1. Introducción
La aparición y expansión de la sofística está directamente relacionada con los cambios políticos
acontecidos en la Atenas del siglo V a. C.
En el año 508 a. C. Clístenes
es elegido arconte y pone en marcha una serie de reformas en Atenas que
transforman el antiguo régimen aristocrático
en un régimen democrático.
La democracia pervivirá en Atenas, con algunos golpes de
los oligarcas de por medio, hasta el año 322 a. C. Pervive, por lo tanto, a lo
largo del siglo V y buena parte del siglo IV a. C.
El triunfo de la democracia significa que los ciudadanos comunes, y no solo los nobles, pueden participar en el gobierno de
la polis. Aunque teniendo en cuenta que la condición de ciudadano estaba
restringida a los varones, libres, nacidos en Atenas e hijos de nacido en
Atenas.
En este nuevo contexto
democrático aparecen en Atenas, procedentes de todo el mundo griego, una
serie de personajes que enseñan a los jóvenes ambiciosos ciertas habilidades
útiles para el triunfo político. Tales personajes serán conocidos como σοφιστής
(sophistés = sofistas); palabra derivada de σοφóς (sophós = sabio), y que puede ser traducida como «el que ejerce de
sabio». Un sofista es, para decirlo de una manera menos forzada, un
«profesional del saber». De hecho los sofistas se presentan a sí mismos como «maestros de virtud».
Recordemos que virtud
es la, no muy exacta, traducción del griego areté. Por areté se entendía el conjunto de
cualidades, destrezas o potencialidades que hacen a un hombre mejor. Por lo que
una traducción, acaso más adecuada, de areté
podría ser la de excelencia.
Durante el régimen aristocrático los nobles
terratenientes justificaban su derecho a gobernar en la posesión (innata, por nacimiento) de la areté, que los convertía en hombres
mejores (aristocracia significa,
literalmente, el gobierno de los mejores).
Cuando el régimen aristocrático da paso al democrático, se impone la idea de que
la areté, la virtud, está al alcance
de todo ciudadano, de que la virtud es algo enseñable, y no patrimonio
exclusivo de la nobleza. Esta es la razón de que aparezcan entonces los
«maestros de virtud».
Entre las cualidades que forman parte de la nueva areté democrática, y a cuya enseñanza se
dedican los sofistas, está la retórica
(el arte de hablar bien) y la erística
(el arte de la disputa). Dos cualidades imprescindibles para obtener el triunfo
político.
2. Su doctrina
Pero los sofistas no se limitan a enseñar retórica y
erística; de ser así no habrían desempeñado papel alguno en la historia de la
filosofía.
Los sofistas rompen radicalmente con el modo de pensar presocrático.
Una ruptura que se produce en dos ámbitos:
En primer lugar niegan que tras el mundo múltiple y cambiante que se ofrece ante nosotros exista, o pueda demostrarse
que exista, un arkhé (principio, origen, substrato). Es decir, abandonan la
concepción presocrática de la verdad, entendida como alétheia, desvelamiento.
En segundo lugar diferencian entre «lo que es por physis»
(lo natural) y aquello que se debe al nomos (normas, leyes) o ethos (costumbres). Lo natural (lo por physis) es necesario; las normas, leyes y costumbres, son convencionales; esto es, fruto del acuerdo o la imposición, y, por
lo tanto, no necesarias.
Pero si no hay un arkhé
tras los fenómenos, no hay en qué fundamentarlos, no hay cómo explicar lo
múltiple y cambiante. La imposibilidad de dar un fundamento al conocimiento nos
instala en el escepticismo. Nos
quedamos en el camino de la opinión
de Parménides. Y, ciertamente, los sofistas parten de que todo es opinable.
Aunque, eso sí, hay unas opiniones mejores que otras: aquellas que logran
imponerse; aquellas que, momentáneamente, triunfan. Por eso los sofistas
enseñan cómo defender las propias opiniones y cómo destruir las del contrario.
Por otro lado, si las leyes, normas y costumbres son
convencionales esto significa que dependen de la época, de los acuerdos, de
quien tengan el poder, etc. Esto es, son relativas.
En definitiva, el modo de instalación de los sofistas en
la realidad conduce al escepticismo y el relativismo. Escepticismo y
relativismo que serán insatisfactorios para Sócrates y Platón, los
grandes críticos del movimiento sofista.
Platón convertirá a los sofistas en unos charlatanes, que, usando argucias
lingüísticas, enseñarían a imponer las propias opiniones sin ninguna
consideración por la verdad ni la justicia. A la influencia platónica se debe
en gran medida la mala imagen posterior de los sofistas, y que el propio
término sofista sea empleado con sentido despectivo.
