miércoles, 30 de marzo de 2016

(XXXI) HEIDEGGER: PENSAR LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO

1. ¿Quién es Heidegger?

Heidegger es un filósofo alemán cuya vida transcurre a lo largo de buena parte del siglo XX. Es, según algunos, el más importante filósofo de este siglo (otros le hacen compartir el podio con Husserl, Wittgenstein, Sartre o Habermas).

Su obra surge, en buena medida, de la reflexión sobre la propia historia de la filosofía (convirtiendo esta reflexión en un inagotable ejercicio filosófico) y sobre los límites de la razón y el pensamiento (lo que le lleva a adentrarse en los terrenos del arte y la poesía, en los que busca la posibilidad de expresar aquello que acaso no pueda ser dicho desde la racionalidad filosófica).
 
2. Vida y obras

Martin Heidegger nació en Messkirch, en el Estado de Baden-Wurtemberg (Alemania), en 1889.

De 1906 a 1909 estudia en el Liceo de Fri­burgo donde lee, por primera vez, al filósofo neoescolástico Brentano y al poeta Höl­der­lin, que tendrán gran in­fluencia en el desarrollo de su pensamien­to.

Más tarde -de 1909 a 1911- rea­liza estudios de teología en la misma ciudad y lee las Investigaciones lógicas de Hu­sserl, que también van a influirle. En 1913 obtiene el doctorado en filo­so­fía con la di­ser­ta­ción que lleva como título La doctrina del juicio en el psi­co­lo­gis­mo.

En 1916 publica su tesis de habilitación El tratado de las categorías y de la significación en Duns Scoto y es nombrado Pri­vat­do­zent en la Universi­dad de Friburgo. En 1922 es nombrado profesor extraordinario en Marburgo.

En 1933, con los nazis en el poder (Heidegger está afiliado al partido nacio­nal-so­cialista), es nombrado rector de la Uni­versidad de Friburgo y pronuncia como discurso de la toma de posesión La autoafirmación de la Uni­­ver­si­dad ale­mana. Un año más tarde renuncia al car­go (los motivos de la renuncia no están claros).

En 1945 las autoridades de ocupación le prohíben dar clase por su participación en el ré­gimen nazi. Re­ha­bilitado en 1951, da cursos, seminarios y pronuncia numerosas conferencias. Muere, en Friburgo de Brisgovia (perteneciente al estado alemán de Baden-Wurtemberg), en 1976.

Incluyendo las ya señaladas, ente sus obras cabe mencionar:

(1) El problema de la realidad en la filosofía moderna, de 1912.

(2) La doctrina del juicio en el psicologismo, de 1914.

(3) El tratado de las categorías y de la significación en Duns Scoto, de 1915.

(4) El concepto de tiempo en la ciencia histórica, de 1916.

(5) El Ser y el Tiempo: publicada en 1927. Esta obra pretende desvelar el sen­tido del ser a partir de un análisis del Da-sein (el «hom­bre» entendido como el ente que patentiza el ser). Puede considerarse como su obra fundamental, y una de las obras de literatura filosófica escritas en el siglo XX más influyentes.

(6) Kant y el pro­­blema de la metafísica, publicada en 1929.

(7) ¿Qué es metafísica?, de 1929.

(8) De la esencia del fundamento, de 1929.

(9) De la esencia de la verdad, de 1930.

(10) La doctrina de Platón sobre la verdad, de 1931-1932.

(11) Hölderlin y la esencia de la poesía, de 1936.

(12) El origen de la obra de arte, de 1936.

(13) La época de la imagen del mundo, de 1938.

(14) Sobre la esencia y el concepto de Physis en Aristóteles, de 1939.

(15) El concepto hegeliano de experiencia,  de 1942-1943.

(16) La frase de Nietzsche «Dios ha muerto», de 1943.

(17) ¿Para qué poetas?, de 1946.

(18) La sentencia de Anaximandro, de 1946.

(19) Carta sobre el humanismo, de 1946.

(20) Entre 1933 y 1945 imparte una serie de cursos sobre la obra de Friedrich Nietzsche, que serán publicados en 1961 bajo el título Nietzsche. En ellos se ofre­ce una lectura de este filósofo dife­ren­te, incluso antitética, de la que en aquel momento es­ta­ba di­­fun­dien­do el NSDAP (Partido Nacional-Socialista Obrero Alemán, en el que militaba Heidegger).

(21) De la experiencia del pensar, de 1947.

(22) Caminos del bosque: «Al hombre que vendrá...», de 1949.

(23) La cosa, de 1951

(24) Construir, habitar, pensar, de 1951.

(25) ¿Qué significa pensar?, de 1952.

(26) La pregunta por la técnica, de 1953.

(27) ¿Qué es la filosofía?, de 1955.

(28) La proposición del fundamento, de 1955-1956.

(29) Identidad y diferencia, de 1955-1957.

(30) La constitución ontoteológica de la metafísica, de 1957.

(31) Hegel y los griegos, de 1958.

(32) De camino al habla, de 1959, incluye una serie de escritos elaborados entre 1950 y 1959: «El habla», «El habla en el poema», «La esencia del habla», «La palabra», «El camino al habla».

(33) La tesis de Kant sobre el ser, de 1961.

(34) Tiempo y ser, de 1962.

(35) El final de la filosofía y la tarea del pensar, de 1964.
 
