miércoles, 30 de marzo de 2016

(XIII) OCKHAM Y EL NOMINALISMO. LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XIV

1. La crisis del siglo XIV
El periodo que abarca del siglo X al XIII se caracteriza por el desarrollo económico y cultural de la Europa cristiano-occidental (crecimiento de las ciudades a partir de los burgos, desarrollo de la escolástica, etcétera).
Pero ese desarrollo se trunca en el siglo XIV, que se convierte en un siglo de crisis.
La Guerra de los Cien Años, que dura, en realidad, desde el 1337 al 1453, y la epidemia de peste negra que, procedente de Asia, asola Europa, provocan una crisis económica (malas cosechas), demográfica (en muchas zonas de Europa la población se reduce a menos de la mitad), y social (revueltas populares, algunas de la cuales se manifiestan en forma de herejías).
La crisis adquiere también una dimensión religiosa. A lo largo de la Baja Edad Media, y con especial incidencia en el siglo XIV, se le abren varios frentes al Papado: (1) El desarrollo de nuevas herejías, la de los cátaros tuvo especial relevancia. (2) La Querella de las investiduras: que enfrenta al papa y al emperador con motivo del nombramiento (investidura) de ciertos cargos eclesiásticos. (3) El Cisma de Occidente (una escisión producida 1378 en la Iglesia católica a causa de la cual esta tuvo dos papas al mismo tiempo).
Y la crisis adquiere, finalmente, una dimensión cultural: la gran escolástica entra en de­clive, con una fuerte crítica interna. Con Duns Scoto y, sobre todo, con Guillermo de Ockham, la escolástica -como filosofía «de escuela» y dominante en las Escuelas y Universidades-, y el tomismo -como su versión más lograda-, entran en un proceso de autodestrucción. (Aunque resurgirá en el siglo XVI en la Escuela de Salamanca, proporcionando las categorías morales, jurídicas y políticas necesarias para pensar la tarea universal de la Monarquía Hispánica y enfrentarse a la rebelión protestante).
Además de Ockham, al que por su importancia dedicaremos una atención especial, otros filósofos notables del siglo XIV son: Nicolás de Oresme, Jean Buridán y Francesc Eiximenis.

2. ¿Quién es Guillermo de Ockham?
William of Ockham, conocido en el ámbito hispánico como Guillermo de Ockham, o también como Guillermo de Occam, fue un monje franciscano y filósofo, de origen           inglés, cuya vida transcurre en la primera mitad del siglo XIV.
Ockham ataca las bases de la teología, la ontología, y la teoría del conocimiento tomista, con lo que, indirectamente, cuestiona el aristotelismo y ayuda a preparar el terreno para la Revolución científica del Renacimiento.
Con respecto a la teología sostiene que no se puede conocer racionalmente ni la esencia ni la existencia de Dios, verdades a las que solo se puede acceder mediante la fe.
Con respecto a la ontología sostiene que la omnipotencia y libertad de Dios es incompatible con la existencia de cualesquiera realidades universales, tales como las «ideas ejemplares», en base a las cuales Dios tendría que crear el mundo. No existen, por lo tanto, más que individuos en la realidad.
Por todo ello, el conocimiento no podrá ser más que conocimiento de los individuos, que se captan a través de una intuición empírica. Pero el alma tiene la capacidad de generar espontáneamente conceptos, que son un tipo de signos naturales, en presencia de las cosas. Y estos signos, que van en lugar de grupos de individuos, constituyen las únicas realidades universales existentes.

3. Vida y obras de Guillermo de Ockham
Guillermo de Ockham nació sobre el 1290 en Surrey (Inglaterra). Estudió ar­tes y teología en Ox­ford. Acusado de herejía, tuvo que viajar a Aviñón (en donde residía, por entonces, la sede papal), para res­ponder de las acusaciones.
Ya en Aviñón se alineó con las tesis de un sector de los franciscanos, co­no­cido como «espiri­tuales», estos sos­te­nían que Jesús y los apóstoles no habían tenido propiedades, y que, por ello, la Iglesia de­bía vivir en la pobreza. Tales tesis fueron declaradas heréticas, por lo que Ockham tuvo que huir ‑junto con Miguel de Cesena, general de los francisca­nos‑, y se refugió en la corte del em­perador Luis de Ba­viera. Desde allí escribió numerosas obras en defensa de la primacía del poder temporal del Em­pe­rador sobre el Papa, con el objetivo de re­conducir a la Iglesia a su misión exclusivamente espiritual. Murió sobre el 1350.
