1. Del mithos
al logos
Se suele decir que la filosofía nace cuando el pensamiento mítico es sustituido por el
pensamiento racional. O a la
inversa, que con la aparición de la filosofía el pensamiento mítico es sustituido
por el pensamiento racional.
¿Quiere eso decir que antes de la aparición de la
filosofía los seres humanos eran incapaces de pensar racionalmente?
Obviamente no. Mucho antes del siglo VI a. C., que es
cuando aparece en escena la filosofía, los griegos habían diseñado barcos y
sistemas de navegación que les permitían atravesar el Mediterráneo con
toneladas de carga. Mucho antes de la aparición de la filosofía los egipcios
habían logrado controlar las crecidas del Nilo para mantener a una numerosa
población, y habían diseñado el modo de construir las gigantescas pirámides
que, todavía hoy, nos asombran.
Si pensar racionalmente significa ser capaz de descubrir
un orden tras los fenómenos,
descubrir conexiones causales, o ser
capaz de planificar acciones con vistas
a lograr un objetivo, es obvio que
los seres humanos fueron capaces de pensar racionalmente mucho antes de la
aparición de la filosofía y de la ciencia.
Pero aunque los pueblos antiguos empleaban estrategias
racionales para diseñar máquinas y herramientas, o para conducir muchos de los
aspectos de su vida, sin embargo, a la hora de explicar los fenómenos
naturales, e incluso sociales, recurrían a explicaciones mitológicas.
¿A qué llamamos explicaciones
mitológicas? Pues a aquellas que sostienen que los fenómenos naturales o
sociales están dirigidos por fuerzas
sobrenaturales, tales como los dioses
o el destino, cuyos designios son
incontrolables, pues no siguen un orden necesario que podamos conocer.
¿Y qué cambia con la aparición de la filosofía, es decir, con la aparición del discurso racional, de las explicaciones racionales?
Cambia la concepción misma de la naturaleza y la manera
de aprehenderla. El discurso racional pretende que los fenómenos naturales
están sujetos a un orden, que es consustancial a la propia naturaleza,
que es necesario y que es inteligible. (Inteligible quiere decir
que nosotros podemos entenderlo, acaso porque el logos es lo común a los hombres y a la naturaleza como parecer
indicar Heráclito, o porque pensar y ser son lo mismo como dice Parménides).
La representación del mundo que se hacía la mitología griega era la siguiente: por
encima de todo, gobernándolo todo, está la moira (el destino), que es quien adjudica a cada uno lo que le toca.
Sometidos al destino están los inmortales
(los dioses) y los mortales (los humanos). Los inmortales conocen el destino, y tienen poder sobre
ciertas áreas de la naturaleza. Los mortales solo pueden saber qué les depara
el destino a través de los adivinos
o los oráculos. Y solo pueden operar
sobre la naturaleza intentando ganarse a los dioses para que actúen en su favor
(mediante sacrificios o plegarias), o mediante el empleo de rituales mágicos.
Este modo de representarse el funcionamiento de la
naturaleza es el que cambia con la aparición de la filosofía. La filosofía
nace, precisamente, como un discurso
acerca de la naturaleza (physis). De hecho, muchos de los
escritos de los primeros filósofos se titulan «Acerca de la naturaleza» (peri
physeos).
Y con el término naturaleza
(physis) designan a la totalidad de las cosas (a la
multiplicidad de cosas que nos hacen frente), que están permanentemente surgiendo y permanentemente pereciendo.
Para explicar esa totalidad, los primeros filósofos
tratan de reducir lo múltiple a un principio
(arkhé)
o unos pocos principios (arkhai).
Y tratan de descubrir un orden tras
los cambios.
Al proceso por el que descubrimos el principio u origen
que está detrás de la multitud de fenómenos, y que nos permite explicarlos,
darles un fundamento, le denominan alétheia. Palabra que suele
traducirse por verdad, pero que,
literalmente, significa «no-oculto», «no-olvidado», por lo que una traducción
más ajustada a su significado original y que no violente el castellano, sería
la de «desvelamiento», «des-cubrimiento».
A ese nuevo tipo de discurso,
que pretende poner de manifiesto el orden interno de la propia naturaleza, le
denominan legein, o logos. Que surge contrapuesto al antiguo
discurso, al mithos.