3. Influencias en la obra de Heidegger

Con frecuencia se incluye a Heidegger entre los representantes de la co­rrien­te exis­ten­cia­lista, aunque él rechazó explícitamente que su obra pudiese encuadrarse dentro de esta corriente filosófica. Con igual derecho se le podría incluir dentro de la co­rrien­te her­me­néu­tica. Efectivamen­te, a él se debe el pri­mer intento de hacer de la her­me­néu­tica, que hasta en­tonces no había pa­sado de ser un mé­todo (el método propio de las ciencias del espíritu) una filosofía (on­to­lo­gía hermenéu­ti­ca). Ade­más, y dado que Heidegger fue discípulo de Husserl, y que publicó su primera obra im­portante en el Anuario dedicado a la investigación fenomenoló­gi­ca edi­ta­do por este, pue­de ser considerado un fenomenólogo; aunque Heidegger rebaje a la feno­me­nología a ser un simple método -eso sí, el método por excelencia- de la filosofía.

Quizá cabría decir que hermenéutica, fenomenología y existencialismo están presentes, cada una a su ma­nera, en la obra de Heidegger:

Así, su primera preocupación, aquella que es­tá en el origen de su filosofar, es la pregunta por el sentido del ser. Este sentido tiene que ser puesto de manifiesto a partir de un análisis exis­tenciario del ente que plantea esta pre­gunta (el sujeto humano que Heidegger denomina Da-sein y cuya esen­cia consiste en exis­tir): lo que le aproxima a posiciones exis­ten­cialistas.

Para acercarse al sentido del ser hay que dejar que este se muestre, al des­nu­do: lo que le aproxima a los métodos de los fenomenólogos.

Pero lo que se muestra lo hace siempre a partir de una com­prensión previa, y dentro de una articulación que Hei­de­gger denomina interpretación: lo que le aproxima a la hermenéu­ti­ca.

Heidegger recoge todos estos aspectos en la siguiente definición de filoso­fía: «La filo­so­fía es la ontología uni­versal y fenomenológica que parte de la hermenéutica del Da-sein...».

A todo esto Heidegger recibe la influencia de otros numerosos pensado­res. En primer lu­gar, en su plan­tea­miento del sentido del ser recoge aportacio­nes de Brentano y Aris­tó­te­les. De Dilthey hereda la preo­cupa­ción por el problema de la historicidad del ser humano (aun­que Heidegger rebase los planteamientos historicistas de Dilthey, intentando fundamentar esta historici­dad a partir de una determinada concepción del ser). De Agustín de Hipona y Kier­kegaard hereda Heidegger cier­ta problemática religiosa, y la concepción de la conciencia como espíritu vivo.
 
4. ¿Qué es la filosofía?

De momento ya hemos indicado que, para Heidegger, el interés prioritario es mostrar cuál es el sentido del ser. Es más, Heidegger llega a decir que la tarea de la filosofía con­sis­te, única y exclusivamente, en la re­flexión sobre el ser.

Dado que, desde Aristóteles, ve­nimos designando con el nombre de ontología a la ciencia que trata del «ser en tanto ser» po­demos decir que, para Heidegger, la filosofía es ontología (y nada más).

¿Y por qué es necesaria una disciplina, la filosofía, que se ocupe del ser?

Porque es imposible cualquier concepción del mun­do, e incluso cual­quier manera de estar en el mundo, que no lleve implícita una manera de entender el ser (aun cuando no se sea cons­ciente de ella).

Pongamos un ejemplo: supongamos que paseo por las afueras del pueblo X acompañado de un geólogo, un his­toriador, y un pai­sano. En un momento dado nos encontramos con un objeto de forma pris­mática a un lado del camino, me­dio cubierto de hierbajos.

Y supongamos que se me ocu­rre preguntar ¿qué «es» eso? Las respuestas podrían ser las siguientes: (1) El paisano: el mojón que separa a las fincas de fulanito y menganito. (2) El geólogo: un trozo de roca granítica. (3) El historiador: una pie­dra miliaria.

Podría perfectamente darse el caso de que los tres tuviesen razón. De donde podemos sacar una serie de interesantes conclusiones. La primera es que todos tenían una cierta com­pren­sión del sentido del término ser, de lo contrario no hu­bieran entendido mi pregunta. La segunda es que cada uno es­taba atribuyendo un sig­ni­fi­ca­do distinto al término ser.

Digamos que, tanto en nuestra vida cotidiana como cuando adoptamos una visión cien­tí­fica del mundo, esta­mos siempre manejando una previa y determinada concepción del ser.

Comprender el sentido del ser debe servirnos, entre otras cosas, para acla­­rar por qué con­cebimos el mun­do (y a nosotros mismos con él) como lo con­­cebimos, y por qué esta­mos en él (lo habitamos) de la forma que lo hacemos.
 
5. Heidegger y Husserl: el problema de una ontología fundamen­tal

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Recordemos que para Husserl la función de la filosofía (con­ver­ti­da en fenomenología) con­siste en establecer un fundamento absoluto del saber (gnoseología), que sea a su vez un fun­damento absoluto del ser (ontología).

Este fun­da­men­to absoluto se encuentra (re­to­man­do una vieja idea cartesiana) en la evi­den­cia (que, como tal, ha de ser ab­soluta). Las evidencias se dan, según Husserl,  en la in­tui­ción llevada a cabo por la con­cien­cia, previa reducción de la conciencia natural a la conciencia tras­cen­den­tal.

