuenta para el triunfo de un príncipe en sus empeños.
Pero no existiría la libertad humana si todo dependiese de la fortuna. Maquiavelo cree, por el contrario, que, al menos en gran parte, nuestro destino nos lo labramos nosotros mismos. Y aquí es donde interviene la virtú (= virtud). Es esencial para un príncipe que aspira a conquistar, instaurar y, en todo caso, gobernar, un Estado que posea una gran dosis de virtud. Pero por virtud no entiende Maquiavelo lo que viene siendo tradicional en el pensa­miento cristiano, ni siquiera platónico o aristotélico. El concepto de virtud en Ma­quiavelo tiene cierta semejanza con el concepto griego arcaico de areté. Por virtud entiende algo así como potencia, energía, impulso a la acción. Pero impulso controlado (que se contrapone al mero furor), acompaña­do de habilidad y destreza.
Pero si la virtú es una cualidad puramente humana el príncipe ha de tener en cuenta que hay una parte de naturaleza bestial en el ser humano. En esa parte bestial el príncipe debe tener algo de león y algo de zorra. Como tales debe ser diestro en el manejo de la fuerza (hasta el extremo de emplear la crueldad si es necesario) y de la astucia (debe manejar el arte de la simulación, debe estar dispuesto a faltar a su palabra, etc.).
Como hemos visto el mensaje que transmite el príncipe parece estar en contradicción con la defensa del ideal republicano, patriótico e igualitario que defiende en otros sitios. Tal contradicción se resuelve, sin embargo, si tenemos en cuenta que, dado que el ser humano solo se realiza como tal en el seno de la comuni­dad política, cuando esta no existe, cuando reina en ella la corrupción, cualquier medio es válido para instaurarla.

16. Thomas More
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Nació en (1478-1535)
A desarrollar

16. Juan Luis Vives
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Nació en (1492-1540)
A desarrollar


18. Michel de Montaigne
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Nació en 1533. Falleció en 1592.
A desarrollar

19. Giordano Bruno
Nació en Nola (en la región italiana de Campania), en 1548.  Falleció en Roma, muerto en la hoguera condenado por la Inquisición de los Estados Pontificios, en 1600.
A desarrollar

20. Francisco Sánchez
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Nació en Tuy, en la provincia de Pontevedra (España) en 1551, no obstante, fue bautizado en Braga (Portugal). Cuando Francisco tiene once años su familia se traslada a Francia, estableciendo su residencia en Burdeos. En esta ciudad comienza su estudios, que continuará en Roma (Italia), donde se doctora en filosofía. Posteriormente estudia medicina en Montpellier (Francia), obteniendo el grado de doctor. Con 24 años gana la cátedra de Medicina e imparte clases en la Universidad de Montpellier durante once años.
Posteriormente se traslada a Toulouse, en cuya Universidad imparte clases de filosofía y medicina. Muere, en esta ciudad, en 1623.
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A desarrollar