Legein significa «decir»,
«poner de manifiesto». Logos
significa «habla» o «palabra». Posteriormente logos será traducido por razón.
De modo que ese nuevo tipo de discurso, ese discurso
filosófico, o racional, nace vinculado a una serie de términos fundamentales, physis, arkhé,
alétheia, logos, con los que los primeros filósofos, los que hoy
denominamos filósofos presocráticos,
pretenden describir el funcionamiento de la totalidad de las cosas sin apelar a
dioses o fuerzas sobrenaturales.
Entre tales filósofos destacan: Tales de Mileto, Anaximandro
de Mileto, Anaxímenes de Mileto,
Pitágoras de Samos, Heráclito de Éfeso, Parménides de Elea, Zenón de Elea, Empédocles de Agrigento, Anaxágoras
de Clazómenas y Demócrito de Abdera.
Por tomar como objeto de estudio a la naturaleza (physis) se les conoce también como los físicos.
2. Los milesios
&1
Los primeros pensadores que emplean este nuevo tipo de
discurso, esto es, que apelan al logos, y no al mithos, aparecen en la Jonia, una región situada en la costa
occidental de la Península Anatolia; situada, por lo tanto, en lo que hoy es
Turquía.
Y, más en concreto, aparecen en una polis enclavada en esta región: Mileto.
El primero de todos ellos es Tales de Mileto, que vivió entre los años 624 y 546 a. C. No se
conserva ningún escrito suyo ni fragmento de su obra, que se conoce únicamente
por referencias posteriores.
Parece ser que Tales sostuvo que todo surge del agua. Esto es, el principio, el arkhé, del que todo procede y al que
todo vuelve, es el agua.
También sostuvo que todo está lleno de dioses, con lo que, al parecer, quería
dar a entender que todo está animado,
vivo.
Pero la gran aportación de Tales no consiste, obviamente,
en sostener que el agua es el origen
de todas las cosas. Ni siquiera en sostener que la naturaleza entera puede ser
explicada a partir de un único principio
o substrato. La gran aportación de Tales consiste en iniciar un desvío (acaso una ruptura) en el modo de enfrentarse con los fenómenos naturales. A
partir de Tales se entiende que la naturaleza tiene que ser explicada a partir
de sí misma, que la naturaleza posee un orden
interno, necesario e inteligible, que el nuevo tipo de discurso, el discurso
filosófico, trata de poner de manifiesto, de desvelar.
Además del primer filósofo de la historia Tales es
considerado también el primer matemático,
pues es el primero, que sepamos, que desarrolla un teorema matemático, el teorema de Tales (hay en realidad más
de un teorema atribuido a Tales).
&2
A Tales le sigue Anaximandro,
que vive entre el 610 y el 545 a. C., también de Mileto y discípulo del
anterior.
Anaximandro escribió una obra que tituló Acerca de la naturaleza, de la que solo
se conserva un fragmento. En ella sostiene que el principio (arkhé) del que brotan todas las cosas
(la physis entera) es lo apeiron
(literalmente, lo indeterminado o infinito).
De lo indeterminado las cosas brotan mediante una lucha de contrarios, que produce las
determinaciones, de modo que lo caliente se opone a lo frío, lo seco a lo
húmedo, etc. Es decir, lo caliente llega a ser caliente determinándose frente a
lo frío, substrayéndose a lo frío. Lo seco llega a ser seco determinándose
frente a lo húmedo, substrayéndose a lo húmedo, etc.
Pero esta lucha se mantiene dentro de un equilibrio, porque de no ser así, es decir,
si un contrario aniquilase a su opuesto, lo ocultase definitivamente, ambos se
aniquilarían (caerían en la indeterminación).
Dicho de otro modo, lo seco es seco sustrayéndose a lo
húmedo («haciéndose un hueco», por decirlo así, frente a lo húmedo). Pero si lo
seco aniquilase totalmente a lo húmedo ambos desaparecerían, pues toda cosa
solo es algo determinándose frente a otra.
Al equilibrio cósmico, que mantiene a los contrarios
limitándose alternativamente, le denomina Anaximandro dikhé (justicia).