Esta reducción trascendental, y las evidencias obtenidas (lla­ma­das esen­cias), es previa a cual­quier consideración de tipo metafísico. La me­ta­física misma, como ciencia que trata del problema del ser, sur­ge tras un previo manifestarse el ser en una intuición trascendental.

Heidegger critica esta posición husserliana con respecto a dos puntos:

En primer lugar, Husserl se equivoca en sus intentos de esclarecer el problema del ser. A la pregunta de ¿qué se entiende por ser? Husserl responderá identificando el ser con las esencias. Ser es, para Husserl, «ser caballo», «ser rojo», «ser hombre», etc. Heidegger cree que con esto no se está aclarando qué es el ser.

El error surge de que Husserl, al igual que toda la historia de la metafísica, no distingue en­tre lo que es el «ser» y lo que es el «ente». Cualquier cosa determinada (incluidas cosas idea­les, como las esencias de Husserl), no es el ser sino un ente. Tanto un caballo de he­cho, como la esencia caballo, como el color rojo, co­mo la esencia hombre, como Dios, etcétera, son entes. Pero el ser es otra cosa, el ser es el ser de todos los en­tes (por lo que está más allá de todo ente concreto, transcendiéndolo).

A esta distinción entre ser y ente, que es fundamental para plantearse correctamente el problema del ser, la llama Heidegger diferencia ontológica.

Heidegger se distanciará también de Husserl en la valoración de la reducción tras­cen­den­tal. Para Husserl, nos situamos en un punto de vista filosófico una vez llevada a cabo la reducción trascendental. Quién pro­piamente filosofa no es la conciencia natural sino la conciencia trascendental.

Heidegger señala que no se tiene en cuenta aquí una cosa de vital importan­cia. Que quién lleva a cabo la reducción es la conciencia na­tural. Es decir, es en el estado de conciencia natural cuando decidimos llevar a cabo esa reducción. Esto quie­re decir que la filosofía es una «posibilidad» que se encuentra en el hombre en su esta­do natural. Por lo que el problema de encontrar el sentido del ser se ha convertido, entonces, no en el de que el ser se haga pa­tente en una intuición trascendental, sino en analizar el hombre natural.

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Ya hemos dicho que para Heidegger la tarea de la filosofía es reflexionar sobre el sen­tido del ser. Aho­ra bien, cuando hablamos del ser, hablamos normalmente del ser de un ente (o del ser de un determinado tipo de entes).

Así, según Heidegger, la Crítica de la Razón Pura puede ser entendida como un tratado onto­lógico, pues nos muestra en qué reside el ser de los objetos de la experiencia: en aque­llas condiciones que los hacen po­si­bles (espacio, tiempo y categorías), y, en último término, en el sujeto trascendental, que es la condición de posi­bilidad de las categorías. La Crítica de la Razón Pura no nos muestra, sin embargo, en qué reside el ser en general; como hemos visto se limita a mostrar el ser de un «determina­do» tipo de entes: de los objetos de la experiencia, de la naturaleza. Por ello la Crítica de la Razón Pura puede ser entendida como una ontología regional (nos da el ser de una  región de lo ente).

Pero más fundamental que mostrar en qué reside el ser de un determina­do tipo de entes es mostrar en qué reside el ser en general; es decir, cuál es el sentido del ser. A un saber que se pregunta por el sentido del ser en general es a lo que llamamos una ontología fun­da­men­tal. La analítica del Da-sein es una ontología fun­damental.

Además de la «ontología fundamental» y de las «ontologías regionales», en el campo del sa­ber existen las «cien­cias ónticas», que no intentan explicar nada acerca del ser sino acerca de los entes (cada ciencia los de su campo).
 
ONTOLOGÍA
FUNDAMENTAL
ONTOLOGÍA
REGIONAL
CIENCIAS
ÓNTICAS

Trata del ser en general.

Trata del ser de un determinado tipo de entes (por ejemplo, del ser de los entes de la experiencia).

Tratan de los entes de su campo respectivo (por ejemplo, la biología trata de los seres vivos y los ecosistemas).

 
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El problema fundamental para Heidegger es, pues, el sentido del ser. No se puede re­du­cir la filosofía hei­deggeriana a existencialismo, porque el problema para Heidegger no es el de la existencia, o el de las rela­cio­nes existencia/esencia, sino el del ser, que es previo a cualquier distinción entre  esencia y existencia (la exis­tencia, cualquier existencia, es; la esen­cia, cualquier esencia, es).

Al intento de desentrañar el sentido del ser está dedicada toda la obra de Heidegger. No obstante, se pue­den distinguir dos épocas en esta obra. Dos intentos distintos (pero no contradictorios) de acercarse al pro­ble­ma del ser. El primero de estos es el llevado a cabo en la parte publicada de El ser y el tiempo. El segundo se desarrolla a partir del análisis de la historia de la metafísica occidental, en un intento de encontrar el sen­tido del ser re­mon­tándose a los orígenes de la filosofía, en los que aparece en escena, por primera vez, la cues­tión del ser.
 
6. La analítica existenciaria del Da-sein

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La analítica existenciaria consiste en un análisis de la es­tructura constitutiva del ser hu­ma­no (del hombre cotidiano, del hombre natural). Este análisis consiste en tomar al hom­bre tal como se pre­sen­ta en la vida cotidiana (el hombre en general, un hombre cual­quie­ra: Hei­degger dice «el Da-sein de tér­mi­no medio») y describir «fenomenológicamente» su es­truc­tu­ra existenciaria.