Entre sus obras destacan: (1) Ocho cuestiones sobre la autoridad del sumo pontífice, y (2) Com­pendio de los erro­­res del papa Juan XXII: ambas contra el papa. (3) Comentarios a las «Sen­tencias» de Pedro Lombardo (4) Tratado sobre la pre­destinación, la presciencia de Dios y los futuros con­tin­gen­tes: sobre teología. (5) Una serie de comentarios a Porfirio y exposiciones de lógica y de la fí­sica aristotélica: de naturaleza puramente filosófica.

4. Antecedentes del pensamiento ockhamista
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La reflexión filosófica de Ockham arranca de dos problemas enraizados en la filosofía medieval: el problema de las relaciones fe-razón, y el problema de los universales, que, en su caso, están interconectados.
Veamos, en primer lugar, la respuesta que se ha ido dando al primer problema a lo largo de la Edad Media. Recordemos que, para Agustín de Hipona, no hay una separación clara entre fe y razón. Aunque su experiencia personal le lleva a sostener que la razón nos impulsa a buscar la verdad, verdad que solo la fe puede encontrar, y. una vez encontrada, la razón ayuda a entender. El papel determinante lo tiene pues la fe, pues solo ella permite alcanzar la sabiduría que reside en el conocimiento del primer principio, el conocimiento de Dios.
Con Averroes aparece una primera separación clara entre fe y razón. Para Averroes la fi­lo­sofía (que se vale de la razón) es la forma superior de conocimiento, un conocimiento de tipo demostrativo. La teología supone un grado más bajo de conocimiento, ya no se vale de las demostraciones sino de argumentos probables. Final­men­te, la fe es la forma más baja de conocimiento, se vale de la ima­gina­ción y el sen­ti­miento.
Los averroístas latinos admitían que algunas verdades de la filosofía, que se vale de la razón, pueden no coincidir con las de la fe. Esto se ha interpretado como una defensa de la doble verdad que será objeto de condena por parte de la Iglesia.
Las tesis de Tomás de Aquino pueden resumirse así: (1) No hay contradicción entre fe y razón (porque ambas son dadas por Dios). (2) Hay una distinción clara entre ambas: la fe y la razón se distinguen por sus mé­todos (la fe se vale de la revelación, la razón de la abs­tracción), y por algunos de sus contenidos (la fe tiene competencia exclu­siva sobre los artí­culos de fe, la razón sobre las verdades naturales). (3) Pero ambas tienen un campo co­mún (los preámbulos de la fe).
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Con respecto al segundo problema, el problema de los universales, recordemos que Agustín de Hipona, siguiendo su concepción platonizante de la realidad, defiende la existencia de «ideas» o «reglas eternas» en la mente de Dios, en base a las cuales Dios crearía en mundo. Por esa razón, porque sirven de modelos o ejemplos a Dios para crear el mundo, tales «ideas» serían denominadas «ideas ejemplares».
La existencia de tales «ideas ejemplares» será asumida por casi todos los pensadores cristianos medievales, incluidos los aristotelizantes como Tomás de Aquino.
Boecio, Guillermo de Champeaux, y otros, incluido Tomás de Aquino, defendieron, además, la existencia esencias o universales en el mundo natural: serían las aristotélicas formas sustanciales.
Pero a finales del siglo XI, Roscelino de Compiégne sostendrá que el universal es solo un flactus vocis, un sonido de la voz, o nombre (de ahí que esta postura sea conocida como nominalismo) negando realidad a otros tipo de universales en el mundo natural.
Posteriormente, Pedro Abelardo dirá que el universal no es ni siquiera un nombre, sino una parte del nombre: el significado. Por esta razón el universal no tiene más realidad que la mental.