&3
A Anaximandro le sigue Anaxímenes, igualmente de Mileto y discípulo suyo. De Anaxímenes
sabemos que murió sobre el 526 a. C.
Sostiene que el principio del que surge la naturaleza
entera y a donde todo vuelve es el aire.
Parece ser que porque creía que el aire reúne las características del agua de
Tales y lo indeterminado de Anaximandro. Al igual que el agua es observable e indispensable para la vida y al igual que el apeiron es ilimitado.
(Anaxímenes creía que el aire envuelve el cosmos entero, por eso lo considera
ilimitado.)
Del aire por procesos de enrarecimiento surgiría el fuego. Y por procesos de condensación surgirían las nubes, de
estas el agua, del agua la tierra y de esta la piedra.
3. La Escuela pitagórica: el alma y los números
Pitágoras nació en Samos,
isla situada en la costa jónica, en torno al año 570 a. C. Cuando tenía
cuarenta años emigró a Crotona, una
polis situada en la Magna Grecia. Allí fundó una comunidad de discípulos cuyo
objetivo era la purificación.
Su intervención en los asuntos políticos hizo que, tras
una revuelta democrática, sus seguidores fueran perseguidos y muchos
asesinados. El propio Pitágoras se vio obligado a huir, estableciéndose en Metaponto, otra polis de la Magna
Grecia, donde falleció en torno al 497 a. C. Poco tiempo después nos
encontramos comunidades pitagóricas en diversos lugares del mundo griego.
No se conserva ningún escrito suyo, ni tenemos constancia
de que haya escrito nada. Esto, unido al hecho de que sus discípulos tendían a
atribuirle cualquier nuevo descubrimiento, hace que no sepamos con seguridad
qué aportaciones pertenecen a Pitágoras y cuáles a sus sucesores. Aunque parece
haber acuerdo en que la doctrina del alma
pertenece a Pitágoras, y la que la de los números
fue desarrollada posteriormente por algunos de su seguidores.
Pitágoras defiende una antropología dualista, que toma del orfismo. Esto quiere decir que el ser humano es un compuesto de dos
tipos de realidades separables: el cuerpo
y el alma.
El cuerpo es mortal y pertenece al mundo terrestre. El alma es inmortal, y pertenece
al mundo celeste. El alma es, por lo
tanto, del mismo linaje que los dioses. Cuando un cuerpo muere el alma se reencarnará en otro cuerpo.
La aspiración del alma es volver al lugar al que
pertenece, al mundo celeste. Para ello necesita pasar por un proceso de purificación, entendido como una
limpieza, a través de la cual se desprende de todo lo que la mantiene atada al
mundo terrestre.
Sus sucesores desarrollaron la tesis de que los arkhai (esto es, los principios) de
todas las cosas son los números.
Pero no entendían los números al modo moderno, como pura sucesión y pura cantidad.
Sino que, para ellos, los números eran la expresión de ciertas determinaciones, incluidas ciertas cualidades.
Así, por ejemplo, la unidad era la expresión de toda
cosa, pues toda cosa es una.
También sostenían que el uno era la expresión, la
determinación, del punto. El dos era la expresión, o determinación, de la
línea. (No entendían la línea como una sucesión de puntos, sino como algo que
queda cerrado, determinado, por dos puntos). El tres era la expresión o
determinación de una superficie, pues tres puntos determinan un triángulo, y
toda superficie puede ser entendida como una acumulación de triángulos. El
cuatro era la determinación de un cuerpo, pues cuatro puntos determinan una
pirámide triangular.
Los números uno, dos, tres y cuatro, tenían una
significación especial. Esto les llevó a sostener que el número diez, que es la
suma de uno, dos, tres y cuatro, era la expresión de la divinidad.
Parece ser que llegaron a la conclusión de que los
números constituían los arkhai de
todas las cosas al descubrir que hay una relación entre los números y la música. Hicieron este descubrimiento al comprobar que si reducimos
en 1/2 la longitud de la cuerda de una lira, produce un tono de una octava más
alto, si se reduce en 2/3, produce una quinta más alto, etc.
4. Heráclito: devenir, fuego y logos
Heráclito nació
en Éfeso, una polis
situada en la Jonia, en
torno al año 535 a. C., y murió en torno al 484 a. C. Es el primero que emplea
el término «filósofo».