La fenomenología es empleada aquí como un método, que consiste en de­jar que los fenómenos se muestren de modo originario. Ahora bien, en todo mostrarse hay al­go que permanece oculto, lo que se muestra (los fenómenos) ocultan su ser, por eso la fe­nomenología tiene que ser además hermenéutica (esto es, interpretación).

¿Por qué decimos que es un análisis existenciario?

El análisis del ser humano que Hei­de­gger quie­re llevar a cabo no es un análisis de tipo psicológico, biológico, o an­tro­po­ló­gi­co, sino un análisis previo a cualquiera de los llevados a cabo por estas ciencias.

Las cien­cias, cual­quier tipo de ciencias, toman al hom­bre como un «ente», como un «objeto» a explicar. De­pen­diendo del tipo de ciencia de que se trate tomará de ese objeto un as­pec­to u otro (la bio­logía lo estudiará en tanto ser vivo, perteneciente al reino animal; la psi­co­lo­gía en tanto con­ciencia, la sociología en tanto perteneciente a una sociedad, etc.).

Pero, pues­to que las cien­cias toman en considera­ción algún as­pec­to de ese objeto que es el hom­bre, será previo a cualquier cien­cia el establecer qué sea en ge­neral un objeto. Es decir, si queremos una explicación en pro­fun­didad de las cosas, antes de analizar la estructura de algún aspecto de ese objeto que es el hombre, habrá que analizar la es­truc­tura de todo ob­jeto (habrá que de­ter­mi­nar primero qué es lo que hace de algo un ob­jeto).

Esto es lo que ha hecho, por ejemplo, Kant. La Estética y la Analítica trascendenta­les kantianas cons­tituyen un análisis de las con­diciones que hacen que algo sea, en ge­ne­ral, un objeto de la experiencia. Espacio, tiem­po y categorías constituyen las condiciones a priori de toda ex­pe­riencia. Estas estructuras a priori son las que nos dan el ser de cual­quier objeto. Di­ga­mos que espacio, tiempo y ca­te­gorías forman la estructura de todo ob­jeto.

Ahora bien, la cuestión es que Heidegger no toma al hombre como un objeto, como un ente más entre otros entes (como pueden ser los caballos, las escobas o los coches de ca­rre­ras). Sino que el hombre es un ente de un tipo especial. Un tipo de ente que se carac­te­ri­za porque «en su propio ser está el comprender el ser». Mejor dicho, el hombre no es si­quie­ra un ente de tipo alguno, sino abertura al ser. Heidegger dice, a este respecto, que lo que ca­racteriza al hombre es la existencia.

(Aquí hay que aclarar que Heidegger usa el término existencia con un sentido peculiar. No entiende la exis­tencia como oposición a esencia, como venía haciéndose desde Alfarabí y Tomás de Aquino, sino con un sentido más próximo al que le da Kierkegaard, aunque tam­poco exacta­mente igual. Heidegger recurre a la etimología de la palabra para decirnos que existir significa «ser des­de» algo -ex = desde, sistere = ser-).

Kant lleva a cabo un análisis magistral de aquello que constituye cualquier objeto en ge­ne­ral, es decir, nos muestra en qué reside el ser de cualquier objeto (o, lo que es lo mismo, de cualquier ente). Pero el hom­bre no es un ente sino abertura al ser, es existencia. A aque­llos caracteres que determinan (que estructuran de algún modo) el ser de un objeto les llamamos categorías. A los que determinan el ser del hombre les lla­ma Heidegger, exis­ten­cia­rios (existential).

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Por las razones ya señaladas, Heidegger no emplea el término «hom­bre» para de­sig­nar a eso que so­mos nosotros mismos, sino el término Da-sein. El empleo del término hom­bre está viciado por el uso coti­dia­no de esa pa­labra, de modo que al hablar del hombre pen­sa­mos implícitamente en un ente (al igual que cuan­do hablamos de caballo o azufre). Un ente que po­de­mos definir, siguiendo la tradición, como «animal ra­cio­nal» (y que, como tal ente, se convierte en objeto de una ontología regional: la antropología filosófica).

Tampoco emplea el término alemán Existenz (aun cuando caracterice al hombre como «exis­tencia») por­que, como vimos, este término tiene una larga tradición con un sentido ya prefijado que no es el que quiere dar­le Heidegger.

Para evitar las connotaciones que tienen palabras como «hombre», o «exis­tencia», Hei­de­gger emplea el tér­mino Da-sein. Dasein es una palabra alemana que se traduce habi­tual­men­te por existencia, pero Heidegger la emplea con el sentido de el lugar (da significa, lite­ral­mente, ahí) donde se patentiza el ser (sein). De ahí que una traducción más correcta sea la de «ser-ahí».

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El análisis de las estructuras del Dasein nos descubre, en pri­mer lugar, que el Dasein se caracteriza como existencia. Entendiendo este término como «ser desde». Es decir, el Da-sein, es un ser que es lo que es desde fuera de sí, que se tras­cien­de, que está abierto a algo, al ser. La esen­cia (aquí hay que emplear este tér­mino con pre­cauciones, dado que habitualmente se emplea para designar a la naturaleza fija de algo) del Da-sein consiste en existir, en estar abierto.

Por este estar abierto el Da-sein no es una conciencia aislada (tal como con­cibe Descartes a la conciencia humana) sino que le es esencial el ser en el mun­do.