Hoy, sin embargo, estamos en condiciones de hacer una
valoración distinta, y más positiva, de sus aportaciones. Así, ayudaron
a desterrar las excrecencias mitológicas que todavía quedaban en el
pensamiento presocrático. Prepararon el camino para una nueva manera de
enfrentarse con la realidad, frente a un modelo presocrático que estaba agotando
sus posibilidades. Finalmente, con la enseñanza de habilidades erísticas y
retóricas, pusieron en manos del pueblo una herramienta poderosa para defender
sus intereses y autoeducarse en el ejercicio de la razón. En este
sentido cumplieron también un papel al servicio de la democracia (de eso
que entonces se denominó democracia, que no es nuestra democracia).
Entre los sofistas destacan: Protágoras de Abdera, Gorgias de
Leontinos, Hipias de Élide, Pródico de Ceos, Trasímaco de
Calcedonia, y Critias.
3. Protágoras
&1
Fue el primer pensador al que podemos
calificar de sofista. Era de Abdera (polis situada en la costa norte
del mar Egeo). Vivió entre el 485 y el 411 a. C. aproximadamente. Durante
cuarenta años viajó por casi todo el mundo helénico, con varias estancias en
Atenas donde hizo amistad con Pericles.
Escribió numerosas obras de las que se conservan apenas unos fragmentos; entre
ellas: Argumentos demoledores (que aparece citada a veces con el título
de Sobre la verdad o sobre el ser); Sobre los dioses (donde se
muestra como agnóstico, motivo por el cual fue acusado de impiedad y
desterrado ‑aunque, como en el caso de Anaxágoras, puede que los auténticos
móviles de la acusación fueran de tipo político-) y Antilogias (donde
enseña a defender argumentos contrapuestos).
&2
Es autor de una de las frases más
polémicas de la historia de la filosofía: «El hombre es la medida de todas
las cosas; de las que son, en tanto que son; de las que no son, en tanto no
son». Esta frase es interpretada, a veces, en sentido subjetivista, como si el
hombre fuese el fundamento del ser de las cosas. Aunque quizá sea más
correcto decir que, para Protágoras, ser es aparecer: el ser del hombre consiste en
que las cosas le parezcan, y el ser de las cosas consiste en aparecer ante el
hombre. Los dos polos de esto que aparece son: el «hombre», por un lado, y las «cosas»,
por otro; y la realidad de las cosas y de los hombres no es sino relación.
Con otras palabras: el hombre sólo es algo en tanto que piensa (cosas),
siente (cosas), percibe (cosas); y las cosas, son algo en tanto aparecen
como dulces, frías, blancas, propiedades que no tienen en sí mismas, sino en
relación a los hombres.
También sostuvo Protágoras que acerca de
los dioses no se puede saber ni que son, ni que no son (esta tesis es acorde
con su concepción de la verdad ‑que por otra parte, es común a los sofistas‑,
según la cual las cosas son como aparecen, y no podemos asegurar nada acerca de
aquello ‑por ejemplo: los dioses- que transciende lo que aparece).
4. Gorgias
&1
Natural de Leontinos (Sicilia). Vivió
entre el 490 y el 390 aproximadamente. Parece que escribió una obra
titulada Sobre el no ser o sobre la naturaleza, y se conservan dos de
sus discursos: Elogio de Helena y Defensa de Palamedes. Los
griegos lo consideraban el fundador de la tradición retórica. Lo cierto es que
Gorgias defendió como nadie el poder de la palabra (así al menos, parece
confirmarlo el fragmento de Elogio de Helena, que reproducimos).
&2
La doctrina de Gorgias se basa en tres puntos
capitales: (1) Que nada es. (2) Si algo fuera sería incognoscible. (3) Si algo
fuera cognoscible sería incomunicable. Ello es así porque ninguna cosa tiene
las propiedades del ser de Parménides. La concepción del ser es la misma, pero
ahora se habla desde el mundo aparente de la doxa, desde el mundo de
las cosas, desde la multiplicidad, y el ser es negado. Veamos la demostración
de estas tesis:
(1) Nada
es (es
decir, frente a Parménides sostiene que no se da el «ser»): en efecto, lo que
es: o, a) es «no-ser»; o b) es «ser»; o, c) es una mezcla de «ser y no‑ser».
Veamos
como ninguno de los tres casos «es»:
(a) Del
«no‑ser» ya está dicho que no es. En efecto, si el no‑ser, fuese, sería y no
sería al mismo tiempo, lo cual es absurdo. Luego el no‑ser no es.
(b) Con
respecto al «ser»: o es ingenerado, o es generado.