5. Las relaciones fe-razón según Ockham:
la crítica de la teología racional
Frente a los intentos de la escolástica de conciliar fe y razón, Ockham pretende recuperar el valor e independencia de la fe. Ello le lleva a sostener que entre ra­zón y fe no puede haber nin­gún tipo de acuer­do, pues fe y razón, tienen dis­tin­tos contenidos y dis­tin­tas fuentes de informa­ción. La tesis tomista de un ámbito de con­fluen­cia quedará descartada.
Eso sig­ni­fi­ca que pa­ra Ockham no puede haber una teología racional (o natural). Por ello no se pue­­de de­mostrar racio­nal­men­te la exis­tencia de Dios, y ni siquiera la es­piri­tua­li­dad ni la in­mor­ta­li­dad del alma. A tales verdades solo se puede ac­ceder por la fe.
Precisamente el principal dogma que establece la fe es el de que Dios es uno, omnipotente y que crea el mundo libremente a partir de la nada. Tal como empieza el credo cristiano: credo in unum Deum, Patrem omnipotentem, .... Y Ockham pretende ser fiel, radicalmente fiel, a este dogma de fe, del cual se desprenden una serie de consecuencias:
(1) No existen «ideas ejemplares». Recordemos que Agustín de Hipona (y, siguiéndole, casi todos los pensadores me­die­va­les, incluido Tomás de Aquino), sostenía que Dios crea el mundo a imagen de la «ideas» (entendidas al modo platónico: como entidades uni­versales, simples, eternas, inmutables) que constituirían la propia mente de Dios. A tales «ideas» en la mente de Dios, que le sirven a Este como modelos para crear el mundo, es a lo que se conoce como «ideas ejemplares».
Ahora bien, si Dios precisase atenerse a tales «ideas» para crear las cosas estaría limitado por ellas. Solo podría crear un determinado tipo de realidad estable­cido de antemano, y no sería libre ni omni­po­ten­te. Ockham solo acepta un límite a la voluntad creadora de Dios: que no puede crear cosas autocontradicto­rias.
(2) Si no hay unos universales previos a la creación no hay tampoco necesidad alguna de reflejar estos universales en el mundo creado (tales como las formas sustanciales de Aristóteles y Tomás de Aquino). Dios crea directamente a los individuos
(3) Si no hay esencias universales en el mundo tampoco los seres humanos poseerán tales esencias universales. Dicho de otro modo, no hay una naturaleza humana. Los seres humanos y las almas humanas son producidos individualmente, uno a uno.    
(4) Pero entonces, si no hay una naturaleza humana sobre la que fundamentar las normas morales (esto es, a partir de la cual establecer qué es lo bueno), ni tampoco la «idea» universal de «bien», se seguirá de ahí que «bueno», será aquello que Dios quie­re que ha­gamos, y «malo» lo que no quiere. Y Ockham llega a decir que si Dios quisiese que le odiáramos, odiarle sería bueno.

6. Ockham y el problema de los universales:
la crítica de la ontología y la teoría del conocimiento
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Hemos visto como Ockham, al igual que ya habían hecho Roscelino y Pedro Abelardo niega que existan universales en el mundo físico, que existan esencias, formas sustanciales.
Pero hemos visto como Ockham va más allá que tales pensadores y niega también la existencia de ideas ejemplares en la mente divina. Con ello Ockham se convertirá en el más radical y destacado representante de las posiciones nominalistas en la Edad Media.
Los medievales llamaban universales ante rem (es decir, universales antes de la cosa), a las «ideas ejem­pla­res»; y universales in re (es decir, universales en la cosa) a las formas, tal como eran entendidas por Aris­tóte­les y el to­mismo. Pues bien, Ockham va a negar tanto la realidad de los universa­les ante rem (es decir, las «ideas», tanto si son concebidas al modo pla­tónico como al agustiniano‑me­dieval ‑ideas ejemplares‑), como la de los universales in re. Por todo ello podemos hacer ahora una nueva clasificación de las posturas ante el pro­ble­ma de los universales:
(1) Realismo exagerado (universales ante rem): es la tesis platónica según la cual a los con­ceptos uni­ver­sales corresponden esencias universales subsistentes en sí mismas.
(2) Realismo moderado (universales in re): es la tesis aristotéli­co‑tomista se­gún la cual los con­ceptos universa­les poseen cierta realidad en los indi­viduos.