21. Francis Bacon: los prejuicios del saber antiguo
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Bacon nació en Londres, en 1561. Con trece años ingresó en el Trinity College, de Cambridge. En 1576 fue enviado a Francia, junto con su hermano Anthony, como agregado del embajador Amyas Paulet. Vive en Poitiers pero visita numerosas ciudades francesas. En 1579 fallece su padre y regresa a Inglaterra. Durante el reinado de Isabel I de Inglaterra fue miembro de la cámara de los comunes. Tras la llegada al trono de Jacobo I fue nombrado para ocupar diversos cargos públicos y recibió diversos honores, que culminaron con su nombramiento como Lord Canciller en 1618 y la concesión de los títulos de barón de Verulam y vizconde de San Albano. En 1621 fue acusado de corrupción, lo que le llevó a abandonar la Corte. A partir de entonces llevará una vida retirada y dedicada al estudio.
Murió, de una pulmonía, en Londres, en 1626.
Entre sus es­cri­tos más importantes están: (1) Valerius Terminus, de 1603. (2) Del adelanto y progreso de la ciencia, de 1605. (3) Inquisitio Legitima de Motu, escrita en torno a 1608. (4) Cogitationes de natura rerum, se ignora la fecha en que fue escrita, la primera edición es de 1857. (5) De sapientia Veterum, de 1609. (6) Descriptio globi intellectus et thema coeli, de 1612. (7) De principiis atque originibus, escrita antes de 1620, publicada en 1653.  (8) Proyecta una obra grandiosa con el nombre Instauratio magna (La gran restauración), que pretendía dar las directrices de todas las ciencias, pero solo completa tres volúmenes de los seis propuestos, que publica con los siguientes títulos: (a) Novum organum, publicada en 1620, que correspondería a la segunda parte, y en la que de­fien­de una ló­gi­ca del procedimiento técnico‑científico, contrapuesta a la lógica (organum) aristotélica. (b) De dignitate et augmentis scientiarum (Sobre la dignidad y el progreso de las ciencias), publicada en 1623, que correspondería a la parte primera. (c) Historia naturalis et experimentalis ad condendam philosophiam sive phenomena universi (Historia natural y experimental), de 1623, correspondería a la tercera parte. (9) Sylva sylvarum (Selva de las selvas), de 1627. (10) La nueva Atlán­tida, de 1627. En ella des­cribe una ciudad ideal al servicio de la técnica.
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Bacon es, antes que nada, un filó­so­fo de la técnica. El objetivo de su filo­so­fía es ayudar al desarrollo de la cien­cia, puesta al servicio del dominio del mun­do por el hombre. Para ello realiza una dura crí­ti­ca a los mé­to­dos tradi­cio­na­les de ob­ten­ción del saber, especialmente a la lógica aristotélica y la abs­trac­­ción escolástica. El experimento es el ins­tru­mento para el conocimiento y do­mi­nio del uni­verso.
Previo al desarrollo del experimento es pre­ciso hacer una crítica a los pre­jui­cios que impiden la correcta interpretación de la na­tu­ra­leza. Bacon opone la inter­pre­ta­ción de la naturaleza a la anticipación de la naturaleza. A las an­ti­ci­pa­ciones de la naturaleza les llama idola (ído­los). Distingue cuatro tipos de idola:
(1) Idola tribus (= ídolos de la tribu): son aquellos que se fundan en la naturaleza hu­mana y, por lo tanto, son comunes a todos los hombres. Por ejem­plo: la tendencia a su­po­ner en la naturaleza un orden mayor del que hay (de ahí, por ejemplo, el considerar a las ór­bitas de los planetas esféricas).
(2) Idola specus (= ídolos de la caverna): son propios de cada indi­vi­duo, dependen de la educación, de las costumbres y de las circunstan­cias per­so­nales de cada uno.
(3) Idola fori (= ídolos del foro ‑de la plaza‑): proceden del lenguaje. Las palabras se imponen al en­tendimiento y de ahí nacen todas las discusio­nes verbales inútiles. Estos idola son de dos clases: (1) Nom­bres de cosas que no existen ‑ejemplo: fortuna, primer motor, ór­bita de los planetas‑. (2) Nombres de cosas que exis­ten pero que por estar mal de­ter­mi­na­dos son confusos, ejemplo: hú­medo, engendrar, etcétera, palabras que tienen sig­nificados diver­sos en distintos con­textos.
(4) Idola teatri (= ídolos del teatro): proceden de doctrinas filosóficas o de demos­tra­ciones erró­neas.
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Puesto que la ciencia ha de tener, para Ba­con, una fina­lidad práctica (en el sentido de operativa sobre el mundo), el método ha de te­ner igualmente una fi­nalidad prác­tica (aunque también teórica en tanto para dominar a la na­tu­ra­le­za hay que conocerla primero). El mé­to­do adecuado para tal cometido es, se­gún Ba­con, la inducción a partir del experimento. Pero vamos a ver que en­tien­de Bacon por expe­rimento y por inducción:
Se parte de lo complejo, dividiéndolo en sus elementos simples. En esto coin­cide con el método de la Es­cuela de Padua y con Galileo. Pero a Bacon (a diferencia de Galileo y la cien­cia moderna) los elementos simples que le inte­resan y que según él constituyen las cosas son cualidades simples (calor, frío, denso, di­fu­so, etc.). Una vez obtenidas estas cua­li­dades se trata de conocer sus propiedades y «causas» (aquí se produce una nueva diver­gen­cia con los procedimientos de la ciencia moderna, que, a partir de Galileo, eli­mina la no­ción de causa).
El conocimiento de las propiedades y causas de estas cualidades simples se obtiene por in­duc­ción, que con­siste, para Bacon, en lo siguiente: se hace una enumeración de todos los casos en que aparece una de­ter­mi­nada cua­li­dad simple (por ejemplo, el calor), en los casos en que no aparece y aquellos en los que varía la intensidad. A continuación se busca lo común a estos casos (es decir, qué hay en co­mún en todos los casos en que aparece el calor y qué no hay en los casos en que no apa­rece, así como en aquellos que hay variación de intensidad). A partir de estos datos se descubre la forma que es la causa de las cualidades. Bacon pre­tende que su noción de forma no tiene nada que ver con la de la esco­lás­tica, pero no está clara esa diferencia.

22. Pierre Gassendi
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A desarrollar

Bibliografía
-Abbagnano, Nicola: Historia de la filosofía. SARPE, S. A. Barcelona, 1988.
-Bacon, Francis: Novum Organum. Ediciones Orbis, S. A. Barcelona, 1985.
-Bruno, Giordano: Sobre el universo infinito y los mundos. Ediciones Orbis, S. A. Barcelona, 1984
-Castro Cuadra, Antonio: G. Bruno. Ediciones del Orto. Madrid, 2000.
-Copleston, Frederick: Historia de la filosofía. Ariel. Barcelona, 1989.
-De Cusa, Nicolás: La docta ignorancia. Ediciones Orbis, S. A. Barcelona, 1984.
-Fontana, J. y Ucelay Da Cal, E.: Historia Universal Planeta. Editorial Planeta, S. A. Barcelona, 1993.
-Granada, Miguel A.: Giordano Bruno. Empresa Editorial Herder, S. A. Barcelona, 2012.
-Maquiavelo, Nicolás: Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Alianza Editorial, S. A. Madrid, 2015.
-Maquiavelo, Nicolás: El príncipe. Alianza Editorial, S. A. Madrid, 2000.
-Martínez Marzoa, Felipe: Historia de la filosofía. Istmo. Madrid, 1980.
-O´Connor, D. J. (comp.): Historia crítica de la filosofía occidental. Ediciones Paidós Ibérica, S. A. Barcelona, 1983.

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