Su doctrina está recogida en una obra titulada Acerca de la naturaleza, una
colección de aforismos, de tono lapidario y, con frecuencia,
de difícil interpretación.
Estos aforismos giran en torno a tres conceptos, esenciales para
entender su concepción de la physis
(la naturaleza), que son, el devenir,
el fuego y el logos.
La naturaleza se caracteriza por el permanente devenir. Todo está fluyendo,
sujeto al cambio incesante.
El motor de ese cambio es la lucha
de contrarios. Todo llega a ser sustrayéndose a, haciéndose un hueco frente
a, su contrario. Así, lo caliente llega a ser caliente sustrayéndose a lo frío.
No obstante, esta sustracción, este imponerse de un contrario sobre otro, es
momentáneo. Pues si un contrario se impusiese de modo definitivo al otro,
ocultase de modo definitivo al otro, ambos dejarían de ser.
Así, dice Heráclito, el cosmos entero es un fuego viviente que se enciende y se apaga según medida (según un orden).
Este encenderse y apagarse del cosmos se produce siguiendo dos
vías: la vía descendente y la vía
ascendente.
La vía descendente es
el proceso por el que el fuego, procedente del cuenco del Sol (para Heráclito
el Sol es un cuenco de fuego puro), se enfría transformándose en nubes de
tormenta, que, al enfriarse, se transforma en nubes de vapor, que se transforman
en lluvia (en agua) que va a parar al mar y a la tierra.
La vía ascendente es el proceso contrario y paralelo. La tierra
y el agua se calientan convirtiéndose en nubes de vapor, que al
calentarse se convierten en nubes de tormenta, y, finalmente, en fuego, que es
recogido por el cuenco del Sol.
A través de este proceso el fuego se convierte en todas las cosas
y todas las cosas en fuego. Por lo que podríamos decir que, para Heráclito, el fuego es el arkhé.
Como vemos este encendido y apagado del cosmos, proceso mediante
el cual lo caliente y seco se sustrae a lo frío y húmedo, y viceversa,
transcurre siguiendo un orden,
una medida. A este orden le llama logos. Término que, como sabemos,
significa palabra, que se suele traducir por razón, pero que puede significar
también orden.
5. Parménides: alétheia
y ser
Parménides nació en Elea,
una polis griega situada al sur de la península itálica, en una zona que los
griegos denominaban la Magna Grecia.
Elea había sido fundada por ciudadanos jonios que huían de los ataques de los
persas.
Podemos situar la fecha de su nacimiento entre el 530 y
el 515 a. C.
Su doctrina aparece expuesta en un Poema, escrito en tono oracular
(expone su pensamiento como si fuese revelado
por una diosa).
En Poema
muestra que solo hay tres vías o caminos posibles para el pensamiento: la que
conduce al no-ser; la que conduce al
mundo tal como se nos presenta ante nuestros ojos, el mundo múltiple y cambiante (a la que denomina
vía de la opinión); y la que conduce
a desvelar lo que hay tras ese mundo
múltiple y cambiante (a la que denomina vía de la verdad).
Ahora bien, la primera de estas vías no es transitable. Obviamente, el no-ser no
es, es nada. Por ello, esta vía no conduce a ningún sitio. Por lo que
Parménides, por boca de la diosa de su Poema,
nos invita a abandonarla.
Quedan, por lo tanto, dos vías posibles, transitables: la vía de la opinión (doxa) y la vía de la verdad
(alétheia).
La vía de la
opinión es aquella en la que estamos instalados (digamos que de manera
natural y espontánea) todos los mortales. Es la vía que nos muestra el mundo
tal como se aparece ante nosotros. ¿Y cómo se aparece el mundo ante nosotros?
Pues como una realidad cambiante,
hecha de multitud de cosas, que
están compuestas de partes.
Parménides le llama vía de la opinión, porque de las
cosas tal como se presentan ante nosotros solo podemos decir lo que parecen ser, no lo que son. Son, por lo tanto, objeto de la
opinión, no del conocimiento, dado que, lo que ahora son, dejarán de serlo en
un instante. Además, desde un punto de vista pueden parecer una cosa y desde
otro otra.