(3) Nominalismo (también llamado terminismo): es la tesis según la cual solo hay individuos y la única re­alidad de los universales es la de ser nombres, términos. Para ser más exactos, ni siquiera los nombres, en tanto palabras escritas o pronunciadas, son universales, sino solo su significado. Significado que es creado por el alma. Por eso, en sentido estricto, solo hay universales en la mente de los individuos.
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Dado que no hay universales en la realidad física ni en la mente de Dios ¿cómo surgen los términos universales?
Ockham comienza diciendo que solo podemos conocer cosas singulares, individuos. Tales individuos se conocen a través de una intuición empírica, de una experiencia (que, como tal, será siempre singular). Pe­ro conforme ese conocimien­to de los indivi­duos se vuelve confuso surgen las nociones que pue­den en­glo­bar a varios individuos.
Así, la noción de «hombre» sur­­ge cuando conocemos a los individuos de modo lo suficientemente confuso co­mo para que pue­da tratarse de cualquier hombre. (Por ejemplo, conocemos de mo­do perfecto, claro, a Pe­dro, y a Juan, pero si el cono­ci­mien­to de estos indi­vi­­duos se vuelve suficiente confuso no dis­tin­guiremos a Pedro de Juan ‑aun­que sí a am­bos de un caballo‑, y entonces hablamos de «hom­bres»).
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Tales conceptos (hombre, caballo, etc.) surgen de modo espontáneo en el alma ante la presencia de las cosas. De hecho, Ockham define el concepto como una pasión, afección o intención del alma.
Dicho de otro modo, el concepto es un signo elaborado espontáneamente por el alma ante la presencia de las cosas. El concepto es, por ello, un signo natural (del mismo modo que el humo es un signo natural del fuego, o el gemido un signo natural del dolor). Como signo natural que es no se puede cambiar a voluntad. Así, el concepto //cinco// significa naturalmente una cierta cantidad (que coincide, por ejemplo, con el número de dedos de una mano sana).
Además de los conceptos Ockham dis­tingue otros dos tipos de signos: las palabras habladas, y los términos escritos. Estos signos se diferencian de los conceptos en que son signos convencionales o artificiales. Así, la palabra “cinco”, empleada para designar el concepto /cinco/, es perfectamente convencional. De hecho otras lenguas emplean otras palabras para designar el mismo concepto (talescomo "fünf", “five” o “cinque”). A su vez, los términos escritos son convenciones para designar las palabras habladas. (Así, la palabra “cinco”, puede ser expresada mediante el signo escrito cinco, o mediante 5, o V).
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Una característica de los signos (ya sean conceptuales, hablados o escritos), es su capacidad de sustituir a las cosas, o a otros signos, en una proposición. Así, por ejemplo, cuando enunciamos la proposición «El hombre es mortal», no queremos decir que la palabra hombre es mortal, sino que término «hombre» sustituye aquí a una serie de individuos de los que decimos que son mortales. A esta carac­terística de los sig­nos, que les permite ir en lugar de las cosas dentro de una proposición, les llaman, los lógicos medievales, suppositio (= supo­si­ción). Los signos suponen (van «en lugar de») las cosas o de otros signos (en una proposición).
En función de que vayan en lugar de las cosas o de otros signos Ockham clasifica los términos en:
(1) Términos de primera intención: son aquellos que designan directamente a cosas que no son a su vez signos de algo. Por ejemplo, en la proposición «el niño juega», el término «niño» es un signo que representa a una cosa, a un niño, no a otro signo.
(2) Términos de segunda intención: son signos que representan, a su vez, a otros signos. Así, por ejemplo, en la proposición «el género incluye varias especies», el término «especie» hace referencia a otros signos tales como «hombre», «caballo», etcétera.
Pues bien, lo propiamente universal no son ni siquiera los conceptos Pues todo concepto, en tanto tal, es un singu­lar. Así, el propio término «universal», en tanto es una cosa en la mente, es una realidad singular. Lo que hay en él de universal es la intención del que lo usa de referirse a una multitud de cosas (por eso dice Ockham que el concepto es una intención del alma).