Tampoco quiere esto decir que el hombre sea una cosa dentro del mundo, porque sin hombre no hay mundo. (Por «mundo» no está entendiendo las cosas, ni la naturaleza, ni debemos pensar el mun­do como algo en el es­pa­cio, tampoco usa mundo en oposición a espíritu, sino el ámbito, el horizonte, en el que hace su aparición la naturaleza, las cosas, y los otros Dasein, lo terrestre y lo celeste, lo ma­te­rial y lo espi­ritual).

Ser en el mundo quiere decir, en definitiva, que es esencial, que está en nuestra propia naturaleza, «habitar» un mun­do. El mundo es un entramado de rela­cio­nes en el que aparecen todas las cosas (tanto materiales como espi­ri­tua­les, tanto físicas como mentales).

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Este estar abierto significa proyectarse, el Da-sein es proyecto, no algo dado de una vez para siempre. Por ser proyecto descubre los entes intramundanos como par­te de su proyecto (no como meros objetos a contem­plar). Los entes intramundanos tienen el carácter de ins­trumentos para mi proyecto. Al ser de los entes intramundanos que se me aparecen, en primer lugar, como instrumen­tos, le lla­ma Heidegger manejabilidad (Zuhandenheit = manejabilidad, «ser a la mano»).

El proyecto es pues un existenciario, es decir, una estructura constitutiva del Da-sein. Otro existenciario es el comprender. El comprender es lo que me permite encontrar al mun­do como una totalidad de significados. Comprender no es lo mismo que conocer. Conocer tiene un sen­tido teórico, mientras que comprender es algo previo a hacer teorías. Comprendemos el mundo desde un pro­yec­to.

Aquí hay que aclarar un aspecto importante de la comprensión. La comprensión no sur­ge a partir de las cosas, sino al contrario, las cosas se me muestran como tales, como uno u otro «significado», porque pre­via­men­te estamos comprendiendo.

Es decir, antes de en­con­trarnos con las cosas, tenemos una comprensión pre­via que me permite encajarlas den­tro de una totalidad con sentido. No partimos, por lo tanto, de cero (no somos una tabula rasa). La comprensión funciona como un prejuicio.

(La postura de Heidegger aquí es justo la contraria de la que sostiene, por ejemplo, Bacon. Para Bacon, y más tar­de para casi todo el pensamiento ilustrado, los prejuicios son algo que hay que desterrar por­que obnubilan nuestra compren­sión co­rrecta del mundo. Heidegger sostendrá que si no par­timos con una compren­sión previa no habrá ni mundo, ni cosas que compren­der).

Explicaremos esto mejor con un ejemplo:

Supongamos que vivo en un  bosque y quiero hacer una cabaña donde guarecerme (este es mi proyecto in­mediato). Movido por mi proyecto (por el proyecto que en ese mo­men­to soy) camino por el bosque donde des­cubro unas ramas largas de aspecto sólido, como unas posibles vigas. Unas hierbas de aspecto flexible y resistente pueden ser unas mag­níficas cuerdas. El río deslizándose casi al nivel de la superficie del suelo ame­naza des­bor­darse, tendré que levantar mi cabaña unos pies del suelo. El Sol calienta excesiva­mente al atar­decer por lo que decido establecerme al este de los altos árboles guarecido por su som­bra. Etcétera.

Esta narración nos muestra que las cosas se me aparecen con un significado de­ter­minado en un en­tramado de relaciones, al que llamamos mundo.

Supongamos, ahora, que, simplemente, salgo a dar un paseo por el bosque para dis­fru­tar del paisaje. Pa­seo lentamente haciendo crujir pequeñas ramas secas esparcidas por el sue­lo. Las aguas cristalinas del río se deslizan tan lentamente que parecen inmóviles e im­preg­nan a esta parte del bosque de una sensación de paz. Los árboles majestuosos parecen to­car el cielo mientras el Sol se cuela por entre sus ramas proyectando luces y sombras a mi paso.

Al variar mi proyecto los entes intramundanos se me desvelan con otros significados (diría, incluso, que se me muestran como otros), y en un entramado de re­la­ciones distinto.

¿Qué es lo que, sin embargo, permanece en ambos casos? Que haya sig­nificados (seres in­tra­mundanos que se me aparecen con un uno u otro significado), para lo cual es ne­ce­sa­ria su precomprensión, que haya un proyecto, que haya un mundo, es decir, un entramado de relaciones para mí; y sobre todo, mi ser en el mundo.      

De aquí se saca una conclusión importante: que el significado de las cosas viene dado por sus posibles usos (concepción prag­mática del significa­do).

Un tercer existenciario que acompaña el proyecto y a la comprensión es el discurso. El dis­curso no es el lenguaje sino lo que posibilita todo el lenguaje: la articulación de sig­ni­fi­ca­dos.

La comprensión es necesaria a priori para que se me den cosas. Pues bien, el cono­ci­mien­to, es posterior a las cosas. El conocimiento consiste en ar­ticular de alguna manera las cosas ya dadas. Y a esta articulación la llama Heidegger interpretación. Y de aquí surge una teoría circular del conoci­miento que se conoce como cír­culo hermenéuti­co, que con­sis­te en lo siguiente: para conocer algo, eso tiene que ser conocido ya, de al­gún modo, de an­te­mano. Es decir, tenemos una comprensión previa que permite que se me den las cosas con uno u otro significado. Posteriormente articulamos esas cosas y elaboramos un cono­ci­mien­to (una especie de comprensión de segundo orden).