Por eso dice Parménides, a través de la diosa, que
quienes se quedan en esta vía «andan errantes», son «dobles cabezas», porque
confunden el ser con el no ser (ser y no ser se dan mezclados en el mundo
múltiple y cambiante).
Sin embargo, algunos hombres, partiendo de esta vía,
inician el camino de reflexión que les llevará al descubrimiento del ser, y a ser capaces de diferenciar lo que
propiamente es, de lo que no.
Este proceso podemos explicarlo así: el mundo tal como se
nos ofrece es múltiple, y está cambiando continuamente. Ahora bien, lo
primero que descubrimos cuando iniciamos el proceso de reflexión es que lo que
cambia no puede diluirse en la nada, ni de la nada salir algo. Tal cosa es
impensable.
Por lo tanto, si todo está cambiando, pero las cosas no pueden diluirse en la nada esto
significa que detrás de las cosas, tal como se nos ofrecen, hay algo que permanece. Y ¿qué puede ser eso que
permanece tras los cambios? Pues lo común a todo: el ser. Las cosas que nos hacen frente se nos muestran bajo múltiples
aspectos según van cambiando, pero siempre «son».
Así, algo aparece como siendo un abeto, luego como siendo
madera, o materia orgánica, luego como siendo
nutrientes para plantas, etc. Pero siempre es.
Por lo tanto, este proceso nos ha llevado a desvelar el substrato, el principio (arkhé)
que está detrás de la totalidad múltiple y cambiante, el ser.
A este proceso que nos conduce desde el mundo múltiple y
cambiante hasta el ser le denomina Parménides vía de la verdad (alétheia).
El nombre se debe a que, como ya vimos, alétheia, el término que nosotros
traducimos habitualmente por verdad, significa, en realidad, des-velamiento,
des-cubrimiento. Y, como hemos visto, esta es la vía que nos lleva a desvelar, descubrir, lo que, para el común de los mortales, permanece oculto,
cubierto: el ser.
Y una vez descubierto ¿qué podemos decir acerca del ser?
Pues el ser, obviamente, no puede ser visto, ni oído,
palpado o degustado. El ser no es un objeto que se ofrezca a nuestros sentidos,
sino a la razón. Lo que podemos
decir acerca del ser es aquello que podamos descubrir tras un ejercicio de
reflexión. Pues bien, acerca del ser podemos decir lo siguiente:
En primer lugar, podemos decir que es eterno. Esto quiere decir que no puede
nacer (surgir), ni perecer. No puede nacer porque para ello tendría que nacer
del ser o del no ser. Si naciese del ser tendríamos lo que ya tenemos, no hay
nacimiento alguno. Si naciese del no ser tendríamos que admitir que de la nada
puede surgir algo, lo cual ya hemos dicho que es inadmisible.
En segundo lugar, podemos decir que es uno. La razón es que para que hubiese
dos, tendrían que diferenciarse en algo. Pero ese algo, solo podría ser «ser»,
en ese caso es lo mismo, no hay distinción, o «no-ser». Pero el «no-ser» no es,
no hay «no-ser».
Con argumentos similares podemos concluir también que el
ser es simple, inmutable y macizo.
Finalmente, el ser es limitado. ¿Y por qué no, ilimitado? Porque si fuese ilimitado no
sería nada. Para un griego algo «es» si puede determinarse frente a otra cosa. Algo ilimitado carecería de
determinación, y, por lo tanto, carecería de ser. Ilimitado es sinónimo de
indeterminado, de caos, de no ser.
Bueno, y entonces ¿qué limita el ser? Pues aquello frente
a lo cual lo pensamos, frente a lo que desvelamos el ser. Lo que limita el ser
es el mundo tal como se ofrece ante nuestros ojos, el mundo múltiple y cambiante. Así, el ser es eterno, las cosas del mundo múltiple y
cambiante nacen y perecen. El ser es simple, las cosas del mundo múltiple y
cambiante están compuestas de partes, etc.
Por esa razón, la vía de la opinión no puede ser
rechazada. Pues solo desde esta vía pueda accederse al conocimiento del ser.
Solo podemos desvelar el ser si previamente esta velado. Y está inicialmente
velado porque solo podemos pensarlo confrontándolo con, substrayéndolo a, el
mundo múltiple y cambiante.