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Para Tomás lo universal es lo primero desde el punto de vista del ser y desde el punto de vista del conocimiento. El universal es algo real, y es el objeto del conocimiento. Que lo uni­versal sea lo primero desde el punto de vista del ser significa que el individuo tiene menos consistencia, es algo que hay que explicar (es decir, una vez ex­plicada la realidad de los universales aún queda por explicar por qué hay individuos). Esto llevó a Aquino a plantear el problema del principio de individuación.
Para Ockham, que parte de que lo único real son los individuos, el intento de explicarlos a partir de los uni­versa­les, recurriendo al principio individua­ción, no tiene sentido alguno. El pro­ble­ma sería más bien el con­trario, el de por qué, a pesar de que solo hay individuos, ma­ne­ja­mos conceptos universa­les.
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Concluimos el análisis de los universales mostrando una serie de argumentos elaborados por Ockham para demostrar que nos existen universales fuera del alma. Estos son:
(1) Ningún universal es una sustancia (= cosa, recordemos el concepto aristotélico-escolástico de sustancia) singular, que sea una numéricamente.
La razón es que toda sustancia es una cosa (A) o es muchas (B).
A. Si es una sola cosa entonces es una, no es un universal. (De lo contrario tendríamos que admitir que toda cosa, toda sustancia, sería un universal. Sócrates sería un universal, Babieca sería un universal, pero en­tonces el concepto de universal habría perdido su sentido.)
B. Si es muchas entonces una sustancia estaría formada por muchas cosas singulares (b1) o muchas cosas universales (b2).
b1. Si una sustancia estuviese formada por muchas cosas singulares entonces el universal no sería más que un conjunto de cosas singulares (lo que existiría serían varias cosas, pero singulares).
b2. Si una sustancia estuviese formada por muchas cosas universales, entonces cada una de estas cosas universales estaría formada de muchas cosas singulares (b21), o de muchas cosas universa­les (b22).
b21. Si estuviese formado de muchas cosas singulares entonces volvemos a b1.
b22. Si estuviese formado de muchas cosas universales volvemos a b2.
De modo que incurrimos en un proceso argumentativo infinito, lo que conduce a un absurdo. Por lo que ninguna sustancia es universal.
(2) Si el universal fuese una cosa (= una sustancia) distinta de las cosas singulares pero existente en ellas (universales in re), Dios no podría crear un individuo nuevo, ni destruir un individuo. Porque antes de crear el individuo ya existiría parte de él en ese universal. Del mismo modo, si destruyese el individuo destruiría el universal que hay en él y con ello se verían afectados todos los individuos en los que está ese universal.
(3) El universal es algo que se puede predicar de muchas «cosas». Por ejemplo, hombre se puede predicar de Pedro («Pedro es hombre»), de Antonio («Antonio es hombre»), etcétera. Pues bien, si el universal fuese una sustancia (una cosa), entonces una proposición podría tener el predicado en un sitio y el sujeto en otro. Podríamos tener proposiciones formadas por «cosas» que van cada una por su lado. Esto es absurdo.

7. Ockham y la teoría nominalista de la ciencia
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Hemos comenzado mostrando cómo para Ockham no hay acuerdo posible entre verdad revelada y razón; esto es, no hay confluencia entre fe y razón.
La primera consecuencia de este punto de partida es que la razón no puede buscar la verdad en Dios, no puede tomar a Dios como un principio que sirva de fundamento a sus demostraciones. Dicho de otro modo, la razón ya no puede operar demostrativamente a partir de unos principios últimos que no puede encontrar por sí sola pero que tampoco puede obtener de la fe. Por ello, la razón debe buscar sus certezas en otro sitio, en la experiencia.
De modo que la consideración de un universo contingente y la li­be­ración de la razón con respecto a la teología (aun cuando la pretensión de Ockham fuese li­berar a la teología, y a la reve­­la­ción, de la razón) contribuyeron enormemente a im­pulsar la investigación empírica.
Y lo que encuentra la razón en el mundo de la experiencia son individuos. Ockham sostiene que solo tienen realidad los indi­vi­duos.
Pero que solo tengan realidad los individuos no lleva a Ockham a rechazar la concepción del conocimiento que procede de Sócrates, y que entiende que conocer es conocer lo universal. Para Ockham la ciencia es conocimiento de lo universal.