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Otro existenciario constitutivo del Da-sein es el en­contrarse. El encontrarse hace referencia al estado afectivo. El encontrarse es un encontrarse arrojado en un mundo. Este encontrarse arrojado es la condición de posi­bi­li­dad de las diversas emociones (miedo, temor, an­gustia, etc.).

Un modo de encontrarse fundamental es la angustia. En la angustia no estamos refe­ri­dos a ente ninguno (como sucede, por ejemplo, con el temor, que siempre es temor a algo o a alguien). La angustia es un sen­ti­mien­to de falta de sentido del mundo en su totalidad, es angustia por «nada» concreto. Todo lo concreto se di­suelve, se desvanece ante la an­gus­tia. Por eso la angustia patentiza el ser (como lo que trasciende a todo lo determina­do, a todo ente).

Todos estos existenciarios forman parte de la «esencia» del Da-sein. Es decir, constituyen la estructura de toda «existencia». Por eso, todos ellos tienen que darse (como posibilidades) en una cierta unión. No es posible que se encuentren en una «existencia» algunos de ellos y otros no, algunos en una y otros en otra. Pues bien, todos ellos aparecen reunidos en for­ma de cura (o cuidado), que Heidegger define como «pre-ser-se-ya-en el mundo como ser-al-lado-de los entes intramundanos».

Esta engorrosa definición resume todo lo dicho hasta aquí: el Da-sein es proyectándose en el mundo, pero esto quiere decir que antes de ser algo ya lo pre-es. Pero al proyectarse lo hacemos desde nuestro previo arrojamiento en el mun­do (siempre somos ya-en el mun­do, siempre somos seres arrojados, que se encuentran en el mundo), y a la vez somos en el mundo y nos pro­yectamos en él junto a los entes intra­mun­danos (que pueden tener el carácter de seres a la mano, o de otros Da-sein).

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Tradicionalmente se había entendido la ver­dad como ade­cuación entre el entendimiento y la cosa. Hei­de­gger considera que para que haya adecuación de algo a algo los dos polos de la adecuación (los dos algos) tienen ya que darse de alguna ma­nera. La condición para que haya verdad es que algo se dé. A esto es a lo que llama desvelamiento.

Heidegger rescata, pues, la concepción de la verdad de la Grecia arcaica, la verdad es alé­theia (no-olvido, no-ocul­ta­miento, desvelamiento). Pues bien, el fun­damento de la verdad como desvelamien­to radica en el estado de abierto del Da-sein. Este estado de abierto vie­ne dado por los existenciarios que determinan el «ser en» un mun­do: el comprender, el en­con­trarse y el discurso. En definitiva, la verdad es posible por­que el Da-sein es un ser en el mundo, está abierto a las cosas, su propia constitución es aber­tura a que algo se dé.

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Ahora bien, por el hecho de en­con­trar­se arrojado en un mundo, el Da-sein es (por decirlo de algún modo) determinado en sus posi­bilidades por el mundo. Es decir, el Da-sein acaba asumiendo la comprensión previa del mun­do que tienen los otros, acaba asumiendo los proyectos que asumen los otros (acaba pen­sando, sintiendo y viviendo como se vive, se piensa y se siente, en general; incluso, dice Heidegger, acaba rebelándose o apartándose de la masa como se rebelan o se apar­tan de la masa en general). El Da-sein es uno de tantos. A esto, a proyectarse como uno más, es a lo que llama Heidegger existencia inauténti­ca; que consiste, básicamente, en vivir de modo impropio (no propio, no mío), vivo como se vive. En definitiva, el Da-sein, que no es un puro hecho, sino algo abierto a múltiples posi­bilidades, no asume estas como posi­bi­li­da­des propias.

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Hay, sin embargo, una posibilidad que solo se pue­de asumir como propia: la muerte. Uno puede no asumir la muerte, hacer como si no existiese (su­po­nien­do una vida más allá de la muerte, con lo que la muerte no sería tal sino un tránsito), o cosificarla (ex­pli­car­la en términos puramente biológicos, médicos, y nada más). Pero si se asume la muerte (asumirla es una posi­bilidad más del Da-sein, pues la muer­te como hecho es, simplemente, inevitable), solo puede ser asumida como propia (na­die puede hacerlo por mí).

La muerte es una posibilidad muy especial. No solo porque, como hemos dicho, nadie puede asu­mirla por mí, sino porque es la posi­bilidad más extrema: aquella que hace im­po­sibles todas las demás. De ahí que, al asumir la muerte como posi­bilidad (Hei­degger dice anticipar la muerte), esta hace que todas las demás posi­bi­lidades se refieran a ella, porque es el límite de todas las de­más, su clausura.

Por eso, el anticipar la muerte, mi muerte, hace que todas las demás posibilidades (todos mis proyectos, toda precomprensión) se vivan como propias, como mías. Las posi­bi­li­dades se viven, entonces, de forma au­tén­tica. (Al referirse todas las otras posibilidades a la muerte esta cumple además la finalidad de reunirlas en una tota­lidad, de hacer del proyecto una totalidad).

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La anti­cipa­ción de la muerte lleva a asumir todo proyecto como propio. Pero además, hace que toda posibilidad sea asumida como posibilidad. Es decir, la anticipación de la muer­te como acabamiento de toda otra posi­bili­dad, hace que no podamos asumir nunca una posibilidad como algo definitivo, impide que nos quedemos en el simple hecho. La anti­ci­pación de la muerte nos hace darnos cuenta de que cualquier posibilidad que ha­ya­mos asu­mido puede acabarse, eliminarse. Esto es lo que quiere decir asumir la posibilidad como po­si­bilidad.