Supongamos
que es «ingenerado»: entonces no tiene un origen, pero lo que no tiene un
origen es infinito. Sucede que lo que es infinito no puede estar en ningún
lugar. (No puede estar en otra cosa porque entonces ésta lo delimitaría, y con
ello ya no sería infinito; y no puede estar en sí mismo porque entonces
llegaríamos al absurdo de que el continente y el contenido son lo mismo y no
son lo mismo: es decir, serían lo mismo porque hablamos de un infinito contenido
en sí mismo, pero al diferenciar continente de contenido habría que suponer un
espacio que contiene diferente de una
materia que es contenida.) Y lo que no está en ningún lugar no es.
Supongamos
que es «generado»: entonces habrá que suponer que el ser ha nacido del ser o
del no‑ser. Si ha nacido del «ser», entonces lo que es ya era (y, por lo tanto,
no ha nacido), con lo que volvemos al punto anterior. Que haya nacido del «no‑ser»
es un absurdo (de la nada nada sale).
Además
hay otro problema: El ser ha de ser «uno» o «múltiple». Si es «uno», sea lo que
sea, para ser algo ha de tener una magnitud, pero lo que tiene magnitud es
divisible, y lo que es divisible está compuesto de partes, con lo que ya no es «uno».
Pero si no es «uno» tampoco puede ser «múltiple» ya que lo múltiple es una
suma de varios «uno(s)».
(c) Con
respecto a la mezcla de «ser y no‑ser»: en este caso, o se identifica el no-ser
con el ser, o se los mantiene separados. Si se los identifica (es decir, si se
hace igual el ser al no‑ser), entonces, puesto que ya se ha dicho que el no‑ser
no es, tampoco lo sería el ser. Si no se los identifica, entonces, no estarían
mezclados, sino que se darían por separado, y ya hemos visto separadamente
en 1 y 2 que ni el no‑ser ni el ser, son.
(2) Si
algo fuera, sería incognoscible: si lo pensado (por el hecho
de ser pensado) es (es algo, un ente), todo lo pensado tendría que ser algo
(un ente), pero es obvio que no es así; puedo pensar (imaginar, representarme)
un hombre que vuela, y no por ello se dan tal tipo de entes. Efectivamente
también podemos pensar lo que es, pero esto sólo demuestra que no hay
ninguna relación entre lo pensado y lo que es
(de lo que es tanto puedo pensarlo como no pensarlo, e, igualmente, de
lo que no‑es).
(3) Si
algo fuera cognoscible, sería incomunicable: aun suponiendo que
algo fuera, y fuera cognoscible, sería incomunicable. La comunicación se
establece con palabras (u otro tipo de signos), pero éstas nunca son la cosa.
La cosa es audible, visible, etc. La palabras pueden ser audibles pero no, evidentemente,
la cosa a comunicar.
5.
Los sofistas en la historia del pensamiento
Los sofistas tuvieron ‑y tienen todavía‑ grandes defensores y
detractores. Para las primeros, fueron los apologetas de una conciencia helenística
(en sus viajes defendían la necesidad de la unión de los griegos, en base a una
lengua común y ciertas afinidades culturales, frente a los bárbaros); elaboraron
una nueva forma de entender la cultura totalmente desvinculada de la mitología
y de los valores aristocratizantes; desarrollaron la conciencia democrática
(lo que no quiere decir que todos fuesen defensores del sistema
democrático); y, lo que es más, algunos de ellos (sobre todo Protágoras) realizaron
esfuerzos serios por establecer una nueva fundamentación del saber y de la
verdad. Para sus detractores, fueron unos charlatanes que, empleando
métodos demagógicos, corrompían los usos sociales de las polis, y convirtieron
el saber en mera retórica con la que cautivaban a los jóvenes haciendo pasar
su charlatanería por auténtico saber. En este segundo grupo se situaron Sócrates
y Platón, que desarrollaron su pensamiento en oposición a los sofistas (pero a la vez, como veremos, dependientes
de ellos).
Bibliografía
-AA.VV.: Sofistas.
Testimonios y fragmentos. Editorial Gredos, S. A. Madrid, 1996.
-Abbagnano, Nicola: Historia
de la filosofía. SARPE, S. A. Barcelona, 1988.
-Belaval, Yvon (comp.): Historia de la filosofía. Siglo XXI. Madrid, 1983.
-Calvo Martínez, Tomás: De los sofistas a Platón: política y pensamiento. Cincel. Madrid,
1989,
-Copleston, Frederick: Historia de la filosofía. Ariel. Barcelona, 1989.
-Escohotado, Antonio: De
physis a polis. Anagrama. Barcelona, 1975.
-Ferrater Mora, José: Diccionario
de filosofía. Alianza Editorial, S. A. Madrid, 1988.
-Martínez Marzoa, Felipe: Historia de la filosofía. Istmo. Madrid, 1980.
-Protágoras y Gorgias: Fragmentos y testimonios. Ediciones Orbis, S. A. Barcelona, 1984.
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