Ahora bien, cuando Platón habla del conocimiento de lo universal, está sosteniendo que el conocimiento es conocimiento de las «ideas», que tienen una realidad extramental, en el mundo inteligible. Cuando Aristóteles o Tomás hablan de cono­ci­miento universal están sosteniendo que el conoci­miento es conocimiento de las formas o esencias, que tie­nen una realidad extramental.
Para Ockham, por el contrario, el universal es un signo que va en lugar de (que supone) un individuo o de un grupo de individuos (o de otros signos). Así, el término «hombre», no responde a ninguna reali­dad en sí, pero no por ello lo que digamos acerca de «hombre» carecerá de valor, ya que lo dicho de tal término sig­nifica que lo estamos di­ciendo de Pedro, de Juan, de Marina, de Belén, etcétera. Es decir, de los individuos.
El espíritu empirista de Ockham le lleva, también, a no postular la existencia de más entes que los estrictamente necesarios para explicar lo observable. Esto es lo que se conoce como princi­pio de economía (empleado ya, entre otros pensadores me­die­vales, por Roberto Grosseteste), y que Ockham formula así: «No hay que mul­ti­pli­car los entes sin necesi­dad».
La cuestión es ¿qué entes con­si­de­ra Ockham ne­cesarios? En el terreno científico aquellos que cono­cemos intuiti­vamente (en una experiencia), y aquellos que aun­que no sean dados en una experiencia sean nece­sarios para explicar la experiencia. Así, no es necesario supo­ner la existencia de «especies» y «géneros», y un «principio de individua­ción». Nos basta saber que hay individuos a los que podemos conocer direc­ta­mente, y que los universales son nombres que van en lugar de individuos o grupos de individuos.
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Otra aportación de Ockham interesante, porque implica un cuestionamiento directo de la física de Aristóteles, es su defensa de la teoría del impetus. Esta teoría es un intento de solucionar el problema del movimiento de los proyectiles.
Aristó­teles distin­guía entre mo­vi­mien­tos naturales, y movimientos no naturales (proyectiles). Los primeros se explican por la ten­den­cia de los cuerpos a ir hacia su lugar natu­ral. Pero ¿cómo explicar el movimiento de los proyectiles? (Cuando lanzamos una piedra, esta permanece moviéndose un buen rato. La causa del movimiento está clara en un principio, es la fuerza de nuestro brazo, pero una vez que abandona la mano, y dado que no hay acción a distancia ¿cómo se explica que se siga moviendo?)
La respuesta de Aristóteles es como si­gue: al moverse el proyectil desplaza al aire, que se precipita tras él para cubrir el vacío ‑que, de otra manera, se formaría tras el proyectil‑, impulsándolo así.
Esta explicación del movimiento de los pro­yec­ti­les ya fue criticada por Juan Filopón (un co­men­ta­ris­ta de Aristóteles del siglo VI). Filopón con­tra­ar­gu­men­ta a la explicación aristotélica di­cien­do que si es el aire despla­zado por el pro­yec­til el que lo em­pu­ja, entonces, una flecha con la punta roma debe­ría avan­zar más que una con la punta afilada, ya que desplaza más aire y la empujaría con más fuer­za. Pero no es así. Ade­más, la teoría aristotélica tam­poco explica por qué el proyectil acaba cayendo (da­do que el aire no se acaba nunca).
En el siglo XIV la explicación aristotélica del mo­vimiento de los proyectiles va a ser re­cha­zada, sus­ti­tuyéndola por la teoría del impetus. Tal teoría, que tuvo como principales defensores a Ockham, Juan Bu­ridán, Alberto de Sajonia, y Ni­colás Ores­me, sostiene que no es necesaria la existencia de una cau­sa del movimiento ex­ter­na al móvil. La ra­zón de que el proyectil con­ti­núe moviéndose des­pués de aban­donar el mo­tor, reside en que el motor (en los ejemplos an­te­riores la mano y el arco) im­pri­me un im­pul­so (im­petus) que acompaña al proyectil a lo largo de todo su trayecto, manteniéndolo en mo­vi­miento.
 Esta ex­pli­cación hace inne­ce­saria la introduc­ción de motores inmóviles, seres angé­licos, etc., que expliquen los mo­vi­mien­tos celestes (si­guiendo también aquí el principio de economía).