El  Da-sein se caracteriza por sus posibilidades, no por sus hechos. Pero al ser el Da-sein un ser arrojado al mundo, que vive de manera impropia, pue­de perderse en los simples he­chos, en lo que hay, como si esto fue­se lo de­fi­ni­tivo. Pues bien, la anticipación de la muer­te me abre a la comprensión de que nada es defi­niti­vo, que todo son posibilidades. Es decir, me hace vivir mis pro­yectos como auténticos proyectos.

Pero proyectarse es vivir hacia el futuro. Es atender a lo que aún no soy (a lo que pre-soy, según la definición heide­gge­­ria­na de la cura). El ser del Da-sein se revela entonces como futurización.

Ahora bien, esto no elimina el que el Da-sein sea un ser arrojado, es decir, que siempre es ya dado. El fu­turo tiene que tener presente el pasado (lo ya dado). Pero el pasado no es simplemente algo que ya no está, sino que siempre está presente en mi proyecto. A su vez, las cosas están siempre en este alternarse entre el pa­sado y el futuro, esto es el pre­sen­te. Pasado, presente y futuro, son las tres dimensiones que constituyen la temporali­dad, que es el sentido del ser (de las cuales el futuro es la más relevante porque es la que arras­tra tras de sí a las demás).

Quizás el siguiente ejemplo gráfico sirva para entender mejor como se articulan las tres di­men­siones del tiem­po:

Supongamos que quiero trazar una línea recta de A a B (proyecto). Di­gamos que en cada momento del proyecto lo que le determina (lo que le da sentido) de modo más fundamental es «llegar a B» (futuro). Aho­ra bien, en cada momento del proyecto este está ya siendo algo (se encuentra arrojado = pasado), y este ser algo ya tiene un peso que determina el avance posterior (la dirección que ya lleve la línea determina la que llevará para que sea una recta). La trayectoria de la línea es en cada momento un punto (presente) don­de se encuentran lo ya hecho y lo por hacer.
 
7. La historia de la metafísica, el giro:
el pro­blema del ser en el segundo Heidegger

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Ser y Tiempo constituye un primer intento de mostrar el sentido del ser a partir del aná­li­sis del Da-sein. Este intento resulta solo a medias exitoso; ya que, si por un lado lleva a des­cubrir el sentido del ser como tem­poralidad, por otro, parece que se sigue identifican­do (de manera inevitable) el ser con un ente presente a una conciencia. Ciertamente, en la ex­po­sición del Da-sein llevada a cabo en Ser y Tiempo, parece que se está interpretando el Da-sein a la manera de sujeto trascendental, como condición de posibilidad de toda expe­rien­cia. No era esta la pretensión de Heidegger, de ahí que, teniendo en cuenta el descubri­mien­to del sen­tido del ser como temporalidad, intente hacer patente el sentido del ser por otra vía: a través de un aná­li­sis de toda la historia de la metafísica desde sus orígenes. (En palabras de Felipe Martí­nez Mar­zoa: «[...] por primera vez en Heidegger, la filosofía es lectura de la filosofía»).

Puesto que el intento de descubrir el sentido del ser se hace ahora buceando en la his­to­ria de la meta­físi­ca, será preciso explicar, antes de nada, qué entiende Heidegger por me­ta­física, y en qué radica su carácter his­tórico.

Heidegger califica de metafísica a aquella actitud que al preguntarse por el «ser» de los entes acaba iden­tifi­cando este ser con un «ente» (objeto) determinado. En consecuencia la meta­fí­sica no es consciente de la diferencia ontológica. Dicho de otro modo: desde la identificación, hecha en Ser y Tiempo, del ser con la temporalidad se puede decir que la metafísica surge a causa de identificar el ser con una sola de las tres di­mensiones del tiempo: el presente. El primer metafísico fue Platón, que identificó el ser con las «ideas» (es decir, con aquello que se hace presente a la mirada del nous: entidades eternas, inmutables, etc., desprovistas del carácter temporal, convertidas en algo eternamente presente).

La historia de la metafísica es el producto de las diversas identificaciones del ser. Digamos que el ser se nos manifiesta de diversas maneras, pero se nos manifiesta en forma de «entes», en forma de lo que no es. El paso de una esas manifestacio­nes del ser a otra es lo que constituye la historia. Así, para Pla­tón el ser son las «ideas». Para Aris­tóteles, la sustancia. En la Edad Media es una sustancia privilegiada: Dios. Luego, para la filosofía moderna en general el ser es sujeto, que Descartes concibe como res cogitans; Kant como conciencia trascendental; Hegel como Espíritu Absoluto; y finalmente Nietzsche como Voluntad de Poder (la vida caracterizada como Voluntad de Poder que objetiva al mun­do como Eterno Retorno de lo Mis­mo).

Después de Nietzsche no hay ninguna concepción esencial del ser, sino que, de un modo u otro, se reto­man concepciones anteriores (por ejemplo, Husserl vuelve a la conciencia tras­cen­dental).