6. Zenón de Elea
Entre los seguidores de Parménides destaca Zenón, que nació en torno al año 490 a.
C., en Elea, y murió en torno al 430
a. C.
Zenón de Elea elabora toda una serie de argumentos (el más célebre es el de Aquiles y la tortuga) dirigidos contra
la multiplicidad y contra el movimiento.
Los argumentos de Zenón nos enfrentan con paradojas, del siguiente tipo:
Aquiles, ejemplo de atleta excepcional, desafía con una
carrera a una tortuga. Para compensar la desigual capacidad, Aquiles deja
cierta ventaja a la tortuga, de modo que esta inicia la carrera al mismo tiempo
que Aquiles pero a una cierta distancia por delante. Pero hecho esto, nos dice
Zenón, Aquiles jamás podrá alcanzar a la tortuga. Porque, para cuando Aquiles
alcance la posición inicial de la tortuga, esta habrá avanzado algo, para
cuando Aquiles alcance la nueva posición de la tortuga, esta habrá vuelto a
avanzar algo, y así sucesivamente.
La razón parece mostrar que Aquiles tiende a alcanzar a
la tortuga en el infinito. Es decir, no la alcanza. Obviamente, la experiencia
cotidiana nos muestra que Aquiles alcanza a la tortuga y la supera. De ahí el
carácter paradójico del argumento.
¿Qué pretendía Zenón con estas paradojas?
Se puede concluir que con sus paradojas Zenón pretendía
alguna de estas dos cosas (o las dos, ya que ambas están interrelacionadas):
Demostrar que el movimiento y la multiplicidad no son,
son solo aparentes. Lo único que es, es lo eterno y simple: el ser.
Demostrar que el movimiento y la multiplicidad no son racionalizables. El único objeto de la
razón es lo inmutable y simple: el ser.
Sea como fuere, lo cierto es que después de Parménides y
Zenón se vuelve problemático racionalizar lo que cambia y es múltiple. Por lo
que los contemporáneos de Zenón y sus sucesores tendrán que enfrentarse con
este problema y solventarlo de alguna forma.
El primer modo de enfrentarse con este problema (con el
problema de cómo hacer compatible la explicación racional de lo múltiple y
cambiante con la, aparentemente definitiva, conclusión de que lo múltiple y
cambiante no son racionalizables), viene de la mano de un grupo de pensadores
que se mueven dentro del modo presocrático de pensar pero sostienen que no
existe un único principio (arkhé) sino múltiples principios (arkhai), razón por la que se les conoce como pluralistas. Cada uno de estos principios sería simple (no descomponible en otros más
simples) e inmutable. La mezcla y
separación de estos principios (a los que Aristóteles denominará elementos) será la que explique el
mundo múltiple y cambiante que nos hace frente. Entre estos pensadores destacan
Empédocles, Anaxágoras y Demócrito.
Un segundo modo de enfrentarse a este problema, o de
soslayarlo, es el llevado a cabo por los sofistas.
Los sofistas niegan la concepción presocrática de la verdad, entendida como
desvelamiento (alétheia), y por lo
tanto, niegan que exista algún tipo de principio tras los fenómenos. Hablando
en términos eleáticos, niegan la vía de
la verdad, se quedan en la vía
de la de la opinión.
Un tercer modo de enfrentarse con el problema de la
racionalidad del movimiento y la multiplicidad es el iniciado por Sócrates y consolidado por Platón. Platón asume que el movimiento
y la multiplicidad no son racionalizables. Pero Platón postulará que las cosas
del mundo físico, el mundo múltiple y cambiante, poseen una esencia separada, que es simple e
inmutable. Y será esta esencia el objeto de la razón.
7. Empédocles: las cuatro raíces
Empédocles nació en Agrigento,
polis situada en Sicilia, en torno
al año 492 a. C. Su obra está recogida en dos escritos Acerca de la naturaleza y Purificaciones.
Murió en torno al 432 a. C.
Empédocles de Agrigento sostiene que la physis entera (el mundo múltiple y cambiante
que nos hace frente) está constituida a partir de cuatro raíces (a las que, posteriormente, Aristóteles dará el nombre de elementos).