8. Guillermo de Ockham en la historia
del pensamiento

9. Nicolás de Oresme
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Nació en Allemagnes, actualmente Fleury-sur-Orne, en la Baja Normandía (Francia), en torno al 1323.
Murió en Lisieux (en la Baja Normandía), en 1382.
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10. Jean Buridán
&1
Nació en Béthune, en la región de Norte-Paso de Calais (Francia), en torno al año 1330.
Murió en torno al año 1358.
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11. Francesc Eiximenis
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No se conoce con seguridad ni el lugar ni la fecha de su nacimiento, aunque los indicios apuntan a que nació en Gerona (entonces perteneciente al Condado de Barcelona, que formaba parte de la Corona de Aragón; actualmente en Cataluña, España), en torno al año 1330.
Ingresó en la orden de los franciscanos, comenzando su formación en las escuelas que tenía la orden en Cataluña. Posteriormente continuó sus estudios en la Universidad de Oxford, primero, y en la Universidad de París, después. En 1374 obtuvo el título de doctor en Teología, en la Universidad de Toulouse.
Entre 1382 y 1408 vivió en Valencia, donde desempeño diversos cargos (fue asesor de los jurats, y del Consell) y escribió buena parte de su obra. En 1408 participó en el Concilio de Perpiñan.
 Murió, en Perpiñan (entonces perteneciente al Condado de Rosellón, que formaba parte de la Corona de Aragón; actualmente en el Departamento de los Pirineos Orientales, Francia), en 1409.
Entre sus obras cabe mencionar: (1) Tractat d´usura (Tratado de la usura), escrita en torno a 1374. (2) De Triplici Statu Mundi (Sobre los tres estados del mundo), escrita en torno a 1378-1379. (3) Lo Crestià (El Cristiano), es su obra más importante, un proyecto de suma teológica que quedó incompleto (sería la primera suma teológica escrita en una lengua vulgar). Los cuatro libros publicados (de trece previstos), fueron escritos entre 1379 y 1387. Muchas de los temas proyectados para esta obra y no escritos aparecen desarrollados en los libros publicados posteriormente. (4) Lo Llibre dels Àngels (El libro de los ángeles), escrito en 1392.  (5) Epístola a l´infant Martí, duc de Montblanc, donant-li consells sobre el seu regiment a Sicília (), de 1392. (6) Lo Llibre de les Dones (El libro de las mujeres), de 1396. Traducido, entre otras lenguas, al castellano, fue uno de los libros empleados para la educación de las hijas de Isabel la Católica. (7) Pastorale (Pastoral), de 1398. (8) Vida de Jesucrist (Vida de Jesucristo), escrito entre 1399 y 1406. Es otra de sus obras monumentales. Traducida al castellano a instancias de Hernando de Talavera, confesor de Isabel la Católica, será la primera obra impresa en Granada tras su conquista por los cristianos. (9) Psalterium alias Laudatorium (), se trata de una colección de oraciones, escritas entre 1404 y 1408. (10) Allegationes (Alegaciones), de datación incierta, se supone que fue escrita entre 1398 y 1408. (11) Ars praedidandi populo (Arte de predicar al pueblo), de datación absolutamente incierta.
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Bibliografía
-Abbagnano, Nicola: Historia de la filosofía. SARPE, S. A. Barcelona, 1988.
-Copleston, Frederick: Historia de la filosofía. Ariel. Barcelona, 1989.
-Fontana, J. y Ucelay Da Cal, E.: Historia Universal Planeta. Editorial Planeta, S. A. Barcelona, 1993.
-Gilson, Étienne: La filosofía en la Edad Media. Editorial Gredos, S. A. Madrid, 1989.
-Mínguez Pérez, C.: De Ockham a Newton: la formación de la ciencia moderna. Editorial Cincel, S. A. Madrid, 1989.
-O´Connor, D. J. (comp.): Historia crítica de la filosofía occidental. Ediciones Paidós Ibérica, S. A. Barcelona, 1983.
-Valdeón, Julio: La Baja Edad Media. E. G. Anaya. Madrid, 1988.
-www.antiblavers.org/galeria/albums/userpics/10223/VIDAIOBRAEIX-2.pdf
-www.philosophica.info/

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