Así, pues, la metafísica se inicia con Platón y acaba con Nietzsche. La filosofía de Nietzs­che es la in­ver­sión de la de Platón, pero sigue dentro de los esquemas de la meta­fí­sica. Platón al concebir el ser como lo pre­sente (fijo, inmóvil, eterno) da origen a una dis­tin­ción entre lo inmóvil, eterno, etc., (lo suprasensible) y lo cambiante, el devenir, que no se ajus­ta a esta concepción del ser (lo sensible). Nietzsche finalmente in­vier­te la perspectiva y considera que lo real es el instante, lo puramente sensible. Pero sigue identificando el ser a partir de un solo aspecto de la temporalidad: el presente. Efectiva­mente el Eterno Retorno de lo Mis­mo tiene por misión concebir el instante (lo sensible inmediato) como eterno, es decir, como eternamente pre­sente.

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Actualmente vivimos dentro de una interpretación científico-técnica del mundo. El mun­do es interpretado des­de el modelo de las ciencias, y estas a su vez están al servicio del do­minio técnico del mundo.

Esto responde al triunfo de un determinado modelo metafísico que se impuso en los orí­ge­nes del mundo mo­derno (a partir de Galileo y Descartes). Este modelo metafísico inter­pre­ta al ser del hombre como sujeto y, simultá­neamente, al mundo como objeto. Pero un ob­jeto es algo que meramente está enfrente, algo que le es dado a un sujeto. El ser del mun­do no es más que mera referencia al sujeto, y este no ve en el mundo más que un ob­jeto, algo a manipular. De ahí la preeminencia de la interpretación científico técnica.

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La superación de esta concepción subjetivista, y en sus extremos, científico-técnica, del mun­do, pasa por la superación de la metafísica.

Es decir, se trata de superar (una vez asumida) esta historia en la que se iden­­ti­fica el ser con un ente privilegiado, para volver a pensar el ser en sí mismo.

Esta superación se ha vuelto necesaria en nuestra época porque la absolutización de la visión científico-téc­ni­ca del mundo nos está llevando a una cosificación de todo lo real (in­cluido el propio hombre).

A los intentos de superar esta concepción metafísica del mundo y de recuperar el pen­sa­miento del ser dedi­ca Heidegger, con resultados inciertos, gran parte de sus esfuerzos. De­bemos señalar a este respecto que Hei­degger concede una gran importancia a la poesía, y a los que considera «poetas fundamentales» (Hölderlin, Rilke, Trakl) como inauguradores de este pensa­miento del ser situado más allá (o más acá, según se in­ter­pre­te) de la visión cien­tífico-técnica del mundo. Un verso de Hölderlin resume perfecta­mente esta incardina­ción del hombre en el mundo: «Poéticamente habita el hombre esta Tierra». Poéticamente, es decir, bajo la forma de una relación más esencial que la abstracta científico-técnica.
 
8. Heidegger en la historia del pensamiento

Martin Heidegger tendrá una notable influencia en el pensamiento del siglo XX, hasta el punto de ser considerado, por muchos, como el más relevante filósofo de este siglo.

Su influencia se deja sentir en la obra de la filósofa (aunque a ella no le gustaba este título) alemana de origen judío, que adoptaría la nacionalidad estadounidense, Hannah Arendt, autora de una importante teoría política, en la que destaca su análisis del totalitarismo.

La Escuela de Frankfurt encuentra también en Heidegger a uno de sus más importantes inspiradores (los otros serían Marx y Freud), aun cuando esa inspiración sea a veces crítica (especialmente en Adorno).

Influye notablemente en el pensamiento existencialista (Jean-Paul Sartre, Maurice Merleau-Ponty) y la llamada filosofía posmoderna (Michel Foucault, Jacques Derrida, Gianni Vattimo, etc.).

En España cuenta entre sus seguidores a Felipe Martínez Marzoa, autor de una ingente obra de reinterpretación de los textos filosóficos clásicos, centrada especialmente en los producidos en el ámbito griego antiguo y el mundo moderno, interpretación tras la que es fácil encontrar la inspiración heideggeriana.

En cualquier caso, ya no se puede prescindir de la lectura que Heidegger ha hecho de la historia del pensamiento, aun cuando sea para enfrentarse con sus posiciones. Como se ha dicho, con Heidegger la interpretación de la historia de la filosofía es, en sí misma, auténtica filosofía.
 
Bibliografía

-Dastur, Françoise: «Heidegger», en Historia de la Filosofía. Siglo XXI de España Editores, S. A. Madrid, 1987.

-García Bacca, Juan David: «Heidegger o el sentido del ser», en Nueve grandes filósofos contemporáneos y sus temas. Editorial Anthropos. Barcelona, 1990.

-Pöggeler, Otto: El camino del pensar de Martin Heidegger. Alianza Editorial, S. A. Madrid, 1986.

-Regalado García, Antonio. El laberinto de la razón: Ortega y Heidegger. Alianza Editorial, S. A. Madrid, 1990.

-Rodríguez García, Ramón: Heidegger y la crisis de la época moderna. Editorial Cincel, S. A. Madrid, 1988.

-Rorty, Richard: Ensayos sobre Heidegger y otros pensadores contemporáneos. Ediciones Paidós Ibérica, S. A. Barcelona, 1993.

-Schérer, René y Kelkel, Arion Lothar: Heidegger o la experiencia del pensamiento. Editorial Edaf, S. A. Madrid, 1981.

-Vattimo, Gianni: Introducción a Heidegger. Editorial Gedisa. Barcelona, 1986.

-VV.AA.: Heidegger: La voz de tiempos sombríos. Ediciones del Serbal. Barcelona, 1991.

-VV. AA.: Técnica y nihilismo: el pensamiento de Heidegger. En, Archipiélago, nº 5. Editorial Pamiela. Pamplona, 1990.
 
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