Estas raíces son, la tierra,
el agua, el aire y el fuego. Al mezclarse
y separarse tales raíces se generan y se corrompen todas las cosas.
Las mezclas y separaciones están regidas por dos
principios cósmicos a los que denomina, amor
(que es un principio de unión), y odio
(que es un principio de separación, de disgregación).
8. Anaxágoras: las semillas y el nous
Anaxágoras nació en Clazómenas
(polis situada en la Jonia), en torno al año 499 a. C. Cuando tenía en torno a
los 45 años se traslada a Atenas.
Escribió una obra, Acerca de la
naturaleza, de la que se conservan fragmentos. Fue acusado de impiedad por
sostener que el Sol es una masa
incandescente y que la Luna procede
de la Tierra. Tras ser declarado culpable y desterrado, vuelve a la Jonia y se
establece en Lámpsaco. Murió en
torno al 428 a. C.
Anaxágoras de Clazómenas sostiene que los principios que
constituyen todas las cosas son las semillas
(spermata).
Las semillas son un número infinito de partículas infinitamente divisibles y cualitativamente distintas unas de
otras.
Como son infinitamente divisibles nunca podemos encontrar
partículas simples y puras, partículas que sean una cosa y solo una. Sino que
todo está mezclado con todo. Las cualidades de las cosas vienen determinadas
por las cualidades de las semillas que sean más abundantes en cada cosa. (Por
ejemplo, si algo aparece como agua es porque en la constitución de eso
predominan las semillas de agua.)
También sostiene que en un principio todas las semillas
estaban mezcladas y que se separaron debido al nous, que penetra el
universo. Nous es un término que será
empleado posteriormente (por Platón y Aristóteles) para designar a la parte
superior del alma en la que residiría el entendimiento o inteligencia. Pero no
está muy claro qué sentido tenía para Anaxágoras.
9. Demócrito: los átomos y el vacío
Demócrito nació en Abdera,
una colonia jónica situada en la Tracia,
en torno al año 460 a. C., y murió en torno al 370 a. C. Fue discípulo de Leucipo, supuesto fundador del atomismo
del que no sabemos nada con seguridad.
Estrictamente hablando, Demócrito no es un presocrático,
pues nace con posterioridad a Sócrates. Pero, por las razones ya anunciadas, lo
incluimos entre este grupo de filósofos con los que comparte ciertas
características doctrinales.
Para Leucipo y Demócrito la naturaleza entera se
constituye a partir de un número infinito de partículas indivisibles (atoma). Es decir, los arkhai que constituyen todas las cosas
son los átomos.
Estos indivisibles o átomos son cualitativamente iguales,
pero se distinguen por su forma. Las
cualidades de las cosas vienen determinadas por la forma de los átomos que las
componen. Así, los cuerpos fluidos, como el agua, deben esta propiedad a estar
compuestos de átomos esféricos.
Los átomos se mueven al azar en un espacio vacío, y al chocar unos con otros se engarzan,
produciendo cosas complejas. Pero los átomos, cada átomo individual,
permanecen, no obstante, inalterables. La generación y corrupción de las cosas
se producen por el combinarse y separarse de los átomos. (Tal como las piezas
de un mecano o un lego pueden combinarse de distintas formas produciendo
diversos objetos).
La explicación atomista conduce a una concepción antifinalista y mecanicista del de la naturaleza.
Antifinalista porque todo se origina al azar, no hay un fin al que las cosas tiendan.
Mecanicista porque la naturaleza es concebida como un mecanismo, como una máquina, hechas de
piezas que mueven a otras piezas.
Demócrito tuvo seguidores importantes entre los que
destaca Epicuro, en la época
helenística, o el poeta Lucrecio, en
la República romana. Y las explicaciones atomistas volvieron a resurgir en el
Renacimiento, con pensadores de la talla de Pierre Gassendi.
Bibliografía
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Barcelona, 1985.
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-Kirk, G. S., Raven, J. E., y Schofield, M.: Los filósofos presocráticos. Gredos. Madrid,
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-Martínez Marzoa, Felipe: Historia de la filosofía. Istmo. Madrid, 1980.
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-Vernant, Jean-Pierre: Mito y pensamiento en la Grecia antigua. Ariel. Barcelona, 1985.
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